Cabildo: Las cartas del minero (III)
Cabildo es un pueblo pequeño que queda a una hora y media en bus de Valparaíso. Es Tranquilo y ha crecido rodeado por la cordillera, acunado sobre la tierra ocre rojiza que le da un aspecto desértico. La entrada a Cabildo se hace a través de túneles inmensos que atraviesan las montañas. A comparación de otras ciudades de Chile Cabildo no tiene mayor encanto, pero para muchas personas esa pequeña ciudad ocupa un lugar especial. El 11 de octubre de 1973 fueron asesinados allí siete hombres pertenecientes al partido comunista. Cinco de ellos eran empleados de la Sociedad Abastecedora de la Minería, un interventor de la mina la Patagua y el alcalde de la ciudad. Uno de esos hombres asesinados fue Faruc Aguad, el marido de Berta.
En 2007, después de varios meses de estar trabajando con Berta a ella se le ocurrió que sería buena idea viajar a Cabildo. La excusa para la visita era ver la nueva lápida que había hecho e instalado Daniela de la tumba de Faruc, pero esos dos días servirían para que Berta aprovechara para encontrarse con los viejos amigos, familiares y compañeros, para alejar a Benja y a Nahuel del televisor y para contarme a mí todas las historias que se le ocurrieran en cada momento del viaje.
Desde Valparaíso salimos los cuatro un sábado por la tarde. En el viaje de ida el joven encargado del bus terminó regañándome a mí porque Benja y Nahuel hicieron un desastre con los yogures en el piso y en las sillas. El señor asumió que yo era el jefe de la excursión y me dio una clase magistral sobre crianza, cuidado y control de niños en el transporte intermunicipal. Mientras el señor encargado me retaba, Berta miraba para otro lado como si no fuera con ella, como si no fueran sus nietos los de los gritos y el escándalo y el yogur regado. Cuando el señor se retiró fui yo quien regañó a Berta y terminamos riéndonos del incidente durante el resto del camino.
En Cabildo nos quedamos en casa de Juan -uno de los sobrevivientes de Cabildo- amigo de Berta de toda la vida. Juan, su esposa Mari y su hija -una niña blanca, preciosa como una muñeca de porcelana con el pelo enredado, cobrizo y brillante, con un rostro tan dulce como el de su mamá- vivían en una casita preciosa de madera a unas diez cuadras del centro de Cabildo. La familia vivía con un conejo blanco. Desde que lo obtuvieron estuvieron convencidos de que el conejito era una conejita y por eso lo llamaron Lulu, pero para cuando se enteraron del verdadero genero del conejito ya no pudieron acostumbrarse a tratarlo como a un niño y siguieron llamándolo la Lulucita. El conejo siguió siendo por mucho tiempo la tercera niña de la casa y fue así como conocí mi primer caso de transgenerismo animal. Mari tendría unos 23 años, y era una exquisita cocinera. Cuando llegamos a Cabildo nos recibió con una cena que incluía un pollo al horno delicioso con puré de papas, arroz, alcachofa y otros vegetales.
Esa noche tomamos vino y charlamos un buen rato. No pude dejar de sentir que Juan me estaba midiendo, como hacen siempre los chilenos cuando conocen algún foráneo: me miró desconfiado como intentando ver mas allá de mis ojos, como intentando averiguar mis segundas intenciones (los chilenos te miran de reojo, con extrañeza y te preguntan qué piensas, si estás de acuerdo con tal político o si apoyas al otro y así van viendo quien eres). Mientras Berta ponía a los niños a dormir Juan me preguntó que pensaba de Colombia, del presidente y de la guerrilla. Rolo como soy, para evitar una confrontación innecesaria y una incomodidad posterior me me limité a emitir opiniones poco controversiales y preferí escucharlo. Su visión de la guerrilla colombiana era mucho más romántica y cercana a los grupos de antaño organizados por los mineros del partido comunista que actuaban en las montañas de Chile durante la dictadura. Durante un rato más Juan estuvo contándome sobre su vida y su lucha y me describió algunas de las tácticas de guerrilla y de las maniobras que utilizaban cuando ellos mismos vivieron la represión de la dictadura cuarenta años atrás: se ocultaban en los arbustos y en los arboles, se desplazaban en la noche, se reunían cuando y donde nadie los iba a encontrar.
