El síndrome del pedestal (vigecimotercera entrega)
Les presentamos un nuevo capítulo de “El síndrome del pedestal”, la novela escrita por Ernesto Zarza González, acá podrán leer la entrega anterior:
XXIII.
-Fantasmas que rondan por el Infierno de Dante-. Círculo octavo (Fraude). Aro V: Rateros y tramposos.
“Corremos unos tras otros como caballitos de tío vivo, sin alcanzarnos nunca”.
JEAN PAUL SARTRÉ, ‘A puerta cerrada’.
– Algo se me ocurrirá; tengo la necesidad de levantar billete como sea –decía Mateo- El negocio no está andando muy bien…
– Cuando decís “negocio”, ¿a qué te referís? –quiso saber Ortega.
– A todo, Eduardo, a todo –respondió Mateo, con gravedad-. La chuta está mosca con la cuestión de los secuestros, gentileza de tus colegas –Eduardo hizo una ligera venia, un irónico agradecimiento por el reconocimiento dado al loable trabajo de los medios-, como si fuera mucho más relevante eso que todos los niños que se mueren de hambre en el país… –Mateo culminó con cinismo, como si el secuestrar, torturar y ultrajar personas no fuera un asunto relevante.
– Te recuerdo que la moda mediática ahora ha pasado a los pibes que no tienen nada qué comer en Tucumán –aleccionó Ortega-, por lo que a tus colegas los han dejado algo de lado.
– Pero igual siguen jodiendo –continuó, terco y con la idea fija sin salirle del caletre, Mateo-. ¿No les digo que los tombos andan muy pendientes? Por otro lado, esto acá no me está dando mucho, únicamente lo necesario para comer. Ya los tipos no les gastan el trago adecuado a las chicas; siempre les dije a estas turras que no se hicieran amigas de los pibes, que los tuvieran a raya, ellos como clientes y ellas del otro lado. Yendo al tema de los desarmaderos, he de decir que ahora salen muy caros, pues los policías quieren ser socios en vez de recibir sobornos; parece que se sienten más honrados los hijueputas si uno los tiene para compartir las ganancias y no para comprarlos, como si, en el fondo, no fuera lo mismo. Como les digo, algo tiene que ocurrírseme, pero no puedo seguir así, con esta falta de plata. Estoy pensando en asociarme con un hombre por ahí, no creo que lo conozcan, que tiene la plata para pagarme la mitad del negocio y, por si fuera poco, tiene buenas ideas para aplicarlas aquí.
– Si es para mejorar, socio, cualquier cambio es válido –sostuvo Enrique-. ¿Está seguro de que éste es el caso? ¿Conoce bien al tipo con el que piensa asociarse? Sepa que un paso en falso puede enterrarlo. Por otra parte, dejaría de ser el dios único en este mundo; no tengo noticia de algún dios que voluntariamente haya accedido a abrirle paso a otro para que le dispute el cetro celestial… Cronos devoraba a sus hijos.
– El que no arriesga no gana –afirmó Mateo, como si fuera un filósofo dedicado a producir aforismos para ser memorizados, esgrimiendo la frase hecha-. Tengo que lanzarme a la empresa como sea: la desesperación tiene cara de Gorgona. Si me va bien, hombre, ¡bienvenido es! Si me va mal, no es la primera vez que empiezo de ceros. Igual, siempre me quedará algo por hacer aquí.
– Che, Mateo ¿y no te irías a Colombia de nuevo? –inquirió Eduardo, pensando que sería otra opción que se podría tener en cuenta.
– ¡No, qué va! –expresó Mateo, quien de solo pensarlo sentía que se le ponía la carne de gallina-. Allá la policía debe seguir tras de mí –dijo riendo-. La situación en Colombia no está como para que yo vaya a buscar que me agarren y me encanen. Guerrilla, paramilitares; el capo al que serví está en la cárcel, sus secuaces también, no conozco a nadie con quien trabajar… No, prefiero quedarme aquí. ¿Es que me estás echando? –terminó preguntándole con humor al periodista.
