Tag Archive | Gabriel García Márquez

Leandro Díaz coronó a García Márquez

archivo de El Espectador

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Como dicen los sicarios, Leandro Díaz coronó a García Márquez. Todo sucedió en un caluroso mayo de 2013, cuando los dos todavía estaban muertos. Porque lo que es el día de hoy viven, como muertos pero viven, como una sombra que se extiende sobre el caribe. Que canten pues estos gorriones seniles. Y que inviten a los más bellos bardos de la historia a su convite vallenatero.

Alguna vez nos dijo Curramba que el bazuco no hacía daño. Nosotros, como sus aprendices en el oficio del detectivismo, le hicimos caso. Y ahora andamos sin muelitas por el mundo, cuales Dick Tracy, pero muy tristes.

La diosa coronada y el bazuco no son un buen cocktail para esta noche de lujuria y sexo ajeno. Andaremos por las calles con las manos en los bolsillos siguiendo el rastro de viejas tonadas que compusieron ciegos, porque no habrá ciego más grande que don Leandro, ni anciano más tierno que Gabito.

Salud pues en este primer aniversario de su nacimiento , a este notable muerto.

Un reportaje a García Márquez hecho por Germán Castro Caycedo

García Márquez

¿Por qué nos presentaron, quienes nos enseñaron historia de la literatura de Colombia,  un García Márquez obsecuente y sumiso ante reglas de políticos, críticos y mercaderes? Con el reportaje que le hizo Germán Castro Caycedo en 1976, podemos apreciar a un escritor que no se queja de que Colombia sea  un paraíso exótico, tópico de reinas de belleza, futbolistas y periodistas radiales,  o el país más infame y  asesino del mundo, tópico del chauvinismo ácido liderado por el literato Fernando Vallejo. Tampoco se dedica a impartir una cátedra de lo que es buena literatura o a convertirse en un sensor de los escritores. Quizá las cosas cambiaron después de que le dieron el Nobel o nosotros fuimos educados bajo la sombra de una moral del resentimiento:

 

Revista Artefacto Bloqueado Edición 3 – GABO

La Revista Artefacto Bloqueado es un producto de la gestión realizada por un colectivo de estudiantes de la universidad UNAD. La tercera edición de esta revista está dedicada a Gabriel García Márquez. (Haciendo click en la imagen pueden leerla virtualmente a través de la plataforma issuu)

Un encuentro de García Márquez con Neruda (vídeo)

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Cuarenta y ocho horas después de que Neruda recibiera el premio Nobel, García Márquez conversó con él frente a las cámaras. En el decurso de dicho encuentro se evidencia que García ya tenía claro el mecanismo para obtener un premio Nobel y que, con risa socarrona mediante, entrevía dicha distinción en su currículum pues era impulsado por el poeta chileno, quien ya gestionaba el galardón para el colombiano. También aparece en este encuentro un periodista que es corregido por el autor de «Ojos de perro azul» con la suficiencia de un padre para con su hijo y un león de felpa que, según Neruda y García Márquez,  fue más sabio que los dos aclamados escritores.

 

El manuscrito ensopado, por Dixon Acosta Medellín

Compartimos un relato ficticio sobre una anécdota real cuando la novela más importante del premio Nobel colombiano, si le creemos a Dixon Acosta Medellín, estuvo a punto de «perderse como lágrimas en la lluvia».

EL MANUSCRITO ENSOPADO. 
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Era una noche de domingo, típica por cierto, con ese melancólico ambiente perceptible en el aire caliente. Un clima de felicidad interrumpida por la certeza de la proximidad de la mañana del lunes y las responsabilidades inherentes. El invitado de los Alcoriza, leía la última línea de la historia, que había mantenido en vilo durante meses al matrimonio hispano-austriaco residenciado en Cuernavaca, “las estirpes condenadas no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

El silencio fue impresionante, interrumpido sólo por las luciérnagas que morían achicharradas por su propia incandescencia de cuando en cuando. Mercedes no pudo evitar lanzar una mirada temblorosa a su marido. Acaso, ¿sería mala la novela? Pero todo cambió cuando Luis Alcoriza, en uno de sus arrebatos tradicionales, celebró con una palabrota  acompañada de un puñetazo sobre la mesa de madera, luego corrió a abrazar a su amigo para congratularlo. El escritor sólo pudo agradecer y reiterar una dedicatoria sobre el manuscrito.

–Ni en cien años, me desprendería de semejante tesoro –dijo Luis emocionado.

–Ni en cien años de soledad –agregó su esposa Janet, quien ya corría presta por cuatro cervezas para celebrar. La atmósfera de repente era liviana, como un jueves en la tarde.

