De Chiyuipe a Canoa (séptima entrega)
Presentamos “De Chuyuipe a Canoa”, una novela escrita por el autor ecuatoriano Edison Delgado Yepez de quien, anteriomente, publicamos “La necesidad del corazón”. Esperamos que disfruten con este nuevo trabajo de nuestro autor ángel y surfer. Acá podrán leer el sexto episodio.
Finalmente llegó la hora de marcharse de la fiesta de Elizabeth, Roberto la trató de convencer de que se una al viaje. Ella le había dicho que sí, pero Roberto dudaba de que ella en realidad iría.
Pava Loca le había dicho a Lorena que se venga a Canoa con ellos, pero ella decía que para ir a Canoa, ella prefería un viaje más corto a Montañita. Y asunto concluido. Todos se fueron a sus casas. La fiesta había acabado. Doménica, nuevamente fue a dejar a Ballenita a los hermanos Russo, y quedaron en encontrarse a las cinco de la mañana para salir a Canoa.
Aquella noche, cuando los hermanos Russo llegaron a su casa en Ballenita, estaban excitados con la perspectiva del viaje y no tenían sueño.
Ni bien entraron en la casa, se fueron directamente al patio con la radio de pilas tronando a todo volumen una canción de Led Zeppelin, y encendieron en el centro de la duna, sobre los restos de anteriores fogatas, una gigantesco fuego, que los alumbre el máximo tiempo posible y que aleje los mosquitos. Luego cuando la fogata se extinguió, subieron a sus cuartos para acostarse y dejar fluir en la oscuridad de la noche sus pensamientos de manera ininterrumpida.
Tal vez aquella noche sería una de esas en que los dos hermanos se la pasaban toda la madrugada conversando sobre surf, chicas, fiestas, modas, playas desconocidas y sobre los misterios de la vida, como por ejemplo sobre la vida del filósofo griego Anaximandro, alumno de Tales, diestro cartógrafo que era el creador de magníficos mapas náuticos, inventor del reloj solar, y que había predicho un terremoto en Esparta, salvando la vida de sus habitantes y también hijo de Mileto.
Veinte años más joven que el maestro Tales, afirmaba que el origen de la vida no se hallaba en el agua porque de ser así, la primacía de este elemento hubiera sofocado la existencia de los demás como el fuego, la Tierra y el aire. Anaximandro afirmaba que el origen de la vida era el Super-elemento llamado ápeiron que funcionaba como una especie de árbitro y que ponía en su lugar al elemento que cruzaba sus límites con respecto a los demás.
De los muchos libros que escribió sólo quedó para la posteridad este fragmento:
El principio de los seres es el infinito…de donde viene la vida de los seres y donde se cumple también su destrucción, según la necesidad, porque todos pagan, el uno al otro, la pena y la expiación de la injusticia, según el orden del tiempo.
Pronto la luz de dedos rosa de la aurora los sorprendió en estas profundas cavilaciones y se aprestaron a bajar a la cocina para ver qué se preparaban para el desayuno.
Joey optó por poner a hervir en agua cuatro huevos. Y Danni fue al patio, habilitó una vieja parrilla y puso sobre las brazas unos pedazos de carne y empezó a asar sus grasas al carbón.
Joey también puso a calentar agua para preparar unos cafés para los dos. La madrugada era fría y empezó a garuar, despacio primero, y luego con mayor fuerza.
Los hermanos Russo comieron con fuerza y apetito, porque sabían que les esperaba un largo viaje. Luego se entregaron con energía a la solitaria labor de revisar las tablas para ver si tenían algún hueco que parchar con cinta impermeable o para colocarle una capa extra de cera antideslizante, sex wax.
Entonces en medio de la penumbra de la madrugada se escuchó el pito del Land Rover y las puertas del vehículo que se abrían y se cerraban de golpe. Pronto Doménica y Nicole estaban dentro de la casa de los hermanos Russo y en el porche, dejaron las grandes maletas con las ropas y Doménica le pidió de comer a Danni. El chico Russo, besó a su enamorada en la boca y rápidamente se dirigió a la cocina a preparar una olla de arroz con pedacitos de coliflor, frejolitos palito, que habían dejado remojabdo la noche anterior para que esté suave, y todo sazonado con albahaca y arverjitas, y luego abrió una lata de atún, también preparó una jarra de fresco solo.
