Último día del tour de Francia dos días después de su final
Campeón: Tadej Pogacar (Eslovenia-UAE)

La llamada generación del noventa en el ciclismo pasará muy pronto al lugar donde pocos la recordarán. Luego del arrebato con el que aparecieron ciclistas como Quintana o Doumolin, esperaron por la partida de quienes les precedieron (Froome, Contador, Nibali) sin saber que vendrían unos niños a decirles que el talento sí existe y que ni siquiera es tu culpa el quedar condenado a la medianía.
Medianía misma que yo experimento cuando leo a grandes cronistas que, con soltura, escriben como yo jamás podré y tienen diez años menos y cobran por lo que hacen y viajan, así sea con tapabocas. En todas las disciplinas operan las comparaciones; están los que dan el salto a las grandes industrias editoriales, los reconocidos por editores autodenominados independientes y los que se quedan en las trincheras de una página.
Ahora me figuro a Nairo Quintana corriendo alguna de las llamadas Clásicas de su departamento – en Colombia llaman así a competiciones de tinte municipal que duran tres días a lo sumo-, bronceado por los días en la cordillera; los fanáticos le recordarán que el escándalo del dopaje no es más que la suma de menesteres que debe pasar un sudamericano cuando decide correr en Europa, nacidos de la envidia o una siniestra forma de entender al mundo en donde no se le permite a un hombre tan humilde como él – humildad de la que se suele hacer gala en el país al punto de convertirse en el pivote del orgullo nacional y ciclístico- alcanzar su deseado maillot amarillo. Pero el deseo es tal porque jamás se sacia y Quintana deseó el amarillo y lo continuará deseando en esas clásicas. Es un final como el de cualquier hombre que ha envejecido. Y los ciclistas son hombres cualquiera.
Doumolin tendrá un futuro más corporativo. Quizá en las filas de algún equipo. Hablará con parsimonia y se sorprenderá ante los rendimientos marcianos de los muchachitos que, más jóvenes cada vez, asaltan el pelotón mundial de los ciclistas. Otros, como Roglic, regresarán a sus casas silenciosas y referirán su amistad con ese hombre nueve años menos que le ganó el tour de Francia de la pandemia.
La generación de los treintañeros se va con muchas promesas incumplidas. En unos años no la recordarán mucho pues la narración de este juego es proclive a llamar monstruos y hacerles desfiles de honor a los ganadores: hay una vindicación marcial que explica por qué tanto cultor de este deporte se siente atraído por figuras militares o es afecto a los gritos nacionalistas y la erección de estatuas.
La generación del noventa será tragada por las apariciones estelares, así como este diario se quedará en el reducto que le corresponde. Aparecerán grandes libros, premiados, donde relaten la gesta de Tadej Pogacar y afirmen que ganó “solo” el tour para así instaurar su poderío en la competencia francesa. Habrá cientos de cantos sobre los logros de los niños precoces y feroces que han hecho recordar a los abuelos, ya muchos muertos y, en el medio, quedarán los atrapados en sus prospectos. Y no importa: habla mejor de ti lo que no tuviste y el lugar donde nunca entraste que los momentos en que levantaste los brazos y alguien te dijo «campeón».