Hijos de Maro (Entrega 25)

Por Enrique Pagella

Hijos de Maro tiene un nuevo episodio y la historia, pese a los embates alcohólicos del verano del cono sur, continúa. Estas son las entregas anteriores: 24, 23, 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.

mariquita perez

Mientras Ibañez lloraba, Oliverio me tomó de un brazo y le extendió un grabador digital a DS.
– Grábalo por favor – le dijo a DS y luego me preguntó – ¿Puedes manipularlo a distancia?
A Ibañez podía manipularlo a distancia; a no más de doscientos metros. Con el fenotipo timo podía acceder a funciones avanzadas de mi raza. Podría, por ejemplo, haberle inducido ideas absolutamente tristes a Oliverio también,  vía el contacto de la mano. Podría haberlo sumido, vía contacto, en una insoportable depresión, y hasta podría haber logrado que la depresión fuese tan insoportable que considerara suicidarse. Pero no lo hice. Me dejé llevar afuera de «El acabose». Oliverio merecía una explicación. Es mi mejor amigo humano.
La noche era la oscura y llana soledad de la pampa atravesada por una cinta de cemento. No podía quitarme de la cabeza la historia de Ibañez, pues si bien estaba con Oliverio podía seguir escuchando, en segundo plano, su monólogo.


El 30 de agosto de 1966 llegué con mi madre a Madrid. Ese mismo día nos instalamos en un cuarto que estaba detrás del local donde se abriría, un mes después, la tienda «Casa de muñecas Eva». El comercio estaba ubicado en la calle Quintana 16 y era en realidad un local de la secta Anael que tenía como fin auditar el trabajo de Daniel en torno a Perón e Isabelita. Mi madre y yo atenderíamos el negocio y además serviríamos de correo entre el General y Urien, conexión que López Rega ignoraba, pues ambos recelaban del recién llegado de las faldas de la bailarina exótica.

El rostro de Ibañez me resultaba familiar pero familiar en el sentido onírico de lo familiar, esa familiaridad que jamás deja de extrañarnos. Y era ese el estado que me provocaban sus ojos grises y la fecha del comienzo de su estadía en Madrid, y el local en Quintana 16. Se agitaba en mí la sospecha de que no era la primera vez que me topaba con Ibañez.
Pero Oliverio además de merecer una explicación, me la estaba exigiendo.
– Vamos Roberto, quiero que me lo digas todo, yo ésto no me lo trago, extraterrestre, vamos; una moto que flota a cinco metros de altura, también la vi, debe estar inflada con helio y atada con tanza; desapareció EP, lo tiene escondido este loco de Ibañez; y tú: que se me ríe el culo, tú extraterrestre… está bien, te concedo que me sorprendiste con la telepatía y con tu poder hipnótico, pero je je, vamos: ¿Quién te entrenó condenado hipócrita? ¿Para quién trabajas? ¿Para la CIA?

Yo tenía once años y me sentía muy avergonzado de vivir y trabajar en una tienda de muñecas. Además, mi madre, por orden de mi padre y con el objetivo de que López Rega no me reconociese, me había teñido el cabello de color rubio y no sé cómo habían conseguido unos lentes de contacto color marrones, muy extraños y muy caros, supongo, para la época. Cuando estaba solo y me miraba al espejo y veía al niño que fui, la humillación se desvanecía y daba paso a un intenso placer del que pronto me asustaba. Cuando en el local y en la escuela debía tratar con las personas y mis compañeros, la humillación me ponía al borde de la mudez, y el miedo a que me descubrieran, me volvía torpe, blanco de todas las miradas. Me sentía un ser anormal, un espía niño que debía esperar los mensajes de un padre lejano para transmitírselos al general Perón. Un espía niño que debía seguir y dar cuentas de las actividades de Daniel, que había alquilado un cuarto no muy lejos de donde estaba el local de la logia. Un espía niño que, mientras tanto, hacía de recadero en una tienda de muñecas.

