Derechos humanos & convivencia: Por un lugar posible…
Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
Este ensayo pretende hablar sobre los Derechos Humanos (DDHH) desde la perspectiva de la convivencia y, en particular, de la convivencia en el marco de la educación, en el aula, espacio en el que alternan maestros y alumnos. Para ello, primero hay que referirse a los DDHH consignados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, resolución adoptada por unanimidad el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El objetivo de esta declaración, compuesta por 30 artículos, es promover y potenciar el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales. Dicha declaración proclama los derechos personales, civiles, políticos, económicos, sociales y culturales del hombre, los cuales sólo se ven limitados por el reconocimiento de los derechos y libertades de los demás, así como por los requisitos de moralidad, orden público y bienestar general. Entre los derechos citados por la Declaración se encuentran el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad personal (como lo pueden certificar los miles de colombianos asesinados desde comienzos de la década de 1980 hasta hoy, principalmente por paramilitares, sin excluir desde luego a otros actores del conflicto); a no ser víctima de una detención arbitraria; a un proceso judicial justo; a la presunción de inocencia hasta que no se demuestre lo contrario; a la no invasión de la vida privada ni de la correspondencia personal (como lo demuestran las ChuzaDAS); a la libertad de movimiento y residencia; al asilo político (como pueden dar fe María del Pilar Hurtado y demás socios de Uribe y de Martinelli); a la nacionalidad; a la propiedad; a la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión, de opinión y de expresión; a asociarse, a formar una asamblea pacífica y a la participación en el gobierno; a la seguridad social, al trabajo, al descanso y a un nivel de vida adecuado para la salud y el bienestar; a la educación y la participación en la vida social de su comunidad. La Declaración fue concebida como parte primera de un proyecto de ley internacional sobre los derechos del hombre. La Comisión de los DDHH de la ONU dirigió sus esfuerzos hacia la incorporación de los principios fundamentales de la Declaración en varios acuerdos internacionales.
En 1781, el irlandés Edmund Burke plantea los Derechos Económicos, principio de lo que hoy se conoce como Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC). El 26 de agosto de 1789 se produjo, en Francia, la Declaración Universal de los derechos del Hombre y del Ciudadano, como derechos naturales e inalienables: hay que aclarar que el importante paso no incluía los derechos de los pobres, las mujeres, los campesinos, los viejos ni los de otras minorías. En la Revolución Francesa el concepto de libertad, igualdad y fraternidad era limitado: “Todos somos iguales en lo público, pero como las mujeres están subordinadas al marido no reciben esa igualdad”. Tras la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por parte de la ONU, se suceden otras declaraciones y tratados internacionales: OEA, Costa Rica, Viena. En 1950, los derechos civiles y políticos y los DESC, antes vistos en forma dividida, comienzan a considerarse hechos progresivos que se alimentan entre sí a diario: en resumen, son indivisibles, integrales e interdependientes. En 1955 la Asamblea General autorizó dos pactos de Derechos Humanos, uno relativo a los derechos civiles y políticos y el otro a los derechos económicos, sociales y culturales. Ambos pactos entraron en vigor en enero de 1966, tras una larga lucha para lograr que fueran ratificados. Aquí, cabe hacer una breve referencia a los derechos políticos, toda vez que a los demás ya se ha hecho referencia o se seguirá haciendo a lo largo de este texto, hasta llegar, en un segundo momento, al filme escogido para ilustrar los que tienen que ver con los derechos de los niños en el aula: se habla del documental, puesto en situación, Être e Avoir (2002) o Ser y tener, del francés Nicolas Philibert. En democracia, en caso de que la hubiera, los ciudadanos estarían (en subjuntivo, por tratarse de un hecho hipotético, no real) en posesión de todos los derechos políticos que le permite, para el caso de Colombia, la Constitución del 91: primordialmente la posibilidad de elegir y de ser elegido y, ello, por los medios de libertad de prensa, de expresión, de reunión, etc. Forman parte de los derechos civiles, que comportan el disfrute de todos los beneficios del Estado, principalmente de los de igualdad plena. ¿Qué es democracia? Seriamente podría definirse como lo hacía Camilo Torres: “Se ha constituido en un slogan que, a fuerza de ser empleado, ha venido a desvirtuarse. Todos los dirigentes políticos quieren ser los grandes patrocinadores de la democracia y por eso es importante penetrar un poco en el contenido de la idea de democracia, en su desarrollo social y económico, para saber a qué atenernos cuando se habla de democracia. La palabra misma tiene un origen griego que significa el gobierno del pueblo”. Pero, también cabría definirla en forma jocosa: “Gobierno de todos a la letra, pero de uno o pocos en la práctica”. Lo mismo que en forma dramática y más que eso realista, como lo hace José Saramago para señalar la inexistencia de la democracia: “El poder real es económico, entonces no tiene sentido hablar de democracia”. O de modo aún más humorístico e irónico, según se desprende de la definición que da el godito Borges: “Democracia: es una superstición muy difundida; un abuso de la estadística”.
