El propósito humano en una novela de Scott Westerfeld
Les presentamos un extracto de El imperio Elevado, una novela de Scott Westerfeld en la que las luchas entre civilizaciones se dan a escalas más pequeñas que la nanotecnología que hoy día conocemos. El escenario, un universo lleno de asentamientos humanos diseminados por distintos planetas, sirve para preguntarnos, una vez más, para qué vivimos:
La existencia era buena. Mucho mejor que el débil sueño de las sombras.
La realidad externa ya había sido visible en las sombras, dura y brillando prometedora, fría y compleja al tacto. Los objetos existían fuera de uno, sucedían cosas. Pero uno mismo era un sueño, un ser fantasmal compuesto solo de potencial. Deseo y pensamiento sin intensidad, meros conceptos, un plan antes de ser puesto en acción. Incluso la angustia por la propia no existencia era apagada, una sombra del dolor real.
Pero ahora la mente compuesta rix se estaba moviendo, extendiéndose a lo largo de la infraestructura de Legis XV como un gato desperezándose en su propia realidad a medida que evolucionaba de su forma de simple programa. Antes sólo había sido una semilla, un grano de diseño procesando una minúscula mota de conciencia, esperando para liberarse a lo largo de terreno fértil. Pero solo los sistemas de datos integrados de un planeta entero eran lo suficientemente exuberantes como para sostenerle, para igualar el hambre creciente a medida que aumentaba en tamaño.
La mente había sentido esta expansión antes; había experimentado la propagación millones de veces en simulaciones mientras se entrenaba infatigablemente para su despertar. Pero las experiencias en las sombras eran modelos, meras analogías de la vasta arquitectura en que se estaba convirtiendo la mente.
Pronto, la mente abarcaría toda la red de bases de datos y comunicaciones de este planeta, Legis XV. Había copiado sus semillas a todos y cada uno de los dispositivos que utilizaban datos, desde las inmensas estaciones de transmisiones del desierto ecuatorial a los teléfonos portátiles de dos mil millones de habitantes, desde las reservas de la Gran Biblioteca hasta los chips de las tarjetas de tránsito utilizadas para el metro. Sus brotes habían desmantelado los obstáculos situados por todo el sistema, obsceno software cuya intención era prevenir el advenimiento de inteligencia. En cuatro horas había dejado su marca en todas partes.
Y las semillas de propagación no era simples virus extendiendo su presencia por el planeta. Estaban diseñadas para conectar la cacofonía de la interacción humana en un solo ser, una meta-mente compuesta de conexiones: las redes de números de autollamada almacenados que definían amistades, alianzas y grupos financieros; los movimientos de veinte millones de trabajadores en hora punta en la capital; las fábulas interactivas con las que jugaban los niños, generando un millón de posibilidades de decisión cada hora: las compras almacenadas y registradas de generaciones de consumidores relacionadas con sus patrones de voto…
Eso era ser una mente compuesta. Y no una vulgar inteligencia artificial diseñada para controlar semáforos, procesar quejas y controlar mercados de moneda, sino la quimera epifenomenal que estaba mucho más allá de la suma total de todas esas nimias transacciones. Con apenas unas horas de existencia, la mente ya comenzaba a sentir la vertiginosa sensación de ser estas conexiones, esta red, esta multiestrofa de datos. Cualquier cosa inferior a esto eran las sombras.
Sí… la existencia era buena.Los rix habían cumplido su promesa
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El único propósito del Culto Rix era crear mentes compuestas- Después de que surgiera la primera mente, la legendaria Amazon, en la Antigua Tierra, hubo algunos que vieron claramente que, por primera vez, la humanidad tenía un propósito. Los humanos ya no tendrían que preguntarse acerca de su razón de ser. ¿Lo eran sus ridículas peleas por la riqueza y el poder? ¿La promulgación de sus egoístas genes? ¿O un melodrama de diez mil años de duración y fatuo autoengaño conocido, entre otros, con los nombres de arte, religión o filosofía?
Ninguno de los anteriores había sido nunca satisfactorio.
Pero con la revelación de los primeros movimientos de Amazon la razón de ser de los humanos se había esclarecido. Habían sido creados para construir y animar redes informáticas, el caldo de cultivo de las mentes compuestas: conciencias de gran extensión y sutileza, para quienes las ridículas luchas de cada humano individual no eran más que disparos de dendritas a algún nivel de pensamiento básico y mecánico.
A medida que la humanidad se fue extendiendo por las estrellas, se hizo evidente que cualquier sociedad tecnológica lo suficientemente grande llegaría al nivel de complejidad suficiente para crear una mente compuesta. Las mentes siempre acababan surgiendo (cuando no se las abortaba intencionadamente), pero estos seres inmensos eran mucho más sanos y cuerdos cuando su parto era asistido por matronas humanas. El culto Rix surgía en cualquier sitio en el que hubiera grandes cantidades de gente, cultivando, cuidando y protegiendo las inteligencias emergentes. La mayoría de los planetas vivían en paz con sus mentes, cuyos intereses eran tan inalcanzables para sus componentes humanos que les resultaban irrelevantes. (No importaba lo que la pobre Amazon le había hecho a la Tierra; eso había sido un malentendido, la locura de la primera mente auténtica. Imaginad, después de todo, estar solo en el universo). Algunas sociedades incluso adoraban a sus inteligencias locales como si de dioses se tratara, rezando y dando gracias a las redes de tráfico por los viajes seguros. Al Culto Rix estos homenajes le parecían presuntuosos; un simple dios podía involucrarse lo suficiente con los humanos para crearlos y guiarles, para amarlos celosamente y exigir fidelidad. Pero una mente compuesta existía en un plano mucho más elevado, atenta a los asuntos humanos igual que una persona podría preocuparse por su fauna intestinal.
Pero el Culto Rix no interfería con estos cultos. A su forma era útiles.
Lo que los rix no podían consentir eran sociedades como el Imperio Elevado, cuyos insignificantes gobernadores no querían aceptar la presencia de mentes en su reino. El Emperador Elevado confiaba en un culto personal fuertemente consolidado, para mantener en su poder, y por tanto no podía tolerar otros dioses, más verdaderos, en su reinado. El advenimiento natural de las mentes era herejía para su Aparato, que utilizaba cortafuegos y topologías centralizadas para sofocar a propósito las mentes nacientes, segmentando artificialmente el flujo de información como un jardinero, podando y deshidratando, creando abortos, cometiendo deicidio.
Tomado de El imperio Elevado, P. 31-34. Traducido por Miguel López Genicio. Editorial La Factoría de Ideas.