La última frase quedó resonando como martilleo en la cabeza del escritor. En medio de la euforia no perdió tiempo y la anotó en medio de las palabras finales de su proyecto de libro.

Días más tarde, Esperanza Araiza, mejor conocida como Pera, quien oficiaba de copista mecanógrafa del novel escritor colombiano, leía entre las sacudidas del autobús el mismo fragmento y quedó con esa expresión infantil de júbilo detenido. Pera había decidido colaborar con el desconocido novelista, no tanto por el salario, que era más bien escaso, sino porque reconocía en aquel hombre joven con voz de viejo y acento Caribe, un talento desmesurado, una prosa que hacía mucho tiempo no le despertaba tantas emociones juntas y que difícilmente algún otro escriba podría repetir.

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Gabriel García Márquez había muerto. Por Campo Ricardo Burgos L.

Un cuento de ciencia ficción de Campo Ricardo Burgos López sobre Gabriel García Márquez una vez el premio Nobel  se encuentre en el Más Allá de los cristianos.

Este cuento se publicó originalmente en el 2006 en:  revista AXXÓN y es reproducido en Mil Inviernos con la autorización del autor.

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Gabriel García Márquez —por fin para algunos y por desdicha para otros— había muerto. Mientras en diversos lugares del mundo se efectuaban los predecibles homenajes al escritor, los periodistas escribían las obvias notas necrológicas, los académicos producían los vaticinables ensayos sobre la vida, obra y milagros del santo, los traficantes literarios saboreaban por anticipado el pronosticable efecto que la noticia tendría sobre las ventas de los libros, los profesores de diversos colegios y entes educativos obligaban a sus sufridos alumnos a escribir el típico texto respecto del prohombre fallecido, y los familiares del escritor también de modo predecible empezaban a saquear sin compasión las pertenencias del occiso a la búsqueda de algún manuscrito olvidado que al publicarse les mejorara el saldo bancario, la situación del mismo Garcia Márquez era bien diferente. Pocos segundos después de despertar en el Más Allá, García Márquez se encontró haciendo una fila infinita, una fila de personas que delante del puesto que él ocupaba, llegaba hasta el horizonte que la vista alcanzaba y todavía más allá. Aún desacostumbrado a la situación, García Márquez observó el cielo azul sobre su cabeza y el verde valle de fina grama que se extendía indefinidamente por el norte, sur, oriente y occidente. El clima era decididamente primaveral y una suave brisa contribuía a mantener la tibieza reinante sin que alguien pudiera en exceso sofocarse. García Márquez observó también que tanto delante como detrás de él en la fila, incontables personas de todas las razas, tamaños, credos y apariencias, trataban de disimular la impaciencia que les producía tener que esperar turno. Cuando así completó su evaluación visual, por fin se decidió a hablar.

—Disculpe —se dirigió a una mujer bajita y de apariencia oriental que se hallaba justo un puesto delante del suyo—. ¿Qué es esto? —preguntó mientras movía su mano derecha indicando vagamente en derredor.

—¡Usted está muerto! —repuso con sorpresa la mujer oriental—. ¿No se ha dado cuenta?

—¿Muerto? —contestó con sorpresa García Márquez—. ¿Así de simple? ¿Esto es todo?

La mujer oriental volvió a mirar a García Márquez sin comprender.

—Pero —prosiguió el que en la Tierra llamaban «Gabo» —. ¿Para qué es esta fila? ¿A dónde conduce?

—Al Juicio Final —contestó la mujer oriental con gesto impaciente—. ¿No es obvio?

García Márquez quedó patidifuso. ¿Juicio Final? ¿Entonces era cierto lo que le habían contado sus abuelos alguna vez en la infancia? ¿El socialismo de vanguardia podía estar equivocado en ese punto? ¿Eso era posible? Por alguna razón más allá de la humana comprensión, ahora la mujer oriental se había animado a hablarle y continuaba su disertación.

—Allá al frente —dijo señalando el horizonte con un dedo— está el tribunal de Dios, todos vamos para allá y una vez frente a Él, cada uno de nosotros obtendrá lo que merece. Nada más y nada menos —concluyó.

García Márquez estaba boquiabierto. ¿Es que era posible Dios? ¿Es que sí era cierto el cuento ese de los pecados en la vida terrestre y el tener que dar cuenta de cada uno de nuestros actos, pensamientos y omisiones? Por un momento, el escritor sintió miedo.

—Espere un momento —repuso García Márquez—. Cuál es su nombre?

