El prólogo a lo nunca visto de Macedonio Fernández
Las palabras de Macedonio Fernández irradiaron los trabajos rubricados con dos de los nombres argentinos más mencionados: Las alusiones a empresas literarias desbordadas que hace Borges, y las testativas humorísticas de Cortázar. Fernández el macedonio, como le decían con ironía muchos de sus compañeritos abogados que circulaban por los grises tribunales de Buenos Aires, no perpetró una novela futurista- siendo para siempre futura-, cuyo prólogo reproducimos:
Prólogo a lo nunca visto
El género de lo nunca habido, el de tan frecuente invocación, lo sin precedentes, será estrenado, pues él mismo nunca existió, nunca hubo lo nunca habido, en el corriente año y como es justo en Buenos Aires, la primer ciudad del mundo (viniendo del campo inmediato), la única ciudad que se presta para conclusión de una vuelta al mundo empezada en ella y lo mismo para concluir las empezadas dondequiera, como lo han descubierto sucesivamente varios inexorables circundantes terráqueos, con vuelta al mundo anunciada partiendo de Berlín o de Río de Janeiro, que se consumó, sin ostentación indiscreta para este tramo, queda y quedamente con desprecio de todo lo demás de andar, en las calles, tranvías y empleos públicos de Buenos Aires, con casita, casamiento, prole, lo que tiene tanta redondez y heroísmo como la ejecución del furioso anuncio de dar toda la vuelta.
La humanidad pondrá por fin sus ojos en lo no visto, en una muestra de lo nunca habido; no será un puente de no mojarse, una frialdad conyugal, una guerra religiosa entre gente sin religión, u otras cosas no vistas. Se verá realmente lo nunca visto, no se trata de fantasía, es otra cosa: el primer caso del género será en novela. La publicaré próximamente, pues ya han dicho admirados los críticos de manuscritos, «es novela que nunca antes se ha escrito». Y ahora tampoco, pero falta poco.
Tal colección de sucesos se encerrará dentro de ella que no dejará casi nada para el suceder en las calles, domicilios y plazas, y los diarios faltos de acontecimientos tendrán que conformarse con citarla: «en la novela de la “Eterna” ayer a media tarde se produjo el siguiente coloquio»; «se encuentra esta mañana sonriente la Dulce- Persona»; «el Presidente de la Novela, reporteado en vista de los rumores circulantes entre sus numerosos lectores, se sirvió manifestarnos que positivamente lanzará hoy su plan de histerización de Buenos Aires y conquista humorística de nuestra población para su salvación estética».
Después del capítulo V de la Novela podemos asegurar que no es por Nec (No-Existente- Caballero) por quien Dulce-Persona tiene triste hoy su existencia. «La Novela enviará esta noche su orquesta de solistas –seis guitarras– a ejecutar varias polifonías en obsequio de las orquestas de los bares Ideal, Sibarita y Real, para que oigan música: El Polígrafo del Silencio con eruditos gestos explicará el propósito, y circulará entre el personal de las orquestas escuchantes la bandejita sin fondo de la gratitud, haciendo sonar las monedide tas del agradecimiento. El público funcionará también en armonía de contento, como orquesta de escuchar, trocando luego por un momento sus instrumentos de llamar al mozo por instrumentos de aplaudir, palmotear.»