– Amigo Oliverio – le dije -, nací en Asunción…
– Entonces eres humano – me interrumpió.
– Los extraterrestres nacemos en la tierra.
– Los-extraterrestres-nacemos-en-la-tierra – repitió tratando de sopesar el sentido de cada palabra -, me parece que lo que tú quieres es que yo me muera de risa; ¿Sabes porque no puedes matarme de risa?
– No es lo que pretendo – alcancé a decir.
– No puedes matarme de risa porque esta aventurilla tuya me ha costado algo así como trescientos mil dólares y estoy que ardo porque sólo ha servido para publicar la novela de un engendro de la naturaleza humana como EP y toparnos, primero con los dos yanquis desenfocados, luego con esa loca del culo de Tara, ex amante tuya, y por último con este psicótico peligroso de Ibañez. Adelante, dime que eres extraterrestre otra vez y no respondo de mí.
– Yo nunca te engañé, el objetivo siempre fue ese, publicar la novela de EP.
– Tú estás publicando no sólo la novela sino también lo que sucede entre nosotros… ya no entiendo porque lo haces… en un principio supuse que te estabas divirtiendo pero de pronto me ha entrado la sospecha de que estás haciendo otra cosa. Dime la verdad.
– Soy un timo, un extraterrestre…
Un recto al mentón me derribó sobre el asfalto de la estación de servicio.

Y no me la iba bien con ese mundo estúpido de las muñecas. No había sido preparado para ello y mis compañeros de la escuela tampoco. Me decían «Mariquita Pérez», que era el nombre de la muñeca española más famosa desde hacía más de veinte años y que aún se vendía muy bien; recuerdo que no pasaba día que mi madre no vendiera dos o tres de esas muñecas insulsas, de boquita pequeña y cabello un tanto pajizo. Con que placer sopesaba posibles venganzas para esos españolitos estúpidos. Todas las noches fantaseaba leyendo los Evangelios Apócrifos, en especial lo que hacía referencia a la infancia de Jesús, en especial el evangelio de Santo Tomás en su versión griega. Me encantaba este párrafo en especial: «Otra vez, Jesús atravesaba la aldea, y un niño que corría, chocó contra su espalda. Y Jesús, irritado, exclamó: No continuarás tu camino. Y, acto seguido, el niño cayó muerto. Y algunas personas, que habían visto lo ocurrido, se preguntaron: ¿De dónde procede este niño, que cada una de sus palabras se realiza tan pronto?  Y los padres del niño muerto fueron a encontrar a José, y se le quejaron, diciendo: Con semejante hijo no puedes habitar con nosotros en la aldea, donde debes enseñarle a bendecir, y no a maldecir, porque mata a nuestros hijos.».

– No me obligues a defenderme – le dije.
– Tendrás que hacerlo porque me he propuesto romperte un par de costillas.
Oliverio entonces la emprendió a puntapiés sobre mi costado derecho. Tratando de cubrirme de sus golpes con el brazo le transmití una orden verbal.
– Recita un poema, ya.
Oliverio se detuvo y con desagrado empezó a hablar.
– A mí no me gusta la poesía, es más, la odio, pero hace poco una amiga que hice en el Face posteó un poema que me gustó mucho, dice así: «la poesía en Face es un pijazo/los pijazos suelen ser agradables/ pero en Face los pijazos son imposibles/ por éso los poemas en Face son pijazos/ pijazos y sólo pijazos/ insostenibles y secos poemas con tres «me gusta» eyaculados/pijazos que con un par de comentarios/te transformen en un superpoeta/esa sensible máquina de propinar pijazos/pijazos y sólo pijazos/efímeros pijazos que ni siquiera serán acogidos por la tierra/ingeniosos y limpios pijazos del alma por doquier»

Supuse que las habilidades que me había enseñado mi padre bastarían para cargarme, como Jesús, a la maestra, María Crucifija, cuyo pasatiempo favorito consistía en ridiculizarme, y a mis compañeros más pesados, pero los sucesivos fracasos me llevaron por otro camino. Recuerdo que a uno de ellos, a un gordito grasoso que se llamaba Hortensio y solía humillarme recitando: «Mariquita, Mariquita, se apellida Pérez tu pollita», intenté posarle mi dedo corazón derecho en su frente al tiempo que le decía: Ahora tú te mueres, sin obtener más que un letal gancho a la mandíbula que me derribó. Advirtiendo que la confrontación psíquica y física no me depararían victoria alguna, opté por la acción indirecta.

–  Es un poema horrendo, pero al menos ya no me golpeas – comenté mientras me ponía de pie.
– Te voy a matar – dijo Oliverio y otra vez se me vino encima.
– Cuenta las estrellas del cielo en silencio y préstame atención – le ordené.
Oliverio levantó la mirada al cielo y a desgano empezó a recorrer las constelaciones. De vez en cuando articulaba algún insulto pero no podía desentenderse de mi influjo.
Algunos timos creemos firmemente en que no debemos usar nuestros poderes con los humanos y más aún aquéllos timos que hemos renunciado al fenotipo porque consideramos que se es mucho más feliz siendo humano. Yo milito en ese bando. Sé que a muchos les causará gracia o extrañeza mi aseveración, pero ser timo es muy desgraciado; solemos andar solos en nuestros dos mundos, allá, donde nos soñamos, y aquí, donde protagonizamos el sueño. La misma reflexión le transmití a Oliverio, que seguía contando estrellas y murmurando.
– Eres un maldito escritor de ciencia ficción con poderes paranormales.
– Ponte un dedo en el culo y sigue contando estrellas – le ordené harto de su resistencia.
Oliverio se metió un dedo en el culo y obediente elevó la mirada y prosiguió la cuenta silenciosa.
– Si insistes en agredirme haré que te introduzcas la manguera del surtidor y cargues un par de litros de nafta súper; pues ya no sé qué más debo hacer para que me creas: Soy un extraterrestre, un timo; los extraterrestres nacemos en este planeta, y si bien habitamos otros mundos, todos esos mundos no guardan relación alguna con los planetas del sistema solar o de otras galaxias, sino con otras dimensiones a las que sólo se puede acceder mediante los portales que activan las artes humanas. El hombre ha intentado desarrollar tecnología para conquistar el espacio pero como dicen los argentinos, éso fue fulbito para la tribuna. ¿Me escuchas Oliverio?
– Me ordenaste contar estrellas y es lo que hago – dijo Oliverio sin quitar la mirada del cielo nocturno y el dedo del culo.
– Ahora quiero que me escuches.
Oliverio obedeció. De pronto comenzó a mirarme al tiempo que la mano libre me dedicaban todo tipo de gestos obscenos.
– Creéme que no me gusta en absoluto proceder como un timo, preferiría que resolvamos las cosas en términos humanos pero no me dejas otra alternativa; tú te instalas en un plano primitivamente humano.
– Mira – dijo entonces Oliverio -, si tienes el poder de manipularme como a una marioneta, de seguro podrás inducirme a creer todo tu relato sin la necesidad de que me lo desarrolles; anda, hazme ese favor, evítame el cuento y busquemos a EP… Mi dignidad y mi bolsillo pueden esperar…
– No puedo hacer éso, el relato es el portal y el portal es la tecnología que comunica las dimensiones. Te pido que pongas especial énfasis en comprender lo que diré. No te pido que lo creas sino que trates de entenderlo…
– De acuerdo, pero debo pedirte algo – dijo Olivero e hizo una pausa con expresión de fastidio.
– Adelante.
– ¿Podrías quitar mi dedo de mi culo?
– Por supuesto, se me había olvidado.

Apercibido de que Hortensio, apenas ingresaba a la escuela, eludía a las maestras para esconderse en el patio de juegos mientras los alumnos en formación rezábamos frente a un gran retrato de Franco, decidí tenderle una trampa. Una mañana llegué una hora antes – mi madre no prestaba atención a ello pues tenía mucho trabajo con la tienda – y, saltando el muro trasero de la escuela, me adentré entre los juegos. Como sabía que al gordito le encantaba el tobogán, inserté entre sus listones de madera lustrada unas cuantas hojitas de afeitar. Una hora más tarde, mientras todo el alumnado rezaba a la virgen purísima por la salud y la vida eterna del generalísimo, yo me sumaba al lamentable coro anhelando escuchar los alaridos de Hortensio, pero en vano.

Satisfecho el pedido de Oliverio desarrollé sintéticamente el relato. Porque no habría acaecido esta historia sin relato. Pues el relato allá, en el mundo extraterrestre, y aquí, en la tierra, la realidad que los humanos fabrican, es la tecnología que abre vasos comunicantes. Dios es el primer relato. Le señalé específicamente ese relato a Oliverio porque ustedes, los humanos, son muy sensibles a esa palabra: Dios. Luego viene el relato de la realidad. No en vano hoy en día, con la proliferación de los medios de comunicación, queda en evidencia que el relato de la realidad es la decisión de imponer una realidad. Lo que no terminan de aprender los seres humanos es que la causalidad física y psicológica tienen sentidos contrarios. En el mundo de la física, todo efecto tiene una causa que lo precede; pero en el plano psicológico primero está el efecto y luego la causa. Primero se impone el relato de la realidad, que es el efecto, y luego se viven las causas de esa realidad, que en verdad son sus interpretaciones; ésto sirve tanto para una mera noticia como para las grandes crónicas, pues la modernidad y la postmodernidad nunca acontecieron pero vivimos en sus causas. Tampoco existieron OVNIS hasta que fueron relatados. La pregunta que se nos impone entonces es: ¿Para qué fueron narrados los OVNIS? Para que vivamos en su causa: Seres de otros planetas sumamente evolucionados que vienen a conquistarnos o que, a partir del new age cuántico, vienen a despertarnos del sueño capitalista. Este último relato, que si bien peca de inocente, simplista, mágico e irracional, es el que más cerca está de develar la verdad de los mundos. Pero no lo ha logrado porque ha sido copado por el afán de lucro, es decir, por el sistema que muchas veces declaman combatir, el sistema capitalista.

Una vez en el aula, advertí que Hortensio estaba ausente. El caso es que siguiendo la clase me olvidé de las hojitas de afeitar y de pronto, como en un sueño, sonó la campanilla que anunciaba el primer recreo. Y si bien Hortensio no la comandaba, su banda de españolitos me escoltó al patio cantando: «Palomita, palomita, te sobra la pollita». Palomita de Madrid era otra de las muñecas que vendíamos en la tienda. Realizada en cartón piedra, con una expresión muy dulce y tierna en su cara, peluca de mohair y ojos que se cerraban, era mucho más linda que Mariquita. Yo había robado una y la había escondido en el cobertizo de la terraza, donde mi madre no subía por miedo a la escalera destartalada, y donde yo me masturbé por primera vez, con un inopinado chorro de semen que causalmente impactó en la dulce e inmóvil boquita semiabierta de Palomita. Tal vez esa haya sido la razón por la cual, me puse a llorar en el patio de la escuela, cosa que estimuló a la banda de Hortensio, ya un coro que se escuchaba en todo el patio: «Palomita, palomita, te sobra la pollita».

Oliverio, cautivado por la emisión de mi voluntad, me escuchaba con atención. Advertí entonces que de desplegar el relato completo de los mundos y él de mi historia humana, que de hecho me remitiría constantemente a mi historia como timo, ocuparíamos largas y vitales horas, teniendo pendientes asuntos tales como la desaparición de EP y el relato de Ibañez, que si bien DS estaba grabando, abría, al desarrollarse, una nueva instancia extraterrestre y activaba en mi memoria nuevas causas para viejos efectos.