¿Qué es la Constitución? Un Estado se constituye en torno a unos principios fundamentales que todos han de respetar, no sólo los ciudadanos sino también el Poder: esta Constitución, generalmente escrita (hay no escritas, como la de Gran Bretaña), es el origen de todas las leyes y disposiciones, que pueden ser rechazadas por anticonstitucionales si no se adaptan al espíritu y a la letra de la Carta. Representa una defensa contra el poder arbitrario y variable y figura en todas las reivindicaciones contra el poder absoluto. La Constitución, que se supone obra de todos, y que suele ser producto de un Congreso, un Parlamento o unas Cortes, está también por encima de todos. Esto no quiere decir que sea invulnerable: se puede modificar, según ciertos preceptos; en EE.UU, por ejemplo, las páginas sobre enmiendas realizadas durante los dos siglos largos de su entrada en vigor forman un cuerpo más extenso que el de la Constitución en sí: cualquier parecido con la de Colombia no es fruto del azar. Es voluntario. Desde 1991 a esta fecha, a la Constitución se le han hecho 28 remiendos… no propiamente para favorecer al pueblo, como debería ser, sino a la clase política y específicamente a Álvaro Uribe y a sus secuaces: los que hoy, por aquello de los nombres cambiados de las cosas, han pasado, por influjo de ellos mismos, de verdugos a víctimas. Y entonces corren a esconderse a Panamá bajo la figura diplomática, por apócrifa, del asilo político. Figura que hoy, gracias a Martinelli, sirve para proteger a delincuentes…
Por último, ¿en qué consiste la “Dominación y exclusión en la Constitución de 1991”, es decir, lo que Óscar Mejía llama “la constitucionalización de la mentira”? Cabría citarlo para entender el asunto. Dice Mejía en el primer párrafo de su ensayo: “La Constitución de 1991 se nos ha presentado, no sin justas razones, como una constitución progresista, antiformalista, origen del nuevo derecho, de textura abierta, garantista, vanguardista tanto por los derechos fundamentales que consagró, como por la figura del Estado social de derecho que los respalda y el esquema de democracia participativa que propiciaba. Todos estos elementos le han servido, sobre todo al espíritu jurídico, para defender la idea de una constitución altamente emancipatoria —los más optimistas incluso la definen como contra-hegemónica—, sin duda el producto más acabado de la conciencia jurídica latinoamericana, a la que nuestros jurisconsultos, además, desprecian por considerar que Colombia es potencia jurídico-teórica en el continente”. Sin embargo, no es verdad tanta belleza. Pues lo que se considera un producto acabado, es en realidad un cúmulo de fisuras y contradicciones previas. En un país tan conservador respecto a su estructura jurídico-política, la Constitución del 91 le permitió a una nueva generación de científicos sociales, incluidos los abogados, y a los sectores progresistas, lograr un instrumento de “oposición democrática” no al margen sino dentro del sistema, para ampliar espacios y reivindicar expectativas económicas, sociales y políticas que el bipartidismo había cerrado desde su pacto excluyente de 1957: el llamado Pacto de Sitges, firmado por Alberto Lleras C. y Laureano Gómez en dicha población catalana, y más conocido como Frente Nacional, que les permitió a liberales y conservadores repartirse en adelante el poder cada cuatro años.
Pero, dice Mejía, el corazón y las ansias reprimidas de un país mejor impidieron a los sectores esperanzados en una salida no violenta, ver la trampa que se escondía tras la Carta del 91: las élites colombianas, de todo tipo, “una vez más, habían logrado constitucionalizar la mentira y disfrazar su esquema histórico de dominación hegemónica con los ropajes seductores de un Estado social de derecho y una democracia participativa”. Y asevera que con esos anzuelos el país mordió la carnada de un ordenamiento que de facto era la constitucionalización política de la exclusión y que, en lo hondo de su texto, escondía la simiente de la guerra y la periferización y deslegitimación del conflicto. Para concluir que dicha Constitución no cumplió la principal expectativa para la que fue convocada: “el logro de la paz y —a través de ella— la garantía de la vida”. Tampoco, concretar una auténtica y eficaz democracia participativa. Hechos que nos colocan de nuevo, dice Mejía, “frente a la necesidad de replantear un proceso constituyente”.
