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Ese diamante adentro llamado África (reseña sobre Manual de esgrima para elefantes)

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A propósito de Manual de esgrima para elefantes, el libro de relatos escrito por el paraguayo Javier Viveros.

La ficción que invade a la realidad permite cifrar los combates entre elefantes como una batalla de esgrimistas apreciada por otros animales y convierte al paisaje africano en una pintura de Tingatinga:

“Una lenta pelea de elefantes proveyó a la cámara fotográfica sus primeras capturas del día. Dos machos adultos entrecruzaban trompas y venablos en una esgrima de alto tonelaje, entre la polvareda blandían sus colmillos como argumentos. Dialéctico marfil. A un costado, la escena era observada por un grupo de siete u ocho animales con forma similar a la de los contendientes; por su belleza resaltaba entre ellos un elefantito que parecía escapado de un tierno cuadro de Tingatinga. Imposible determinar a cuál de los combatientes daban su apoyo.” (Viveros:2012:104)

Además del elefantito, el relato, por sí mismo, se ha escapado del marco de una obra pictórica y, al ingresar al mundo “real”, surge la intersección de donde manan las narraciones de “Manual de esgrima para elefantes”. En “Déjavu[dú]”, el narrador de la historia lo deja en claro cuando se enfrenta ante la relativización la muerte, ese hecho inevitable y, aparentemente, definitivo que se ha convertido en nuestra única certeza:

“Yo siempre he creído en eso, que fabricamos nuestra realidad, somos verdaderamente los arquitectos de nuestro destino. Así como nos vemos a nosotros mismos nos verán los demás, y del mismo modo nuestro cerebro puede proyectarse futuros brillantes o presentes ruinosos. Aunque parece parte de esos horrorosos textos de autoayuda, me parecía factible. Todo está en la mente. Pero de ahí a creer en la efectividad de los brujos y hechizos había un gran trecho, Mawusi confiaba ciegamente en esas prácticas que para mí nunca fueron más que una enfermedad mental, una contagiosa enfermedad mental, como lo son todas las religiones.”(Viveros:2012:13)

Como consecuencia de esa inestabilidad, la vida y la enfermedad también son estadios relativos; el hombre recluido en un psiquiátrico sudamericano puede ser un lúcido sujeto que recorre las multitudinarias calles de Dar es Salaam o Kinshasa. Por eso, uno de los desafíos que tienen los enunciadores de los relatos de este volumen, en su mayoría sudamericanos, es adentrarse en un mundo donde los ojos no son suficientes para mirar, tal y como ocurre con los nativos de una población de las entrañas de la selva de Guyana en “El diamante blanco” de Werner Herzog cuando no divisan un dirigible que surca el cielo plomizo.

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