Nicole cogió un periódico viejo y leyó un artículo de un tal J.G.G.:
El General Robert Lee, comandante en jefe del ejército confederado durante la guerra de secesión norteamericana, cierta vez elogió mucho a un oficial que lo había censurado. Su interlocutor, muy asombrado, dijo a Lee:
-Mi general, probablemente no sabe las cosas que ese hombre ha dicho de usted.
-Lo sé-replicó Lee-. Pero me preguntaron qué opinión tengo de él, no qué piensa él de mí.
Luego continuó con la lectura de otro artículo similar firmado por un tal A. P. y dijo:
El presidente norteamericano Gerald Ford, al observar un retrato suyo donde aparece con la mano izquierda en el bolsillo, comentó: “Como conservador en materia fiscal, siempre me agrada ver a un político que tenga la mano metida en su propio bolsillo”.
Mientras Danni preparaba el desayuno, Doménica se le acercó por detrás y lo abrazó con ternura. Este fue un sentimiento nuevo en la vida de Danni Russo. La única ternura que él conocía hasta entonces era la de su madre y la de su padre. Pero nunca había sentido la ternura de una mujer. Ella lo abrazó y apoyó su cabeza sobre su ancha espalda. Para Doménica todo un nuevo mundo le había abierto las puertas al conocer a Danni: el surf, los viajes, las fiestas.
Hasta entonces, para Doménica, Salinas no era más que un lugar desértico y caluroso que no tenía ningún interés, un lugar aburrido donde pasar las vacaciones mirando gente extraña y donde pasar encerrada viendo televisión.
Ahora, con Danni, conocía un lugar para ir a patinar, escuchar música, conversar con sus amigas, comer ricos hot dogs y ver la vida con nuevos ojos. ¿Era esto lo que sentía su mamá por su papá?, ¿era esto lo que los profesores de literatura en el Liceo Panamericano le hablaban cuando pronunciaban la palabra amor?
Con Danni, Doménica se sentí segura e independiente. Nunca sabía lo que iba a pasar en ese día. A diferencia de estar con sus padres donde siempre sabía lo que iba a pasar o lo que iban a hacer, con Danni todo era un misterio. El azar dominaba sus vidas. De pronto sus melancólicos pensamientos fueron interrumpidos por Joey y Nicole, que les dijeron:
-¡Las carnes ya están listas!
-Ok-dijo Danni-, sírvanlas pronto-.
Doménica se había levantado tan temprano para ese viaje como cuando se levantaba para ir al colegio, y no había tomado desayuno, por lo que se sentía hambrienta. Devoraba esos pedazos de carne con un hambre exquisita, ésta por ejemplo, era otra nueva sensación que descubría al conocer a Danni.
Después de las carnes asadas, vinieron los platos de arroz humeante y las chicas se servían la comida con impaciencia, lo devoraban todo hasta el último granito y luego se refrescaban al servirse sendos vasos de fresco solo.
Danni iba de la cocina al comedor con la premura y la perfección de un gran chef italiano. Sólo le faltaba la gorra de cocinero. Cuidaba de que todos estén bien servidos y luego se fue al patio para apagar bien el fuego y evitar un incendio.
El temor a un incendio en aquella casa de madera era la pesadilla constante de los hermanos Russo. Siempre estaban revisando las llaves del tanque de gas, las cenizas de las fogatas y mirando por todos lados para evitar cualquier chispa que provocara una flama mortal, que consumiera su preciosa casa de madera.
De pronto, afuera, se escuchó el claxon de la Station Wagon de Manuel Fernando que venía con Ingrid, Pava Loca y Roberto. Ellos también entraron muertos de hambre y Danni tuvo que poner aceite en la cacerola, hacer una mezcla de harina, huevos y aceite, y junto a su hermano ponerse a batir y batir hasta que la masa de los panqueques esté lista para poner a freír.
Pava Loca estaba bien sentado en la sala, leyendo en aquellos periódicos viejos y muriéndose de la risa cuando la pequeña Nicole le preguntó:
-¿De qué te ríes?
-Escucha esta noticia- le dijo Pava Loca-.
JOVEN GOLPEA A SU ESPOSA DE 77 AÑOS
Roma, (EFE).- Un joven de 28 años ha sido detenido en la localidad de Colobraro, en el sur de Italia, acusado de extorsionar y propinar frecuentes palizas a su esposa de 77 años, dijo la policía.