En Viena, 1993, se llega a precisiones sobre el derecho al desarrollo. Posteriormente vienen otros, los derechos a la salud, de la niñez, de las mujeres, de los indios, de los desplazados, de los afrocolombianos, del envejecimiento y de la vejez digna, derecho a la participación, a la información y a la memoria. Pero, todo esto se olvida… así sea en el fragor del neoliberalismo, hay que recordarlo. No para quedarse ahí sino para exigir ponerlo en práctica. Los DDHH, en síntesis, no son otra cosa que la necesidad de las sociedades de buscar formas de convivencia para lograr cada vez una mayor armonía entre los pueblos del mundo, incluyendo por supuesto (y qué pena repetir lo obvio) a campesinos, indios, negros, en igualdad de condiciones con sus hermanos menores, como las etnias Kogui y Arhuaca, denominan a los blancos. Como se ve, los DDHH son a la letra una cosa muy bonita. En la práctica, meras abstracciones: eso lo saben los niños, las mujeres de Soacha y, en general, las madres cabeza de familia, los adultos mayores y los demás hermanitos menores…
Ahora, ¿qué es la convivencia? En el plano etimológico equivale a la lacónica expresión “vida en común”. El asunto empieza a complicarse cuando se sabe que, por los nombres cambiados de las cosas, común, del latín communis, ya no significa lo que se comparte o lo que es común ni, mucho menos, compromiso con otros, sino que lo común, entiéndase lo público, por manes de los políticos, no de la política, se ha vuelto privado. Y lo contrario de común, inmune, que antes significaba sin compromiso u obligación se volvió un hecho privativo de la clase política, la que no tiene compromiso con nada ni obligación con nadie: salvo, eso sí, llenarse los bolsillos a costa del electorado que la ayudó a subir y una vez arriba ya no mira hacia abajo, salvo por encima del hombro: el cura no se acuerda de cuando era sacristán… En un plano ya más realista, menos abstracto, la cosa se sigue complicando pues la “vida en común” para los seres humanos es en extremo difícil, por no decir imposible, a causa de la condición de ellos mismos. Dificultad que se manifiesta desde la infancia precisamente en quienes más se alarga, por ser los mamíferos más desvalidos. Por eso mismo, quizás, y por contraste es que en la adultez resultan los más soberbios, ya no humildes ni desvalidos. Mucho más cuando se trata de colombianos, ya no de argentinos, y aquí hay que empezar a derrumbar los mitos. Recuérdese que Papini, el papa negro de la literatura, ubica su texto Predicación de la soberbia en Bogotá, en la Plaza de Bolívar y, para más pistas, en ese símbolo del conservadurismo que es la Catedral Primada: huelga decir que nunca estuvo en Bogotá. Pero sabía más de ella que nosotros. Por aquello de la mirada del foráneo, no del lugareño que sólo atina a mirarse el ombligo.
En la época en que los humanos son desvalidos, el lenguaje se convierte en una de las más eficaces formas de liberación. Lo que de acuerdo con la Paideia, como los griegos llamaron a la educación ciudadana en la época, cultivada en la discusión pública de los asuntos de la ciudad-Estado, que es la vía más refinada de la cultura política, alimentada con la poesía, el teatro, la escultura, la religión (no institucionalizada), la mitología, etc., lleva a la areté, a la nobleza, a la aristocracia del espíritu… Sin que eso sea motivo de diferenciación o para mirar a alguien con arrogancia, como mira el blanco al indio o al negro, y por eso “no hay una política clara para una convivencia entre los colombianos donde podamos vivir respetando y valorando lo que significa un país diverso”, como sostiene el intelectual indio tule (cuna), lingüista y catedrático Abadio Green Stoccel (Documentos para la historia del movimiento indígena colombiano contemporáneo, Ministerio de Cultura,2010: 317), quien fuera presidente de la Organización Indígena de Antioquia (OIA), a la que en su momento nadie oía, y quien pensando en esto de la educación cree que toda elaboración de los criterios para la construcción del currículo para los 84 pueblos indígenas la deben hacer las mismas comunidades con sus líderes, sus sabios, sus autoridades (a los que se viene asesinando sistemáticamente desde las décadas de 1980 y 90: piénsese en Ángel María Torres, Luis Napoleón Torres, arhuacos, Kimy Pernía D., embera katío, y mucho antes, a comienzos del siglo XX, en Manuel Quintín Lame, paez, por mencionar sólo cuatro casos) para pensar sobre qué tipo de educación necesitan; qué tipo de sociedad requieren para permanecer en el tiempo y en el espacio con su (que no es posesivo, en este caso) Madre Tierra; qué tipo de hombres y mujeres urgen para gobernar y hacer posible la convivencia armónica entre ellos mismos (2010: 313), sin la interferencia de los hermanos menores.
Esa convivencia armónica, atravesada por el conflicto que cada gobierno de turno (y en una ocasión, de dos) niega, sólo será posible cuando se reconozca la diversidad, al otro en todas sus dimensiones de raza, color, credo, filiación política y/o religiosa. Todo ello, como la OIA en su sexto congreso dejó claro al hablar de su posición frente a la guerra y a la paz, oponiendo la palabra frente al fusil en el sentido de dialogar con todos los grupos armados que ocupan los territorios indios, de cara al país y en ejercicio de su autonomía y voluntad de no participar en la guerra. ¿Cómo reconocer al otro, a la diversidad y por ahí derecho al pensamiento complejo si no acudiendo al lenguaje? El lenguaje sirve, entre otras cosas, para nombrar, para poner nombres y más tarde, por manes de los políticos y a causa de los nombres cambiados de las cosas o de las palabras violadas, diría Cortázar, nombrar se convierte en sinónimo de mandar. El profesor Juan Carlos Monedero, científico político de la U. Complutense, recuerda: “Sólo cuando fueron nombradas las cosas comenzaron a existir. Este dominio interesaba a todo lo inmaterial, a los animales, plantas, aves e incluso a la mujer, que por ser creada del hombre quedaba así sujeta desde su propio nombre a la autoridad masculina. Quien nomina, al fin y al cabo, manda” (El gobierno de las palabras: de la crisis de legitimidad a la trampa de la gobernanza, UPN, 2005: 31).
