Vengan todos a soñar: La invención de Hugo Cabret

«Usted sabe ajustar un reloj y reparar un reloj de iglesia, pero ¿ha pensado usted alguna vez que nuestras vidas también son relojes mecánicos?» El reloj mecánico. Philip Pullman.

Hugo Cabret es un niño huérfano, que vive en una estación de tren, en donde ayuda a su tío borracho a a justar los mecanismos del reloj. Su único amigo es un autómata quebrado, que es a la vez el único recuerdo que le queda de su padre; tal vez por ello, Hugo guarda la esperanza de que cuando el autómata se arregle le revele una gran verdad de su progenitor.

La historia transcurre en París, en los años de post-guerra; la ciudad luz es una ciudad completamente mecanizada y habitada por una gran cantidad de niños huérfanos por la guerra y que, como Hugo, deben recurrir al robo para sobrevivir el duro ambiente. Una de estas pillerías del protagonista, en un puesto de juguetes, en donde es descubierto, le cambiará la vida para siempre. Sentirá que nunca es suficiente en cuanto pérdidas se refiere, conocerá personajes cada vez más perversos y sentirá la impotencia de un maquinista cuando ve toda su carrocería irse al ruedo.

Esta aventura en la que se embarca Hugo, negándose a perder los últimos vestigios de humanidad en el áspero mundo mecanizado, le conducirá a profundizar en esos personajes que antes aborrecía, demandándoles, no pocas veces sin lágrimas, que le devuelvan lo que más es suyo, sus recuerdos y la búsqueda de un sentido en medio de la oscuridad.

Como todo en la magia, es en la oscuridad que acontece lo fantástico.

En esta oscuridad, Hugo se da cuenta de su verdadero propósito en la vida, que va más allá de ser un relojero, se concibe entonces como un  ser «reparador». A su modo de ver, y como se lo explica a Isabelle -a quien conoce en las circunstancias de su desesperación-, un objeto roto es como una persona sin propósito, que tiene un daño que no le permite realizar las cosas para las que fue creado.

Los personajes que antes se presentaban tan terribles,el inspector de la estación, el juguetero,  aparecen ahora como seres rotos, quebrados, que han perdido desde hace mucho tiempo su razón de ser en el mundo. Esta es entonces la razón por la que el inspector sea incapaz de sonreír y la profunda aberración del juguetero por todo lo que tenga que ver con el cine.

Indagando en el personaje del juguetero, los niños descubren que detrás de este huraño anciano se esconde todo un pasado maravilloso, un universo fantástico del que solo se pueden intuir las ruinas. Este anciano perverso, no es nadie más sino George Meliés.

Tras haber caído en el olvido después de la guerra, Papá George víctima de la convulsionada sociedad europea en la guerra, abandona la creación cinematográfica, vende los rollos de su película que son utilizados como material de tacones y decide montar un puesto de juguetería que le ayuda a sobrevivir a duras penas junto a su cónyuge y diva, Jeanne D’Alcy, olvidando todos sus años de gloria, cuando se mantuvo como cineasta activo de 1896 a 1914. Ya no había lugar para los sueños en el mundo, Meliés en un momento de la película se lamenta:  «Durante la guerra los soldados han visto tanta realidad que no tienen mente para los sueños».

Esta película, con maravillosos efectos en 3D, es un gran homenaje, como una metáfora, de los inicios del cine y un tributo a los fantásticos años del cine clásico.

No es casual que Hugo viva en una estación de tren. Hoy, cuando sentimos la cercanía de los elementos por efecto del 3D, y precisamente a través de este efecto, se nos trae a la memoria la reacción de los primeros espectadores de la película La llegada del tren a la estación (1895), que en realidad gritaban y se alarmaban por la viveza de la sensación del movimiento del tren sobre ellos.

Uno podría quedarse en el discurso meta-cinematográfico de La invención de Hugo y decir que se trata de una película sobre las películas. La película, aunque tiene este elemento, no se reduce a este recurso lingüístico; a pesar de esto, más bien plantea de nuevo lo necesario que es para el arte – no solo el cine, en la película son recurrentes las aluciones a los libros de aventura y ciencia ficción, desde Stevenson hasta Verne- volver a incitar al asombro, a lo fantástico y a los sueños.

«Vengan y sueñan todos conmigo», dice al final Meliés, cuando se le brinda una gala a su honor en París. Es la invitación de un pasado glorioso a un presente que olvida constantemente la importancia reparadora de la fantasía.

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