El pirata que murió en San Valentín
Era 2004 y en Rímini, uno de los balnearios más apetecidos de Italia, el día de San Valentín, Marco Pantani, campeón de un Tour de Francia (1998) y un Giro de Italia (1998), apareció muerto en el cuarto de un hotel. Además de antidepresivos, abundaba la cocaína en el escenario de su muerte. Pocos meses antes, uno de sus buenos amigos en el pelotón internacional, también moría por un infarto, después de una vida donde hubo drogas («Chava» Jiménez). Los dos fueron, en ese ciclismo de fines de los noventa y comienzo de siglo hoy día tan condenado por los moralistas que quieren colocar a los deportistas el aura de ejemplos de determinados valores, las estrellas que se atrevían a atacar en lugares inverosímiles, dispuestos al riesgo de perder porque lo que les gustaba era andar en la bicicleta. En la mítica ascensión al Galibier, en 1998, envuelto en la bruma y la lluvia, Pantani se consagró como virtual dominador de la vuelta a Francia, venciendo a Ulrich, que, más frío, también formó parte de una tragedia en la que sólo pudo ganar un tour (1997) pues luego de la irrupción violenta del italiano llegó un Clint Eastwood llamado Lance Armstrong y lo condenó a ser segundo:
La aparición de Pantani en el tour ya había sido anunciada un año antes, cuando rompió el récord de velocidad en la subida al Alpe d´Huez. Desde ese momento «el pirata», como le apodaron, quizá con inocencia por su alopecia adornada con una pañoleta, se erigió en el último gran ídolo deportivo de Italia.
Para muchos, esa época es la más vergonzosa del ciclismo porque fue el momento en que el dopaje llegó a su punto culminante; casi siempre, quienes lo condenan, lo hacen con la moralidad de aquellos que pretenden prohibir el uso de drogas en lugar de reglamentarlo. Que casi 2oo hombres se suban en una bicicleta y recorran miles de kilómetros, esforzándose por romper sus límites y ayudados a las últimas invenciones farmacológicas, no responde, exclusivamente, al hambre del dinero: el que desea ganar un tour jamás lo hará con la estrecha mira monetaria (hay formas más fáciles de ganar dinero). Semejan a esos místicos que beben alcohol para que, en la resaca, perciban el rastro del amor de Dios. Todos los mecanismos del dopaje utilizados por un ciclista, forman parte de una ambición que explora los más recónditos meandros de los deseos humanos; es la unión de la técnica con un anhelo profundo. El ciclismo se convierte en algo incómodo para los moralistas que buscan que todo sea «limpio» y sometido a la política estética disciplinatoria que campea en otros deportes (donde también se dopan pero las normas internas de esas actividades no castigan prácticas que en el ciclismo sí son penalizadas, basta recordar las transfusiones que la selección de fútbol de Italia se practicaron antes de la final de la copa del mundo de 2006).
Pantani, desde su mirada, tan escuálida como la de los anacoretas, oteaba algo que parecía materializarse mientras infligía cada pedalazo en las subidas a los Alpes o Pirineos y pese a que en 1999 se lo hubiese expulsado del Giro de Italia en la penúltima etapa, cuando ya tenía asegurado el título, aún hoy sigue siendo el pirata que trae sueños a los demás terrestres. Fue en ese Giro donde para muchos comenzó su caída en la depresión y su asimiento a la cocaína para paliarla, donde ocurrió, para mí, el momento más emocionante: la llegada era Oropa y Marco, siendo líder de la competencia, sufrió una avería mecánica de su bicicleta; en ese momento sus rivales más fuertes aceleraron el paso y él debió esperar un cambio de máquina, rezagándose; cuando retomó el rumbo y, gracias a sus compañeros, tuvo la rabia que sólo un enamorado puede tener y sobrepasó a todos los que lo habían dejado atrás. Pocos días después, durante una encerrona que le hicieron en su hotel, a las siete y media de la mañana, antes de la penúltima etapa, le tomaron una prueba de sangre y corroboraron que excedía en dos puntos porcentuales el hematocrito permitido.
Algunos aún hoy día plantean que todo fue un complot pues, días antes, en otros exámenes, Pantani presentaba porcentajes inferiores al tope y sería un sinsentido que hubiese querido incrementarlos cuando ya tenía asegurado el triunfo final. Entonces, comenzó una caída libre que contó con algunos visos iluminados, como las dos etapas del tour de Francia de 2000 en las que venció. En una de ellas llegó a la cima, en un mano a mano, con Armstrong, quien lo dejó ganar, lo cual enojó al pirata. Armstrong, según el cronista Carlos Arribas, afirmó que eso fue darle margaritas a un cerdo. Hoy día, Lance Armstrong, caído en una desgracia peor que la de Pantani pues no está muerto pero fue despojado de los siete tours que ganó, dice que el italiano era un artista en la bicicleta mientras que él era apenas un artesano. Quizá todos los muertos son buenos o todos los vencidos tienen la grandeza que un vulgar ganador ni siquiera intuye.
La última escapada de Pantani ocurrió en el giro de Italia de 2003. Saltó, como solía hacerlo. No ganó la etapa y, cuando atravesó la meta, sus ojos siguieron andando, buscando un destino que lo llevó a aquél sábado de San Valentín en Rímini donde comenzó su eternidad. ¡Salud, Marco!