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Yo besé a Glenn Gould

El pianista ideal (¡él nunca decía Pianist sino Klavierspieler!) es el que quiere ser piano, y la verdad es que todos los días me digo, al despertar, quiero ser el Steinway, no el ser humano que toca el Steinway, el Steinway mismo quiero ser. A veces nos acercamos a ese ideal, decía, nos acercamos mucho, cuando creemos estar ya locos, casi en la vía de la demencia, que tememos más que a nada. Glenn, durante toda su vida, quiso ser el Steinway mismo, odiaba la idea de estar entre Bach y Steinway sólo como mediador musical, y de ser triturado un día entre Bach y Steinway, un día, según él, quedaré triturado entre Bach, por un lado, y Steinway, por otro, decía, pensé. Toda mi vida he tenido miedo de quedar triturado entre Bach y Steinway, y me cuesta el mayor esfuerzo sustraerme a ese temor, decía. Lo ideal sería que yo fuera el Steinway, que no necesitara a Glenn Gould, decía, que pudiera, al ser el Steinway, hacer a Glenn Gould totalmente superfluo.

Thomas Bernhard, El malogrado. Ed. Alfaguara.

 Acá puedes leer las primeras páginas de la novela de Bernhard dedicada a Gould: primeras páginas de El malogrado. 

El escritor realizado, por Humberto Dib

EL ESCRITOR REALIZADO

HUMBERTO DIB*

Después de muchos años de recorrer editoriales y agentes literarios sin ningún éxito, creyó que había llegado el momento de reconocer su fracaso, pero el escritor no quería morir sin dejar su huella en el mundo artístico, no era justo que su nombre terminase -ignoto- en las necrológicas del diario de su pueblucho. No, su suicidio tendría que ser un manifiesto descomunal, cargado de simbolismo dramático, como así también la carta de despedida, la cual debería ser brillante, trágica, conmovedora. Suicidio y nota de despedida: eso sí que sería recordado. Comenzó con la tarea que consideró más fácil. Escribió cuatrocientas setenta y dos cartas en un año y tres meses de febril actividad, pero, a pesar de la excelente calidad de las mismas, ninguna le pareció que estaba a la altura de sus sentimientos o de su nivel como narrador. Una mano amiga le allanó el camino: a hurtadillas le sustrajo el material y lo llevó a decenas de editoriales. Tusquets, Anagrama y Alfaguara en seguida se interesaron por el trabajo. La puja la ganó Anagrama que publicó el libro de inmediato. En poco menos de cinco meses, El escritor realizado -así se llamó la obra- llegó a las cinco reediciones y vendió más de cuatrocientos mil ejemplares. Superaba así las últimas producciones de Martin Amis, Roberto Calasso y Michel Houellebecq, todas juntas. Sin embargo, el escritor aceptó el éxito con una frialdad pasmosa. Un año después murió de manera extraña, ya siendo famoso y reconocido mundialmente, pero no dejó ninguna carta de despedida. Si fue suicidio o no, hasta ahora la policía no tiene elementos para determinarlo.

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