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LUZ DE MIL INVIERNOS

Ha comenzado la estación. Ocurrirán glaciaciones en el Caribe y Moscú quedará congelada como un sueño detenido de los dioses autómatas de otras galaxias. Mil Inviernos se levantan para aguzar los oídos y los ojos de aquellos que se empeñan en diseñar su realidad. Habrá lugar para presentar distintos ángulos del mundo, ya sean  tangibles o etéreos.

Los nodos que acompasan esta corriente infra-supra-intra-extra-marina son:

  • UBIK: Órgano que se ocupará de abordar diversos aspectos de la cultura humana y alienígena en sus expresiones más pétreas.
  • HARD FUTURE: Matriz que se encargará de escanear los ecos del futuro que nos llama, como las llamas del altiplano llaman a las llamas encendidas de las hogueras andinas.
  • GRANDES MAESTROS: Podrán carecer de dientes, podrán haber olvidado lo que hicieron, podrán ser de un espacio-tiempo alterno, pero jamás dejarán de enseñarnos algo inexpugnable.
  • CYBERACTIVE:  ζooνπoλίτικoν, dijo el Estagirita. Nuestro tiempo es un zoológico de política animal que se enseñorea como el babuino que muestra su rojo trasero al niño que lame la paleta de limón.
  • MIL ASMAS: La ficción no existe, la aflicción es creadora de nuevos universos y acá hay muchos ojos que quieren avisorarlos. Bien dice el ajado libro de los sueños: «Me aflijo y luego escribo o escribo y luego me aflijo.»
  • TOSECITA: No solo los entierros necesitan avisos, también los precisan las convocatorias y concursos que sirven para ilusionar al decepcionado y desempleado, aunque sea por unos instantes.

En conclusión, estas son luces que nos llegan desde las más lejanas partículas de Higgs que, clave morse mediante, replican lo dicho por Krishnamurti:

Al otro lado del río, el humo se elevaba en una recta columna; era un simple movimiento que se abría expandiéndose en el cielo. No había un soplo de aire ni la más pequeña onda sobre el río, y todas las hojas estaban quietas; el único movimiento ruidoso era el de los papagayos cuando pasaban como relámpagos. Ni siquiera el pequeño bote de pescadores alteraba el agua; todo parecía haberse congelado en la inmovilidad , excepto el humo. Aún cuando se elevara tan recto hacia el cielo, había en él cierta alegría, y la libertad de la acción total. Y más allá de la aldea y el humo estaba el resplandeciente cielo del atardecer. Había sido un día fresco, el cielo estuvo despejado y la luz era la luz de mil inviernos, de corta duración pero penetrante y expansiva; esa luz iba con uno a todas partes sin abandonarlo en ningún momento. Como un perfume, estaba en los lugares más inesperados; parecía haber penetrado en los rincones más secretos del propio ser. Era una luz que no dejaba sombra y las sombras perdían su profundidad; debido a ello toda sustancia perdió su densidad; era como si uno mirara a través de todo, a través de los árboles al otro lado del muro, a través del propio ser, tan opaco y tan desnudo como el cielo. La luz era intensa, y estar con ella implicaba ser apasionado, no con la pasión del sentimiento o el deseo, sino con la pasión que jamás se marchita ni muere. Era una luz extraña, lo exponía todo tornándolo vulnerable, y lo que no tenía defensas era amor. Uno no podía seguir siendo lo que era, uno había ardido, se había consumido sin dejar cenizas, y repentinamente nada hubo sino esa luz.

(Enero 9, 1962)

Krishnamurti, en Diario- EDITORIAL HERMES. 1985;261