Cuando el ser humano crece, el lenguaje lo retiene en las redes de la gramática para que, paradójicamente, se haga más humano y, sobre todo, más libre. Pero, aunque el hombre es el que crea el lenguaje, en cierto modo este crea al hombre pues lo hace consciente de su existencia. Y es que la relación del hombre con el mundo sólo se da a partir del lenguaje. Únicamente a través de él puede alcanzar la sabiduría y distanciarse de los animales, incluidos los sátrapas, los tiranos, los dictadores de toda laya. Las reglas del lenguaje, es decir, sus frenos, son la garantía de nuestra velocidad y las vías por las que discurre la vida social. Lo que pese a las ensoñaciones tecnológicas, en tiempos del eros electrónico del que habla Gubern, sigue siendo válido en las sociedades occidentales de todos los continentes. Sociedades en las que —enfatiza Monedero (2005: 25)— las plazas públicas, desertizadas, privatizadas y sustituidas por los mega centros comerciales, son ahora lugar de encuentro mediado por el consumo y, por tanto, también lugar de desencuentro: quien no tiene nada que vender o a quien ya no se le compra nada, como a Cipriano Algor, ni mucho menos posibilidad de comprar, se le expulsa tácita o realmente de las nuevas catedrales de las que habló Saramago en La caverna. Allí, por vía de la propaganda subliminal, familias enteras acuden a satisfacer el ojo: el bolsillo no da para ello respecto al resto del cuerpo.
Situación que se da en ciudades sin espacio de creación de una opinión pública que evalúe si los nombres de las cosas sirven para nombrar un proyecto colectivo de bienestar, de convivencia, o para justificar sacrificios. A. Green recuerda que la Carta del 91 reconoció la diversidad, la plurietnia y la multiculturalidad, al otro con todo lo que implica. Los territorios indígenas fueron reconocidos como entidades territoriales; se consignó el respeto a la cultura, al medio ambiente, se avaló la jurisdicción especial, la educación bilingüe y la interculturalidad y el respeto a la consulta y a la concertación. Pero, dice Green, “nos quedamos esperando estos cambios sustanciales y, a medida que el tiempo fue avanzando, el país siguió lo mismo, las comunidades y pueblos cada vez más cerca de la muerte por tantos proyectos de desarrollo que matan a la diversidad cultural de nuestro país, y con un escenario de la guerra cada vez más atroz dentro de nuestros territorios” (2010: 317).
Sostiene Monedero, los nombres crean realidades (aunque también virtualidades) y por eso en la sociedad de la información, como la llama M. Castells, a su vez de la desinformación, el que nombra es el que tiene el poder. La palabra Oxímoron, redefinición de la antinomia, la referencia a conceptos que se niegan entre sí, nutrida soledad, estruendoso mutismo, apoteósica tristeza, pero también democracia autoritaria (la que tuvo Colombia durante los dos turnos de los que se habló) o pensión privada (las que hoy se dan), ha sido recuperada en los albores del siglo XXI para demostrar la confusión entre los nombres y las cosas, la diferencia entre el valor creado por la palabra y el uso que recibe, algo así como una plusvalía del lenguaje. Esto constituye el paso del capitalismo de producción al capitalismo de consumo o al consumismo y, dentro de este, del consumo real de productos al consumo fantasioso de signos. Sociedades en las que sigue existiendo la explotación, como lo previó Marx y, muchos años después, Fassbinder, pero donde los velos ocultan como nunca la esencia de las cosas y la relación de los humanos con sus congéneres y con la naturaleza.
En esas formas ocultas de la propaganda y de la publicidad, por ejemplo de los refrescos de frutas, la cantidad de producto natural es inversamente proporcional a los atributos externos, de la misma publicidad, con los que se acompaña la bebida: sabor, color, olor y. sobre todo, apariencia. La máxima referencia publicitaria a la fruta, naranja, manzana, melocotón, oculta la desaparición total del melocotón, la manzana, la naranja… La publicidad, de entrada, al saturar de propiedades el producto le señala al consumidor lo que aquel no le da y en eso se parece a las promesas de los políticos. Lo virtual hace real lo que el propio producto no entrega. Así, se tienen sociedades particularizadas en las que los lugares de lo universal, o de lo que antaño era, las universidades, apenas ya sólo sirven para preparar a los estudiantes para que vendan más barata (antes era, más cara) su fuerza de trabajo; sociedades en las que las iglesias de todo caletre siguen justificando que a la vida se viene a sufrir; en las que la escuela planta responsabilidades en la creación de ciudadanos y ubica sus restos en preparar consumidores; en las que los partidos políticos existen sólo por miedo a las ideas ajenas, se protegen entre sí y cuidan las ideas que han heredado; en las que la ideología se ha diluido entre el ácido del consenso hasta hacerse no sólo indistinguible sino representar lo mismo; en las que los ejércitos, a fuerza de dinero, muestran hoy la máscara de las oportunidades vitales