Feria madre (quinta entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

Ya hemos llegado a la quinta semana de «Feria Madre», la novela escrita por Pedro Pablo Escobar y con ilustraciones hechas por Pedro Pablo Escobar Muñoz. Para leer alguna de las anteriores entregas, basta con oprimir el número correspondiente: 1, 2, 3, 4.

Feria Madre 5

CAPITULO V.

LA PASIÓN  Y LA SUPREMA TENTACIÓN

Cada día, en las primeras horas, se organizaban grupos de trabajo para  aprovisionamiento de agua, alistamiento de estufas, preparación de alimentos, selección del menú del día según disponibilidad en  inventario de provisiones, consecución de vituallas en el pueblo más cercano o con agricultores del vecindario que les visitaban ofreciendo sus productos; otros estaban a cargo de recolectar y administrar los recursos financieros de la marcha y coordinar la logística. Aristos y Tulcano servían de mediadores entre los viajeros y Simónides, y vigilaban para que este no fuese asediado o visitado sin su consentimiento.

La marcha, aunque lenta, se aproximaba a su término. Simónides quería llegar solitario. Sentíase  incómodo en la multitud, los años en la gruta le habían dado un temperamento que no permitía compañía numerosa por tiempos largos. Así que se volvió rutina el que hiciera presencia a su auditorio una hora en la mañana y otra al atardecer, reiterando que él no era maestro de nadie y por tanto nadie tendría por qué abrogarse el apelativo de ser su discípulo. Iban a la gran feria y esta marcha era una aventura independiente a cada cual, y el que marcharan en grupo era apenas una coincidencia y comodidad para llegar a la feria grande.

Aquel día transmitió, a través de Tulcano, que no hablaría en la mañana. Y al atardecer habló:

“Está próximo el fin del camino juntos. Así que hoy debiera ser el día en que nos despidamos unos de otros, nos digamos los buenos deseos y luego cada cual, lento o rápido, camine hasta ciudad Esperanza y en ella ojalá halle el objeto de su búsqueda”

Algunos le escucharon indiferentes, otros con tristeza y otros presentían una próxima nostalgia insoportable.

-Puesto que esa es su decisión, la cual respetamos y acatamos, y  como su personalidad es ajena a la alabanza y a la crítica, – habló uno de los oyentes –  antes de partir quisiéramos conocer algo más de vos, quizás en el recuerdo reforcemos sus palabras y percibamos otras que se nos hayan escapado. De todas maneras serán aliciente en momentos de tristeza, freno en la exaltación de eventos venturosos y claridad en los obscuros vericuetos que tengamos que enfrentar en nuestras vidas plagadas de incertidumbre. Acompáñanos hasta mañana…

-Así sea – dijo Simónides -. Lo dicho por mí es desde la superficie. Son burbujas de un fondo indefinible, común a todos, cuna de todo arte y creatividad humanos. En el silencio brotan las ideas y hasta de los grandes ruidos así como de la mar en calma nacen tempestades. De este, mi fondo, brotan múltiples hilos a veces ásperos como roca bruta, a veces finos y pulidos como rayos de sol. Mas apenas intento tramarlos en la tela concreta, se desvanecen como humo de incienso o esencia de rosa vertida en el viento.  Es como el recuerdo de un sueño vívido que al despertar a la menor distracción se torna brumoso y sin siquiera migajas que contar. Me asaltan mil palabras para deciros, para consolaros y alegraros, mas apenas abro la boca solo pronuncio el eco que escucháis, apenas burbujas de lo que se revuelve acá en mi fondo. 

“Cuando hayáis consumado el goce y sufrimientos de la existencia terrenal, cuando hayáis saciado hambre y sed que la especie prodiga, entonces os espero para nuevas alegrías y nuevas tristezas. Pero ¿quiénes de vosotros han saciado la sed y el hambre, las alegrías y tristezas que la especie prodiga? He de seguir solitario mi camino.

“Hablo dentro de la especie para la especie. Considero a las otras y sus luchas. O quizá no, escribo de todas o de ninguna, o para mí o para nadie. Quizá sea atendiendo una necesidad de expresión sin fin alguno a no ser una necesidad interior sin repercusión en el medio. Inutilidad total, manera ancestral e incomprensible de asesinar el tiempo.

“¿Quién piensa y siente como yo que no sea yo? ¿Quién como yo que no sea yo? Esto es el milagro de la individualidad. Y, siendo yo, participo de la especie junto con los otros yoes. Este es el milagro de la diversidad en la unidad de la especie.

“¿Cómo saber para quién hablo? La fuente, el mensaje y su destino deben ser armónicos. Cuando hablo a vosotros ¿son vosotros a quienes realmente me dirijo? ¿O a mí? ¿A alguien de entre vosotros? O a nadie.”

Luego de una pausa, como ausente: -Quiero amputar de mi alma esa adicción por las causas perdidas. Bastará una victoria entre mil derrotas para sentir compensada mi existencia.

“Tengo una palabra. Mis caminos son de una vía. Si alguna catástrofe construye un regreso será por un sendero que no conozco.”

Calló, solicitó a Aristos que respetaran su soledad y alejándose del campamento se internó en el monte.

