El evangelio según Norman Mailer

Mailer

En 1997 Norman Mailer dio a conocer su evangelio; es una versión personal de Jesús y el nombre del libro es «El evangelio según el hijo». El escrito está narrado en primera persona, es decir, el propio Jesús cuenta su historia y, además, hace matices y precisa muchas de las versiones que fueron vertidas en los evangelios que, finalmente, resultaron constituyendo parte del Nuevo Testamento establecido por las autoridades religiosas del cristianismo. Por lo tanto, este Jesús de Mailer ya ha leído gran parte de lo que se ha escrito sobre él y escribe desde un lugar y un tiempo que nunca se le develan al lector. Quizá esté alojado en el paraíso donde  escruta los miles de testimonios que se han erigido en torno a su figura y se plantea las distintas posibilidades que hay de ser un mesías.

Les presentamos el pasaje en que Jesús salva a una prostituta (María Magdalena) de ser lapidada, como lo establecía la ley de entonces:

Como me temía, era hermosa. Su cara era de huesos delicados, y el pelo le caía sobre la espalda. Llevaba los ojos puntados con buen gusto. Era dulce, aun cuando en su boca hubiera orgullo y necedad.

Durante años, mi horror hacia la fornicación me había llenado de pensamientos de lujuria. Había sufrido los estragos de la furia reprimida. Pero ahora oía la amable voz de un espíritu. ¿Era su ángel que reclamaba misericordia? Vi a aquella mujer entre los vapores del pecado. ¡Y con un extranjero! Aun así, era una criatura de Dios. Quizá estuviera cerca de Dios de un modo que yo no podía ver, incluso – ¿era posible?- mientras se revolcaba en sus fornicaciones con un extranjero. ¿Era, pues, tan diferente del Hijo del Hombre? Él también debía de estar cerca de todos los extranjeros. Sí, era posible que ella estuviera cerca de Dios mientras las manos de Diablo abrazaban su cuerpo. Su corazón podía estar unido a Dios aun cuando su cuerpo estuviera cerca del Diablo.

Así que cuando aquellos fariseos, silenciosos y pacientes como pescadores, volvieron a preguntarme: «moisés y la Ley lo mandan. Esa mujeres debe ser lapidada. ¿Tú qué dices?» Me incorporé y les hablé no sólo a mis discípulos, sino a todo el círculo de escribas y fariseos. Dije: «Si tu mano te ofende, córtatela» Cuando me miraron, dije: «Es mejor entrar en la otra vida manco que con las dos manos en el infierno.» Vi miedo en sus ojos. «Si tu ojo se ofende, arráncatelo. Es mejor entrar en el reino de Dios y ver sólo con un ojo que entrar con los dos ojos en las llamas. En el fuego del infierno no muere el gusano que te devora la carne.» Me quedé atónito. Dejé de sentirme preocupado por aquella mujer. Así que dije: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que tire la primera piedra.»

Hubo un tumulto. Fue tan repentino y violento, que casi perdí el equilibrio, y tuve que agacharme una vez más y escribir de nuevo en el polvo, como si me importara más lo que mi dedo podía decirle a la tierra que todos ellos.

Pero pronto su furia comenzó a remitir. No tardaron en huir. Ahora les oprimían sus malas acciones.

Los vi marcharse. Se fueron uno tras otro, empezando por el más anciano. (Que era quizá, el que acarreaba más pecados.) El último en marcharse era joven, quizá casi inocente. Me quedé solo. Incluso Pedro se había marchado. Sólo la mujer seguía a mi lado.

Al principio fui incapaz de mirarla a los ojos, pero por fin lo hice. Y al hacerlo, lo que vi no fueron sus ojos, sino que, como en una especie de sueño inducido por Satanás, oí un versículo del Cantar de los Cantares: «Las curvas de tus caderas son como collares, obra de manos de artista, y tu ombligo un ánfora redonda.» Me dije que estaba en presencia de los ángeles maléficos. Porque sentía mi propia maldad, y era abundante y tenebrosa y pedía ser dejada en libertad. Y aquellos ángeles eran tan poderosos que comprendí que debía ser cauto con la belleza de aquella mujer.

De modo que le hablé con las palabras del profeta Ezequiel. Le dije: «Contemplad vuestros pecados, pues está escrito: «He aqu´que yo suscito contra ti a todos tus amantes, y vendrán contra ti con estrépito de carros y ruedas, y te tratarán con furor; te arrancarán la nariz y las orejas, y lo que quede de los tuyos será devorado por el fuego. Te despojarán de tus vestidos y se apoderarán de tus joyas.  Yo pondré fin a tu inmoralidad y a tus prostituciones comenzadas en Egipto, para que no vuelvas a acordarte de Egipto.»

Y aquella puta, cuyos ojos eran tan púrpura como la última hora de la tarde, dijo con voz dulce: «No quiero perder la nariz.»

Yo dije: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ningún hombre te ha acusado?»

Respondió con humildad: «No hay nadie para acusarme, Señor.»

Dije: «Yo tampoco te condeno. ¡Vete!»

Pero eso no era suficiente. Pues dentro de aquella mujer resonaban los ecos de sus prostituciones. Así que le dije: «¿Dónde vas a ir? ¿A seguir fornicando con extranjeros?»

Ella contestó: «Si no me condenas, entonces no me juzgues. No hay vida fuera de la carne.»

Era orgullosa. Y fuerte. Y yo veía que estaba maridada con los siete poderes de la cólera del Diablo y sus engendros: los siete demonios. Sabía que irían saliendo lentamente. Y cuando salieron lo hicieron uno a uno, y clavaron sus garras en el buen espíritu que había surgido entre nosotros. Algunos era astutos, otros lascivos, y más de uno era monstruoso: siete poderes y siete demonios.

El primero fue la Iniquidad, y su demonio, la traición. Y al tiempo que nombraba a cada uno iba comprendiendo que había aprendido más de Satanás de lo que él deseaba mostrarme. Vi que el Deseo era el segundo poder, y que el orgullo era su demonio. Y el tercero fue la Ignorancia, con su gran apetito por la carne de cerdo, un demonio glotón. El Amor a la Muerte era el cuarto poder, y su demonio no podía ser otro que el ansia de devorar a los demás. Pues no hay momento en que conozcamos más la muerte que cuando devoramos carne de un semejante. El quinto poder buscaba el Domino Absoluto, y su demonio luchaba por corromper todo espíritu; el buen espíritu que había surgido entre esa mujer y yo fue zarandeado cuando surgió ese demonio. Y el sexto poder fue el Exceso de Sabiduría. Su demonio sentía el impulso de robar un alma. Pero el último poder fue el más terrible. Era la Sabiduría de la Ira; su demonio era el ansia de arrasar ciudades. Esos fueron los siete poderes y los siete demonios que hice salir de ella. Sólo entonces pude decirle: «Vete y no vuelvas a pecar». Y se marchó.

Traducido por Damián Alou, «El evangelio según el hijo», P. 154-156, editorial Quinteto.

 

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