La necesidad del corazón (quinta entrega)

Edison Delgado Yepes, escritor nacido en Ecuador, nos ha permitido publicar, por entregas, su novela “La necesidad del corazón”. Acá podrán leer el episodio anterior.

olas

Con el tiempo a Tuco se le ocurrió la idea de mandar a construir un gran asador de un tanque partido en dos y ponerse, con su hermano, a vender chuzos, choclos y chorizos por las noches, pero sólo en los fines de semana. Todas las noches la calina del desierto se refrescaba hasta el punto de que los turistas salían a pasear por el malecón abrigados hasta el cuello. En cambio aquel frío era del gusto de las mujeres extraterrestres y una de ellas, una simpática chica de una de las lunas de Júpiter, llamada: XPR899, siempre lo venía a buscar a Tuco con la finalidad de que él accediera a reproducirse con ella, pero Tuco estaba más concentrado en el negocio de darle la vuelta a los chuzos para tener un ingreso extra. Pero fue tanta la insinuación de aquella mujer hermosa, que Tuco no tuvo más remedio, que encargarle el negocio a Pepe Viche y subir al segundo piso de su casa de madera con aquella alienígena tan simpática como exigente. En la cama aquella mujer lo hizo vibrar a Tuco de una manera impresionante y cuando ambos acabaron el acto sexual, ella le transmitió una energía corporal, que lo hizo sentir, al débil enfermo, completamente rejuvenecido, por un par de días. Tuco no sintió con tanta fuerza los achaques del cáncer durante ese lapso de tiempo. Pero siempre que tenía sexo con estas bellas mujeres alienígenas, sentía por varios días, que las piernas le temblaban, como si estuviera su organismo completamente debilitado. La bella XPR899 lo siguió visitando hasta cuando un día le anunció que él iba a ser padre, entonces, se desapareció del mapa, para alivio de Tuco. Por las noches Tuco pensaba en XPR899 y su hijo pero aquel pensamiento no le daba mucha ansiedad ya que aquella criatura no sería un humano de verdad al ser engendrado en el vientre de una mujer de otro planeta.

Nori

Todo lo que vivimos

Las canciones que cantamos

Se perderán en el olvido

Como si nunca las hubiéramos entonado

Las cosas que nos dijimos

Las experiencias que pasamos

Cuando te desmayaste

Cuando le arrojaste el cuchillo a Juanito

Todo, absolutamente todo

Quedará en el olvido

Por las mañanas, los hermanos Andolini, corrían olas en el salinero de la isla del Miramar, y ambos hermanos disfrutaban del deporte. Pepe Viche había desarrollado una técnica excelente para tubearse de espaldas en el salinero de la isla del MIRAMAR, y cuando venían las tormentas y las aguas se revolvían, los chicos tenían que cuidarse en el agua de no ser mordido por una serpiente de coral, que nadaban bastantes desapercibidas hasta cuando las tenías encima con las pequeñas mandíbulas abiertas, enseñando su paladar tan negro como venenoso. La belleza de las olas cristalinas, cubriendo a los surfistas en cámara lenta, era algo impresionante, bastante extraordinarias. Tuco pronto aprendió a pegarse unas tubeadas impresionantes, mientras otros, se limitaban a bajar las tandas de las olas para luego saltar al agua, sin preocuparse de correr todo el resto de la pared, que se quedaba desaprovechado, tal como lo hacía PAPELITO. En una ocasión Tuco se trepó en la camioneta de Flychi con PAPELITO y mientras iban rodando se prendieron un bate, y de pronto, después de un rato, se le encendió la locura a PAPELITO y con el vehículo rodando a toda velocidad se saltó por la ventana y cayó rodando en la arena del desierto como un comando paracaidista, pero, peligrosamente por el sendero de arena de la carretera y sin que le pasara nada y sin que se le rompiera un hueso, se levantó y se puso a hacer autostop como si no hubiera pasado nada.

A Pepe Viche lo visitaba una señora mayor, viuda, y con un gran parecido a la actriz nicaragüense Bárbara Carrera, y ambos se encerraban en su cuarto y se abandonaban a largas sesiones de sexo. Priscila necesitaba fumar bastante yerba para librarse de todas las inhibiciones y disfrutar completamente del sexo con su joven amante. Su rostro maduro era el típico rostro de una mujer caucásica, urdesina, de espalda musculosa, piel llena de pecas, trasero redondo, discreto, pero también tremendamente sexi. Cada vez que Priscila lo visitaba a Pepe Viche, éste tenía que salir de la casa con el frío de las noches salineras e ir a comprar salami ahumado al mini market de un alemán que los despachaba hasta altas horas de la noche. El hombre había sido profesor de física en el Rubira y cuando se retiró no regresó a Berlín sino que se casó con una argentina y se quedó en salinas preparando y ahumando sus deliciosos salamis y vendiéndolos en su mini market a orilla de la playa.

