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Los robots ya no son lo que solían ser.

Tomado del flick de vladeb http://www.flickr.com/photos/28122162@N04/ (CC BY-ND 2.0)

La figura mítica del robot  ocasionalmente remonta a  una idea de  desarrollo técnico, junto a la sofisticación de una intricada ciencia, que como resultado produce un artificio tan complejo que podría compararse al ser humano o superarlo en sus potencialidades. Esta imagen  puede generar una impresión aséptica (tanto física como moral) de los robots -como el video de Björk, All is full of love

No obstante, ocurre que muchas veces nuestras creaciones comparten más nuestros rasgos humanos defectuosos que aquellas virtudes que tanto desearíamos legar a las futuras naciones humanas.

En el mismo instante en que la palabra Robot nace, según la anécdota, se encuentra presente la condición circunstancial de los actos humanos.  Casi por unanimidad, se le atribuye el término a Karel Kapec, quien lo introdujo en la obra R.U.R. Sin embargo, alguna gente considera que el verdadero creador del famoso neologismo, se trata más bien del pintor  Josef Kapec, hermano de Karel, en un cuento anterior a R.U.R. Y aquí es donde el propio Karel, en un remoto artículo, explica el origen de la palabra reconociendo en una gran medida la deuda con su hermano Josef para su concepción:

Una referencia para el diccionario Oxford, del profesor Chuboda, que explica el origen de la palabra Robot y su introducción en el idioma inglés, me recuerda una vieja deuda. El autor de la obra R.U.R no inventó, de hecho, esta palabra; él solo condujo su existencia. Fue así: la idea de la obra apareció en un momento desprevenido. Y mientras todavía la idea estaba fresca fue corriendo a donde su hermano, el pintor, que se encontraba detrás de un caballete y pintando con los óleos hasta hacerlos crujir. «Escucha, Josef» el autor dijo, «creo que tengo una idea para la obra.» «¿Qué idea?», el pintor balbuceó (realmente balbuceo porque en ese momento tenía un pincel en la boca). El autor le contó tan rápido como pudo. «Entonces escríbela», contestó el pintor, sin quitarse el pincel de la boca ni parar el trabajo con los óleos. La indiferencia era más bien insultante. «Pero…» el escritor dijo, «aún no sé cómo llamar a esos trabajadores artificiales. Podría llamarlos Labori, pero eso me suena anquilosado.» «Entonces llámalos Robots (Robota significa Trabajo en checo)» el pintor farfulló, con el pincel en la boca y concentrado en su pintura. Y así es como fue. Así fue como la palabra Robot nació; demos este reconocimiento a su verdadero creador.

(Tomado de: Karel Kapec website. Trad, propia)

Atrás quedó el pasado de la arrogada seguridad en el funcionamiento ideal del autómata frente a la naturaleza humana, siempre sometida al influjo sus pasiones e incertidumbres. Se trataba una época en la que incluso se podía confiar el destino de la humanidad a una máquina con un nivel de complejidad mayor que no tenía que atenerse a las imperfecciones de la psicología ni la antropología. Los robots eran los aliados de la humanidad, incluso estaban programados para asegurar la preservación que la propia idiotez de los humanos impedía. Estas funciones eran las que elevaban a los más complejos grados de computo a los robots: «Y sometió su mente a las más altas funciones del mundo de los robots: la solución de problemas de juicio y ética» (Yo, Robot. Isaac Asimov)

Contrario a esta elucubración, toda inteligencia y elevado honor de las abstracciones científicas, que perseguía Asimov en sus utopías robóticas de mediados de siglo XX, encontramos en el año 1963 una propuesta de robot por parte de Jim Henson, posterior creador de la exitosa serie Muppets, para una compañía de teléfonos:

Es claro que el robot de Jim Henson no podría vivir más de un segundo en el universo de Asimov. Se trata de un autómata grotesco y bruto. Un pedazo de lata que disfruta emanando gases como un vulgar camionero ebrio y que parecer divertirse por haber perdido sus funciones reguladoras.

Otra impresión frecuente que inspiran los robots es el de una posible insubordinación contra su creador. Este miedo, precisamente, se puede considerar uno de los pilares del nacimiento del género de la ciencia ficción, cuando de la literatura de horror y fantástica se pasó de un miedo irracional hacia las criaturas exóticas al temor racional y natural por seres que podrían ser construidos por el propio hombre para su destrucción.  Si la definición de monstruo es «lo que excede al hombre» (Sarchman, Ingrid) el robot es por antonomasia el monstruo del siglo XX.

Es bien sabido que el miedo engendra odio, y que el miedo es un impulso natural hacia lo desconocido. Este miedo es característico de las sociedades humanas y, no obstante, el nivel de desarrollo de las sociedades se mide precisamente cuando estas logran superar las aversiones para dar cabida a la tolerancia y las diferencias.

El siguiente video, realizado por estudiantes, revela lo que es característico de las sociedades humanas, segregar al diferente y prejuzgar al otro por su condición:

No Robots from YungHan Chang on Vimeo.

No nos preguntaremos por la calidad ética de los robots en este corto, como bien lo podríamos hacer desde el universo de Asimov; no tendría cabida esa pregunta.

Si la robótica aún parece exclusiva de las agencias espaciales y los laboratorios de tecnología avanzada, la industria de los electrodomésticos está llevando a cabo una agenda por conquistar el futuro de las casas con robots facilitadores de oficio, como los soñaron Hanna y Barbera en los supersónicos.

Una vez el robot se ha instalado en la casa, es natural que sus funciones se acoplen al ritmo de vida hogareño. Y, como se viene insistiendo desde hace varios años, lo regular en la sociedad actual son las familias disfuncionales.  Así es que el robot doméstico terminará para volverse «disfuncional» y adquiendo una serie de patologías que definen la cultura en la que se ha instalado.

Este es el fin. Por lo menos para el universo robótico de Asimov.