Miguel Méndez: Un escritor clave de la literatura chicana

Miguel Méndez es emparentado como un de los escritores que abrió el camino de la llamada «literatura del norte» y la «literatura chicana». A continuación, algunas declaraciones concedidas a milinviernos del autor de «Peregrinos de Aztlán», «Río Santa Cruz», «El circo que se perdió en el desierto de Sonora», entre otros volúmenes:

El nacimiento a la escritura

En 1930 nací en Gringolandia, en un mineral cuyo nombre es Bisbee, Arizona. Un año después, por orden oficial y un cheque de $250.00 dólares, mis padres conmigo en brazos, volvimos al estado de Sonora, México; el Segundo en extensión después de Chihuahua. Sonora es casi del tamaño de España; sesenta por ciento, desierto; el resto serrano y arbolado.

Entre otros cachivaches, mis padres cargaban varias cajas repletas de libros y un fonógrafo; música semiclásica, mexicana; muchos tangos, además, debilidad de mi papá. Llegamos a El claro, antigua hacienda recién incautada al señor terrateniente, Don León Serna; enorme extensión de tierras cultivables y  para cría de ganado. Mi escuelita en El claro, era entonces totalmente socialista: “La Revolución va en marcha, pisa lodo pisa escarcha, lleva un cuarto de centuria de lujuria y de avaricia y aún no tasca ningún freno”; seguido, saludos a la bandera Mexicana y a la rojinegra;      “ a la lucha proletarios al combate final, que sea la raza humana, soviet internacional”.

A los cinco años de  edad, mi  niñez pobrísima, en aquel enorme erial solitario, topó la riqueza literaria ante muchas docenas de libros que cargaban a cuestas mis padres, en cajas; muchas de ellas de la generación del  98, españolas “jarchas”, novelas  arábigas, cosa medieval, Las mil y una noches, una Biblia, recuentos de cronistas españoles a través de andanzas en Latinoamérica; antes de la primera novela latinoamericana, “Ave sin nido”, Homero y demás autores. Leía de gallo a grillo.

Durante el día hacìa diabluras. Qué mezcolanza aquella, trenzada en letras y diabluras, propias de mocosos vagos. 

El habla Yaqui, medieval y del vapor

El lenguaje con el que identifico a los personajes de mis obras literarias, lo he asimilado sobre  la marcha. Trabajé durante años de mi juventud y pubertad en labores de construcción y agrícolas, al lado de congéneres que emplean con ingenio mixturas del inglés, español y jergas de todos colores, que dominan ámbitos fronterizos y citadinos. Numerosos trabajadores migratorios, en la recolección de frutas, coinciden  desde muchos ámbitos e intercambian  voces broncas. Viví mi níñez en El Claro Sonora al lado de familias de la tribu yaqui; asimilé muchas de sus voces; también de los indios ópatas, palabreríos propios de campesinos malhablados; además, aún son mi delicia. Ellos dicen “Estamos jodidos y agujereados de en medio…”, Me fascina el habla culta, medieval, la vulgar nacida al vapor, ayer, hoy mismo por la mañana. 

El desierto

El desierto de Sonora contrasta a las pampas suramericanas; encierra entre sus duneríos, vívidos espejismos fantasmales febriles; mirajes estos donde caben entes imaginarios, lagos y demás ¿acaso no es así?, genialísimo hermano, José Eustasio Rivera, que a pesar de contrastes desérticos, dunosos, cuyas antítesis anteplanicies empastizadas, pamperas, vienen a ser opuestas ambas, no obstante el ser simétricas dadas a vorágines…

La poesía y el placer

Las diferencias entre versos y prosa suelen revestirse en ciertos paralelos fugaces un tanto poéticos en descripciones afortunadas; no obstante la poesía más transparente comprende universos subjetivos, dados en honduras cuya brillantez nos emociona y constriñe el alma en lapsos efímeros contemplativos. Un poeta romántico español exclama, en versos amorosos, ante su amada imaginaria: “poesía eres tú”. Hoy por hoy las cosas han caído a vacíos extremos. Lo más corriente sería que un  muchacho cualquiera, desertor de pantallas televisivas o cinematográficas, le dijera a su hembra semidesnuda: “El placer eres tú”. A la fineza  literaria también la desnudamos escritores de paso, sumados los Premios Nobel. ¿Verdad Don Gaby? 

Un ingenioso truco publicitario

Las fronteras citadinas México-Estados Unidos, se colman a diario de torbellinos encabritados. Genéricamente, citemos a Cuidad Juárez, Nogales, Mexicali, Tijuana, Nuevo Laredo, etc. Allí, en calles y recintos confluyen el espalda mojada o alambrista, “los polleros”, guías asesinos, el chicano, el cholo, madrotas y padrotes, lenones, humanistas, narcotraficantes, turistas, la opulencia y la miseria, empresarios, políticos, filósofos, ciudadanos comunes y demás  yerbas y florecitas. Tanta cosa; habría que leer Peregrinos de Aztlan. Jóvenes pachucos iniciaron el concepto Literatura chicana, porque empleaban un lenguaje propio de ellos, híbrido, de palabras correspondientes a sus terminologías, propias de palabreríos mixtos ingles, español, y demás jergas trenzadas, dadas al vapor. Ellos son historia. La Literatura chicana es cosa actual de autores provenientes de universidades y están escritas en un ingles correctísimo. Lo de letras chicanas en sus obras literarias es solamente truco publicitario ingenioso.

 Sonora y la letras

Literariamente, Sonora México, estado donde me crié, no retumba en letras, que yo sepa. A los poetas  que nacen los achicharra el sol pues qué habita acá, en este pinche espejo solar, que en vida nos chupa hasta los sesos.

La literatura chicana

Lo concerniente al surgimiento de las letras chicanas pudiera ser confuso. La literatura chicana nació como nacen los pájaros; surgió rompiendo el cascarón que los aprisiona. Brotó desde jóvenes oprimidos, no fogueados en letras, en lenguaje pachuco, mezcolanza de español e inglés, voces híbridas, alteraciones ingeniosas, pariciones lingüísticas al vapor en décadas primeras del siglo XX. Puesto que a la cuantiosa población hispana invadida se le clasificaba oficialmente en Estados Unidos, como “Población invisible”. Este movimiento literario chicano inicial, pintoresco¸ le concedió origen, presencia, movilidad e impactos impredecibles, mas ecos unificantes; todo esto influyó en una enorme población ignorada a sabiendas. Los términos “Chicano” y “Negros”, antes insultantes, otorgaron presencia y orgullo a seres vistos antes con absoluta indiferencia. Paralelamente, en la década de los años sesenta del pasado siglo XX, apareció la antología de cuentos México-Americanos, “El espejo” consistente en una colección de relatos donde contribuí con un cuento extenso, basado en un suicidio colectivo de unos 3000 indios Yaquis, en aquel día infausto, 18 de enero de 1900. Este cuento extenso ha merecido múltiples traducciones. Se le había encubierto. La UNAM ha esparcido entre sus estudiantes 7000 ejemplares de dicho relato. Impulsó al surgimiento de las letras chicanas originales, ya superadas.

La originalidad imposible

No es mi pretensión agregarme a corrientes letradas de éxitos mayores en lo absoluto; que llegue lo que tenga que llegar. Lo trillado me marea. Me obsesiona la originalidad, prácticamente imposible.

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