Esfera Sara

Por Nelson Barón

Serás aplastado por sus encantos. Sí, los de Sara, hombre. Te suena encantador ese nombre con magia propia. Como que su pronunciación refiere cosas santas, suena a capital, a catedral, a canción, a muchas cosas. Pero a ti te transmite el sonido de un cuerpo reluciente y elástico con el que quisieras estar. Salir o estar, tan solo hablar, o muchísimo más que eso, todo eso y tanto más, y otro poquito más quisieras. La mujer es increíble, su figura exuberante. Te encanta cuando pone sus robustas piernas sobre esa bola tendida sobre esa superficie violeta puesta sobre las tablas del gimnasio. Tiene sus piernas rectas, y su tronco se elonga hacia abajo con sus brazos totalmente estirados, de modo que forma una L, y esa figura te encanta, pues has pensado que esa L es la misma que la inicial de tu nombre, Leandro. Te sorprenderías de todo lo que sabe hacer, porque sí que sabe hacer cosas. Lo digo yo, que lo he escuchado todo y leo rostros y sus profundidades. Las mujeres son especialmente comunicativas.

Has tenido cientos de visiones con ella. Anoche tuviste un sueño de amor, uno que te despertó agitado y confundido pues con su rostro de ángel y ese contorno que te inspira los placeres que jamás soñaste que se pudieran realizar, no te han quedado alientos. Te portaste como un diablo. Tuviste el sueño y eso te habilitó a creer que ella y tú quizá podrían, algún día, a través de la circunstancia correcta, tener algo. No te habla es cierto, pero lo soñaste. Dios hace realidad los sueños, piensas. Tu mamá así te lo decía.

Habrás constatado que a Sara le fascina todo lo redondo, el sol, la luna, los planetas, pero también las ruedas, los tales Pilates, desde los cuales se sube y hace esas posturas que a ti, que todos los días pasas escoba y trapero te resultan francamente impensables. Pero no sabes que ella tiene dos vidas. Tú eres bello, sí que lo eres, pero tú solo tienes una. Tu esfera es una. Y yo a ti te quiero pues tú me limpias de modo que pueda ver y escuchar todo con la claridad del universo. Y mi me preparas para mi oficio de permitir reflejar a todos cuando hacen sus ejercicios en este lugar.

Pero algo muy retorcido siento en este ambiente que se empaña en mi superficie. No se porque eres terco. Se que intuyes que ella te sonríe solo porque pasas la escoba al tablado. Podrías fácilmente confirmar que las probabilidades con ella se reducen a menos que cero (Yo también se matemática pues mis todos mis bordes son geométricos y no soy más que la suma de puntos, según hoy decir a alguien que lee) No sabes nada de nada, adivinas que tiene veintidós años, pero ignoras los autos lujosos que la recogen desde la universidad y la conducen a esos casas, apartamentos y garitas de pudientes clientes, burdos universitarios, trogloditas magistrados, abogados e ingenieros. También hay artistas y fubolistas, eso sí con dinero; no creas que los apetitos son solo de ciertos gremios.

Estoy ansioso de que logres tu propio equilibrio. Hoy te encontraste el cuaderno de notas de las clases de administración de empresas de Sara, de una de las costosas universidades del centro de Bogotá, ese que se le cayó de su morral donde guarda sus cosas. Si, escúchame, mira tu espectro aquí. Se que algo has sentido cuando estás frente a mí. Porque lo veo y lo escucho todo, recuerda; porque tu también te miras acá y me hablas, y aunque no digas nada lo expresas todo. Síguela, llévale sus notas; deja que la enorme piedra circular Sara confirme mis hipótesis malignas. Cuando se tiene la verdad, se es libre, amigo. Despertar tu consciencia (si lo pudiera lograr), será mi agradecimiento por limpiar de mí todos los días la mugre y tantos turbios pensamientos, los silencios y retazos de historias que acá escucho. Sí, hazlo, por favor, antes de que definitivamente me retiren de este sitio.

 

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