El rey empalidecido por un Pulitzer desierto
Los certámenes literarios, como el fútbol o las carreras de caballos, cuentan con sus apostadores. En 2010, el dramaturgo paraguayo Néstor Amarilla lideraba las apuestas de la casa sueca Unibet. El premio Pulitzer, en su categoría de ficción, que siempre ha contado con una atención tan especial como la prestada al Súper Tazón , este año dejó perplejos a los apostadores, críticos y lectores al haberse declarado desierto.
Días antes del anuncio, la gran mayoría calculaba un triunfo del desaparecido David foster Wallace, que en 2011 volvió a ser nombrado en suplementos culturales porque se publicó su novela póstuma «El rey pálido». La excitación se acrecentó porque sólo en una ocasión se había concedido un Pulitzer a un muerto. Ocurrió en 1981, el ganador fue John Kennedy Toole y el título de la novela era «La conjura de los necios». Kennedy se había suicidado en 1969, luego de haber enviado su libro a varias editoriales que lo ignoraron.
Después de muerto fue su madre quien siguió intentando. Un día llamó a un escritor llamado Walker Percy quien en el prólogo del libro relata lo sucedido:
… ¿Y por qué iba a querer yo hacer tal cosa? Le pregunté. Porque es una gran novela, me contestó ella […] un buen día se presentó en mi despacho y me entregó el voluminoso manuscrito. Así, pues, no tenía salida; sólo quedaba una esperanza: leer unas cuantas páginas y comprobar que era lo bastante malo como para no tener que seguir leyendo. Normalmente, puedo hacer precisamente esto. En realidad, suele basta con el primer párrafo. mi único temor era que esta novela concreta no fuera lo suficientemente mala o fuera lo bastante buena y tuviera que seguir leyendo.
En este caso, seguí leyendo. Y seguí y seguí. Primero, con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarolo; luego, con un prurito de interés; después con una emoción creciente y, por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena
El entusiasmo creciente en la lectura de Percy es simétrico al prestigio post mortem de Kennedy Toole. Como los grandes poetas de fines del siglo XIX, como muchos autores que en vida nunca fueron tenidos en cuenta, él entró a un salón de la fama que nunca disfruto dejando un sinsabor en muchos colegas más apegados a las oficinas y a carreras académicas (como Percy):
La tragedia del libro es la tragedia del autor: su suicidio en 1969, a los treinta y dos años. Y ora tragedia es la posible gran obra que con su muerte se nos ha negado
En cambio, Foster Wallace fue reconocido en vida. Sus artículos, ensayos, cuentos y novelas, fueron alabados por la crítica. Su nombre solía aparecer en The New Yorker. Se codeó con los escritores que hoy aparecen constantemente en los suplementos literarios del mundo occidental como los nuevos monstruos de la novela norteamericana (Franzen siempre habla de la amistad que los unió).
Al no haber sido premiado con el Pulitzer , la historia de Foster Wallace ya no es la de un suicida campeón de las letras como Kennedy Toole. Aunque muchas teorías del siglo pasado hayan atentado contra la figura del autor, los libros tienen una foto o, al menos, una reseña de quien los escribió. Este empalidecimiento de Foster Wallace inaugura un capítulo en la historia de los escritores heroicos y mártires; del desconocido genial se ha pasado al reconocido condenado que se mató sin terminar la novela que lo llevaría al parnaso.
Ambos se suicidaron. Algunos dicen que Kennedy Toole estaba amargado por el rechazo a su novela. Otros podrán decir que Foster Wallace, al verse dando conferencias a graduados universitarios, prefirió ahorcarse para no terminar siendo portada de revistas como su amigo Franzen. Especulaciones, nada más. Lo único cierto es que ambos escribieron y se mataron.
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Tracy K. Smith ganó el Pulitzer de poesía por su libro «Life on Mars». Este es un extracto de uno de sus poemas:
Perhaps the great error is believing
we’re alone,
That the others have come and gone —
a momentary blip —
When all along, space might be choc-full of traffic,
Bursting at the seams with energy we neither feel
Nor see, flush against us, living, dying, deciding,
Setting solid feet down on planets everywhere,
Bowing to the great stars that command, pitching stones
At whatever are their moons. They live wondering
If they are the only ones, knowing only the wish to know,
And the great black distance they — we
— flicker in.
Y en este vídeo aparece la autora leyendo algunos de los poemas de su premiado libro