Sangre de bestias, vidas de matarifes

Bestias

Geroges Franju, en 1949, hizo «La sangre de las bestias», un cortometraje filmado en un matadero de París. En este trabajo se aprecia que la racionalidad para matar no es algo propio de los nazis o de las dictaduras sino que responde a una manera de ver al mundo que comenzó hace tres siglos y donde la búsqueda de la carencia de dolor nos otorgó una perspectiva de los animales como un conglomerado de nervios y músculos (en este aspecto confluyen los consumidores de carne y los que se abstienen de hacerlo: ambos se basan en el sistema nervioso, en las conexiones, para sentirse tranquilos de sus hábitos). Al final de este documental, cuando se ven a las ovejas decapitadas pataleando aún, queda la sensación de que el dolor no es suficiente para entender la vida, que ella parece estar íntimamente ligada con el movimiento (por eso es que no hay mucho conflicto con la ingesta de vegetales) como si el propio pensamiento también discurriera en un espacio que no discernimos aún. Este trabajo no se limita a hacer de los humanos una suerte de seres malvados y destructores; en medio de los charcos de sangre, Franju narra, de manera sutil, la difícil vida de esos expugilistas que degüellan ovejas  y que están muy lejos de los elegantes restaurantes donde sirven esas carnes en alguna cena romántica parisina como preámbulo de alguna historia de amor.

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