El abecedario de una ciudad rota
Sobre «El pájaro Speed y su banda de corazones maleantes» de Rafael Chaparro Madiedo.
Tropo Editores, 229 páginas.
Los muertos no son enterrados sino que se atan a unos globos y se van para el cielo, Todos los lunes, a eso de las once de la mañana, se elevan y producen un pequeño atardecer. Más temprano, en las madrugadas, los cadáveres, todos vestidos de negro, están muy cerca del suelo; si pasas la noche en vela, en algún bar, los podrás ver confundidos con la niebla que se levanta en la madrugada, surgen como la marcha de de un ejército compuesto por los siglos. Este es el paisaje trazado en el primer apartado de «El pájaro speed y su banda de corazones maleantes», el libro póstumo de Rafael Chaparro Madiedo, editado por Tropo.
Desde el comienzo emerge un «yo» constituído como un un fluir consciente en donde la segunda persona es el artificio que tiene ese «yo» que narra para dar cuenta de lo que vive o presume vivir:
«… ves a los globos instalándose en las alturas cerca de las nubes los ves con sus ramitos nuevos y alcanzas a ver que los claveles vibran con el viento de la mañanita alcanzas a percibir que todavía en los labios de aquellos muertos hay dibujada una sonrisita triste triste triste que nunca más se reflejará en las nubes en la lluvia ni tampoco en el vuelo de las aves que todas las mañanas rayan el cielo y llenan las ramas de los árboles con su mierdecita triste triste triste y entonces vuelves a mirar hacia el cielo cierras los ojos y te tocas el corazón y compruebas que en verdad lo que late allí adentro como un perro herido es una mierdecita muy triste triste triste.» (2012:11)
No importa que los cadáveres que se van al cielo atados a unos globos sólo los vea el «yo» que narra, ese «yo» que se desliza y puede ser cualquiera tener cualquier nombre:
«El Lince me preguntó cómo me llamaba y le dije que era mejor no saber los nombres, que no era necesario. Solamente le dije que estuve a punto de llamarme Jairzinho. El lince se cagó de la risa. Entonces miré hacia la larga fila de árboles y me pareció que esos árboles eran como mis hermanos menores, que siempre habían estado allí en la noche, en el día, hermanitos fieles y verdes que nunca me preguntaban por el nombre o cosas por el estilo» (2012:13)
El paisaje se escribe sobre los trazos de Bogotá, tal y como ocurrió en «Opio en las nubes» donde había un mar ceniciento, al propio Speed «le parecía que la ciudad era un gran libro abierto, un abecedario absurdo donde se escribían los olores de los cuerpos, la canción de la lluvia, los ruidos de la calle, los nombres de tantas rubias asesinas, de tantas morenas y chinas y japonesas y filipinas y comenzaba ese vértigo speed que se siente cuando estás en la calle y el ruido speed de la ciudad se te mete por la nariz y la boca u sientes que tu nombre se borra de la página del día y el mareo del speed se apodera de ti y comienzas a caminar sin afán por el gran libro de la ciudad, por ese abecedario extraño y speed que se escribe en los bares, en los parques, en los buses y, mierda, el aire sabe a speed, la cerveza sabe a speed, la luz se vuelve speed…»(2012:29).
El abecedario sirve para generar cientos de miles de posibilidades combinatorias,; se escribe sobre la ciudad escrita, generando un palimpsesto en donde la división entre lo real e imaginario no opera: el Parque Nacional queda cerca de la surfin Chapinero.
En este espacio, las historias de los personajes se van entrecruzando, asesinando, amando y abandonando. Es lo que ocurre en el triángulo entre Nancy, su primo Frank y el perro Skin. La cadena de homicidios tienen un motivo que es el amor. Un amor semejante a una energía que circula por la ciudad y que le da a todos el apuro de un cocainómano – no en vano todo en ella es speed – y, como casi siempre, necesitan de un trago para limar el apuro y, después, una inhalada para acabar con el letargo y quedarse días y días columbrando entre el polvo y el líquido hasta que «te das cuenta que toda esta mierda es una gran ruleta rusa donde la bala de la fatiga te vuela los sesos»(2012:86).
En esa pérdida de los sesos se puede terminar interno en una clínica psiquiátrica que en la ciudad llamada Tell(quizá por ese complejo de Guillermo Tell que Dalí refería al hablar de la relación con su padre):
«A las ocho de la mañana me aplicaban sinogan en las venas y entonces, mi baby, un mareíto atrapaba mi cuerpo y atravesaba el día y la luz como un barquito chiquitito perdido en medio de las olas confusas del sinogan, unas olas donde veía el mundo borroso, inútil, sin amor, sin odio, sin muerte: Solamente estaba el mundo frente a tus ojos como una masa inerte y, mierda baby, veía los árboles mecidos por el viento, respirabas el aire y no sentías nada allá en tu corazón».
Como en «Opio en las nubes», hay enjambres de aviones que surcan el cielo, como si toda la ciudad estuviera a punto de ser bombardeada y lo que se escribe está hecho después de que las bombas destruyeran a Bogotá.
En este libro aparecen esbozados algunos intentos de Chaparro por plantear a la escritura como algo que también es atravesado por lo gráfico; hay momentos en que lo escrito comienza a formar algunas figuras que, con las nuevas lecturas, comenzarán a tomar formas conocidas que enriquecerán o darán otro sentido a lo que se dice en la novela.
También hay ciertas curiosidades como la de la página 24 donde un personaje dice que iba «a por un pan», lo cual no parece haber sido escrito por Chaparro porque esa expresión no coincide con el dialecto bogotano predomina en el libro; ello puede obedecer a algún tic del corrector de estilo, teniendo en cuenta que la edición de la novela fue hecha en Madrid por una editorial española.
Si en «Cien años de soledad» Remedios la bella se fue al cielo en vida, en «El pájaro Speed y su banda de corazones maleantes» todos habremos de ir al cielo sin la necesidad de ser bellos porque para subir lo único que se necesita es convertirse en cadáver, en el entretanto debemos emborracharnos. La ciudad en la que hay lugares disímiles es un nuevo paraíso hecho por un Dios al que sólo podemos aludir, un paraíso lleno de muertos y asesinatos porque el amor predomina:
«…nos golpeamos la cabeza porque no comprendemos la aterradora lucidez de Dios» (2012:103)