Esta novela que fue y será futurista hasta que se escriba, como lo es su autor, que hasta hoy no ha escrito página alguna futura y aun ha dejado para lo futuro el ser futurista en prueba de su entusiasmo por serlo efectivamente cuanto antes –sin caer en la trampa de ser un futurista de en seguida como los que adoptaron el futurismo, sin comprenderlo, en tiempo presente– y por eso se le ha declarado el novelista que tiene más porvenir, todo por hacer, apresuramiento genial suyo que nace de haber pensado que con el progreso de todas las velocidades la posteridad no se ha hecho contemporánea y ya está, para cada obra, en la última edición periodística del día de aparición. Todos morimos ya juzgados por ella, libro y autor, hechos clásicos o enterrados en el día, mientras todavía nos estábamos recomendando a la posteridad quejosos del presente. Y todo esto se hace con bastante justicia hoy en 24 horas. La antigua posteridad con todo el tiempo que se tomaba para pensarlo consagró multitud de nulidades como gloriosos artistas: hay más equidad y sesudez en un cronista del día de hoy: la solemnidad huera y los moralistas fueron el soborno barato y eficaz con la posteridad hasta ayer nacida. Yo buscaré, confiado, el juicio de la posteridad universal acerca de mi novela en la última edición de «Crítica» y «La Razón» del 30 de septiembre de 1939, día de su aparición impostergable, pues ya he consumido todas las postergaciones por promesa y las más literarias por prólogos. El consagrado futuro literario que no cree en, ni estima, otra posteridad que la noche para cada día, no habrá sentido la urgencia que padecían antes los autores de escribir pronto para tener pronto posteridad juzgante: con la velocidad alcanzada hoy por la posteridad el artista le sobrevive y al día siguiente sabe si debe o no escribir mejor o si ya lo ha hecho tan bien que debe contenerse en la perfección de escribir. O si ya no le queda más carrera literaria que la más difícil, la del lector. La facilidad actual de escribir hace la escasez de lo leíble y hasta ha suprimido la injuriosa necesidad de que haya lectores: se escribe por fruición de arte y a lo sumo para conocer opinión de la crítica. Sinceramente, es hermoso este cambio, es arte por el arte y arte para la crítica, que es nuevamente arte por el arte. El horrible arte y las acumulaciones de gloria del pasado, que existirán siempre, se deben: al sonido de los idiomas y a la existencia del público; sin ese sonido quedará el solo camino de pensar y crear: sin público la calamidad recitadora no ahogará el arte. La literatura tendría sólo arte, y mucha más obra bella: tres o cuatro Cervantes, Quijote puramente, sin los cuentos, Quevedo humorista y poeta de la pasión sin la oratoria moralista, varios Gómez de la Serna. Libres del horror de un Calderón, príncipe del falsete, que es el no sentir y este es todo el mal gusto de un Góngora, a veces de los «estos Fabio, ¡ay dolor!», tendríamos tres Heines del sarcasmo y las tristezas, o D’Annunzios de la poetización sin límites de la pasión. Tendríamos felizmente sólo un primer acto del Fausto y en compensación, varios Poe, varias Bovary con su triste dolor de apetitos sin amor, desdeñable y cruento, y ese otro absurdo lacerante: la lírica de dolor de Hamlet que convence y contagia simpatía, pese a la falsa psicología de su causa. Libres del realismo cientificante de Ibsen, víctima de Zola, y este magnifico artista a su vez desmantelado por sociología y teoría de herencia y patología, en lugar de la docena de obras maestras poseeríamos cien, de verdad de arte, intrínseca, no de copia de realidad. Y típicamente literarias, de Prosa, no de didáctica, ni de palabra musicada (metro, rima, sonoridad) ni de pintura escrita, descripciones.***
Publico aquí un prólogo de tal novela, pues espero hacer obra, tan garantida que personajes, sucesos, chistes, comprueben toda su seriedad en ensayos especiales; y hasta el publicarla sea ensayo, anterior al lector. ¡Pero seguido de este!
Ensayo el siguiente prólogo. Y también una palabra alemana nueva en español que he consultado con Xul-Solar en su taller: «Idiomas en compostura ». Es un adjetivo compuesto, pero nuevo, no como los botines compuestos.
Al «por-todos-nosotros-artistas-servido-deensueños » Lector.
Al «tan-soñado» Lector:
Al «que-el-autorsueña- que-lee-sus-sueños» Lector.
Al «que-el-arte-escritor-quiere-real-mas sóloreal- lector-de sueños» Lector.
A «lo-único-real-que-el-arte-quiere», el lector de sueños.
A «lo-menos-real, el que sueña sueños de otro, y más fuerte en realidad, pues no la pierde aunque no lo dejan soñar sino sólo re-soñar».
Creo haber individualizado a quien me dirijo: al lector, y haberle conseguido la adjetivación total de su ser, después de tanta fragmentaria, y algunas falsas. «Querido» lector no adjetiva este sino al autor, etcétera.