La propia anciana había denunciado a los agentes los malos tratos que sufría a manos de su violento esposo, Massimo Di Napoli, a quien habría entregado bajo amenazas más de cien millones de liras (cerca de cincuenta mil dólares), según declaró. La insólita pareja había contraído matrimonio hace dos años.
-Uuyyy, ¡pero qué horror!-dijo Nicole-, ¿y eso te hace gracia?
-¿Y a ti qué te pasa?, ¡claro que me produce risa!, ¿no te parece absurdo y chistoso esta locura?
-A mí me parece horroroso y tremendo-dijo Nicole-, para empezar la diferencia de edad y luego las golpizas, a mí me parece un asunto de locura.
-Sí, sí, pero no es para tanto.
Al rato apareció en la cocina Joey y Danni, todos sudados, con la bandeja de plástico llena de panqueques bañados en miel de caña.
-Uyyy, ¡qué sabroso se ve eso!- dijo Roberto que era el más gordito y melenudo del grupo-.
-Todos a comer- dijo Danni-, todos vengan a comer que ya está servido.
-Miren, escuchen esto, se trata de un artículo del profesor Paul Samuelson, un economista famoso que mi papá siempre cita-dijo Nicole- y de inmediato se puso a leer:
AMOR
29 de diciembre de 1969
¿Un economista escribiendo sobre el amor? Después de eso, seguro que los fontaneros se pondrán a escribir sonetos sobre la belleza.
Me refiero, por supuesto, al amor no en el sentido griego de eros, sino más bien de ágape (que la tercera edición del Diccionario Webster define como “amor espontáneo y altruista que se expresa libremente sin cálculo de coste o ganancia para quien lo otorga o de mérito en quien lo recibe”). Pero no estoy seguro de que estos dos conceptos puedan divorciarse-ejem-del todo: puede que los problemas de Soames Forsyte en la cama tuviesen cierta relación con su arrogante sentido de la propiedad.
Si en las siete primeras ediciones de mi manual de introducción a la economía logré omitir la palabra amor en el índice, ¿por qué no puede la octava arreglárselas sola? No es que se me hayan reblandecido de pronto los sesos, de veras. Más bien se me ha despejado la cabeza con cierto retraso: para explicar los hechos científicos que tenemos que explicar, si no hubiese existido el amor habríamos tenido que inventarlo. Es evidente que contradigo lo que me enseñaron en la Universidad de Chicago como primera y única ley de la economía: “Todo tiene un precio”.
-Sí, sí, ¡qué divertido!, ¿pero quién entendió lo que leyó Nicole?- dijo Manuel Fernando-.
Y todos los chicos rieron. Y después se quedaron unos instantes en silencio mientras comían los panqueques.
Nicole dijo interrumpiendo el silencio:
– ¡Acaba de pasar un ángel!
Cuando terminaron se dispusieron a coger las cosas y las tablas y meterlas en el Station Wagon de Manuel Fernando.
El viaje empezaba. Todos a bordo en el Station Wagon con rumbo a Jipijapa, Portoviejo, Tosagua, Bahía, pasar la Satation Wagon en la gabarra y de ahí de San Vicente a Canoa.
A los chicos los esperaba largas horas de viaje por una carretera fría, sinuosa y desértica. Horas y horas de viaje. Un viaje largo y perezoso, contemplando los hermosos paisajes desérticos.
En el momento en que salían de Chuyuipe se dieron cuenta que los padres de los hermanos Russo venían en sentido contrario, llegando del Guayas. Danni le dijo a Manuel Fernando que se detuviera y se bajó del vehículo para ir a hacer señales al otro, que venía en sentido contrario para que se detuviera. Danni habló con sus padres y consiguió sacarles algunos sucres, y luego volvió a embarcarse en el vehículo de Manuel Fernando.
Cuando llegaron a la playa de Bahía de Caráquez, ahí se estaba celebrando la fiesta de una chica de apellido Estrada. Todos estaban disfrazados y bebiendo canelazos dentro de una gran cabaña con techo de paja y construcción de caña y todo decorado con globitos y serpentinas.
