Una microselección de microrrelatos
Tenemos el gusto de presentarles una selección de microrrelatos escritos por Edwin Bonelo (@edwinbonelo) quien, desde hace años, trabaja el género:
Entre-vista
Ah, ¿el ojo de Dios? Claro, sale todos los dieciochos de agosto, como a las dos de la mañana, por allá detrás de ese cerro; da la vuelta arriba y se esconde al otro día, aunque con el sol se pierde, o de pronto tal vez cierra los párpados por tanta luz. Yo no creo en pendejadas, pero uno no puede desconfiar de lo que ve y a mí nadie me quita de la cabeza esa figura mirándome, viendo todo sin parpadear, mareando con todas las vueltas que da y los colores que bota. En una cosa complicada, porque yo le puedo decir muchas cosas que le veo, pero hasta que uno no lo vive no lo siente, ni palabras hay para contar esos calores, esos fríos y esas luces que a uno lo envuelven cada año. Por eso nunca fallo, y con paciencia llego hasta esta orilla y me paro ahí, donde está el palito clavado en el suelo, porque si me muevo así sea un milímetro se pierde la vista, como si no me diera permiso de admirarlo como yo quiera.
Microrrelato
Buscó en el diccionario, en la robusta enciclopedia de su casa y en la etérea de Internet; escarbó en viejos libros de biblioteca y habló con expertos y profanos. Tarde en la noche, con la cabeza agotada, el optimismo en el suelo y el puño decayendo de ganas, escribió: “¡ya sé!: microrrelato es cualquier mierda”, y se echó a escribir.
El tachón
Del computador a la vieja máquina y de esta al arcaico lápiz. Huyendo del pensamiento fragmentado me adentré nuevamente en el rectángulo vivo de papel. El resultado, una magnífica cantidad de líneas sobrepuestas sobre más líneas borrando, subrayando, escondiendo, rectificando; en últimas, mostrando esa jocosa dialéctica entre la potencia y el acto del pensamiento.
Vistazo
Ya viejo, se entristeció al constatar que la historia de su vida podía leerse sin saltar el renglón.
Mi dinosaurito marica
Por Enrique Pagella
Todo el mundo o casi todo el mundo o alguna parte del mundo conoce el microrrelato que ha hecho famoso a Augusto Monterroso, o, tal vez, mucho más justo resultaría escribir: alguna parte del mundo conoce el microrrelato por el cual se nos introduce a la microficción y al trabajo con la teoría del iceberg, donde la materialidad del relato es la punta del iceberg, y su cuerpo hundido, la parte más grande, aquéllo que no se ve, que equivaldría a la información escamoteada, apenas sugerida, por el escritor.
Esa microficción publicada en 1959 se llama «El dinosaurio» y dice así:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Este texto fue considerado el cuento más corto de la lengua española, hasta el 2005, pues la irrupción del relato «El emigrante» de Luis Felipe Lomelí, le ha quitado el record. El relatito dice así:
– ¿Olvida usted algo?
– ¡Ojalá!
A mi modo de ver, el segundo ejemplo es tramposo porque sospecho que el más mínimo diálogo ya de por sí constituye una pequeña ficción. Un ejemplo al voleo:
– ¿Qué te pasa?
– ¿A quién?
Como podrán apreciar mi versión es más rica que la del colega mexicano, pero no justificaré mi apreciación – el lector me dará o no la razón – porque me importa más aclarar dos cosas: 1) El relato de Monterroso es mucho mejor que el de Lomelí, por varias cuestiones que tampoco señalaré – el lector sabrá también coincidir o no; 2) Mi amigo Andrés Felipe Escovar acaba de escribir, a mi modo de ver, una microficción superadora, tal vez la mejor que se haya escrito hasta ahora. Se llama «Mi dinosaurito marica» y la transcribo a continuación:
El muy marica me dejó por una mujer.