A la señora Priscila le encantaba que Pepe Viche le lamiera el culo y que la jodiera con fuerza hasta hacerla terminar. Esa era la forma como ella se quitaba todo el estrés que le producía su agitada vida social en la alta clase social a la cual ella pertenecía. Cuando la señora Priscila lo visitaba a Pepe Viche siempre le traía un poco de dinero y Pepe Viche la desvestía y le mamaba las ricas y redondas tetas que la señora poseía. Los pechos de la señora eran generosos blancos y llenos de pecas que se regaban hasta los hombros.

Pepe Viche siempre la incordiaba a la señora pidiéndole que lo conecte con sus amigos ricos, para ver si ellos, le encargaban un trabajo como arquitecto, alguna ampliación; alguna redemodelación o alguna instalación de estructuras metálicas; pero la señora Priscila siempre le daba largas al asunto, ya que en el fondo, sentía vergüenza de que sus amigos encopetados conocieran a su joven y musculoso amante. Cuando Pepe Viche reconoció aquel detalle se sintió herido en lo más profundo de su orgullo, ya que eso demostraba, que la señora no tenía ni fe ni confianza en su capacidad como profesional de la arquitectura. Pero decidió quedarse callado y no seguir incordiándola con ese asunto. Entonces volvían los ataques de nervios, las tembladeras en las piernas, y los shakes que le estremecían todo el cuerpo y se ponía a caminar imparablemente de un lado para otro y sin poder controlarse salía a caminar y caminar y no había forma de detener esa caminadera por toda Salinas y a veces se iba trotando desde Salinas hasta Santa Elena. Pero aún así la ansiedad y las angustias no se le iban a Pepe Viche y a veces se desesperaba de su situación y pensaba en el suicidio. En la vieja y antigua casa de Guayaquil el padre de Pepe Viche había tenido una pistola de cartucho 14, pero ya no sabía qué había sido de ella, también tuvo una escopeta recortada del 12 con la que disparaba al aire durante las celebraciones de fin de año, pero tampoco sabía de su paradero. Todo era tan triste y desesperado para Pepe Viche, que ni siquiera sabía cómo suicidarse para terminar con su miserable existencia.

Como la señora Priscila se mostraba reacia a conseguirle un trabajo, Pepe Viche le empezó a pegar sablazos de dinero y ella aceptaba gustosa prestarle su tarjeta de crédito para que él comprara comida, ropa, o pagara los impuestos prediales de la casa de playa y sobre todo los impuestos de la luz que se habían disparado tan terriblemente.

Esos tipos de la Empresa Eléctrica se habían convertido en una verdadera mafia sindical, que con fines políticos provocaban apagones peligrosos. En unos de esos apagones misteriosos la madre de los Andolini de setenta y ocho años se cayó por las escaleras y se partió la cadera y nadie podía meterse a demandar a esta mafia y las oficinas de protección al consumidor no servían para nada. Y encima se atrevían a mandar planillas de consumo con precios exorbitantes, como si los Andolini fueran una familia multimillonaria. Lo mismo ocurría con la Empresa de Agua Potable, que provocaba daños en las tuberías y cortes de agua con fines políticos, como medio de presión a las personas que de una u otra manera eran consideradas como blancos políticos de la odiosa prensa catódica o escrita.

Mientras la señora Priscila se encontraba en la cama con Pepe Viche, en el piso de arriba, Tuco se bañaba con agua dulce y tibia, y escuchaba los estridentes y pegajosos acordes de una canción de Leo Sayer: You make me feel like dancing, que provenían del piso de arriba. Y el corazón de Tuco se le llenaba de verdadera felicidad y la sombra de la incertidumbre de la muerte ya no lo atormentaba. En aquellos breves momentos se podía ser feliz con lo poco que le había dado la vida: un hermano que le gustaba chulear a las viejas ricas.

Vivir en la playa es el sueño dorado de cualquier persona que ha trabajado en la ciudad el suficiente tiempo como para contraer una úlcera provocada por el helicobacter pílori y la presión del estrés. Ahora todo lo que quería Tuco Andolini era vivir sin experimentar ninguna clase de problemas. Ninguna clase de problemas, ninguna complicación. Quería llevar una vida tan tranquila como ubérrima y llena en todo momento de verdaderos éxtasis.

Su única preocupación era cómo decirle a su hermano Pepe Viche que él estaba condenado a muerte. Una muerte terrible a causa de cáncer al estómago. Desde que el fantasma de la muerte rondaba en la existencia de Tuco, éste empezó a cambiar su forma de ser: ya no era el ser esquivo e introvertido en que se convirtió cuando se retiró del azaroso mundo de las ventas. Ahora parecía tener la cabeza sumergida en profundos pensamientos metafísicos, como si tratara de comprender, de comprender, completamente, el gran paso que iba a dar cuando su cuerpo deje de ser y ya no exista más.