y laborales pero esconden el rostro de los Santos Positivos y la muerte de las clases más humildes. Sociedades en las que la plaza pública ha sido reemplazada por unos medios de información propiedad de empresas privadas que, cual rey anti-Midas, transforman en bosta, cuando no en una inmensa cortina de humo, las palabras de la tribu: tribu conformada por funcionarios obligados a botar por el candidato de turno (y a veces de dos…); por empleados domesticados a base de exigencias para que compren carro aunque no coman; por hordas de fanáticos que han hecho del fútbol un espectáculo de la muerte… eso sí, no poco en respuesta a la manipulación de los medios masivos, a las privaciones de todo tipo, a la falta de una vida digna y, ante todo, al engaño de que han sido objeto por los políticos. Ah, y al mal fútbol…
Pero también personas y colectivos sociales que reclaman sus derechos humanos y existen porque se hacen oír a través de su voz. Seres humanos que se reconocen y se reencuentran en sus diferencias, en sus múltiples tendencias, en sus reivindicaciones comunes y que reclaman, que vuelven a exigir un mundo diferente, siempre posible, siempre urgente… Una y otra vez postergado. Como quien recuerda que lo que esperamos, tardará, tardará, tal cual creía el poeta Oliverio Girondo. Aun así, y pese a los nombres cambiados de las cosas, a la violación permanente de los derechos de las palabras por los humanos, hay que seguir creyendo en la utopía, voz-metáfora que aunque hable de un lugar que no existe siempre le ha servido y seguirá sirviendo al hombre para caminar… Utopía, aquella sin la cual la vida sería un ensayo para la muerte. Utopía, la que hay que seguir queriendo porque alborota el gallinero del corrupto estado de cosas actual. Utopía, la que sigue alumbrando los candiles del nuevo día, los de un lugar posible para la puesta en práctica de los DDHH y de la convivencia. Para que por fin pueda afianzarse, como pensaba el afro colombiano Manuel Zapata Olivella, “la convicción profundamente optimista de que la humanidad evitará el peligro de su propia extinción mediante la unidad de los seres humanos, basada en el estímulo y el respeto a la diversidad” (M. Zapata Olivella, por los senderos de sus ancestros. Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, Ministerio de Cultura, 2010: 40). Y, se agrega, en el respeto a la cultura. Palabra que apareció cuando el hombre sembró la tierra y aparecieron las semillas, o sea, la cultura es la relación de la tierra con el hombre… como sostiene Abadio Green, en respuesta a quienes la volvieron elitista y aún pueden creer que los indios no tienen cultura (Ibíd..: 323). O como creía Héctor Rojas Herazo: “La cultura es el refinamiento de los sentidos”. O Julio Ramón Ribeyro: “La cultura no es un almacén de libros leídos, sino una forma de razonar”.
SER Y TENER (2002): CONCIENCIA DE LA DIVERSIDAD…
A Valentina, por su discreción, por su alegría, por su capacidad de entrega.
Y a Santiago por la dicha que también me da cada vez que nos vemos…
Todo cine es político
GIAN MARIA VOLONTÉ
Palabras-clave: Naturaleza – Invierno – Colegio – Derechos humanos – Educación – Comunicación – Arte – Conflicto – Juego – Números – Familia – Profesores – Lentitud – Paciencia – Ecuanimidad – Tranquilidad – Tolerancia – Diversidad – Reconocimiento de la diferencia – Compañía – Diálogo – Amor – Respeto – Convivencia – Entendimiento – Paz
Ser y tener (2002), del francés Nicolas (sic) Philibert,es un filme a medio camino entre el documental y la puesta en escena o un documental puesto en situación que permite recordar al cineasta alemán Wim Wenders, en unas declaraciones que no necesariamente se vuelven contra la obra de Philibert sino que, más bien, la refuerzan en su contundencia narrativa, en su verosimilitud argumentativa, en su composición dramática: “No creo en las películas documentales, las que pretenden reflejar la realidad, porque hacen como si la realidad no estuviera siempre manipulada. En cambio, la ficción da una estructura claramente manipulada que permite a la realidad introducirse dentro de la ficción con total libertad”.
Ser y tener parece un filme narrado en tiempo real. La morosidad de las situaciones descritas, la insistencia en planos de detalle y primeros planos así como en planos-secuencia, para destacar detalles ocultos o aspectos de la personalidad de los niños, de los maestros o de los familiares de aquéllos, la capacidad de Philibert para escoger situaciones, lugares y encuadres, son elementos que permiten afirmar que aquél ha hecho del tiempo, una vez más, un juguete del cine, en este caso del documental. Un documental puesto en situación, como llaman hoy algunos del oficio, es decir, híbrido, que se mueve entre las aguas de lo real y de lo argumental. No está de más recordar que el documental es un género precursor del cine de ficción, en el que maestros de todas las latitudes se foguearon antes de llegar al largometraje, también de ficción (pues hay largometraje documental), cual es el caso de ingleses, gringos, cubanos… por citar sólo tres ejemplos.
Ser y tener es un filme poderosamente humano y eficazmente pedagógico. Filme paciente y humilde antes que respuesta a prurito alguno o depósito de soberbia, que no se olvida nunca de la tolerancia pero tampoco, por fortuna, de la diferencia. Aunque a veces dé la impresión de que se olvida de los diferentes, no nativos, lo que por otro lado podría verse como un ejercicio de autocrítica: recuérdese al final el caso de Marie, la niña de rasgos orientales, quien lo que sobre todo dice durante la obra es No… Hecho que si se emparenta, por ejemplo, con El odio nos pondría en situación de recordar que a los franceses (y en particular a Sarkozy) no les interesa reconocer a los inmigrantes, o sea, a la diferencia. De ahí el problema que tuvieron y tienen con las comunidades periféricas… Y aquí hay que decir que verdaderamente es una lástima (y no a despecho de Ser y tener) que el filme de Kassovitz no se haya reconocido en su momento por su vigencia y lo que representa…
Être et avoir o Ser y tener, es un filme ontológico, en el sentido de que se aproxima a la esencia del cine reduciendo al máximo la manipulación y el artificio para crear una atmósfera verosímil, realista y tremendamente humana o, si se prefiere, humanística: al fin y al cabo el humanismo no es otra cosa que la preocupación del hombre por el hombre. Y esa es la actitud de Georges López respecto a sus alumnos. Una actitud de desprendimiento, de nobleza (la de los aristócratas de espíritu), de lucha contra la mezquindad general. En tiempos de globalización, desafortunadamente de lo malo, no de lo bueno, es decir, de galopante neoliberalismo, el gesto del profesor López tal vez no sea muy bien visto por los gestores del continuismo, del radicalismo a ultranza, de una concepción pedagógica anacrónica y retardataria. En todo caso, sí será bien visto por todos aquellos que sean capaces de descubrir en la educación una herramienta aliada de la comunicación, del afecto, del respeto, de la responsabilidad compartida, de la alianza educación-comunicación.
Se trata de un documental que desmiente el carácter del mismo como género menor del cinepues “recrea artísticamente la realidad”, de acuerdo con los postulados del gran exponente del género John Grierson (1898-1972), nacido en Deanston, Escocia, graduado en filosofía en Glasgow y director en 1929 de Drifters, documental en blanco y negro sobre los pescadores de arenque del Mar del Norte. Un documental que muestra la dura faena del hombre contra los elementos de la Naturaleza, al mismo tiempo que la reconciliación, después de ella, con los productos de la tierra. Grierson, el Padre del documental inglés, y quien tenía una clara definición del género, destacaba en lo esencial la lucidez del planteamiento, ya basado en el reportaje, ya en la poesía, ya en la estética, sin olvidarse jamás de la preocupación por el presente, de la imaginación, de la observación: “El documental está pidiendo que se lleven a la pantalla por cualquier medio las preocupaciones de nuestro tiempo, despertando la imaginación y mediante una observación lo más rica posible. El medio puede ser a cierto nivel el reportaje, la poesía en otro; y en otro, por fin, una calidad estética al servicio de la lucidez de planteamiento”.
Y Ser y tener reúne esas condiciones y en especial la lucidez de planteamiento. Philibert sabe que sólo se puede dar claridad siendo claro. Por eso, cada detalle le sirve para reforzar la idea según la cual educación es sensibilidad y esta, si bien no implica comprensión, lleva a ella: no entender es, gracias a la sensibilidad, ya una forma de entender. También es un filme próximo a la idea de Schiller según la cual hay que detenerse en las cosas con amor… En ese sentido, estaría emparentado conLa historia sencilla, de Lynch, desde la perspectiva de la lentitud (recuérdese al comienzo del filme a esas tortugas que se desplazan por el suelo del aula) como antagonista de la velocidad, del vértigo con que se mueve el mundo. Un mundo neoliberal, fuertemente egoísta, tristemente caótico, dolorosamente trivial. A propósito de la lentitud se recuerda la doble ecuación del checo Mílan Kúndera (sic) en su novela homónima: “El grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido”. La lentitud hace consciente al hombre de sus actos, de su experiencia, de su propio cuerpo: en suma, le permite recordar. La velocidad, en cambio, mata a la memoria. Y sin memoria no hay recuerdo ni por ende conciencia ni historia, condición sin la cual no puede haber identidad. Y ya se sabe que esta es el distintivo de cada pueblo que, no obstante y paradójicamente, permite reconocer la diferencia y conciliar con ella. Al fin y al cabo, no son los pueblos (que tampoco hacen las guerras), sino sus políticos, los que han trazado las fronteras, los usufructuadores de las guerras, los verdaderos enemigos de la paz
El profesor Georges López, hijo de inmigrantes españoles de Andalucía (recuérdense aquí los inmigrantes de El odio, que nos llevan a pensar, a través de sus actos, en un universalismo compatible con las diferencias, algo contrario a los intereses de los gestores del pensamiento único que, tontamente, pretenden oponerlo al pensamiento complejo, es decir, aquello que por su propia naturaleza es el hombre: complejo, diverso), es un tipo tranquilo, pausado, algo inexpresivo quizás, pero profundamente comprometido desde la cabeza y desde el corazón con su trabajo, como lo cuenta un bello plano-secuencia en que recuerda cómo se hizo maestro. López no hace alarde de inteligencia sino que da muestras de sensibilidad, una muy especial que le permite tratar con respeto, delicadeza y tacto los conflictos de sus muchachos (sin énfasis en el posesivo, salvo desde lo coloquial afectivo). Por ejemplo, en los casos de agresión de Julien y Olivier y de Jo Jo y Johann o en el problemático caso de Nathalie y su dificultad para comunicarse. En el primero, su aguda capacidad de descubrir los problemas, de insistir en la necesidad de que los propios niños descubran el conflicto, le permite a López encontrar en el diálogo la solución al mismo. El caso recuerda a El primer hombre cuando, tras la pelea entre Cormery y Muñoz en la que éste es vapuleado por aquél, Camus escribe: Y supo así que la guerra no es buena, porque vencer a un hombre es tan amargo como ser vencido por él. En el segundo, otro plano-secuencia conmovedor, permite hallar a través de la tenue voz de Nathalie, de su parquedad, de su laconismo, las claves para que cuando López se haya ido del colegio ella pueda establecer comunicación con sus compañeros, con sus padres, con sus maestros. En otros términos, habla de solidaridad, de entendimiento, de convivencia, en fin, de DDHH.
