Burroughs y Kerouac dan Consejitos para el amor entre hombres

¡Oh divinas maricas que de lo puro maricas no se aman entre ellas!

¡Oh divinas maricas
que de lo puro maricas
no se aman entre ellas!

Les presentamos un extracto de la novela  «Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques» escrita por William Burroughs y Jack Kerouac donde se vislumbra la angustia, el frenesí y el sabor en la boca de esa machera llamada mariquismo:

Me senté en el sillón y Al se sentó en la cama.

– Ahora quiero comentarte una cosa increíble que sucedió anoche.

– Sí- dije yo, frotándome las manos.

– Bueno, pues cuando subimos a la azotea, Phillip se fue corriendo al borde como si se fuera a tirar y yo me asusté y le grité, pero él se paró de golpe y dejó caer un vaso desde allí. Me acerqué y me puse junto al pretil con él y dije: «¿Qué pasa?», y empecé a rodearlo con el brazo y entonces Phil se volvió y me besó apasionadamente en la boca y me arrastró con él por la azotea.

Yo le dije:

– Parece que lo estáis consiguiendo, después de cuatro años. Venga, sigue, ¿qué pasó entonces?

– Buenos, pues entonces Phil dijo: «Vamos a tirarnos a la calle los dos juntos, ¿te parece?». Y yo le dije: «¿Y qué sentido tiene eso?», y él me dijo: «¿No lo entiendes? Después de esto tenemos que…, no nos queda otra. O eso, o marchar.»

Así que le pregunté a Al:

–          ¿Qué quería decir con eso? ¿Marchar adónde?

–          No lo sé. A cualquier sitio, me imagino.

–          Bueno, Al,  en ese momento tú tendrías que haber dicho : “De acuerdo, queridísimo, volemos a Newark esta misma noche.”

Al se tomaba muy en serio todo aquello, aunque a mí me parecía bastante ridículo. Le había oído cosas así desde que lo conocía.

–          Bueno, para empezar no tenía dinero- dijo Al.

–          ¡Oh! No tenías dinero, ¿eh?- salté-. ¿Ya cómo esperas tener dinero si no mueves el culo del asiento? Vete a trabajar a un astillero. Atraca una tienda. Llevas cuatro años esperando esta oportunidad y ahora que…

–          Bueno, no estoy muy seguro de querer.

–          No estás seguro de querer qué.

–          Irme a algún sitio con él. Tengo miedo de que haya una reacción y no pueda conseguir nada.

Me fui a la chimenea y di un manotazo a la repisa.

–          Así que prefieres esperar. Mañana y mañana y mañana…, esperar hasta que te mueras. ¿Sabes lo que pienso? Que toda esa complicación con Phillip es como el cielo de los cristianos, una ilusión que nace de una necesidad, flotando por ahí en una bruma nebulosa y platónica, en ningún sitio, siempre justo a la vuelta de la esquina, como la prosperidad, pero nunca aquí y ahora. Te da miedo irte con él, te da miedo ponerlo a prueba porque sabes que no funcionará-

Al se estremeció, cerró los ojos y dijo:

–           No, no, ¡no es verdad!

Me senté en la silla y le dije:

–           En serio, Al. Si os fuerais a algún sitio, igual conseguías hacértelo con él. Al fin y al cabo, llevas cuatro años detrás d eso.

–           No, no me entiendes en absoluto. No es eso lo que realmente quiero.

Volví a saltar, sarcástico:

–          ¡Oh! Así que estamos ante un caso de amor platónico, ¿eh? Nada de cosas bastas y contactos físicos, ¿eh?

–          No- dijo Al-, sí que quiero acostarme con él. Pero deseo su afecto más que ninguna otra cosa. Y quiero que sea algo permanente.

–          Que Dios me dé paciencia- dije-. Paciencia, eso necesito.

Me tiré el pelo y se desprendió un mechoncito. Tomé nota mental de ir a la calle Veintiocho a comprar tónico capilar Buno. Contiene cantáridas y no hay como eso para detener la caída del pelo.

–          Ahora, escúchame- dije-. Voy a decirlo otra vez y lo diré despacito: Phillip no es marica. Puede que se acueste contigo, cosa que dudo de todas formas, pero algo permanente es imposible. A no ser que sólo quieras amistad, por supuesto.

Me acerqué a la ventana y me quedé cerca de ella con las manos enlazadas a la espalda como el capitán en el puente de su acorazado.

–          Lo que quiero es que me ame- dijo Al.

Me di la vuelta y saqué un palillo del bolsillo de la camisa y me puse a hurgarme una caries.

–          Estás chiflado- Le dije.

–          Sé que acabará pensando como yo- dijo Al.

Le apunté al pecho con el palillo.

–          Hazte con un poco de tela y verás como lo convences esta noche- dije.

–          No, no lo quiero de ese modo- dijo Al.

–          Pero lo que tú quieres es imposible.

–          No veo por qué tendría que serlo.

–          Bueno- dije yo-, por supuesto que el dinero no le importa en absoluto, eso ya lo habrás notado, ¿verdad?

–          Bueno, sí le importa, pero no debería importarle. No quiero admitir que es así.

–          Hechos, amigo, es hora de encararse a los hechos- dije poniendo un tono como de pére de famille burgués-. Por qué no haces algo contigo mismo, algo de lo que él se sienta orgulloso y pueda admirar. ¡Mírate, si pareces un vagabundo!

Tomado de «Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques», P. 27-30, Ed Anagrama. Traducido por Fernando González Corugedo

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