Su hermano Pepe Viche no se terminaba de percatar de ese cambio tan profundo que se operaba en el alma de su hermano mayor. Pero de vez en cuando sí notaba que Tuco se comportaba con todo el mundo como si se estuviera despidiendo de sus amigos, como si antes de partir, quisiera dejar arreglados todos sus asuntos.

Tuco aprovechó la noche, mientras su esposa dormía, para llamar a Katty de Cuenca y decirle lo de su enfermedad.

Ella quería verlo cuanto antes. Le tenía que confesar que se sentía miserable por asistir a los cultos dominicales de los mormones completamente drogada y que cuando iba a una fiesta de estos chicos con las luces encendidas y sin alcohol en la mesa, simplemente, se daba cuenta que ese no era su mundo y que estaba al borde de la deserción…

Katty era preciosa aún con el rostro demacrado por el excesivo consumo de droga. Ella no tenía necesidad de entregar el culo al pusher para que le de droga porque cuando necesitaba dinero o se lo pedía a sus amigos o se lo pedía a Tuco y éste le resolvía todos sus problemas. A veces Katty le ayudaba a Tuco con una venta de vehículo y su amante le daba unos billetes por su colaboración. En una ocasión ella quería ir a visitarlo y se vino en avión y Tuco la estaba esperando en el aeropuerto y de ahí se fueron a la playa. Ella con esa piel tan sensible se quemó bastante, y por la noche, estuvo padeciendo por el dolor que experimentaba en su piel. Tuco, desesperado, la cubría con toallas húmedas, le encendía el aire acondicionado a toda potencia y le daba de beber suero Pedyalite. La belleza de Katty le invitaba a Tuco a mimarla ya quererla con dulzura. Muchas veces le hacía el amor tiernamente, que arrancaba de ella deliciosos quejidos y conseguía que ella lo amara mucho más de lo que se pudiera amar en este mundo.

Tuco le gustaba joder con su chola cuencana, porque ella, a diferencia de su esposa, no le ofrecía resistencia cuando él la quería penetrar por el culo. Ella se preparaba antes de cada fornicación duchándose bien y lavando a la perfección el recto para no embarrar a su amante de eses fecales, porque había oído que eso a la larga daña la próstata, que la glándula se llena de parásitos y todo eso produce inflamación y cáncer.

Cuando Tuco iba a Cuenca llegaba a su departamento y se metía en la cocina a preparar un sabroso bistec y ella se desnudaba y se metía en la cama a ver televisión. Le gustaba ver mucho las películas de Starsky y Hutch y la serie de LOS ANGELES DE CHARLIE. Desde que frecuentaba la compañía estable de Tuco, los ataques de paranoia habían disminuido. Tuco le daba seguridad y le hablaba siempre por teléfono o la iba a ver para tranquilizarla y para tratar de convencerla de que deje de fumar base. Cuando Katty experimentó una fuerte taquicardia, entonces, se asustó y dejó de fumar base. Para entonces ya había abandonado la universidad y se había retirado de la iglesia de los mormones porque se sentía mal al ir drogada a escuchar las enseñanzas bíblicas. Se sentía una mentirosa y una engañadora, aunque sabía que Dios la miraba cuando fumaba maduro antes de ir al Templo, cuando se ponía a cantar los himnos, completamente drogada y cuando iba a comer el pancito de la salvación todas las mañanas del culto de los domingos.

Todo el mundo que leía los periódicos, creía, que con el aterrizaje de todas esas naves alienígenas en el desierto de CAPAES, la religión se iba a terminar y sin embargo, nada de eso ocurrió, sino que todo el mundo –después de la primera conmoción en los periódicos y en la televisión-, siguió viviendo su vida de manera normal, salvo que ahora existía el componente extraterrestre, que tomando la forma de mujeres de la noche, se había regado por todas las calles para ofrecer el servicio nocturno más apetecido por los terrícolas: el sexo extraterrestre, que tenía fama de rejuvenecer a los hombres y de curar enfermedades no muy graves.

A veces, por las noches, de lunes a viernes, ambos hermanos se acostaban en las hamacas del porche, y mientras se balanceaban, hablaban como una pareja de esposos que están conversando con mucha intimidad y confianza sobre los términos de su divorcio.