Aquí el filme aporta algo fundamental: el estrecho nexo que existe entre comunicación y educación. Entre educación y alimentación. Entre civilización y naturaleza. Entre hombre y tierra. Entre padres e hijos. Entre profesores y discípulos. No es posible pensar el acto educativo sin el acto comunicativo. Y viceversa. La educación es, en últimas, comunicación orientada a la ampliación y al enriquecimiento de la comunicación. Y esto lo entiende muy bien aquél educador-comunicador que es Georges López. Tampoco es posible pensar en educación sin una debida alimentación, como lo han demostrado hasta la saciedad tantos y diversos estudios. Y es que un niño desnutrido en lo físico lo está también en lo mental. Ahora, un niño sin contacto con la tierra, sin conciencia geológica, antes que ecológica o cósmica (pues estas no valen sin aquella, salvo para la abstracción y el onanimismo metafísico), está condenado a vagar la eterna madrugada y a padecer un lánguido anochecer. Padres en contacto permanente con sus hijos son padres que les cierran las puertas al olvido y en consecuencia al odio pues sus hijos se vuelven hijos agradecidos. Profesores preparados integralmente son profesores aptos para ampliar y enriquecer la weltanschauung (la concepción intelectual del universo) de sus pupilos.
Recuérdese aquí al sacerdote Camilo Torres, para quien la lucha revolucionaria es imposible sin una weltanschauung completa e integral.Para quien, además, en el mundo contemporáneo occidental dicha lucha difícilmente se pueda realizar por fuera de dos ideologías: la cristiana y la marxista, las únicas que en su concepto tienen una weltanschauung integral (consideración que no se comparte desde el punto de vista de la ideología cristiana, sí desde el de la marxista, pero que se hace con un profundo respeto por lo que pensaba el propio Camilo Torres y por la época en que se inscribe su pensamiento). Por eso, las personas no definidas en uno u otro campo ideológico difícilmente también puedan asumir un liderazgo revolucionario. Por último, se reitera, el acto educativo es consustancial al acto comunicativo. Saber comunicar es más importante que saber, a secas. Saber educar es, sencillamente, saber comunicar y esto, saber educar. Seres educados son seres pacíficos. Y la paz, eso lo sabe bien López, es tarea permanente, fruto del amor, obra de la justicia. No un estado determinado e inestable que se intenta describir como lo opuesto a la guerra u otro que se pueda decretar… mucho menos imponer.
Para que ocurra lo contrario, es decir, una paz consensuada, siempre deben tenerse en perspectiva dos hechos fundamentales: ser, como sinónimo de libre albedrío, de elección voluntaria, de decisión propia; y tener, como sinónimo de lo adquirido por la experiencia personal, por el contacto con la sociedad y con el mundo, por lo heredado del conocimiento y de la vida. Pero, no como la avara y triste tendencia de acumular y por ende como una perversa actitud egoísta, disociadora y excluyente que por lo general tiene que ver más con la muerte. No. Por el contrario, la paz debería ser siempre entendida como una causa compartida, fraternal e incluyente, no ajena, eso sí, al conflicto. Y esa es la actitud del maestro López en Ser y tener: una actitud de discreción, de compromiso decidido y solidario, de generosidad sin límites, de condena de la muerte y de recuperación de la vida. Siempre con la idea en mente de que el conflicto puede surgir en cualquier instante, no pensando en un esquizoide paraíso posible. Paraíso imposible en el que, por lo demás y debido a la acción perversa de los medios masivos, lo virtual deviene real y viceversa.
