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Phil Caracas o Jesús Cazador de Vampiros y su juicio final (película)

Jesús con sus armas especiales para vencer a los vampiros

Jesús con sus armas especiales para vencer a los vampiros.

Cuando llegue el día del juicio final Jesús va a tener frente a sus ojos mesiánicos a todos aquellos que lo interpretaron en el teatro, el cine, las liturgias y demás actos. Entre los más famosos de los últimos cien años aparecerá Williem Dafoe, Jim Caviezel, Robert Powel y, a su lado, Phil Caracas. Este último es un Jesús que caza vampiros y estos, a su vez, se encargan de chuparle la sangre a las lesbianas, sus únicas víctimas.

Esta película canadiense de 2001, dirigida por Lee Demarbre y escrita por Ian Driscoll, tiene la humildad y furia propias de los grandes precipicios amorosos. Una escena memorable, y que el propio Jesús verá el día del juicio cuando Judas Iscariote ejerza, de oficio, la defensa de Phil Caracas y la exponga frente al mesías y su padre, es la del travesti que profiere, como una oración o el Magnificat escrito por Lucas el evangelista (Lucas, 1, 46-55), unas palabras al ungido que está apaleado,  desorientado y cabeceando como un loro que no puede matarse:

Eres un extraño para mí

pero no más extraño que yo.

Es extraño lo que ves en los ojos de un extraño,

es como ver en tus ojos

como si crecieras por ti mismo

solo, separado, aislado.

Sé qué se siente

cuando hay algo dentro de tu cuerpo

que clama por salir.

Buenas noches, dulce príncipe.

Cuando Chespirito fue un robot enamorado

Chifladitos

Con la muerte de Roberto Gómez Bolaños aparecen las voces de quienes lo desdeñan remitiéndose, con exclusividad, a «El chavo del ocho» y a las relaciones laborales que el humorista sotuvo con sus compañeros de estudio. Cuando pasen los días, «Los chifladitos» habrán de crecer y se apreciarán esas preguntas que flotan en la calma tensa de la locura como es la del amor existente entre seres no humanos o en la naturaleza del oficio de dentista-chismoso/ chismoso-dentista. Ojalá esté descansando en paz el señor Gómez y que los robots dadores de azúcar y enamoramientos engalanen su presunción del paraíso: