Muy latinos, muy maricas
Algunas veces, el escándalo de muchos cultores de la literatura proviene, más que de su apego a la tradición, de su desconocimiento de los clásicos. Entonces, cuando surgen escrituras donde las maricas bailan en fiestas y consumen drogas y alcohol hasta hartarse, las condenan por vanas y proclaman la decadencia de la cultura. Y si se les esgrime que, desde los griegos, muchos maricas ya danzaban y se besaban, ellos aducen el argumento de autoridad que trasunta los entusiasmos conservaduristas de poca monta y sus canonizaciones. Les presentamos un pasaje de «El Satiricón» de Petronio. Disfruten de este banquete en donde podría estar William Burroughs haciendo las delicias de los comensales:
23. Se reanudó, pues, el banquete y una vez más Cuartila nos invitó a beber: al son de los platillos se acentuaba su alborozo de bacante.
XXX
Entra entonces un indecente bailarín, la persona más insulsa del mundo y muy digno cliente de aquella casa. Tras unas palmadas de sus manos dislocadas y unos profundos suspiros, declamó un poema como este:
Aquí, acudid aquí en seguida, alegres maricones; apresurad el paso, venid corriendo, venid al vuelo, con vuestras piernas delicadas, con vuestras manos tentadoras; ¡oh ternura la vuestra, oh veteranía del amor, oh castrados de Delos!
Tras recitar sus versos, me escupió el más infecto de los besos. Luego, se instaló en mi lecho y, desplegando todo su vigor, venció mi resistencia y me arrancó las vestiduras. Me molió las ingles de mil maneras sin resultado alguno. Por su frente sudorosa caían arroyos de esencias y entre las arrugas de sus mejillas se veía tal cantidad de pasta, que aquello parecía una pared desconchada y a punto de derrumbarse bajo un aguacero.
24. No pude contener por más tiempo mis lágrimas y, reducido al colmo de la desesperación, le digo: «¿No habías prometido, señora, darme un embasiceto?». Se puso ella a aplaudir con cierta dulzura, diciendo: «¡Oh, qué hombre tan agudo! ¡La gracia inagotable de esta tierra! ¿Cómo? ¿No sabías que embasiceto quiere decir incubo?» Luego, para que mi colega no saliera mejor parado que yo: «Me remito a vuestra rectitud de conciencia-les digo-; ¿ha de ser Ascilto el único en la sala libre de servicio?» «Bueno- replica Cuartilla-, que le den también a Ascilto el embasiceto».
Ante esta orden, el íncubo cambia de montura y salta sobre mi compañero, a quien tritura con sus apretones y besos.
Gitón, entretanto, se había puesto en pie y reventaba de risa. Cuartila le echó el ojo y con el mayor interés preguntí a qúién pertenecía aquel muchacho. Le dije que era mi hermanito: «Entonces-replica-, ¿por qué no me ha besado?». Y, llamándolo a su lado, le aplicó un beso. Luego, introduciendo su mano bajo la ropa de Gitón y manoseando a aquel inexperto mancebo, dice: «Mañana esgrimirá amablemente sus armas como anticipo de mis delicias; hoy, después de un banquete regio, no quiero un plato vulgar.»
25.En esto se le acercó Psique, sonriente, y le susurró al oído unas palabras que no pude captar: «Sí, sí- dice Cuartila-; has hecho bien de advertírmelo. ¿Por qué no? ¿No es la linda ocasión de desflorar a nuestra querida Panucha?»
Al punto traen a una chiquilla muy bonita y que no parecía tener más de siete años; era precisamente la que al principio había acompañado a Cuartila a nuestro aposento. Todos aplaudían y reclamaban la boda. Yo quedé atónito y aseguraba que ni Gitón, un joven de los más recatado, se prestaría al descaro, ni una chiquilla de tan corta edad podría someterse a la ley impuesta a la mujer. «Bueno- dice Cuartila-. ¿Es ella acaso más joven que lo era yo cuando soporté al hombre por primera vez? ¡Persígame la ira de Juno si guardo algún recuerdo de mi estado virginal! Cuadno apenas sabía hablar, retozaba con los críos de mi edad; después, al correr de los años, me fui entregando a otros cada vez mayores, hasta alcanzar la edad adulta que veis. De ahí arranca, sin duda, aquel proverbio que dice: Podrá con el toro quien haya podido con el novillo«.
Así las cosas, y temiendo que en mi ausencia aún le fuera peor a mi hermanito, me levanté para asistir a la ceremonia nupcial.
26. Ya Psique había envuelto la cabeza de la niña con el velo colorado, ya el embasiceto abría la marcha con una antorcha en la mano, ya le seguían en larga hilera y aplaudiendo aquellas mujeres en estado de embriaguez. Habían dispuesto en la sala nupcial la alfombra de la profanación. Entonces, Cuartila, bajo el incentivo de aquella parodia voluptuosa, se levantó igualmente, cogió a Gitón por la mano y lo arrastró al dormitorio.
Era evidente que el muchacho no había puesto mucha resistencia; y tampoco la niña se había desolado y palidecido ante la palabra «boda». Encerrados ellos ya a solas, nosotros nos sentamos a la puerta de la sala. Cuartila, tomando la iniciativa, echó una mirada indiscreta por una rendija maliciosamente preparada y observaba con libidinosa curiosidad aquel juego infantil.
Con las caricias de su mano me atrajo a mí también a su lado para que presenciara la escena, y, como se tocaban las caras de todos los espectadores, aprovechaba los entreactos para acercar sus labios a los míos y darme, como de paso, unos cuantos besos seguidos.
Traducción de Lisardo Rubio Fernández. Ed Gredos