Apenas pisaron suelo de Bahía fueron al mercado central para proveerse de tamales, bollos, empanadas de camarón, corviches, natillas, huevos fritos con bolón, cebiches de pulpo y mixtos. Todo el grupo comió con apetito después de tan largo viaje y Doménica y Nicole observaban a las chicas de Bahía de Caráquez y a sus habitantes como si fueran seres de otro planeta; una civilización más atrasada en el tiempo, como si en aquel lugar la moda se hubiera estancado en la época dorada de Bob Marley y la música jamaiquina de reggae.
Cuando terminaron de almorzar, subieron por la calle del parque del obelisco y se percataron de que a esa hora de la tarde, ya no funcionaba la gabarra o barcaza que los llevaría a San Vicente y por último a Canoa. Pero los chicos de Bahía no los querían aflojar y las chicas formaron un círculo alrededor de Ingrid, Doménica y Nicole. Todo el mundo bebía, bailaba y bailaba.
Manuel Fernando se enteró por boca de un chico de Bahía de Caráquez, que más allá de la playa de Canoa se encontraban unas cavernas llamadas LOS APOSENTOS, donde se efectuaban encuentros amorosos de todo tipo. Todo eso tenía que ocurrir en marea baja porque si a los amantes los sorprendía la marea llena quedarían atrapados de manera peligrosa. Manuel Fernando tomó nota del dato y se lo guardó para contarlo a los chicos más tarde.
Las chicas estaban cansadas por el largo viaje, así que de manera muy cortés se fueron abriendo del grupo de alocadas danzarinas, que las habían recibido como seres de otros planetas y se fueron directo a la Station Wagon a dormir en los colchones que estaban en su interior.
Roberto y Pava Loca se pusieron de acuerdo con Danni y Manuel de que no era justo que las chicas pasaran incomodidades, y se fueron despidiendo de los demás fiesteros y se fueron a ver si contrataban una lancha que los cruzara a San Vicente. Pero todo fue inútil. Tendrían que pernoctar en Bahía, así que se fueron al hotel VERA y se metieron todos en un cuarto para dos personas.
Aquel hotel de madera estaba provisto de corredores estrechos y paredes de madera pintadas de verde con blanco, que despedían un olor rancio a queroseno.
Las camas fueron ocupadas por las chicas. Por suerte las tablas de los chicos estaban forradas con fundas para dormir o sleepings bags, y el dormir no fue un problema.
En sus inicios, como surfistas, habían aprendido a dormir en carpas pequeñas para dos personas, carpas que se desarmaban con los ventarrones de las madrugadas, y que había que volver a armar medio dormidos, en medio de la noche. En definitiva estaban acostumbrados a pasar incomodidades con tal de correr olas grandes. Como las chicas estaban muertas de hambre, se sirvieron los corviches y las empanadas de camarón que habían comprado en el mercado central de Bahía y que habían guardado como reserva.
En medio de la noche, Manuel Fernando le comentó a Roberto, Pava Loca y Danni sobre el descubrimiento que había realizado sobre aquella playa del amor llamada LOS APOSENTOS, y sobre la advertencia que le habían dicho sobre la marea alta. Tarde o temprano tendrían que ir a conocer aquellas cuevas de rocas empinadas.
Ya era de madrugada y los chicos apagaron las luces y se hizo el silencio. De pronto Zeus, el que nubes reúne, desató una tempestad tropical y empezó a llover torrencialmente y de las paredes del hotel se desprendía una humedad dulce y fragante, que inundó el ambiente con olor a sándalo.
Los chicos se sentían protegidos en aquel pequeño cuarto de dos camas.
Nicole se puso a rezar el padre nuestro mentalmente. Mañana sería otro día.
El tiempo que pasaron durmiendo transcurrió raudo y casi no lo podían creer cuando llegó la madrugada y el amanecer. Todavía se sentían cansados.
Las chicas no se querían mover de sus camas, y Pava Loca estaba apurado porque todos se movieran y se vistieran de manera rápida.
Pronto estaban con destino a la gabarra, que los transportaría con Station Wagon y todo a San Vicente, y de ahí, por la playa, en marea baja, a Canoa. Pasaron por LA OLLA DE BRICEÑO, BRICEÑO y finalmente llegaron a CANOA.
El espectáculo que ofrecía el transporte de la gabarra, con sus aguas de color verde esmeralda y su viento fresco era tremendamente bello y salvaje. Muchos niños pobres se la pasaban lanzándose al agua desde los estribos de la gabarra hasta cuando esta arrancaba con destino a San Vicente.