«Berta:
Dentro de todos los regimientos teníamos células y un comité local de puros militares que respondíamos al comité regional, ellos entregaban mucha información militar, conocíamos algunos altos oficiales que eran o ayudaban al partido, yo era un soldado ayudante de mi capitán Arangui, que después fue comandante del regimiento Granadero de Iquique. Él siempre en su casa cuando yo le llevaba el caballo a las seis y treinta de la mañana me decía, tengan mucho cuidado que es peligroso lo que hacen. Este señor de la noche a la mañana desapareció del regimiento y de Iquique y llegó otro comandante.
Recuerdo que realizábamos muchas cosas, un domingo a las dieciséis horas estábamos todos citados para una reunión donde el secretario político del comité local, él entregaría una información de los acontecimientos. Éramos unos treinta jóvenes responsables cada uno de distintas células que funcionaban en ese regimiento, la reunión la tendríamos en una barraca, colocamos los guardias respectivamente en toda la zona estratégicamente, para que observaran si alguien se acercaba. Estos cabros huevones, pasados de sueño se quedaron dormidos y cuando llevábamos unos 45 minutos en la reunión el nuevo comandante paseándose a caballo se les pasó y llegó al centro de la reunión sorprendiéndonos a todos . Cuando nos dimos cuenta ya era demasiado tarde y solo atinamos a levantarnos y a cuadrarnos delante de él. Se bajó del caballo, nos miró a cada uno y nos dijo ¿se dan cuenta de lo que hacen? con la fusta que tenia para pegarle al caballo en su mano nos pegó un fustazo que nos dejó rojo el pecho y se fue. Nosotros quedamos paralizados de susto, nadie decía nada, hasta que transcurrieron algunos minutos y llegaron corriendo los cabros que se habían quedado dormidos, todos nos repartimos a nuestros lugares de servicio a esperar lo que viniera.
Algunos cabros lloraban por que sabíamos lo que nos podía pasar, esa misma noche uno de nosotros salió del regimiento sin permiso, a buscar al compañero Américo y lo encontró, también quedo paralizado y retó al enviado nuestro. El compañero dijo: Alamiro y los otros 5 del contacto que se vayan y dejen el regimiento. Dijo que saliéramos en tren o a pie fuera de Iquique por las consecuencias, el dijo que esa misma noche nos van a detener y a fusilar una vez que hayan cantado todo y desarticularán toda nuestra organización y el compañero Américo también se fue a la pampa al trabajo más clandestino.
Nuestro enviado regresó al regimiento, los mas responsables lo estábamos esperando, llegó tipo dos de la madrugada, lo esperábamos con choca caliente, había en esa madrugada una camanchaca en el puerto arrastradita como dicen en el norte. Los caballos que había como unos mil ejemplares se movían nerviosamente, daba la impresión de que iba a pasar algo. Nosotros éramos unos 8 a 10 muchachos que estábamos armados también, para hacer fuego para defendernos de la camanchaca. Al resto los dejamos tranquilos durmiendo, lo que nosotros queríamos era que el partido nos diera las ordenes para tomarnos el regimiento por que en todas las informaciones políticas nos informaban en esa dirección pero cuando nos dijeron que debíamos abandonar el cuartel fue para nosotros como un balde de agua fría. Claro, tampoco estaban las condiciones para hacer algo de esa envergadura como tomarse el cuartel. Fue la primera vez que desobedecí la orden del partido y los otros también, nos quedamos a esperar lo que pudiera pasar, desde ese momento perdimos el contacto con la dirección, ningún viejo maricón se acercó a nosotros. Yo y los demás vivimos asustados por mucho tiempo esperando ser llamados, pero no pasaba nada, el comandante que nos había pillado, dos veces después lo vimos y cuando pasó por delante de nosotros nos dio una sonrisa. Después al tiempo lo sacaron y también desapareció de Iquique, parece que era amigo.
