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Intrusos alienígenas. Por qué leer y escribir ciencia ficción. Historia personal.

flyer 1 de presentación

Este texto surge a partir de la invitación de la Secretaría de Salud, del departamento de Casanare, gracias a la gestión de Alejandra Hernández y el departamento de sicología y salud mental, para el programa «Es tiempo de estar juntos» que se transmite en la fanpage de la institución.

Se me solicita dirigirme al público infantil y juvenil, de modo que aborde la lectura y escritura como una forma de vida válida, y la literatura de ciencia ficción como un hábito saludable para la vida mental.

De este modo, redacto un texto con el fin de indagar sobre los caminos que me llevaron a esta forma de vida relacionado con la lectura y escritura de este género, y creo un texto bastante personal en el que trato de indagar mi elección por el género, motivada por datos autobiográficos como las estancias en los hospitales infantiles, e influenciada por fenómenos globales como la llegada de Internet y el 11 de septiembre de 2001.

Agradezco la gestión de todos los que hicieron posible este espacio, especialmente a Alejandra Hernández, así como a Tato Rincón por abrirme generosamente el micrófono en su espacio radial de la mañana, y la entrevista que se hizo después de leer el texto para tratar de dar a conocer más la ciencia ficción en la región casanareña.

La entrevista radial se puede ver en este enlace de facebook: mapanare estéreo min 31.

La lectura del texto y las preguntas en este enlace (con poca calidad de transmisión):

INTRUSOS ALIENÍGENAS.

¿Por qué escribir y leer ciencia ficción?

Estaba muy pequeño y enfermo y aburrido, cuando una enfermera me acercó una cesta de libros y me dijo:

-— escoja uno.

Había muchos que hoy yo no recuerdo pero también otro que sí conservo en mi memoria, pus de los pocos títulos que había allí se distinguía por lo evocativo de su título y las poderosas imágenes, que contrastaban mucho con mi situación, pues allí se encontraban piratas fortachones, feroces tigres y unos niños de mi edad, más afortunados, viviendo una realidad que para mí era como de un universo paralelo.

Se trataba de La Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson.

Fue el libro que escogí y  leí todo durante esa noche, cuando la fiebre apaciguaba y mis pulmones respondían mejor.

Desde entonces firmé un pacto secreto con aquellos niños del libro, jamás me abandonarían, y yo mejoraría y lucharía por mi vida pero me llevarían junto a ellos a esos paisajes que jamás había visitado y tendríamos muchas aventuras;  estando yo a salvo, detrás de las páginas, me harían sentir lo que ellos sentían en ese momento, como por arte de magia, y yo tampoco los abandonaría en sus incursiones por las selvas negras a los que la  curiosidad los arrojaba.

La curiosidad es esa puerta al otro mundo, o roca al otro mundo, como las rocas que se abren y cierran durante las noches en la sabana de los llanos y se llevan a los amantes o los fugitivos que encuentran en el verde infinito su mejor resguardo. Los niños de los cuentos  fueron creciendo como creciendo mi apetito por más aventuras, nuevos paisajes, más desafíos, encerrado dentro de los libros, pero yo no crecía físicamente, o por lo menos no de la misma forma de mis compañeros que desarrollaban músculos, mejoraban en deportes y en competencias para enfrentar lo que llaman el mundo.

Decía el escritor de la juventud, Friederich Nietzsche “tenemos el arte para no morir de  realidad” y si bien los doctores me salvaron aquella noche asmática de morir de asfixia, la enfermera que me ofreció el libro de Stevenson me salvó de morir de aburrimiento- como el dicho-,  pero “no morir de aburrimiento” significa también  no matar la mente, ni el mundo de  la curiosidad: con todos y los pactos secretos que ocurren allí, mientras uno se encuentra en la dimensión paralela de la fantasía, haciendo la magia posible, a través de un invento tan humilde, sencillo y poco valorado como un “simple libro”.

Un libro nunca es algo simple, aunque su material parezca tan rústico, papel y tinta, con palabras de nuestro propio idioma, en el mejor de los casos por todos conocidas, crean una arquitectura única, porque allí bajo estos simples elementos se genera la alquimia para conjurar grandes espíritus con la capacidad de hablar a nuestras esperanzas, sueños y temores.