Entonces divisé el tobogán y hacia él comencé a caminar. Recorriendo en diagonal el patio, atravesando el escarnio de las burlas y hasta los escupitajos, sentí que la cruz que llevaba, el pelo teñido y los lentes de contacto, no era digna, no era la de Jesús. Debía auto flagelarme. Sentí que debía castigarme. Morir desangrado si se daba el caso. Así que de pronto empecé a correr y la banda de Hortensio no dudó en perseguirme al grito: «Palomita, palomita, te sobra la pollita». Cuánto habría dado en ese momento por rasgarme el culo y las piernas con las hojitas de afeitar, aunque mirado en perspectiva, lo que ocurrió fue lo más parecido a una iluminación. Hilario, uno de los niños más detestables, me dio alcance cuando comenzaba a treparme por la escalerilla del tobogán. «Eres un pelma y un gilipollas, primero subiremos nosotros», dijo y luego me abofeteó haciendo que se me saliera un lente de contacto. Cuando todos los de la banda advirtieron mi ojo gris, un súbito pavor los recorrió. No me comprendían; en esa época resultaba inconcebible un lente de contacto de ese tipo. No sé qué pensaban pero de seguro no podían, esos españolitos de mente medieval, darle sentido al súbito cambio de color. Atónitos me contemplaban sopesando de seguro la idea del diablo, cuando apareció María Crucifija con las tres niñas más tímidas del grado.

Yo estaba en Madrid para aquella época. Había escapado de la Argentina. En el año 1964 pasé por Argentina y me topé con la mujer más bella del planeta. Nosotros los timos, como cualquier otra raza extraterrestre, miramos a los humanos con la objetividad que nos permite nuestra concepción de la belleza. Por decirlo de alguna manera que no deja de ser metafórica, podemos verlos desde afuera. Y a la vez podía viajar de un lado a otro del mundo con solo soñarme allí. Los extraterrestres no conducimos OVNIS, los timos en particular dominamos el arte de manipular nuestros sueños. Nos dormimos y creamos el sueño que nos lleva a esa realidad que deseamos vivir. Esa realidad está en otra dimensión pero los humanos no lo notan. Cuando lo advierten suelen llamarnos fantasmas, jamás extraterrestres pues los yanquis se han encargado de desvirtuar lo que somos. Pero en general no somos advertidos como tales y, muy por el contrario, solemos atraer mucha gente a nuestro alrededor si nos resignamos a desactivar el fenotipo timo. Lo que, entre otras cosas, significa decirle adiós al arte de soñar interdimensionalmente.

Vamos niñas, no podéis ser tan apocadas, las aleccionaba María Crucifija, ahora nos deslizaremos por el tobogán, veréis qué divertido es. Vamos Cayetana, empieza tú, sube la escalera, incitó a una niña flacucha que estaba a punto de llorar. No tienes el coraje, bueno, entonces tú Florinda, que hoy te has venido bien guapa, le dijo a una gordita mofletona que se puso colorada. O tal vez tú Martirio quieras ser la primera, siguió la última niña, una pelirroja estrábica que había puesto pálida al ver mi ojo gris. Tienes miedo, concluyo María Crucifija, pues les mostraré qué fácil y qué bonito es tirarse por el tobogán. Acto seguido puso un pie en la escalerilla. Entonces intenté detenerla.
– Señora – le dije y ella me miró.
– Señorita… – me corrigió como siempre y de pronto se detuvo con la boca abierta – ¿Qué le ha pasado a tu ojo? ¿Puedes ver?
– Sí pero…
– Ningún pero, vete a la enfermería y allí me esperas – me ordenó señalándome la dirección en que debía caminar.
– Lo que pasa…
– Lo que pasa argentinito es que no pasa, sucede, acontece, acaece, para ustedes las cosas pasan, pero aquí en España las cosas suceden, y lo que sucede es que tienes un ojo gris y vaya a saberse porqué te lo has ligado… ¿Duele?
– No pero…
– Pero nada, usted se va a la enfermería y allí me espera, yo ahora me tiraré por el tobogán, vete de aquí.

