No todo el mundo ama a los astronautas

Ralph Steadman

Un extracto de Fear and Loathing in Las Vegas, del Dr.  Hunter S. Thompson:

Era muy extraño sentarse ahí, en las Vegas, y escuchar a Bruce cantando cosas tan fuertes como “Chicago” y “Country Song”. Si la administración se hubiera molestado en escuchar las letras, toda la banda hubiera sido reprobada y expulsada.

Muchos meses después, en Aspen, Bruce cantó las mismas canciones en un club atiborrado de turistas y un astronauta retirado… (el nombre ha sido borrado por la insistencia del abogado del editor) y cuando la última tanda se acabó, _ vino a nuestra mesa y empezó a gritarle a Bruce todo un enredo de palabrería borracha-superpatriota:  “¿Cómo se atreve un maldito canadiense a venir a insultar este país?”

«Oye, amigo”, dije. “Soy americano, vivo aquí y estoy de acuerdo con todas las putas palabras que dice.”

En ese momento aparecieron los  cancerberos de la hierba riéndose irónica e inescrutablemente y diciendo: “Buenas noches, caballeros. El I Ching dice que es momento de estar tranquilos, ¿ok? Y nadie molesta a los músicos en este lugar, ¿está claro?


El astronauta se fue, rumiando sobre cómo usar su influencia para “hacer algo, condenadamente rápido” sobre la inmigración de estatuas. “¿Cómo es tu nombre?”, me preguntó, al tiempo que los de seguridad lo calmaron.


Bob Zimmerman”, dije. “Y si hay algo que odio en el mundo, es un maldito polaco, imbécil.”
¿Piensas que soy polaco?, y gritó: “¡Maldito estafador! ¡Todos ustedes son mierda! Ustedes no representan este país.” ¡Jesús!, roguemos al infierno que tú no”, murmuró Bruce, __ todavía estaba desvariando cuando lo echaron a la calle.


La siguiente noche, en otro restaurante, el astronauta estaba engullendo su comida -totalmente sobrio- cuando un niño de catorce años se acercó a la mesa y le pidió un autógrafo, __ fue algo reservado al principio, fingiendo vergüenza, luego garabateó su firma en el pequeño pedazo de papel que el niño le dio. El chico lo miró por un momento y luego lo partió en pedazos y lo botó en el regazo de __.

“No todo el mundo te ama, hombre”, le dijo. Luego se volvió a sentar en su propia mesa, a unos dos metros de distancia.

El grupo que estaba con el astronauta quedó boquiabierto. Eran unas ocho o diez personas -esposas, administradores e ingenieros de alto nivel, haciendo pasar a __ un buen rato en el fabuloso Aspen. Ahora solo parecía como si alguien les hubiera rociado la mesa con splash olor a mierda. Nadie dijo nada. Comieron rápido y no dejaron propina.

Demasiado para Aspen y los astronautas. A __ nunca le hubiera pasado algo así en Las vegas.

Tomado de la edición original de A division of Random-House, Inc.

Traducción Mil Inviernos.

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