El anatomista de Barbie, Papá Pitufo y Sully

Jason Freeny se ha ocupado de diseccionar juguetes o, mejor decir, de construir su interior, tan lleno de intestinos y órganos interconectados como los de cualquier humano. También ha urdido  esqueletos y cerebros que  parecen alojar recuerdos.  Alguna vez un padrino le dijo a su ahijado que eramos bolsas de mierda a punto de estallar – con mierda no quiso referirse, con exclusividad, a los deshechos emanados por el deyector sino que aludía  la sangre y viscosidades que salen desperdigadas luego de la explosión- ; con la anatomía de los juguetes construida por Freeny, esta característica deja de ser privativa del homo sapiens y nos arroja a un espacio donde lo humano se expande a través de las entrañas de muchos juguetes que alimentaron millones de infancias, ya fuera porque los niños tuvieron a una de esas entidades en sus manitas o porque no pasaron de ser una imaginería emanada por las pantallas que titilan tras las vitrinas de un black friday.

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