Decía el científico Carl Sagan, en el libro Cosmos:

Qué cosa tan asombrosa es un libro. Es un objeto plano, hecho de un árbol, con partes sobre las cuales están impresas un montón de graciosos garabatos oscuros. Pero una mirada a él y estás dentro de la mente de otra persona, tal vez alguien muerto por miles de años. A través de los milenios,

un autor está hablando claramente y silenciosamente  dentro de tu cabeza, directamente a ti.

 Escribir es quizás una de las grandes invenciones humanas, juntando gente que nunca se conoció entre sí, ciudadanos de distintas épocas. Los libros rompen los grilletes del tiempo. Un libro es la prueba de que los humanos son capaces de trabajar la magia.

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Volvamos al niño que quedó metido entre libros, acompañado por los personajes de los libros, los preferidos los que eran cercanos a su edad y por tanto sentían el mundo de una forma parecida a él, pero además con un gusto por la sabiduría de los viejos, que siempre tenían el pensamiento preciso para explicarte las cosas, de modo que la siguiente vez ya no la veías de la misma manera sino que ya tenías comprensión y por lo tanto, aspirabas, una mejor forma de aproximarte a cada evento de la vida.

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Aullido de licántropo (Reseña)

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Por:  Manuel García Pérez

 @ManuelGarciaOri

  Dentro de los aciertos de la editorial Bartleby, sin duda, destacan las ediciones de poetas norteamericanos y esos incunables que creíamos perdidos y descatalogados como Aullido de licántropo, de Carlos Álvarez. Al releer la obra, encuentro nuevamente esa necesidad del Otro como un motivo heredado de toda una tradición narrativa de iniciación del héroe. Esa narrativa finisecular de Robert Luis Stevenson o Jonathan Swift describe un mundo de inconformismo ante dogmas victorianos que rechazan nuevas formas de entender las relaciones humanas y afectivas. Carlos Álvarez se nutre de esa escritura para elaborar esta obra ecléctica que confirma la necesidad del desdoblamiento para escapar de una realidad autómata.

    Aullido de licántropo protesta contra una realidad social inmersa en los convencionalismos y que condena las diferencias que abarcan desde el ámbito social hasta el compromiso con el arte. El licántropo es un ser que celebra el mundo desde la lírica y desde el vitalismo de ser diferente, pero la realidad es demasiado gravosa para cargar con ella sobre los hombros si eres ese ser extraordinario, cuya dignificación solamente existe en la escritura: “También yo beo sangre. No presuma/ de ignorar su bouquet, su esencia amarga,/ su densa plenitud nacido alguno” (pág. 132). Es precisamente esa metáfora licantrópica el recurso que utiliza Álvarez para denunciar su periplo por las cárceles franquistas, para, lejos del revanchismo, trascender esa denuncia a un mundo que acata las convenciones y las leyes injustas antes de ejercer su libertad creadora e instintiva por mucho que los riesgos sean fatales. La inspiración romántica del glosador y el poeta que escriben a dos manos  parlamentan de lo onírico a través de su prosa, proveniente de la literatura gótica, lindando con el expresionismo alemán, con esas resonancias de Dreyer que el poeta o Larry Talbot enuncian también con un verso clásico en cuanto a estructura, pero lleno de arquivoltas modernistas: “La luz del sol que invade lentamente/ los objetos, el sueño,/ despoblando de imágenes la tumba/ diaria/ donde un lento cansancio nos avisa/ puntualísimo y terco a cada ciclo/ del retorno final a los comienzos,/ el sol,/ no es nunca garantía de luz plena (…)”. (pág.71).

 Las palabras de Manuel Rico en su estudio introductorio  profundizan en ese carácter polimórfico de la obra. Lo poético y la narrativa forman un discurso uniforme en ritmo y musicalidad, porque su lectura es una inmersión en un testamento vital que es una teoría poética en su conjunto. En esa inmersión los matices de género se diluyen y la obra se convierte en palabras de Rico, en “una estructura compleja en la que la reflexión filosófica, social y política se combina con la narración y los diálogos dando envoltura y sentido adicionales a los poemas”. (pág. 13). Esta reivindicación de lo anómalo, de lo inédito, en la personalidad de Larry Talbot y su licántropo, vuelve a describirnos ese mundo de apariencias exquisitas que olvida al fantasma de Canterville, al auténtico contemplador de la belleza, que procura ser un proscrito cuando las normas son una despreciable patología.