Estoy viejo y cansado. Los timos también envejecemos pero tenemos una vida media de diez siglos. Todo es lento y acaracolado para nosotros. Saltamos de dimensión en dimensión, siempre solos, siempre en el presente, viviendo en nuestros sueños o en los sueños de quienes establecen cualquier tipo de contacto con nosotros. Somos una nación de individualidades. Cuando el azar quiere que dos timos nos topemos, se nos pide que ambos nos aislemos juntos en un lugar apartado para que nuestros poderes encendidos no llamasen la atención de un ojo atento.  Aprovechábamos estos encuentros para enlazar sucesos y programar acciones paralelas, para intercambiar casos y para tener sexo llegado el caso. A mí la suerte jamás me había beneficiado en los últimos siglos. Siempre me topaba con timos machos, con los que prefiero no tener sexo.
Durante cincuenta años me la había pasado soñándome entre las mujeres más bellas de la tierra, ansiaba con dolor el encuentro de un timo hembra pero no se daba. Tal vez por ello, por mi avidez sexual, y por la innumerable cantidad de mujeres que había visto soñando – mujeres que no podía tocar -, estaba en en condiciones de juzgar con propiedad en lo concerniente a la belleza.

No pude hacer más que dar media vuelta y marcharme, oteando de vez en cuando cómo María Crucifija subía al tobogán cantando y haciendo cantar al coro de alelados niños:
Cerca de Ti, Señor, quiero morar.
Tu grande y tierno amor, quiero gozar.
Llena mi pobre ser, limpia mi corazón,
hazme tu Rostro ver en comunión.
Ya estaba encaramada en la cima del tobogán. Y los rayos de sol destacaban, con leves brillos que sólo yo veía, los filos de las hojita de afeitar. Pensé: Te lo mereces, te lo mereces porque eres una puerca marrana que te deleitas al ver al Cristo en la Cruz; te he visto en la capilla, putona; te he visto acomodar tu raja en la banca y refregarla con movimientos que intentaban simular incomodidad, incomodidad que no se tralucía en tu rostro de yegua malparida, hija de Lucifer.
Pasos inciertos doy, el sol se va;
mas si contigo estoy, no temo ya…
Siguió cantando ya presta a dejarse llevar por la pendiente lustrosa del tobogán, dandp palmas con las manos e instigando al coro de niños para cantasen con más ganas.
– ¡Vamos pequeños borricos! ¡Elevad las voces!
Himnos de gratitud ferviente cantaré,
y fiel a Ti, Jesús, siempre seré.
Al comenzar el último verso de la estrofa, María Crucifija se abandonó al calculado declive del instrumento de mi ira, y hacía la mitad del trayecto comenzó a gritar de un modo tan espeluznante que los doscientos niños que poblaban el patio se inmovilizaron e hicieron silencio, sin atinar siquiera a mover la cabeza en dirección a la fuente del sonido. Sentí que se me transformaba el alma. La maldita yacía con sus pechotes sobre el arenero y lloraba y gritaba, exhibiendo por entre la pollera desgarrada, las nalgas y los muslos recorridos por sendos, certeros y continuos cortes que manaban sangre como si en verdad llorasen. Sentí que a mis poderes para asimilar textos con las axilas y poder grabar en mi memoria texto oral e imágenes con la imposición de mis dedos, se sumaba un tercero. El poder de crear trampas que se aprovecharan del  imprevisto.