Era un espectáculo folclórico de primera, el ver a las chicheras cargadas de gente, pollos y mercaderías deslizarse por la arena en marea baja, con rumbo a Canoa.
Cuando llegaron a Canoa lo primero que los asombró fueron el rugido del oleaje que reventaba con gigantescos tumbos de olas sobre las orillas.
Canoa asombraba con su malecón y su calle principal llena de gente y algo de comercio. Pero lo que más sorprendió a los muchachos fue el tremendo desfile que se desplazaba por la calle principal como si los locales se hubieran enterado de que llegaban ellos y lo hubieran ejecutado en su honor. En las esquinas había puestitos que vendían del fuerte canelazo.
El desfile estaba animado por cachiporreras, payasos, fuegos artificiales y la música de la banda local.
Al fondo de la avenida principal estaba el pico con sus olas de tres metros y de dos cuadras americanas de distancia.
Danni divisó una mancha de delfines, cabezas de tortugas marinas, que emergían de vez en cuando. Unos locales estaban jugando voley y los invitaron, pero la necesidad de meterse en el agua era tremenda.
Pronto, pronto, se quedaron en los pantalones de baño, cogieron las tablas y se metieron al agua.
Había que remar del putas, loco. Remar y remar a toda prisa, para evitar las barredoras que se les venían encima. En aquella playa de Canoa, dabas dos pasos dentro del agua y ya estaban mar adentro, vapuleado por fortísimas corrientes marinas. Los chicos se quedaron pasmados, cuando al llegar a la punta de Canoa se percataron que una mancha de delfines se encontraba en el punto de quiebre caracoleando sobre las olas.
El primero en llegar fue Pava Loca, que en el playero de Canoa le daba la espalda a la ola. Rápidamente se posicionó y se fue en una ola de tres metros. De inmediato puso las manos apropiadamente y doblando las rodillas se tubeó en medio de aquella mole de agua. Mientras se tubeaba, Joey iba remando y lo observaba todo hasta cuando él también llegó a la punta para esperar la llegada de las mamas rusas.
La ola de Canoa era un beach break, lo que significaba que no había un point fijo donde coger la ola, sino que era una multitud de picos que se formaban y que los surfistas tenían que remar de un lado para el otro para cazarlos e irse en una de sus olas.
Roberto, Manuel Fernando y Danni remaban despacio, como saboreando el bello momento que estaban viviendo. Cuando llegaron al punto no se apresuraban en coger olas como locos como hacían Joey y Pava Loca, que parecía que estaban en un mano a mano de alguna loca competición imaginaria.
Danni remó una ola de cuatro metros y se fue en ella, dejando una estela de agua en el aire. En la cabeza de Danni sólo había una idea: llegar hasta debajo de la ola y subir lo más aprisa posible.
Las chicas no podían creer lo que estaban viendo. Sus amigos parecían unos puntitos diminutos comparados con el tamaño de las olas que montaban.
Afuera las chicas se frotaban sus estilizados cuerpos con Coopertone, enterraban los pies en la arena, acomodaban el viejo parasol, se entretenían con la vista de la playa virgen y selvática de Canoa y comenzaron a hablar sobre las distintas formas de besar.
Después de un rato de conversación todo se interrumpió, cuando Danni salió del agua para ir directamente donde se encontraba recostada Doménica sobre una toalla. Y luego le preguntó:
-¿Quieres pasear al otro lado del cerro?
-¿Qué hay por allá?-respondió inocente Doménica-.
-Una playa para enamorados llamada LOS APOSENTOS, ¿quieres venir?
-¡Bueno, vamos!
Danni y su enamorada pasaron un buen rato caminando por la playa abrazados hasta empezar a subir por el caminito entre la selva tupida, que los conduciría hasta las cuevas de LOS APOSENTOS.
Cuando llegaron, aprovecharon la marea baja para adentrarse entre el largo laberinto de rocas. Cuando llegaron a una pequeña duna entre la arena, Danni se acostó y le hizo señas a Doménica para que se recueste a su lado. Luego Danni le preguntó dulcemente a su morenita:
-¿Hace cuánto que no me besas?
-Hace una larga hora –respondió ella con una sonrisa pícara en sus labios-.
-¡Déjame besarte!- le dijo Danni-.
-¡Bueno!