– ¡Al contrario, mi querido Mateo! Siempre es bueno ver que pibes como vos prefieren quedarse dándole una mano a la Argentina –comentó, con ironía, Eduardo-. Lo que no entiendo es por qué tanto revuelo de ustedes hacia lo que pasa en su país. Che, acá también hay secuestros (de hecho, tenemos aquí, frente a nosotros, a dos metros de nuestras cabezas, a uno de los zares del campo); acá hay, según me ha dicho Enriquito, más robos y choreos, o por lo menos los mediatizan más, hay pobreza, la mayor corrupción del mundo, nenes que se mueren de hambre, piqueteros, cortes de rutas, programas de chimentos, “barras bravas”, todo lo que quieran. Aunque aquí no tenemos ese espectáculo salvaje del que me han hablado, esas corridas de toros, la violencia endémica se ha agravado desde que surgió esta grave crisis que estamos atravesando. ¡Y pensar que algunos pedían el regreso del mayor de los garchas, de Carlitos, siendo que por él y su corte de ladrones es que estamos así! Ya ves por qué mucha gente aquí desearía tener la fuerza victoriosa y digna que hay en Colombia, la fuerza que nos libere de tantos ladrones que hay en el gobierno, de la corrupción generalizada que existe en la sociedad: entre los jueces, los periodistas, los políticos y los demás, todos unos chantas…
– Hombre, Eduardo, déjeme decirle una cosa –lo interrumpió Enrique-. Desde que llegué he tenido que escuchar más de una vez a los argentinos hablando del conflicto colombiano como si supieran mucho de él. Les concedo la razón a los que creen en la utopía de la lucha guerrillera en su país, pero no admito que hablen delante de mí de aquello que desconocen. Sí, la lucha nació como una forma ideológica y militar de derrocar el régimen democrático para darle paso al socialista; sí, busca una supuesta igualdad entre los seres humanos; sí, cree que la revolución liberará al proletariado de la opresión a la que la burguesía y la clase dominante lo ha sometido durante siglos enteros; sí, atestigua un poder basado en la fuerza del pueblo, en la lucha para y por el pueblo, en el rompimiento de cadenas atávicas y de resignaciones ancestrales. Todo lo que usted quiera, pero la lucha no se puede llevar a cabo sin el apoyo, precisamente, del pueblo al que dicen querer liberar. Lo que he visto es que en Colombia la guerrilla ha perdido el favor popular…
– Che, ¡cómo vas a decir eso! –exclamó el argentino como si hubiera sido víctima de un paroxismo de terror-. Entonces, decime por qué, después de tantos años, siguen luchando. Sin el apoyo popular, dudo mucho que pudieran hacerlo.
– Eso es lo que digo, socio –repuso Enrique dirigiéndose a Mateo-. No saben lo que se vive allá y creen que pueden decirle a uno, que ha estado veintiocho años de su vida entre el conflicto, cómo son las cosas. Mire, Eduardo: en las zonas en las que ha estado la guerrilla no se ha visto ningún provecho para el pueblo. No se ve que hayan construido escuelas, que les hayan brindado tierras a los campesinos, que hayan tratado de hacer progresar un poco más las regiones en las que están situados. Por paradójico que parezca, las partes más atrasadas del país son aquellas en las cuales la guerrilla ha asentado sus reales. ¿Por qué en las zonas que ha dominado no les ha entregado tierras a los campesinos? ¿Por qué no los han organizado para que trabajen la tierra que van conquistando? Si su fin último debe ser ése, según lo que establece la doctrina marxista que dicen seguir. Lo lógico es que les fueran dando parcelas para que cultiven en ellas, para que produzcan bienes, en la medida en que van controlando tierras, y deriven de esos cultivos su sustento. Pero no se ha visto nada así. Al contrario, al atacar cuarteles de policía en los pueblos, terminan destruyendo casas de la gente humilde. Mao Tsé Tung dijo que “el revolucionario debe andar dentro del pueblo como pez en el agua”, haciendo alusión a que, al estar en zonas campesinas, el revolucionario debe lograr su apoyo, lo que no se ve en Colombia, en donde parece que ese pez está ahogándose porque salió de su elemento.
– ¿Así que vos sos zurdo? –preguntó Eduardo, un poco confundido por las palabras de su amigo- No lo hubiera supuesto; más bien creía que sos un meditador trascendental, pero no material, por lo que la dialéctica de Hegel y su inclusión en la teoría marxista sería algo que a vos no te caería…
– Amigo mío, si algo me ha enseñado el egoísmo de los niños es que el sentimiento que deriva de la propiedad privada hace que ésta le sea innata al ser humano –sostuvo Enrique Salas-. Contra ello no se puede pelear, por más que Rousseau pensara en la naturaleza buena del hombre y Marx fuera tan ingenuo de creer que su utopía comunista podía ser realizada. Pero con ello no quiero decir que soy contrario al socialismo o afín al capitalismo. Pienso que ambos tienen cosas buenas y malas, como todo en la vida. Ya le he dicho que no creo en los absolutos: el mundo y la vida me han enseñado la evidencia del relativismo.
– Por otra parte, estimado periodista –intervino Mateo-, los grupos de reaccionarios armados también tienen jodida a la gente. Antes de salir de Colombia fui testigo de cómo se fueron formando, pues el capo al que servía se alió con unos ganaderos y unos políticos para conformar uno de esos grupos. Si creen que alguien es amigo o que favorece a la guerrilla, hasta ahí llega; familias enteras han sido masacradas por causa de malentendidos y de atropellos de los derechistas, que no son más buenos que los que quieren eliminar. Pero por la falta de apoyo del pueblo es que esos señores paramilitares han tomado muchas partes del país que estaban en manos de la guerrilla. La cosa no es creer que en Colombia sería como en Cuba, en donde Fidel Castro se granjeó el apoyo popular. Está difícil, es una guerra que puede no terminar nunca.
– Socio, con voluntad todo se puede –pensó aclarar Enrique-. Hay que ver si se presentan las situaciones favorables para que se realice un verdadero y eficaz proceso de paz. Para eso, debe haber voluntad política de lograr un acuerdo; hay que tomar ejemplos, como el que se llevó a cabo con el M-19, el único grupo guerrillero que efectivamente supo ganarse la estima, el cariño y el soporte de la gente del pueblo. Si fue tan efectivo, ¿por qué no tratan de emularlo? Pienso que las cosas buenas hay que repetirlas, que no se es poco original o un mentecato si se sigue el ejemplo de aquellos que han hecho esas cosas buenas.