—Noriko Saito —contestó la mujer—. Soy, o más bien era —y al decir esto la mujer sonrió melancólica—, del Japón. ¿Y usted?

—Gabriel García Márquez —dijo el llamado «Gabo» no sin notar al decirlo cierto envanecimiento y cierto involuntario engolamiento de la voz —. De Colombia.

Curiosamente, la mujer no pareció conocerlo.

—Disculpe —prosiguió el confuso escritor—. ¿Usted habla español?

—Claro que no —replicó la mujer—. Todo el tiempo le he hablado en japonés.

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La subjetividad en Colombia. María, La vorágine y Cien años de soledad

Por Carlos Augusto Rodríguez Martínez

Investigador GIPRI

 

 Maria

Desde 1537 con la publicación del Discurso del Método se anuncia una nueva época marcada por el ascenso de la conciencia de los hombres como dueños y señores del mundo. Desde entonces, no es posible asegurar un espacio trascendente y mucho menos desentenderse del papel activo de la inteligencia dentro de la estructuración y construcción de la realidad. Los actos de los hombres hasta ese momento mediados por las construcciones teológicas y plagados de múltiples intersticios mágico-religiosos se convierten paulatinamente en una tema de recurrente preocupación y de constante reflexión. La sociedad y los actos humanos ahora son un asunto que debe ser decidido libremente por los nacientes individuos, ellos son ahora los responsables de su propio destino. Ya no es posible culpar a fuerzas extrañas al inframundo, Hegel en el prólogo de la “Fenomenología del Espíritu” expone con claridad el modo en que una época da transito a otra: “Hubo un tiempo en que el hombre tenía un cielo dotado de una riqueza pletórica de pensamientos y de imágenes. El sentido de cuanto es radicaba en el hilo de luz que lo unía al cielo; entonces, en vez de permanecer en este presente, la mirada se deslizaba hacia un más allá, hacia la esencia divina, hacia una presencia situada en lo ultraterrenal, si así vale decirlo. Para dirigirse sobre lo terrenal y mantenerse en ello, el ojo del espíritu tenía que ser coaccionado; y hubo de pasar mucho tiempo para que aquella claridad que sólo poseía lo supraterrenal acabara por penetrar en la oscuridad y el extravío en que se escondía el sentido del más acá, tornando interesante y valiosa la atención del presente como tal, a la que se daba el nombre de experiencia[1] En este sentido, es que la razón se convierte en fundamento. Sin embargo, dicha condición no es posible para Hegel, si no se advierte la circunstancia de la libertad que remite de manera directa al papel activo de la subjetividad.

 

Así, la subjetividad, la individualidad y la autonomía comienzan a llenar los diversos espacios del pensamiento y de las manifestaciones del espíritu. La Experiencia de los hombres ahora es un asunto del mundo, y se advierte como constante y continua en el dominio de la naturaleza, en la preocupación que por la invención de la máquina y por la búsqueda de la regularidad, que son los primeros pasos de la ciencia moderna, la cual encarna las nuevas maneras de dar cuenta de la realidad. Los hombres ya no pueden ilusionar un mundo pletórico de entes metafísicos, la libertad no se realiza en un más allá, se hace acto concreto. Esto se expresa de manera maravillosa y sublime en el arte. El Renacimiento pronto mostró que la belleza es un asunto de la armonía, del equilibrio de las formas y de las técnicas, allí se buscaba concretar la tensión entre concepto y formas, que ha sido considerada como la esencia del arte. Así, los hombres prácticos empiezan a ser valorados como fundamentales en los nuevos espacios, que más o menos rápido se alejan de la cotidianidad del mundo rural para incorporarse a la naciente ciudad, a los lugares adoquinados y a las nuevas relaciones sociales mediadas por el comercio y por la economía del naciente capitalismo. La estática que caracterizó de manera importante -aunque no de forma exclusiva- a las comunidades premodernas, en donde se tenía claro el estrato social al que se pertenencia, con una configuración del tiempo de orden “natural”, es decir, se percibía como una extensión de los ritmos de la naturaleza y apenas se veían las alteraciones propias de los ciclos estacionales o de las cosechas; la experiencia con respecto al paisaje y la geografía se reducía para la mayoría de los hombres a unos pocos kilómetros circundantes al lugar de nacimiento, en donde el entorno era plenamente conocido; más allá de aquellas fronteras sólo unos pocos tenían la posibilidad y potencia para aventurarse. Todo eso se transformó gracias a la dinámica que introdujo el Naciente capitalismo, en donde la movilidad social se convirtió en un asunto de todos los días. Ya no era posible garantizar los órdenes establecidos, los hombres pudieron -y efectivamente lo hicieron- luchar por situaciones más favorables que condujeran con mayor rapidez a la satisfacción de sus necesidades y deseos. El mundo del cuerpo y de la sensualidad se expresó como una de las potencias realizables. Así, el hedonismo y el epicureismo, retornaron a la realidad activa de la cotidianidad. Por medio del arte que se descentró, esto es, rompió los lazos que lo ataron a la iglesia y de los grandes centros religiosos para incorporarse en las habitaciones y los espacios públicos. El arte ya no trató de manera exclusiva lo divino, por el contrario, ahora se inclinó por registrar y eternizar los actos concretos de los hombres.