La adjetivación arriba leída –de lo no leído que contendrá el libro hablo provechosamente antes de la novela; pues lo más, aquí, es antes de todo y a este le dejo poco; por medio de prólogos tengo la fineza de privilegiar a los lectores con el conocimiento de todo el libro, lo que sólo mis lectores han encontrado en un autor abnegado, la doy al público para pasarla en seguida al taller lingüística del singular Xul-Solar, que le hará definitivamente una palabra. Y ya en la cuarta edición, mi salutación al lector, que me perdonará, será despalillada.
Salud, lector. Qué tristes somos en libros y fuera. Yo, el más nombrado y mejor identificado de los desconocidos, me veo en apuros de Obras Completas, para empezar, de modo que todo el provenir, toda mi carrera literaria será posterior, en mi caso, a dichas Obras: sólo porque el público no se ha parado a esperarme para darme nombre de un gran desconocido y ahora tengo que merecerlo, componiéndome de golpe un pasado de autor y poder luego comenzar a escribir. Esta situación nueva en vida de escritores, ¿no será adversa al éxito?
Si tienes una pena igual a la mía, tú que me has leído antes que escribiera, yo no la tengo. He concluido mis Obras Completas. En mi satisfacción, incapaz momentáneamente de comprender penas, puedo darte la esencia de una larga experiencia en arte, recogida en la construcción de mi presente Obra Completa.
Libre sin límites sea el arte y todo lo que le sea anejo, sus letras, sus títulos, el vivir de sus cultores. Tragedia o Humorismo o Fantasía nada deben sufrir de un Pasado director ni copiar de una Realidad Presente y todo debe incesantemente jugar, derogar.
Es axiomático error definir el arte por copias: la vida la comprendo sin copias; una situación nueva, un carácter nuevo encontrado en el vivir, sería eternamente incomprensible si las copias fueran necesarias. Efectividad de autor es sólo de Invención.***
Dejo hecho el título solamente, pues:
Un prólogo que empieza en seguida es gran descuido; el preceder que es su perfume se le pierde, como el futurismo que se practica genuinamente sólo dejándolo para más tarde.
Diré así, antes, que se trata de uno de los veintinueve prólogos de una novela, imprologable, según recién ahora me lo previene un crítico nacido seguramente en el tranquilo país del “avisar después”; según otro, más simpático, es decir, más alargador, escasa de prólogos, lo que aún puede remediarse, que se iba a llamar “El hombre que será Presidente y no lo fue”.
Equicvalente a:
“Buenos Aires histerizado entre el bando hilarante y el enterneciente, salvado por el compadrito divino, es decir, que unía la pasión al humorismo”. Pero el título ha quedado para la “novela dejada empezar”, que por empezar tarde no empieza menos, y el lector deseará si lee que estuviera hecha toda de seguir, es “Novela de la Eterna y de la Niña de dolor, la Dulce-Persona, de un amor que no fue sabido”.
Este último es el título que ha gustado a un señor que comenzó a leerlo y prometió volver en seguida para terminar de saber cómo se llama la novela.
***
La única novela contada toda y que, sin embargo, no contiene nada además, aunque el envión de contarlo todo lleva a más contar, y el de leer los cuentos árabes me arrastró en la adolescencia, por ignorar que eran sólo 1001, a seguir leyéndolos después de concluidos: se me avisó muy tarde que lo que leía era después de terminado y así continué devorando cuentos que encontré abundantes en la Moral, la Historia, el cuento del Progreso, el de la abnegación de los políticos, los religiosos, los propagandistas de cualquier cosa desinteresada, la felicidad del bueno, el arrepentimiento del malo, la concordancia última entre conveniencia individual y general, o Utilitarismo, el orden del Universo y otros milagros de la abundante “fe” de los hombres de ciencia, ¡tan exigentes con los milagros populares!
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Novela con dos comienzos, según preferencias.
Con mucho dolor y entusiasmos, pero ninguna muerte, sino la palabra Fin que se escribe lejos, mucho después que se habrá terminado de leer el título y una sola vez, aunque bien la precisarían los prólogos, y aun el título, cuando concluye, he suprimido Fin de título. Fin de prólogo, para mostrar cuán poco de su existencia le debe la novela a la muerte, ni tampoco a la vida (verdad, realismo).