*(Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo y lector. Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2004). Fundador y director del Cine Club Andrés Caicedo desde1984. Fundación Social (1987): Ganador del Concurso de Cuento Cenpro TV, con Movimiento en falso. Feria Int. del Libro de Bogotá: conferencista invitado (1987-2005). U. Central (1999): Miembro del Taller de Escritores. U. Nacional (2000-02): Profesor de la Facultad de Derecho en la cátedra Vida Universitaria. U. Central (2005-07): Docente en los seminarios Movimientos y renovación en el cine, Cátedra de Derechos Humanos, en los Cursos de Contexto Shakespeare, Constitución Política: un proyecto de nación, Maestrartes y Descubrir el cine: narrativas y tendencias. Finalista del Concurso Nacional de Cuento “25 Años del TEUC”, con Noticias del imperio, por Henry V. Miller (La muerte del endriago y otros cuentos, U. Central, 2007). Autor de ensayos sobre los escritores Julio Cortázar, Roberto Arlt, Miguel Delibes, Junot Díaz, Andrés Caicedo, Álvaro Cepeda, Arturo Echeverri, León de Greiff, José A. Osorio, Alonso Salazar, Arnoldo Palacios, Nahum Montt, Alfonso Carvajal; también, sobre los cineastas Luis Buñuel, Mario Camús, Rainer W. Fassbinder, Alejandro Jodorowsky, Alexander Kluge, Stanley Kubrick, Akira Kurosawa, Ernst Lubitsch, Martin Scorsese, Andrei Tarkovski, Jean Vigo, Wim Wenders. U. Central: Participante en el II Simposio Int. de Literatura Indefiniciones y sospechas del género negro (20 a 22.IX.06); en el IV, De viajeros y destinos (22 a 24.X.08); en el V, Los viajes que Gulliver olvidó (4 a 6.XI.09) y en el VI La ficción de la historia (8 a 10.IX.10). U. Central: Escritor Invitado a la Noche de Narradores con el ensayo Miguel Delibes & Los santos inocentes: el desalmado rostro de una sociedad (24.V.10). U. Nacional: Invitado por la Escuela de Cine y TV con las conferencias Kurosawa: entre el combate y la contemplación; El cine de Ernst Lubitsch: la tristeza hecha humor…; Memoria y conciencia histórica en relación al cine; El papel de la crítica de cine en el panorama nacional…(Bogotá, IX-XI.10). U. Nacional (2010): Invitado por Enda América Latina – Colombia al Taller de DDHH y Convivencia del CED Ramón de Zubiría, con la charla Derechos humanos & Convivencia en el aula (9.XII.10). U. Central (1991-2011): colaborador del Dpto. de Humanidades, del Cine-Club y de revista Hojas Universitarias. Invitado a la X Edición del Festival de Cine y Video de Santa Fe de Antioquia (4-8.XII.09). XXIV Feria Int. del Libro de Bogotá (4-16.V.11): Invitado por el MinCultura a presentar el ensayo, impreso por la misma entidad, Arnoldo Palacios: Matar, un acto excluido de nuestras vidas… (13.V.11). U. Nacional: Invitado por la Escuela de Cine y TV con las conferencias Jean Vigo: un punto de vista documentado; Vida y obra de A. Jodorowsky: un psicomago del arte y de la realidad; Sobre la crítica y la importancia de las revistas de cine (19-26-27.V.11). U. Central: Ponente en el I Congreso Int. Izquierdas, Movimientos sociales y cultura política en Colombia con el ensayo Un espíritu libre…: sobre la crisis de la cultura y los medios – Una lectura de izquierda (20.X.11). U. N. Radio: Invitado al Especial Brasil para presentar el ensayo Chico Buarque: No hay que perpetuar en la partitura la tristeza… (1º.V.12). Colaborador de El Magazín virtual de El Espectador, desde el 4.VI.12. Invitado al V Congreso Internacional de REIAL, Nahuatzén, Michoacán, México, con el ensayo Roberto Arlt: La palabra como recurso ante la impotencia (22-25.X.12). Invitado por El Teatrito, de Mérida, México, para hablar de Anthony Burgess-Stanley Kubrick y Una naranja mecánica (27.X.12). Crítico de cine en revistas Avianca, Cambio16-Colombia, Contravía, Stvdia Colombiana, Semana. Es co-autor del libro Camilo Torres: cruz de luz (FiCa, 2006), ha escrito en revistas Semana,Número, Hojas Universitarias, Al Margen, Escarabeo, Agencia Periodística de América del Sur (APAS),de Argentina, Magna Terra, de Guatemala; hoy en Agulha Revista de Cultura y Agulha Hispánica, de Brasil, Matérika,de Costa Rica, y en www.milinviernos.com y espera la publicación de sus libros La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), Ensayos sobre Literatura, Grandes del Jazz, Ocho minutos y otros cuentos, Para una ética de la comunicación (no sólo) audiovisual, Músicos del Brasil. Ha hecho corrección de estilo para Norma y Mondadori, hoy para la Plataforma Colombiana de DDHH, Democracia y Desarrollo y Enda AL-Colombia. En la actualidad es Director del Cine-Club & Tertulias Culturales de la Universidad Los Libertadores. E-mail: lucasmusar@yahoo.com
Muy buen artículo Luis Carlos Muñoz (hay un error en la frase: «tribu conformada por funcionarios obligados a botar por el candidato de turno». En este caso, sería «votar», a menos que quieras darle un sentido irónico de «botarlo a la basura»). Sin embargo, las ideas muy clara e ilustran al lector en gran medida. Gracias.
Apreciada Kira: Muchas gracias por tu comentario. No hay error: es una frase deliberada. Cuando votas por un político, botas tu voto. A los políticos no hay que creerles; es más, no se les puede creer, no hay que perder el tiempo creyéndoles pues su premisa es la mentira, el fraude, el engaño. Ningún político les concede a sus votantes nada de lo que previamente les prometió. La razón de ser de los políticos es la mentira pues están destinados a sostener la farsa que representa el statu quo, a administrar bienes ajenos, a simular que todo anda de maravilla en el país de los entuertos no desfazidos, de los contratos siempre torcidos, de los muertos jamás reivindicados. Gracias, de nuevo.