Tag Archive | Muertos

En la ventana del estudiante. Por Lorenzo Acosta

Fantasma azul, Wolfang Schulze

 

Un fantasma lava platos. Acaso cocinó, acaso había invitado a alguien; acaso comió solo, o pensó que cocinaba en la soledad de los fantasmas.
En algún momento, como recordando la lógica de los momentos, se dejó caer de espaldas. Y los platos limpios tomaron más luz, un aura, mientras un vivo acudió a lavar los platos de esa cena. Y acaso fue el vivo quien apagó las luces.

Homenaje de un niño poeta muerto vivo a un viejo muerto muerto

Tristísimo y desamparado, Quiroga escucha al niño poeta muerto Bordoy, con tanta ternura, que le provoca volver a matarse ya muerto.

Juan Cruz Bordoy será el santo que besará las flores que queden cuando el mundo se acabe de volver mierda.  El dramaturgo Nefertiti Supelano en su monólogo «Mi escopeta la hurtó Horacio» ha afirmado que el homenaje de don Juan Cruz Bordoy a don Horacio Quiroga, sobrepasa los límites de la ternura que puede tener cualquier suicida.  Ahí está el diálogo entre dos generaciones de muertos: Uno representa el pasado muerto, y otro el futuro que está muriendo.  Encarnado en la vigorosa voz del niño que se va descubriendo poeta muerto. Y  revelando a ese muerto, bien muerto,  que jamás volverá salvo por los versos del bardo joven.

Traer a los muertos en boca  de otros muertos que aún no mueren del todo será:

  • a -¿ crimen pasional?
  • b – ¿humildad desenfrenada proclive a un frenesí casi erótico?
  • c- no sabe / no responde

Tengan el honor de disfrutar de este conjuro. Sus flores emanarán el rocío de un paraíso perdido y ya  no habrán días suficientes para calcular cada uno de estos versos tan profundos como el Sefer Yetzirá  de alguien que no quiere más que humildad y júbilo de muerte.

Homenaje a Felisberto Hernández

Hernandez

Este año se cumple el cincuenta aniversario de muerto del escritor uruguayo que hizo narraciones fantásticas nacidas de algo más profundo que la racionalidad; las intrusiones, el futuro erigido como una proyección de los recuerdos y las lágrimas que deforman las arrugas por las que circulan en un rostro que es nuestro y ajeno, hacen de la escritura hecha por Felisberto Hernández un entreverado camino lleno de desvíos:

 

Nostalgia de la luz (2010)

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Nostalgia de la Luz es un documental de Patricio Guzmán que es, de lejos, una de las piezas narrativas visualmente más bonitas que he visto. Este documental de 2010 es una mezcla de imágenes y de entrevistas que cuenta las historias entretejidas de un grupo de personas que se dedican a la observación en uno de los lugares más privilegiados para la astronómica del mundo: el desierto de Atacama en Chile. Este grupo de personas se divide en dos. Por un lado están los astrónomos que observan el cielo y por otro lado, están un grupo de mujeres que busca entre las piedras y la arena los restos de sus familiares desaparecidos. Muchos de ellos fueron asesinados y enterrados allí por la dictadura de Pinochet y sus cuerpos fueron preservados por la sequedad y la salinidad del desierto.

Casi en el final del documental, uno de los astrónomos nos revela aquello que tenemos en común los seres humanos con las estrellas. Read More…

La indignidad de García Márquez según Pier Paolo Pasolini

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Pier Paolo Pasolini publicó en la revista Tempo del 22 de Julio de 1973 un texto sobre «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez. El texto que reproducimos a continuación fue traducido por Roberto Raschella y ha sido extraído de Amsterdam Sur:

GABRIEL GARCIA MARQUEZ: UN ESCRITOR INDIGNO

Parece ser un lugar común considerar «Cien Años de Soledad» de Gabriel García Márquez (libro recientemente editado), como una obra maestra. Este hecho me parece absolutamente ridículo. Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados- a veces con espléndida maestría- por un guionista: tienen todos los «tics» demagógicos destinados al éxito espectacular.

El autor- mucho más inteligente que sus críticos- parece saberlo muy bien: «No se le había ocurrido hasta entonces- dice él en la única consideración metalinguística de su novela- pensar en la literatura como en el único juego que se había inventado para burlarse de la gente…» Márquez es sin duda un fascinante burlón, y tan cierto es ello que los tontos han caído todos. Pero le faltan las cualidades de la gran mistificación, las cualidades que posee, como para dar un ejemplo, Borges ( o en menor escala Tomasi di Lampedusa, si «Cien Años de Soledad» recuerda un poco al «Gattopardo» aún en los equívocos que ha despertado en el pantano del mundo que decreta los éxitos literarios).

Los críticos literarios deben tomar nota de un nuevo «género» o técnica, que ya pertenece históricamente a la literatura: el guión cinematográfico, y también el denominado «tratamiento». En el guión y el tratamiento, el autor tiene conciencia de que su obra no es literaria ya que se trata de estructuras provisionalmente linguísticas, que en realidad «quieren» ser otras estructuras: estructuras, puntualmente, cinematográficas. El autor de un guión o de un tratamiento es tanto más hábil literato cuanto más consigue obtener la colaboración del lector en la visualización de lo que está escrito provisionalmente. El asumir tal provisionalidad (esa voluntad de la estructura de ser «otra estructura») forma parte de la técnica literaria del guionista y, potencialmente, de su estilo.