Danni empezó por juntar sus labios a los de su enamoradita y ella se dejaba hacer tranquilamente, hasta parecía también disfrutar de aquel momento. Entonces Danni le dijo al oído:
-Doménica, déjame besarte las tetitas, ¿sí?
-¡Danni!- se quejó media asustada y escandalizada Doménica-.
Danni no esperó la respuesta, y suavemente le quitó el traje que cubría sus pequeños pezones. Y llevó sus labios hasta succionar aquellas mamas tiernas y suaves, mientras conseguía arrancar de Doménica suaves quejidos de secreto placer y lamentables ruegos:
-No Danni, no, no me hagas daño, por favor.
Entonces Danni reaccionó y se sintió mal por haberse dejado arrastrar por la pasión. Los remordimientos católicos fueron tan grandes, que junto con el sabor amargo que los pezones de Doménica le habían dejado en la boca, se sintió preso de un fuerte malestar. Entonces, con lágrimas en los ojos le dijo:
-¡Lo siento!, ¡lo siento mucho mi amor!, ¡perdóname!
-¡Qué hiciste, Danni!, ¡qué hiciste!
Ambos muchachos de diez y siete años se sentían avergonzados como la primera pareja pecadora del Edén.
Mientras tanto en la punta de Canoa, Roberto estaba deleitando a las chicas con sus piruetas soul sobre las olas. Parecía que aquella ola de tres metros, tan larga como una cuadra americana, hubiera sido hecha para Roberto. Él bajaba las olas con una gracia y una determinación casi elástica. Tenía un fino sentido para seleccionar la ola que lo llevaría y para dejarse arrastrar por la espuma. Manuel Fernando se concentró en las olas de gran tamaño y de esa manera se sentía libre. Hubo un momento en que agarró una ola que parecía de cuatro metros, de lo grande y descomunal que era, y se fue en ella de lo más tranquilo, como si nada. Pava Loca y Joey se quedaron con la boca abierta, el corazón palpitante, y bien impresionados de semejante proeza.
Después de un rato Danni y Doménica regresaron de LOS APOSENTOS y venían entre preocupados y felices, porque habían abierto nuevas puertas en su vida, traían en sus labios un nuevo conocimiento sobre su sexualidad, y poseían en sus manos el gusto y el terror de un nuevo secreto entre ellos.
Ingrid de inmediato se dio cuenta que algo había pasado allá, porque en el rostro de Doménica se reflejaba algo, un misterio, había una cierta satisfacción que la preocupaba, una sensación agridulce.
El tiempo transcurrió apaciblemente y llegó la hora del crepúsculo. Los chicos empezaron a mostrar los signos del cansancio y del frío.
Cuando salieron del punto, empapados y hambrientos, las chicas los estaban esperando alrededor de una fogata que había realizado Danni con la ayuda de Doménica y todas estaban cubiertas con colchas por el frío producido por el viento de la tarde y la brisa marina.
De inmediato se fueron al hotel Palmeche y alquilaron una habitación con dos literas. Entonces Pava Loca los sorprendió con una noticia nueva y refrescante: había traído de Salinas un cassette con música de un concierto en vivo de Peter Frampton.
Los chicos esperaron que las chicas se bañen con agua dulce mientras se deleitaban con la música de Peter Frampton, su guitarra eléctrica y su sintetizador. Los chicos y las chicas después del baño se deleitaron con algunos manjares que habían comprado en la calle principal de Canoa.
Los chicos estaban muertos de cansancio y sólo querían quedarse, ahí, acostados en la cama sin hacer nada, pero las chicas estaban impacientes por salir a pasear por la avenida única de Canoa para ver qué había de nuevo. Al final tanto insistieron que Manuel Fernando, Danni y Joey accedieron a salir, menos Pava Loca y Roberto que decidieron quedarse acostados en el hotel.
La noche estaba transparente, las estrellas brillaban allá en lo alto del negro firmamento con un esplendor único y sorprendente. Manuel Fernando e Ingrid iban adelante caminando con las manos entrelazadas, Joey y Nicole los seguían de cerca y Danni y Doménica iban en la vanguardia caminando abrazados. De pronto Doménica le dijo a Danni en el oído y en voz bajita:
-¡Espero que no le cuentes a tus amigos lo que me hiciste en LOS APOSENTOS!, ¿ok?