Recordaban cosas y anécdotas del pasado como cuando se reunieron después del colegio para tomarse unos vasos de Guanto y al principio no les cogía el asunto hasta que después les reventó eso en el cerebro y Pepe Viche se quedó soñado en la cama de un amigo, completamente inconsciente con el mundo volteado para atrás y cuando despertó veía todo de color rojo y los rayos del sol le parecían celestiales  y se sentó en una silla y pedía agua para beber, pero cuando terminaba de dar unos sorbos la mano no le respondía o como que se olvidaba que tenía un vaso de vidrio en la mano y lo soltaba y el vaso se hacía añicos en el piso. Y Tuco salió a la calle y no podía caminar bien y hablaba y hablaba con amigos y luego parpadeaba y ya no había nadie y se metió a un taller de artefactos usados, creyendo que era la casa donde estaba su hermano y se puso a gritar de desesperación. Posteriormente lo vieron corriendo sin zapatos y echando espuma por la boca por las calles del centro, pero nadie podía agarrarlo porque era rapidísimo.

Tuco se había casado con una escritora, que luego resultó ser bisexual, y que nunca quiso darle hijos. El placer del sexo con aquella mujer llamada Irene, siempre era intenso, ella se desesperaba cuando su esposo le provocaba los orgasmos, pero a Tuco no le gustaban sus amistades, que lo miraban a él de una manera extraña y como si él fuera un hombre más cercano a la clasificación de rival y enemigo, que otra cosa. Ellos eran unos intelectuales que consideraban aquel matrimonio como algo indigno para ella. Irene, poco a poco, se fue dejando arrastrar por la rivalidad y la tirantes que le provocaba estar casada con un mercachifle, completamente ignorante. Ella era una mujer de cultura y no le gustaba viajar a la playa y embarrarse el culo de arena, tostarse e inflamar su piel con el sol, caminar en medio del desierto y todas esas tonterías de las noches de farándulas salineras. Al poco tiempo de casarse con su marido, se decepcionó de todo aquello, y decidió no enredar más el asunto al no darle hijos porque sabía que la separación y el divorcio vendrían tarde o temprano. A Irene, lo único que la mantenía casada junto a Tuco era el dinero, ¡bendito dinero!, ¡precioso y divino dinero! Dinero que le permitía viajar a Galápagos, llenarse los dedos de manos y pies de anillos de oro amarillo y oro blanco, usar los perfúmenes más caros, comprar bellas y caras obras de arte pictórico, hermosas esculturas y alfombras persas verdaderamente divinas.

Este tipo de pensamiento indignaba y enfurecía a Tuco, hasta que un día no lo pudo soportar más y fue a hablar con su abogado.

El abogado de Tuco reunió y habló con la joven pareja, y decidió divorciarlos por mutuo consentimiento y por diferencias irreconciliables. Ante la sociedad Tuco prefería mantener la imagen de ser completamente ignorante de la bisexualidad de su esposa y por eso no mencionó ese asunto en los tribunales.

Entre las distracciones de Tuco se encontraba la lectura del Selecciones del Reader’s Digest y la revista National Geographic. También investigaba por Internet todo lo que más podía sobre el mal que lo aquejaba y que pronto lo llevaría a la muerte. Para Tuco, después de Irene no volvió a existir otra mujer, ya que Irene lo había castrado muy bien al pobre Tuco. Ella le había atrofiado el cerebro con la aplastante idea de que las mujeres aniñadas son crueles, egoístas y abusadoras.

Tuco miraba pasar la vida como si fuera una obra de teatro en la que el protagonista principal era su pobre hermano, fracasado, Pepe Viche y la multitud de mujeres que desfilaban por su vida. Curiosa obra de arte de un pobre ser cuyo destino lo convertía en un triste y filosófico dandy.

Siempre se preguntaba el motivo de la existencia.

Nunca llegaba a comprender el motivo de su venida a este mundo miserable en el que el hombre estaba condenado a trabajar como esclavo para sobrevivir, en el que tenía que mentir día y noche y aprovecharse de los ingenuos para conseguir colocar un maldito vehículo. Tuco se había cansado de luchar tan duro de esa manera: mintiendo y esforzándose por sacar una pequeña renta para tener un dinerito para comprar la comida de la semana. Cada vehículo que llegaba a sus manos él lo transformaba y lo volvía a vender un poco más caro y luego seguía el asunto de la cacería de vehículos en forma infinita para seguir cosechando pequeñas cantidades de dinero. Viéndolo bien todo aquello era enfermizo, pero Tuco no sabía nada más en la vida para ganarse la vida. Su matrimonio había consistido en pagar dinero a una vaca a cambio de placer. Irene lo supo exprimir hasta la última gota, pero Andolini siempre sospechó que ella nunca lo había amado y que por eso nunca le dio hijos.

Sin un hijo la vida no tiene sentido

Aquella prolongación de uno mismo

Es y no es, diferente, a mí mismo

Se parece a mí

Pero no soy yo

Tiene su propia identidad

Su propia alma

No permites

Que sufra por mis pecados

Yo sé

Que lo que te pido

Es imposible

Pero

Te lo pido

Porque es mi hijo

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