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A García Márquez lo busca el poder (entrevista)

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De Gabriel García Márquez es conocida su afición al poder o, más exactamente, por los detentadores del poder. Este escritor asevera que él no busca al poder sino que el poder siempre se le atraviesa y afirma que este no se limita a los espacios ocupados por los burócratas sino que su forma más diáfana es el amor.

García Márquez siempre se ha codeado con presidentes a los que llama por su nombre de pila (Felipe, Fidel, Bill) y, durante mucho tiempo, opinó sobre la política de distintos lugares. En la entrevista que les presentamos, afirma que la noción de la democracia esgrimida por los Estados Unidos y Europa se limita a un formalismo basado en las urnas y a una limitada perspectiva de la libertad (hoy adoptada por CNN y varios medios de la américa hispanohablante).

Así mismo dice que hace mucho no ha leído a los críticos y desconoce que Harold Bloom, el pope neoyorkino y canonizador de la literatura del siglo pasado, lo excluyó del listado de los mejores escritores de esa centuria. Después de esta entrevista, hecha a mediados de los noventa, García Márquez fue empezando a recluirse en el silencio; en la política de su país sólo tuvo otra directa intervención: Cuando realizó un comercial para impulsar la campaña presidencial de Andrés Pastrana Arango (mandatario del país entre 1998 y 2002). La postura de García Márquez revela un suposición de superioridad moral que no la distinguía mucho de la que aún hoy promulga Vargas Llosa. Las diferencias entre ambos han radicado en el contenido de lo que dicen, incurriendo en obviedades que ellos mismos desprecian en sus literatura: la escisión entre forma y fondo:

La metamorfosis de Kafka por Gabriel García Márquez.

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Dos libros fueron fundamentales para Gabriel García Márquez, según se desprende de su autobiografía «Vivir para contarla»; el primero fue Las mil y una noches, libro con el que aprendió a leer en la escuela montessoriana de Cataca, y que prevaleció como una influencia durante su posterior obra; el segundo, La Metamorfosis de Franz Kafka, que lo   animó en gran medida a publicar su primer cuento en el diario El Espectador.  Esta es la impresión de la primera lectura de este cuento que significó un giro en la comprensión de la ficción para el escritor colombiano:

Vega llegó una noche con tres libros que acababa de comprar, y me prestó uno al azar, como la hacía a menudo para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a dormir con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: <Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto>. Eran libros misteriosos, cuyos desfiladeros no eran sólo distintos sino muchas veces contrarios a todo lo que conocía hasta entonces. No era necesario demostrar los hechos: bastaba con que el autor lo hubiera escrito para que fuera verdad, sin más pruebas que el poder de su talento y la autoridad de su voz. Era de nuevo Scherezada, pero no en su mundo milenario en el que ya todo era posible, sino en otro mundo irreparable en el que ya todo se había perdido.

Vivir para contarla. Gabriel García Márquez. Editorial Random House Mondadori. 2004. 

La isla, Dixon Acosta Medellín

LA ISLA.

A Gabriel García Márquez, hacedor de palabras.

El amanecer de aquel día, fue exactamente igual en todo el planeta. Me refiero a las acciones y reacciones de quienes en vano intentaron acceder a Internet, la gran red mundial de comunicación e información. El caos y la incertidumbre se fueron apoderando de las personas. Para aquella época, nadie necesitaba salir de su hogar a trabajar o satisfacer sus necesidades; ni siquiera para morir. Por ello, cuando Internet colapsó nadie supo qué hacer. Sólo a la madrugada siguiente, escuchamos desde la remota Aracataca, el sonido irreconocible de un telégrafo que intentaba comunicarse con alguien. Fue cuando supimos, los habitantes de esta gigantesca isla, que debíamos aprender a escribir con lápiz y papel.

Por:
Dixon Acosta Medellín
@dixonmedellin

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Isla Gabo. Ilustración Mil Inviernos. c.c. 3.0