Mientras pasaba el tiempo mis padres seguían mal económicamente y de relaciones, mi madre había regresado de Copiapó y como era bonita llegó mas bonita por que mi viejo guzmán le decía en la noche, estas mas linda Carmen, te hizo bien el sur. Vivíamos en una casa de solo dos piezas para 8 personas, yo en el regimiento aburrido con ganas de salir , ya tenia mas de quince meses, fui ascendido a cabo segundo, después a cabo primero y posteriormente a sargento primero de reserva , me dio deseos de contratarme en el ejercito. Mas lo quería hacer por ganar sueldo. Con esos grados que tenia fui trasladado a Pisagua a cuidar por tres meses a los compañeros que estaban relegados, todo lo que había pasado quedó atrás en el olvido, pero los otros cabros no querían saber nada.
Yo y otros estamos siempre esperando, parece que me gustaba estar siempre en el peligro. Estaba en Pisagua para un primero de mayo, los relegados pidieron permiso para hacer un acto en el teatro principal, donde iban mas de 300 presos, les dieron permiso, presentaron una obra sobre la masacre de Chicago, discursos, el comandante que había se llamaba Luís Guzmán, él era el que estaba encargado de la seguridad de los presos políticos, después lo seguían tres tenientes y cuatro sargentos incluido yo. Después del acto felicitó a los responsables por la calidad del acto. Ese día yo quedé franco con otros cabros a las catorce horas y nos fuimos al muelle a buscar a un tío mío que era pescador, para ayudarle a lavar su bote a motor, después nos daba unos pesos para ir a tomar cerveza. Teníamos permiso hasta las doce de la noche. Andábamos unos ocho milicos cuando llegó un viejito alto y flaco y me dijo: – Alamiro, te traigo saludos de Américo- me corrió un frío por todo el cuerpo que los otros se dieron cuenta, yo no se si fui yo el que le contestó al compañero o me salió solo la voz. Y dije: ¿cómo está y dónde está? El me contestó solamente – Está bien- por que lo otro nada era lógico y yo seguí asustado y dije: -no quiero saber nada-. El me habló, te traigo una tarea Alamiro. Me volvió a correr una cosita por la sangre. Solo sabía que el gallo que había llegado era del partido. Lo de la tarea yo sabia que había que cumplirla y nada más. Lo único que pude hacer en ese instante fue decirles a los otros que nos fuéramos. Se me quedó mirando y me cerró el ojo. Espontáneamente mi ojo también se cerró. Cuando salí, entre mí, reté a mi ojo por que se había cerrado
Son cosas muy fuertes que quedan dentro de uno cuando uno quiere algo. Busqué a otro que era del partido y le conté, la respuesta del otro fue decir: -chucha, llegaron los viejos, ¿no te estas dando cuenta que en las bodegas hay muchos compañeros de Santiago? – yo cuando estaba en las bodegas no quería ni mirarlos por no tener problemas ni saber nada. Yo tenias mas de un mes y medio en ese puerto tenebroso, pasaba bien, me había olvidado de mis viejos, de mis hermanos pequeños que eran cuatro, dentro del olvido de ellos y del tiempo había muerto el mas chico que tenia mas o menos 7 años. Se cayó y se enterró un clavo en la frente. Quedábamos cuatro hermanos hombres y una mujer, que eran de los apellidos Guzmán. Yo quería quedarme en Pisagua con mi tía por que la pasaba mejor con ella y no pasaba tanta hambre y no tenía penas. Mi hermano Leandro, que es el que me sigue a mí, trabajaba en un rancho lavando platos, eso me contaba la gente amiga que podía entrar a Pisagua.
Después del encuentro de ese día del compañero, regresó a los dos días a entregarme la tarea. Estaba tan mal por la muerte de mi hermano, que a la presencia del partido esta vez le dije cuando lo vi que me diera la tarea y que le dijera al compañero Américo que nunca más. La tarea era que tenía que sacar a tres compañeros en el tren de esa semana fuera de Pisagua.
Bueno, mi amor, hasta aquí llego, son las dos de la madrugada, usted estará durmiendo, ¿verdad? Después le cuento como sacamos a esos compañeros y a otros mas que me encargaron. «
@loloelrolo
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