Los Supersónicos: 50 años de una promesa de futuro incumplida

El domingo 23 de septiembre de 1962 se estrenó en Estados Unidos el primer programa de la serie animada, producida por Hanna y Barbera, Los Supersónicos. En ese entonces esta serie solo tuvo una temporada con 24 episodios. Posteriormente se volvió a lanzar, contando con dos nuevas sesiones, en 1985 y 1987, sumando en total 75 episodios que marcarían en muchas mentes un imaginario de un porvenir amigable y deseable acorde con el estilo de vida americano. Para algunos futuristas, como Matt Novak, fue la primera temporada la que indiscutiblemente definió el futuro para toda una generación de norteamericanos, teniendo un profundo impacto en la manera de pensar y hablar el futuro.

Aunque para muchos Los Supersónicos era sencillamente la adaptación futurista del exitoso programa Los Picapiedra, de la misma productora, la serie al ubicarse en una proyección futurista rebasaba las expectativas comunes de un show animado.

Por una parte, la serie Los Supersónicos fue una de las últimas proyecciones futuristas con  visión positiva del mundo venidero; lo que estaba acorde con el furor económico que estaba viviendo Estados Unidos para la época y la consolidación de este país como una superpotencia mundial.

Por otra parte, como lo sostiene Novak, debido a la masiva influencia de esta serie en los norteamericanos es que existe un sentido de frustración respecto al futuro que nunca fue.

Como recientemente escribí en un correo a los participantes de la Plataforma Futugramma: «Se suponía que para este año (2000) tuviéramos carros voladores, electrodomésticos que hicieran todo para nosotros, ciudades totalmente integradas con las necesidades del individuo: sí, estoy pensando en Los SuperSónicos.» Este tipo de reclamos al futuro que nunca fue me pondría, en palabras de Novak, en el lado de los «Retrofuturistas rabiosos».

Esta actitud propiciada para muchos en parte a la influencia de Los Supersónicos, la explica Novak diciendo que para muchos esta serie no solo fue vista en clave de futuros posibles, sino como una promesa de futuro. Evidentemente, llegamos al año 2000, al futuro para muchos, y aún no volábamos en propulsores de jet personales: esto es frustrante.

Debido a mi edad, Los Supersónicos que me tocó vivir fue la de los años 80; según muchos expertos como Novak, no el mejor momento del cartoon.  En esa época todo era tan artificial, brillante y confuso que me generaba la misma sensación de extrañeza que ver unos dibujos como Los Simpsons o Tom y Jerry. Reductos de un mundo que sabía existía pero al que no pertenecía. Eran estilos de vida que se parecían a los que veía a mi alrededor, pero que sin embargo no llegaban a parecerse a la realidad más cercana. Se trataba de un futuro, evidentemente, pero no recuerdo que fuera el futuro que de niño deseaba; por la misma razón que se trataba de la proyección de un modo de vida que, sin ser totalmente ajeno, no era el mío. Seguramente sí se trataba de un show mucho más estimulante y grato de ver que la televisión nacional de esa época. Pero seguía necesitando de un ejercicio de traducción para asimilarla completamente.

Pensar en Los Supersónicos como la promesa de un futuro incumplida, desde el terreno en donde lo veo ahora, es solo un filón de un futuro muerto asociado a una forma de vida norteamericana que durante tantos años se ha querido globalizar. Un futuro muerto no muy distinto a las utopías de otras sociedades, como la nazi o la fascista, en su tiempo. Sin duda alguna remueven sentimientos estéticos y alcanzan algún grado de melancolía. Pero no es un futuro muerto que se haya asentado en el cuero de nuestras expectativas como niños que crecíamos en el miedo y la desesperanza de un país asaltado por el terrorismo y la narcoguerra.

Todavía estamos en mora de elaborar un sueño de futuro que pueda morir dignamente a la altura de nuestras expectativas.

Matt Novak: «50 years of The Jetsons why the show still matters«

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