¿Le temes a las máquinas? Científicos y filósofos de Cambridge lo hacen
Atrás quedaron los días de los buenos robots, sirvientes de los hombres, que obedecían al pie de la letra las tres leyes (bueno, cuatro) de la robótica que les dictó el profeta Isaac Asimov. Vuelven los terrores del hombre a sus productos más sofisticados, los mismos temores al castigo por robar el fuego de los dioses que paralizaron a los hombres en el mito de Prometeo, y que actualizó Mary Shelley en el Prometeo Moderno, como el elevado precio que paga el hombre por jugar a ser Dios.
A medida que avanza el conocimiento de lo limitado de nuestra propia inteligencia y presenciamos el vertiginoso ritmo con el que la Inteligencia Artificial evoluciona, parece inevitable el día en que las máquinas nos superen en inteligencia. Este escenario mental nos produce una sensación de desamparo ante nuestras creaciones, similar a la del idiota de la película I am Sam, cuando su hija le supera en madurez mental; o, una aniquilación, a la manera sádica de la muerte del padre que el Doctor Freud diagnosticó. Somos esos padres que apretaron el gatillo y cuyo único tiempo que poseen es el que tarda la bala en atravesar el cañón hasta el cerebro.
La superación en inteligencia de las máquinas a los hombres es una bomba de tiempo que empieza a concernir, no solo a los escritores de ciencia ficción, sino a científicos y filósofos de universidades prestigiosas, como la Universidad Británica de Cambrigde. Esta preocupación llevó a los académicos de esta academia a proponer el Centro para el Estudio del Riesgo Existencial. Este centro juntará expertos que analizarán los modos en que una tecnología superinteligente, entre ellas la Inteligencia Artificial, pueda amenazar la existencia de la raza humana.