Hugo Chávez, la bella durmiente de Gabo
La devoción de García Márquez por Kawabata lo llevó a repetirle un tributo al escritor japonés: En 1982, una de las mujeres que el asiático escribió en su novela “La casa de las bellas durmientes”, fue introducida por el colombiano en un avión que efectuó un vuelo trasatlántico y en 2004, con “Memoria de mis putas tristes”, explicitó el homenaje a través del epígrafe que tomaba un extracto de la novela japonesa.
Entre esos doce años, García Márquez viajó mucho, mermó su intensidad en publicaciones, se incrementaron las visitas a presidentes, campañas políticas (como su apoyo presidencial a Andrés Pastrana Arango y a Álvaro Uribe Vélez, en Colombia) y los viajes en avión.
En 1999 el escritor, en lugar de ir acompañado de una mujer que dormía, viajó y charló al lado del electo presidente de Venezuela Hugo Chávez. Los dos estaban en La Habana y se fueron hasta Caracas. García Márquez narró lo que hablaron en una crónica que por estos días opera como necrológica anticipada del recién muerto presidente venezolano, como si ya hubiera estado escrito el final.
En el escrito García Márquez metió en el avión a un Buendía (¿Aureliano?), cuya realidad fue inestable porque podía ser un ruin o alguien dicharachero, como si no existiera la complejidad en los personajes, exigiendo simpleza en el parlanchín acompañante:
“Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?”
Esa incapacidad de discernir lo real de lo imaginario ha sido irradiada en los lectores del Nobel’82, quienes le otorgaron el cargo de artífice de una nueva manera de relatar a la exótica Latinoamérica, (realismo mágico). En la crónica sobre Chávez, la magia prorrumpe con estrépito zodiacal:
“Es su manera de entender la buena suerte, o la inteligencia, o la intuición, o la astucia, o cualquiera cosa que sea el soplo mágico que ha regido sus actos desde que vino al mundo en Sabaneta, estado Barinas, el 28 de julio de 1954, bajo el signo del poder: Leo.”
Otorgarle sentido unidireccional a la vida es una de las principales funciones de los biógrafos y García Márquez la cumple. Haciendo gala de su destreza de narrador, menciona hechos que constituyen una máquina a la que no le sobra ni le falta nada, acercándose a una hagiografía, como es el instante preciso en que Chávez se da cuenta de su misión luego de haber visto a soldados heridos por un ataque guerrillero: “Al día siguiente despertó convencido de que su destino era fundar un movimiento. Y lo hizo a los veintitrés años, con un nombre evidente: Ejército bolivariano del pueblo de Venezuela.”
Así como un día uno de los Buendía murió metiendo la cabeza entre los hombros como un pollito o una mujer subió a los cielos, Hugo Chávez emprendió su carrera política. A García Márquez se le ha exigido veracidad, se lo ha acusado de exotizar al continente para así alimentar una visión que le resulte cómoda a los europeos.
Muchos se han preguntado por ese manuscrito que aparece en “Cien años de soledad” hecho por Melquíades en donde ya está cifrado todo el devenir del pueblo. No tantos han sugerido que ese libro puede corresponder a la empresa trazada por el Nobel’82 y que él se propuso ser Melquíades.
Entonces, más que un cronista o descubridor de una nueva forma de hablar de Latinoamérica, sería el inventor de un continente en donde muchos se empeñaron en ejecutar el plan solitario/centenario constituido por esas narraciones realistas-mágicas, incluidos un sabio ciego al que le gustaba más Don Quijote de la Mancha traducido al inglés y ese otro que habló con el mismísimo novelista en un avión y después cantó rancheras ante cientos de humanos enardecidos mientras un cáncer le crecía en las entrañas.
Anexo y aderezo:
¿Cuál de los dos es el real?