Con veintinueve prólogos de no dejarla empezar.
Con tres tiempos matemáticos nuevos, exclusivos de ella, de su “tiempo de novela” nunca marcado en narrativas y novelas hasta hoy, como si no fluyera y huyera tiempo en los sucesos fantásticos. Duchos tiempos son: el de la cortesía porteña que no despacha o dice no a nadie sin darle tiempo “hasta el nuevo tango” para que busque otro empleo o se enmiende; el intervalo (de suelo) entre dos caídas del príncipe de Gales. Es muy simpático este príncipe agrimensor, que se ha ganado este título midiendo trechos cortos con el largo de su real persona, más espero que el lector salteado no se sentirá reforzado en sus inclinaciones vagarosas de leer por el ejemplo de ese ilustre cabalgar salteado; en fin, el tiempo mínimo: el que queda ahora para ser el primer sobretodo o la primer gripe de este invierno, o midiendo bajo otra unidad este tiempo: el de salvar a un sombrero negro, olvidado en un asiento negro de silla, del visitante recién llegado que se aproxima, o si se quiere: los cinco minutos últimos de film en que todo el personal de Hollywood ha de correr, atropellarse, para convertir en felicidad- casamiento, beso, debelación del falso virtuoso- a todas las desdichas de dos horas de cinta. Con personajes de las tres edades, marcadas por el Olvido: aquella en que olvidamos el cigarrillo encendido en la boquilla nueva de papá en la pieza de la mucama; aquella ya avanzada de olvidar un pan sobre un pulido escritorio; y la ya desesperada en que olvidamos todo, incluso la edad, y hasta un sobrero en una sopera, suceso horrible.
***
Predominará aquella en que se sube a saltos las escaleras, se enreda el último barrilete o la última línea de pescar, y aparece el primer billar y la primer noche de olvidar las llaves de volver a casa.
Con el dolor de la niña, cuyo hermoso amor no fue sabido.
Y las firmezas de ventura de Deunamor el No- Existente. Caballero.
Todo lo cual surtió de confusiones indecibles – mas no por lo esforzado de la Novela esta vez se dicen, al empleado bancario que no sabía si era genio.
Terminados los prólogos de la novela súbitamente principia, comenzando sorpresivamente por “Una novela que comienza”, insertándose apresuradamente al punto el total de la extensa “Novela Impedida” y concluyendo, con todo lo más que el autor sabía en “De qué llorar”, capítulo que os procurará de qué llorar, y la imposible muerte del “Hombre que fingía vivir”, presenciada sólo por el peluquero que simulaba estar despierto y viendo, aunque durmiera como siempre en ese instante, cuyo maldito dormir no obsta a que todo venga a saberse y contarse, sin decirse, empero, nada que no esté en el libro, de afuera de la novela, ni impide a ésta que tenga la formalidad de un Fin, en el mismo punto en que lo tienen todas, en el punto de quedarse el volumen sin decir nada, lo que hace dudar de que todo se haya dicho. Aseguramos que pocas veces una novela sólo prometida, aun las que por concluir han sido más ensalzadas, es tan concluida como la nuestra, escrita del todo antes del fin y no dejando a la vista ningún seguir.
Novela, en fin, segura de salir, pues ha sido vuelta a prometer tres veces en cumplimiento de la primer promesa que hice de ella. No contiene ni viajes ni olvidos de seguir: ambas cosas son pretexto para dejar sin personajes al lector aparentando que los hechos del relato no pueden adelantar si varios protagonistas no parten para Londres o simplemente olvidándose durante páginas enteras de escribir la novela, debiendo el lector esperar a que vuelvan aquéllos o que los olvidos golpeen la frente con una mano y entonces se acuerden. Es por esto que ya dije no aceptamos entre los personajes a la cocinera que quería licencia para atender botones y tapas de cacerola que no se derramaran y fondos de arroz con leche que no se quemaran.
Tomado de «Una novela que comienza» P. 49-56 Ed Sol 90.