Acerca de Mansa presencia de la muerte (CONECULTA, 2022) de Eduardo Hidalgo
por Ana Alejandra Robles Ruiz
Es frecuente escuchar que los grandes temas de la literatura son la vida, el amor, la muerte. Sí. Pero es que la revisión de la literatura de todas las épocas y latitudes confirma esta sentencia: la presencia reiterada de dichos motivos, así como su tratamiento tan profundo, son prueba de ello. En lo concerniente a la muerte, ¿qué es, por ejemplo, la Divina comedia de Dante Alighieri sino una obra maestra de la literatura universal que explora, dentro de otras cosas, las vías que aguardan por nosotros después de morir? O ¿qué es Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, sino la obra más importante de la literatura española que, además de ser la primera novela moderna, es una alegoría de la vida que avanza hacia su término en la muerte? Y no olvidemos en México los casos de La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, donde el avistamiento del fin detona la rememoración de una vida que ya fue; El luto humano de José Revueltas, novela en la que la muerte es agente de sufrimiento y personaje principal; o el mismísimo Pedro Páramo de Juan Rulfo, en el que la muerte es la articulación entre realidad y ficción, entre realismo y fantasía. Y así puedo continuar.
Publicado en 2022 por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas (CONECULTA), Mansa presencia de la muerte es un poemario escrito por Eduardo Hidalgo Ruiz, que toma su título de unos versos de “Nuevamente” de José Emilio Pacheco: “Mansa presencia de la muerte, el oleaje/ que se pone a tus pies”. Es un libro que propone reflexiones en torno a la muerte a partir de la evocación de anécdotas e imágenes de seres queridos, más precisamente familiares, que perdió el hablante poético. Es un poemario escrito por momentos en un tono melancólico, otros en uno de reconocimiento e incluso a veces en uno de curiosidad poética e intelectual. Mansa presencia de la muerte invita a recorrer lo que ya no está, a enfrentarnos cara a cara con nuestra soledad imposible, con lo vivido y lo perdido, pero sobre todo con lo que queda por venir. Al igual que otro poeta chiapaneco, el de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, Hidalgo escribe acerca de la muerte que lo atraviesa como hijo, hermano, sobrino, primo. De ahí que el acto de desenmascarar el yo-lírico a partir de fotografías y la nota final del poemario, sea percibido por nosotros los lectores como un guiño de generosidad por parte del poeta, quien ha resuelto desnudarse y hacernos sitio en su intimidad.
En términos formales, el poemario de casi 100 páginas está compuesto por 50 poemas, distribuidos en cuatro apartados: Uno) El orden de la ausencia, Dos) Una gran pregunta Tres) Felicidades por tu dolor y Cuatro) Alguien lloró. “La historia que el hijo” es el primer poema de El orden de la ausencia, así como del poemario mismo. Es un poema significativa y estratégicamente colocado, en el sentido que relata la escena de la muerte del abuelo del hablante poético, quien observa cómo su madre siendo niña ve caer sin vida, cual árbol, a su padre, inaugurando así una genealogía de la muerte que la atravesará a ella y por lo tanto también al hablante:
[…]
La niña que es mi madre en el recuerdo
refleja en el ahora un sobresalto.
Y, en su niñez ausente
[…]
yo veo tres flores rojas que se forman
[…]
sobre la dura espalda del que será mi abuelo,
del hombre que ahora cae como un árbol.
Y todo lo que oigo es tropel,
[…]
y siento la ausencia que empieza a crecer
y a formar ramas.
El resto de los poemas de este apartado dan cuenta de otras muertes, la del padre del hablante, la de sus tíos, su primo. Pero sobre todo, da cuenta del hecho de que:
A todos algún día
nos llegará el Gran Muerto,
el gran árbol que cae
y sacude nuestro todo.
[…]
(“El gran muerto”).
Mi Gran árbol cayó el 6 de marzo de 2010. Ese día dio inicio la genealogía de la muerte, de esta que es mi vida. Mas mi bosque tiene por lo menos tres árboles más. Yo espero seguir viéndolos intentar tocar las nubes.
La segunda parte de Mansa presencia de la muerte (Una gran pregunta), destaca por tres aspectos. Uno) Se suma un yo-lírico, en itálicas, al discurrir sobre la muerte: los muertos del hablante, sospechamos: “[…]/Cuando todos hablan y piden y rezan/ y lavan con cuidado mi memoria,/ yo busco un equilibrio en el vacío/ y mi alma es una cuerda que se mueve/ y se mueve y se mueve/ sin mi cuerpo” (“No se llama el silencio”). Dos) La versificación juega visualmente con formas que, en consonancia con el contenido, recuerdan el oleaje del mar, el correr del agua de la lluvia por los caminos, del agua por los ríos. El agua como metáfora de llanto, lamento, pero curiosamente también como metáfora de la génesis de la vida. Tres) La reflexión acerca del oficio poético desde la noche que: “[…] cae siempre como una gran pregunta” (“La noche (final)”):
Escribes,
Silencio,
como si nada
y vas cubriendo con tu tinta exacta,
tu tinta transparente,
todo
lo que rodea
estas palabras (“Escribes (1)”).
La tercera parte del libro (Felicidades por tu dolor), es sobre el hermano perdido, sobre el hermano que queda y somos al marcharse ese otro con quien compartimos madre. Mientras que el apartado final (Alguien lloró), de tan solo dos poemas, da cierre al poemario con una “Canción” que recuerda el cante jondo, por ser una especie de grito primitivo del alma que llora la pena de la muerte con la luna como testigo:
[…]
Y con agua de mar
(“el mar que llevo dentro, solo y ciego”),
y con agua de mar
moja mi queja:
queja,
queja que jamás escuchan;
queja, queja
que se seca,
aunque seque no
secará.
Agrego que a lo largo del poemario de Hidalgo Ruiz encontramos una serie de fotografías en blanco y negro de los muertos del poeta, que se colocan, no como complementos, sino como piezas que hacen parte clave de Mansa presencia de la muerte. Las fotografías aprisionan instantes, modelan personas y recuerdos, eternizan ficciones: empezando por la de la vida. Me conmovió de forma especial la imagen de las exequias del padre del poeta, donde se puede apreciar el féretro en el centro, un grupo de mujeres vestidas de negro alrededor y, en cada extremo, dos varones adolescentes vestidos de blanco, guardiando, pareciera que más que el cuerpo del difunto, a dichas mujeres. Uno de los dos varones es Hidalgo a sus 16 años de edad. Asimismo, me sorprendió gratamente encontrar al final del último poema del libro, un código QR el cual me dirigió a Spotify donde pude escuchar una musicalización de este título a cargo de la banda Luna negra. Así, Eduardo Hidalgo se muestra también como un poeta amigo de su hora y de su tiempo, que a su vez le apuesta a la interdisciplina y a las colaboraciones. ¡Bravo por eso!
Por último, aunque hay más por decir, es válido afirmar que Mansa presencia de la muerte se suma con decoro a la lista de las obras que dan cuenta de uno de los grandes y más importantes temas de la literatura de todos los tiempos. Su adhesión es consciente, trabajada y muy particular: en diálogo con la tradición occidental e hispanoamericana, al tiempo que en vínculo con otras artes como la música y la fotografía, ampliando así el concepto de poesía. Sin duda un libro que toca en lo profundo y el cual da mucho material para hablar y reflexionar.