En 1966, yo estaba en Helsinki algo borracho y me acosté decidido a aceptar cualquier sueño que se me presentase sin intentar manipularlo. Aparecí en Argentina y me topé con María Angélica Galván y supe, apenas la vi, que era la mujer más bella del mundo. Estábamos en una plaza de Villa Adelina, un barrio del conurbano bonaerense. Ella le arrojaba piedras a un viejo que se escondía tras una estatua de Domingo Faustino Sarmiento. Me decía que el viejo había querido tocarla y que se había sacado la cosa y la había meneado, seguramente sin garbo. Le di una pequeña tunda y luego acompañé a María Angélica a su casa. Usando mis poderes timos la besé y la poseí en la calle. En el momento de acabar supe que la estaba dejando embarazada.
Mi bisabuelo me habló de la belleza de Helena, la había visto en Troya, días antes de la astucia final de Ulises. El viejo bribón se le apreció bajo la forma de un sueño erótico y la poseyó. Fue unos de los primeros timos que transgredieron la gran ley: No tendrás comercio carnal con los humanos. Pero la urgente belleza de María Angélica se me antojó la idea misma de la belleza humana y una razón suficiente para soportar el castigo que se le impone a los timos transgresores.

Me acerqué lentamente, mientras los celadores y otros profesores atravesaban raudos el patio en auxilio de María Crucifija. En el piso de baldozas que servía como base de la escalerilla del tobogán, divisé mi lente de contacto. Mientras todos se agolpaban en torno a la yegua tronante, yo me hice de mi lente y decidí no usarlo nunca más, al menos en la escuela. Había tomado buena nota de la impresión que les causé. Ahora me temían.

Es verdad que existe una razón fundamental que le da extremo valor a la prohibición. Basta con ver lo que le pasa a EP, para darse una idea de lo que debe sufrir un híbrido. Pero se debe tener en cuenta que hay híbridos que pasan a actuar en el plano onírico humano exclusivamente, como EP, y que algunos otros, quedan anclados en en plano de la realidad. El último gran timo anclado en la realidad ha sido George Bush hijo. Ningún híbrido de esta laya es bueno para la humanidad.
– ¿Qué me dices Oliverio? – le pregunté un poco cansado ya del relato.
Oliverio parpadeó un poco e intentó menear la cabeza.
– ¿Puedes quitar tu mente de mí? No te golpearé…
Dejé en libertad entonces a Oliverio y nos sentamos en un par de sillas de plástico que estaban al costado de los surtidores de nafta.
– No puedo pensar todo lo que has dicho hecho, luego me cuentas el resto, aplazaré cualquier juicio y por el momento seguiré guiándome por el cariño que te tengo – me dijo Oliverio con la expresión seria, un poco pálido y súbitamente ojeroso – , pero tú nos trajiste aquí deliberadamente – agregó de pronto.
– Sí, así es. Estas son las coordenadas.
– ¿Las coordenadas de qué?
– Ya lo verás.

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0 Responses to “Hijos de Maro (Entrega 25)”

  1. dasolana@gmail.com says :

    IMPRESIONANTE…

  2. Enrique Pagella says :

    Hola amigos lectores, dada la premura con que escribí la entrega no detecté la mala redacción el último párrafo. Ya envié la corrección a la gente de Mil Inviernos que de seguro la subirán pronto. Mientras tanto les dejo aquí la versión correcta:
    – No puedo pensar todo lo que has dicho hecho, luego me cuentas el resto, aplazaré cualquier juicio y por el momento seguiré guiándome por el cariño que te tengo – me dijo Oliverio con la expresión seria, un poco pálido y súbitamente ojeroso – , pero tú nos trajiste aquí deliberadamente – agregó de pronto.
    A su vez quiero agradecer el elogio de David y desearle a Luis y Felipe lo mejor habiendo cumplido un año de vida este muy buen portal.

    • Enrique Pagella says :

      Gracias Felipe Amigo. Ahora los defectos que el lector pueda advertir son los que yo por ahora no. De todas maneras esta novela no es más que un trabajo en progreso. Cuando llegue al final comenzará la verdadera escritura.

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