-No, por supuesto que no, mi amor. Eso es un secreto entre tú y yo. Además si otras personas se enteraran, tendría que casarme contigo, ¿no?
-¡No tendrías que casarte conmigo por eso!, además no fue nada, no pasó nada.
-¿No pasó nada?- preguntó irónico Danni-. A mi me parece que te arranqué un pedacito de tu vida, ¿no?
-¡Tonto de mi vida!- le dijo Doménica-.
De pronto, al final de la calle, llegaron a una cabaña de madera y caña de la que se escuchaba a todo volumen una canción de Bryan Adams, titulada: THE SUMMER OF 69, y resultaba que en aquella cabaña se encontraban cuatro amigos más de los hermanos Russo y se trataban de Jaime, Rod, Chechi y Gustavo.
Jaime estaba asomado en la ventana y los vio y de inmediato los llamó y los hizo pasar. Jaime tenía el brazo enyesado porque en una caída que sufrió en LA FAE, en marea baja, chocó su brazo con una filuda roca y se le partió el hueso.
Cuando Manuel Fernando, Danni y Joey entraron a la cabaña junto con las chicas no podían creer lo que estaban viendo. Sus cuatro amigos habían abierto un cartón de botellas de vino Concha & Toro y se la estaban pasando de lo lindo con la radio de pilas, el ambiente todo iluminado por las velas y el vino que corría como río desbordado por la lluvia. De pronto afuera se empezó a iluminar el firmamento y a escuchar fuertes estampidos provocados por los rayos, truenos y relámpagos y de inmediato se desató una fuertísima lluvia.
Adentro las chicas se acomodaron en el suelo de madera y Nicole las sorprendió al encontrar en un rincón de la cabaña unas cartas para que ella, y sus amigas se pongan a jugar para no aburrirse.
Los chicos empezaron a contarse historias de cuándo habían llegado y se pusieron a beber del dulcísimo vino rojo como la sangre. Todo al compás de los acordes de la música de la banda de Super Tramp, TOTO y de Bryan Adams.
Así pasaron toda la noche, bebiendo y hablando de tabla y de las olas grandes e interminables de Canoa.
Afuera la lluvia se había convertido en tempestad y el agua venía con viento. Manuel Fernando después de unos cuantos vasos de vino sintió caliente la sangre y se fue a acostar al altillo de la cabaña junto con Ingrid. Ahí se quedaron hablando sobre cómo estaría de crecida la marea mañana por la mañana, de cómo serían sus hijitos cuando los tengan, de cómo regresarían a Salinas después de tres días, de la gasolina para la Satation Wagon y del hambre. Ingrid tenía mucha hambre, así que Manuel tuvo que levantarse y bajar por la escalera para preguntarles a los chicos si tenían algo de comer y fue Chechi, quien les respondió:
-Tenemos unos sánduches de atún de ahora en la tarde que sobraron y pescado seco con sal, ¿los quieres Ingrid?
-¡Claro que sí!, estoy hambrienta, ¡cómo se te ocurre!
Y la enamorada de Manuel Fernando devoró los sánduches de atún con mayonesa con el placer de un náufrago. El hambre de Ingrid contagió a las otras chicas y ellas devoraron todo el pescado seco con sal que quedaba. El pescado seco era una exquisitez de la península y consistía en coger el pescado crudo, bañarlo en sal y dejarlo que se cocine al sol y de esa manera quedaba sabrosísimo al paladar de los turistas.
Después de comer los chicos se quedaron con los rostros iluminados por las velas y Danni empezó a contar la tenebrosa historia del encadenado de Santa Elena. El asunto consistía en que en Salinas en la época remota había un borrachín, que siempre se iba ebrio a la casa después de salir de su trabajo y en una ocasión lo apuñalearon y lo encadenaron en las vías del tren. Lógicamente, cuando el tren pasó, despedazó el cadáver. La tradición cuenta que desde entonces todas las noches, a las doce de la noche, los perros comienzan a ladrar desde Santa Elena hasta Salinas.
Curiosamente Manuel Fernando confirmaba aquella historia porque él era un gran trasnochador y siempre se había familiarizado con los aullidos fantasmagóricos y sin explicación de los perros a las doce de la noche salinera.
Las chicas después de oír tan tétrica historia se quedaron despiertas, con los ojos bien abiertos, mirándose las unas a las otras, hasta bien entrada la madrugada.