Sentado en una roca, entre sus cavilaciones, como era usual, ideas sobre dioses comenzaron a inundar su pensamiento: “Creíamos en la eternidad de los dioses, y eran apenas un suspiro en la pequeñez concebible. Miles de ellos han brotado y se han ido de la estancia humana. La especie continúa y tendrá su término, mas ¿a dónde habrán ido sus dioses? Hoy solo unos pocos soportan la agonía de una extinción próxima. Mi espíritu en un esfuerzo estéril, parece en momentos añorar asirse a sus recuerdos, siente una profunda nostalgia de las tempestades y cataclismos que sus iras desataban para enderezar nuestro espíritu sediento de razones, y doblegar nuestras falencias y esas calmas que, en los ratos de ocio, respiraban brisas voluptuosas en los lagos calmos y en los amaneceres y crepúsculos soleados. Eran golosinas que se dan a un niño, eran capítulos de un juego, mas ahora somos adolescentes y quizá estos sentires sean añoranzas de juguetes perdidos, solo eso. Hay pesar en mi corazón al saber que aun siendo nosotros ceniza sidérea, ellos apenas fueron humareda condensada, diluida y dispersa hasta la imperceptibilidad por los vientos del tiempo. ¿Qué ha sido de los dioses en la historia del hombre? ¿Y qué del hombre en la historia del tiempo?  Mi alma se rebela. Siento regresar su pesantez”. Y rodeando las sienes con las manos parecía la encarnación de la derrota.  De pronto abrió los ojos con sobresalto y dijo:

-¿Qué espíritu perverso invade mi ánimo? ¿Qué espíritu ruin quiere volver a poner en mi espalda el fardo de los dioses? ¡Basta! ¡Basta!- exclamaba mientras un sudor frío rodaba por las mejillas.

La noche llegaba y una luna clareaba en el cielo. Una briza suave y tibia golpeaba su rostro y una ráfaga de paz comenzó a inundar su ánimo. Como entre sueño, sin estar dormido y sin estar despierto, tuvo la sensación de una presencia excelsa, y creía verla, que  al rato fue multitud. Unas venían con el viento, otras parecían descender suavemente del firmamento, otras como que brotaban de la tierra y otras emanaban desde lo más recóndito de su ser; brillaban como soles así que selló los ojos con los párpados y aun así veía claramente a esta hueste de seres a cual más luminosos. Escuchó como un susurro exhalado por aquel que se distinguía por la brillantez y autoridad: “No temas hijo mío, soy el espíritu de tus dioses muertos. Vengo a ti para reconfortarte. Regreso de los meandros oscuros de tu ser donde me sepultaste. No tengo rencillas contigo, mi amor por ti es ahora más grande, no te reconvengo por tu ingratitud al haberme sepultado. Siempre te he amado y regreso a ti para consolarte. Me añoras y yo a ti, vengo a reabrir tus ojos, soy la primera y última realidad. Ayer me perdiste y hoy  me recuperas, aprovecha este único y glorioso instante de redención, ponme de nuevo en el santuario de tu corazón y toda duda huirá de ti, la ignorancia será cosa del pasado. Ven a mí, el cielo es mi morada y allí hay un  sitio aguardando por ti desde la eternidad. No malgastes tu vida, ven a mí, el triunfo y la gloria serán tuyos, comparte conmigo y los míos la miel de lo imperecedero, huye de esa tu estancia efímera terrena, abandona esa pesada y dolorosa morada de carne y funde tu espíritu en el mío y se dichoso por siempre”. La voz comenzó a ser más tenue hasta no escucharse, era el alejamiento de la presencia. Un dulce sentimiento de liviandad le inundó, fue una placidez muy corta, pronto sintió un creciente y agobiante peso doblegando su alma y horrorizado lo reconoció: era el asfixiante fardo de los dioses. Concentrado en los eventos recién vividos, tras un esfuerzo de voluntad y racionalidad indescriptibles, retornó los dioses a sus tumbas diciendo:

-Para siempre, ¡para siempre! No volváis a decirme que renuncie a los míos, nunca más pretendáis que traicione a la especie, ¡nunca más! ¡Nunca más!-  y veía a tan indescriptibles seres alejarse veloces; los que habían venido con el viento con el viento se iban, los provenientes del firmamento ascendían raudos hacia él, los que brotaron de la tierra se sumergían lentamente en ella, y los otros retornaban a lo más escondido de su ser. Volvió en sí, y sintió fría la roca en la que descansaba. Regresó al campamento. Todo estaba en silencio. Relajó cuerpo y mente y entró en un sueño apacible como antes pocas veces recordaba haber tenido. Fue un sueño corto.

Al despertar dijo para sí: -Haré un ritual de limpieza, similar al ritual de liberación perpetrado en la gruta-. Abandonó presto el campamento y, en el promontorio donde tuvo la visión de los dioses, apiló leña. Luego, con sorpresa vio que no había imágenes ni textos con qué alimentar el fuego, se rió para sus adentros diciéndose: “Qué pretencioso soy al querer ofrendar lo que no tengo, no se puede ofrecer ni quemar lo que no se posee, los objetos de incineración ya no existen, son ceniza esparcida en la gruta, cenizas nada más.” y con el corazón en paz y sin abandonar la sonrisa, regresó a la tienda y durmió plácidamente, sin sueños, hasta la nueva aurora. Nunca en el futuro olvidaría esta experiencia, y su recuerdo le reconfortaría y fortalecería en momentos de flaqueza, dándole dignidad.

 

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