Los clásicos por los clásicos: Defoe x Buñuel

Por Enrique Pagella


Robinson Defoe


En 1719, a los cincuenta y cinco años, Daniel Defoe publica su obra maestra, cuyo título original es tan largo – alrededor de treinta palabras – que nos contentaremos con el editorial: Las Aventuras de Robinson Crusoe.

Cabe destacar que en la Inglaterra de esa época se está incubando la mentada Revolución industrial. Pero este cambio que se aproxima no es un fenómeno aislado. Ya hace un siglo, aproximadamente, se está preparando el surgimiento de un nuevo hombre, el hombre de la modernidad. En 1637 había aparecido El Discurso del Método de René Descartes, indiscutible comienzo del racionalismo. Pero un poco antes, en Inglaterra, Francis Bacon ya sentaba los pilares para la ruptura definitiva con la filosofía escolástica. Décadas después, en 1651, Thomas Hobbes publica Leviatán, donde elabora su tesis acerca del surgimiento del Estado y el contrato social que lo sustenta, interponiendo una postura novedosa en la disputa entre monárquicos y parlamentaristas. No muchos años más tarde, en 1666, John Locke, da impulso al empirismo filosófico y científico con El ensayo sobre la naturaleza humana. Y en 1685, el admirable Isaac Newton, descubre la ley de gravitación universal, base de la física moderna y ,para algunos teóricos, verdadero punto de partida de la revolución industrial.

Robinson Crusoe es la primera obra que da cuenta de este nuevo hombre y lo hace en un formato novedoso, porque también es la primera novela de las letras inglesas, tal cual conocemos al género hoy. James Joyce, confeso admirador de Defoe, ha escrito: «Es el primer autor que escribe sin imitar ni adaptar obras extranjeras, el primero en crear sin modelos literarios». A su vez, el autor de Ulyses ha visto en la obra un símbolo acabado del colonialismo inglés. Y no es el único en hacer una lectura ideológica. Para Karl Marx, la novela de Defoe es un canto moderno al individualismo burgués.

Pero no sólo el texto es un espejo en el que se reflejan como en ningún otro las grandes tensiones políticas, económicas, religiosas y filosóficas del siglo 18, puesto que Daniel Defoe las compendia a lo largo de su vida.

Destinado a clérigo por sus padres, evita ese destino y, presagiando a su Robinson, se dedica al comercio (Vinos, vidrios, calcetines, botellas), actividad en la que «naufraga» dos veces. La primera vez, en 1692, como consecuencia de la guerra entre Francia e Inglaterra: Los franceses capturan barcos con mercancías de su propiedad.

Para este entonces puede decirse que Defoe es un representante de la nueva clase media inglesa, identificada con los ideales del partido Whig y en consonancia con esa simpatía publica en 1703 una diatriba contra el partido Tory,The Shortest Way with Dissenters, que le vale estar seis meses en prisión, de la que sale arruinado económicamente y transformado en agente secreto del partido Tory, con la misión de recorrer el país para fisgonear las actividades políticas de la oposición whigs. Pero en 1714, con la caída del gobierno Tory, no tiene inconvenientes de vender su pluma a los whigs, transformando con gran habilidad el sentido de su actividad panfletaria. Quizá pueda explicarse esta falta de escrúpulos en una constante que atraviesa la vida de Defoe: las deudas.

Pero más allá de su reprochable actividad panfletaria, Defoe ha sido uno de los pioneros también del periodismo moderno en Inglaterra, no sólo por su capacidad para travestirse sino por la impronta realista de sus escritos y la amplitud temática de su actividad. Economía, religión, procedimientos comerciales e industriales, entre otros, son los temas que aborda en su profusa actividad periodística.

Defoe muere clandestinamente en 1731, escapando de sus acreedores.

Robinson Buñuel

Dos siglos y monedas después, el estupendo director de cine aragonés Luis Buñuel se encuentra en México. Su productor habitual en esta etapa mexicana, Óscar Dacingers lo convence para llevar a cabo un original proyecto que le daría fama en el mundo anglosajón. Filmar con producción yanqui y azteca la significativa novela de Defoe. Así nace la primera película en inglés y en color de Buñuel.

Paradojas del destino, una de las primeras novelas que pone en acción al hombre moderno cae en manos de un director de cine deudor del surrealismo y el psicoanálisis, dos discursos que desestabilizan la principal arma de dicho hombre: la razón.

Pero al ver las primeras escenas del filme de Buñuel, advertimos un relato clásico, sobriamente llevado por el cineasta, fiel a la novela de Defoe, al menos desde el naufragio en adelante, porque deja afuera la primera parte, donde nos enteramos que Robinson ha desobedecido a su padre, quien le recomienda y luego implora no salir a la loca aventura colonialista, señalándole las mieles de permanecer y evolucionar en el seno de la flamante, apacible y puritana clase media inglesa, cuyo bienestar envidian los pobres y hasta los aristócratas.

También leemos en esa parte eludida por Buñuel, la historia de como Robinson se convierte en un hombre de negocios colonialistas, traficando con esclavos, cayendo en manos de piratas y escapando de ellos gracias a la ayuda de un esclavo al que luego vende para seguir su camino inexorable hacia el naufragio.

Buñuel, con tino acorde a sus productores norteamericanos, sitúa el comienzo del filme en el naufragio y distribuye la información descartada a lo largo de las acciones, construyendo así un sólido relato clásico, apenas salpicado por sus geniales excentricidades, al menos hasta que el filme desemboca en la escena que destaca hoy Mil Inviernos .

Robinson cae enfermo, sufre una intensa fiebre, siente una pavorosa sed y es presa de pesadillas. Aparece entonces en la madriguera de este héroe moderno, mitad Prometeo, mitad Ulises, su padre y asistimos a la escena más personal del director en toda la película. Una escena absolutamente memorable.

Ambos personajes, Robinson y su padre, son interpretados por un actor enorme: Daniel O’Herlihy, que fue nominado al Oscar por su papel en esta película. Los que han visto Robocop y Robocop 2, lo recordarán en su papel del anciano y despótico mandamás de la OCP.

Los fanáticos de Buñuel sabrán detectar todos los tics de su fantástico estilo en esta escena que no hallarán en la novela de Defoe y que pone de manifiesto los tópicos que unen a estos dos artistas incomparables.

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