Hermes le explica a Zeus su agonía de dioses

Torrente

«El hostal de los dioses amables» es una novela escrita por Gonzalo Torrente Ballester donde los dioses helénicos terminan arrinconados a causa de las creencias que trasmutan en los humanos. En su lucha por sobrevivir, se ven abocados a enfrentar una serie de circunstancias que los acerca a la condición humana. Con la nostalgia por lo trágico, el desdén a las multitudinarias y pretenciosas ciudades contemporáneas y la conciencia de una derrota de la que no habrá ninguna salutación divina, esta novela se inserta en una tradición que no puede ser reducida a la literatura canónica establecida con premios (como el Cervantes, el cual se le adjudicó al autor de esta novela). A continuación les presentamos un extracto en el que Hermes le explica a su papá Zeus el ocaso que los empapa y hace desaparecer a muchos de sus casi eternos compañeros en el parnaso. Bien lo dijo Luis Carlos Campos: El universo es un juego de amor.

Le preguntó al zascandil mensajero, una tarde lluvia, que cómo andaba de ninfas determinado valle umbroso, antes muy abundante en ellas, como que Zeus solía considerarlo comosu gineceo privado en épocas en que otras aventuras de más singularidad y relumbre no se ponían a tiro, y Hermes le respondió que vacío de ellas, como quien dice desierto. Le interrogó entonces Zeus sobre el porqué, y Hermes le explicó que porque los habitantes de aquel valle ya no creían en ellas. «Pero ¿qué tiene que ver eso?», inquirió, algo incrédulo, el Padre de los Dioses, y en las palabras de Hermes que siguieron halló motivo sobrado de preocupación, pues vinieron a decirle que no se hiciera ilusiones, que estaba demostrado ya y sin vuelta de hoja que existían los dioses en tanto en cuanto hubiera alguien creyente en ellos y que cuando este alguien se extinguía (o dejaba la fe), lo hacían también los objetos de su creencia; y puso abundantes ejemplos de casos conocidos, como el de aquel Marduk de la Mesopotamia, de quien no se acordaba nadie ya, pero de quien tampoco se sabpiam aun entre los demás dioses, el lugar de residencia o el último refugio, como si hubiera desaparecido. Y algo más añadió Hermes en su razonada explicación, y fue que, además, la figura de los dioses variaba según lo que se imaginase de ellos, y así, dijo a su Padre: «Todo lo que tú has cambiado pasando de la India al Egipto, y del Egipto a Grecia, y de Grecia a Imperio, contando incluso los nombres, obedece a que indios y egipcios, helenos y romanos te han imaginado de maneras distintas, a las que tú, insensiblemente, te vas a comodando. Y quien dice tú, dice también los otros. Si quieres darte una vuelta conmigo por la Tierra, comprobarás el número de tus colegas, contados sólo los menores, que han desaparecido ya lo mismo que las ninfas, y un día cualquiera te llevarás la sorpresa de que también los grandes desaparecen. Concretamente, a Démeter no la veo muy fuerte en los últimos tiempos: aunque te parezca raro, a la gente le ha dado por dudar de la divinidad de la tierra». El pecho inabarcable del Gran Dios se colmó, en una inspiración intensa: al espirar el aire, provocó varios cataclismos. «Y, de la del cielo, ¿dudarán también?» «De momento no parece probable, pero, ¿quién sabe en el futuro?» «El futuro lo abarca mi mirada», dijo, orgulloso, Zeus, y Hermes se echó a reír: «No tanto, Padre y Señor, que dé la vuelta a la Tierra y te veas a ti mismo por la espalda.» «¡Hombre! Este Universo que hice se rige por ciertas leyes, y, según las de la óptica…» Hermes le interrumpió: «¿Que tú hiciste? ¿Estás seguro, o no será que lo has soñado?» «No deja de agradarme esa idea que oí a algunos poetas de que el Cosmos sea mi sueño, porque si soñando doy esas señas de potencia, ¿qué podrá ser despierto?» «Me has entendido mal-le atajó Hermes-, porque lo que yo quise hacerte comprender no fue que el Cosmos lo hayas hecho soñando, sino que has soñado que lo hacías.» «¿Y no es lo mismo?» «No, Padre mío, aunque te desagrade. Tú sueñas que lo haces, pero lo más probable es que se haya hecho a sí mismo.» «Eso, ves, ya no lo entiendo. ¿Cómo va a hacerse y darse a sí mismo leyes? No me cabe en la cabeza; y si no me cabe en la cabeza es porque no es racional, y lo que es irracional, y lo que es irracional no es real. No, no. El mundo lo hice yo. Salta a la vista.» «Pero ¿tú lo recuerdas?» «Vagamente. Hace ya mucho tiempo.» «Millones de años, Padre, más de los que tú tienes. Los que te atribuyeron la Creación lo hicieron porque necesitaban explicársela como obra de alguien, y nadie mejor que tú para cargar con el mochuelo. Pero- y sonrió- supongo que si fuese cosa de tu mano, estaría mejor hecha. Por lo pronto, a nosotros nos hubieras dotado de más autonomía, y no dependeríamos de que vivan o no los hombres, de que crean o dejen de creer.» «No acabo de persuadirme…-murmuró Zeus, pero de pronto se interrumpió y quedó mirando al cielo, a su cielo-. En cualquier caso, siempre habrá hombres con fe.» «Siempre los habrá que crean en algún dios, pero no tiene que ser en nosotros necesariamente.» Zeus, al volverse con rapidez, dio tal aire a su manto que al sacudir la punta la superficie del cielo arrastró un buen puñado de estrellas. «Si le preguntas a cualquier hombre, te dirá que Zeus es inmortal, de manera que en eso está la mejor refutación de tu razonamiento, puesto que, si somos como ellos creen, al creernos inmortales, lo seremos.» Hermes se había apresurado a recoger las estrellas y las colocaba ya en sus órbitas, no fuese aquel incidente a provocar una catástrofe celeste, de las que no tienen arreglo. «Querido Padre, yo no te hice ningún razonamiento: te propuse un hecho, nada más, al que ahora añado un consejo: no te fíes en absoluto de los hombres, porque un día cualquiera puedes encontrarte con que…»

Tomado de «El hostal de los dioses amables». P 12-15. Editorial Juventud, 1993.

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