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Un encuentro entre Pedro Páramo y Drácula

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Así como gran parte de las memorables películas de cowboys se filmaron en España e Italia y los ambientes de la glacial Antártida se escenificaron, con piezas de cartón, en estudios de los Estados Unidos, el encuentro entre Eduviges Dyada (personaje de la novela Pedro Páramo que hospeda a Juan Preciado) y Drácula se dio en la Bogotá de fines de los ochenta, cando todo parecía una fiesta y los actores de los «Meros recochan boys» pasaban noches enteras de festejo y grabaciones. Les presentamos el momento en el que dos tradiciones literarias se vieron a los ojos y el miedo fue el sentimiento preciso para regresar a un sarcófago:

Pihlip Roth en los cementerios (entrevista)

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Philip Roth es uno de los escritores vivos de los Estados Unidos que más aparece en los suplementos escritos en Latinoamérica. Su prolífica obra ha tocado su final sin que él haya fallecido; emitió un comunicado dando a conocer su retiro del mundo de la literatura (no se sabe si sigue escribiendo o no), generando que muchos se pregunten si es posible dejar de tomar un papel o sentarse frente a una pantalla y teclear algo, cualquier cosa, o si  el acto de escribir de manera reiterada puede convertir a quien lo perpetra en escritor independientemente de que publique. Les presentamos una entrevista hecha a Roth, poco después de la aparición de su última novela, en donde expresa que, con los días, pasa más tiempo en los cementerios despidiendo a sus amigos recién muertos:

El maestro jamás menguará: Q.E.P.D, Richard Matheson

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Richard Matheson ya está muerto. Uno de los grandes maestros  se ha ido a contar sus historias a los otros fallecidos que ocupan esa hilera interminable de seres eternos otrora mortales. Para hacerle un pequeño homenaje, a manera de misa de réquiem, les traemos la última página de «El hombre menguante» y la película «Más allá de los sueños», basada en la novela homónima de Richard, una crónica del más allá que ahora él habita:

Estaba sentado encima de las hojas.

Meneó la cabeza con estupefacción.

¿Cómo podía ser menos que nada?

De repente se le ocurrió una idea. La noche anterior había alzado la mirada hacia el universo exterior. Así pues, debía haber también un universo interior. Quizá varios.

Volvió a levantarse. ¿Cómo era posible que nunca se le hubiese ocurrido pensar en ellos, en los mundos microscópicos y submicroscópicos? Siempre había sabido que existían. Sin embargo, nunca estableció la evidente relación. Siempre había pensado en términos del propio mundo del hombre y de las propias dimensiones limitadas del hombre.  Había hecho suposiciones acerca de la naturaleza. Porque el milímetro era un concepto humano, no un concepto de la naturaleza. Para el hombre, cero milímetros significaba «nada». El cero significaba la nada.

Pero para la naturaleza no existía el cero. La existencia se sucedía en interminables círculos. En aquel momento le pareció muy sencillo. Nunca desaparecería, porque en el universo la no existencia carecía de sentido.

Al principio se asustó. La idea de atravesar interminablemente los niveles de dimensión uno tras otro era extraña.

Después, pensó que si la naturaleza existía en niveles interminables, lo mismo debía suceder en el caso de la inteligencia.

Quizá no estuviera solo.

De repente echó a correr hacia la luz.

Y, cuando llegó, se quedó mirando el nuevo mundo, con sus intensas manchas de vegetación, sus centelleantes colinas, sus gigantescos árboles, su cielo de cambiantes matices, como si la luz solar se filtrara a través de distintas capas de cristal pastel.

Era un mundo fantástico.

Había mucho que hacer y mucho en qué pensar. Su cerebro rebosaba de preguntas, ideas, y – sí- renovada esperanza. Tenía que encontrar comida, agua, ropa, refugio. Y, lo que era más importante, vida. ¿Quién podía asegurarlo? Era posible, era muy posible que la encontrara allí.

Scott Carey corrió hacia su nuevo mundo, buscando.

Traducido por María Teresa Segur

Mas alla de los sueños 🙂 from 888 Guerreros Cosmicos on Vimeo.

Werner Herzog en los corredores de la muerte

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Werner Herzog fue a los corredores de la muerte de las prisiones de los Estados Unidos y salió con cuatro documentales. Uno de ellos, él más impactante para muchos, fue el de James Barnes, rodado en 2010. Esta historia navega en el extraño arrepentimiento del condenado y su apego a la vida aunque discurra entre grilletes, la carencia de gotas de lluvia y el extraño piar de un pájaro enclavado en el alféizar.

Carlos Kleiber se perdió para este mundo pero no para el de su papi

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Tanto las mamis como los papis nos encierran con su amor; hacen hogares de los que nunca salimos pese a que, físicamente, no estemos compartiendo los espacios con ellos. Si existe el infortunio de dar con alguien que utilice un hacha metafísica que te prohíba mirar por la ventana, te reprochará el que aún recorras la sala que tu papi y mami construyeron para ti, te dirá que tienes un sinnúmero de complejos acuñados por Freud, de esos que han ido creciendo en su verborragia, pasando del alemán al francés y deviniendo en argentino de capital, hasta que uno termina optando por escoger dos o tres de ellos, leyendo los manuales como un horóscopo y luciendo ciertos rasgos como carta de presentación ante los demás acomplejados.  Carlos Kleiber nunca pudo dejar de lado las partituras de su papá (Erich Kleiber): las ejecutó, buscando perfeccionarlas en ese oficio tan enigmático como es el de director de orquesta. También se casó con una mujer a la que obviaba en sus coqueteos permanentes y, sin embargo, cuando ella murió, él también decidió dejar de respirar. Kleiber se ha constituido en uno de los mitos musicales del pasado siglo, quizá el más reconocido de Austria: