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Presunción humanoide

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He renunciado a ti
como lo hace el mendigo
ante el juguete caro
que llevaría a su hijo
En la voz de José José

Cayó con el traje puesto y las decepciones necesarias para fijar la mirada en lo que ocurre al otro lado de sus anteojos negros.
Una mirada de alguien o algo más, unos ojos adjudicados y pintados sobre esa placa blanca y humanoide que un hacedor, humanoide también, le otorgó sin propósito alguno: como los pájaros apostados en los cables de la ciudad.
Sin la solución del sueño ni la discontinuidad de los mortales brotan los días y las noches y no pasa nada pese a que digan que ha pasado todo: como el sarampión (¡Oh pequeño sarampión/ a nadie matas/ a todos enfermas!).
Bien lo dijo un transeúnte borracho que le conversó una tarde húmeda:
– No me ha pasado una mierda pero mire cómo estoy de vuelto mierda.

Y, si los demás murieron por haber nacido sin vivir, él adolece de eternidad reciclable; alguna vez, en muchos años, flotará por el mar y verá discurrir a los peces que también respiran para morir. Quedará atrapado, junto a delfines y tortugas, en una inmensa red de plástico y será parte del golfo de una isla de basura y flotará hasta un postrer incendio, cuando el resto del planeta también sea tragado por las llamas: como las llamas  engulleron a La Paz y Puno y luego mugieron imitando a vacas viejas.

Fue enviado como cirujano o paciente y, en ambos caso, padece la resaca de no tener resaca ni un solo recuerdo que recrudezca su un asomo de desdicha. Porque, salvo por el Asperger vinculado a su irrefrenable deseo de masturbarse, no hay más afección.
Los que esperaron a Godot tuvieron la certeza de que algún día iban a morir pero él no ha nacido y no perecerá.
Cuando ya esté calcinado junto a todo el planeta, su espera continuará aunque sus formas hayan pasado por dispares metamorfosis, transformando a su espera en algo limítrofe con la nada sin ser nada o no ser nada.

El cumpleaños de la bestia Glenn gould

Felices ochenta, Glenn. Si estuvieras vivo aún, tu sillita ya estaría tirada en el suelo y deberías interpretar el piano con los brazos estirados hacia arriba, tocando con tus manos temblorosas y manchadas por los años, una versión más de las variaciones Goldberg de Bach. No llegaste a anciano, en realidad, jamás saliste del líquido amniótico que supuso tu aislamiento de la vulgaridad y lo vacuo y que ahora llaman Asperger. Un especialista en tu obra dijo que, más que gusto por la música, te encantaban los sonidos. Hoy día todo suena con un dejo de Glenn y la ene vibra a través del espacio, llamándote en la eternidad. Siempre cumplirás muchos años y tu condena de haber nacido es la condena de los demás de sabernos unos malogrados, como te lo confesó Thomas Bernhard.

En este enlace podrás ver el documental «Les variacions Gould» de Manuel Huerga.