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Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 7

 

El último de la general, el último del día, el más hermoso: Yevgeniy Fedorov

Si la hermosura radica en la carencia de cualquier logro, hoy Fedorov resplandece. La justificación optimista de su último puesto en la clasificación general ha sido  arropar a Mark Cavendish para que no quede fuera de tiempo en las etapas de montaña y gane en los embalajes como el de hoy en Burdeos.

La supervivencia del británico hasta esta etapa confiere la conclusión de que Fedorov ha hecho su trabajo. Sin embargo,  su líder ha quedado segundo y posterga la rotura de la marca de victorias en etapas donde está empatado con un ciclista como Eddy Merckx -este es el pretexto para plantear algún interés en etapas como la de hoy-. La forma como quedó segundo es olvidable y, por lo mismo, hermosa: iba convencido de su triunfo y, como si fuera un cervatillo que se sorprende de la embestida de un dragón de Komodo, lo rebasó Philipsen. La cara de susto de Cavendish corroboró que la vejez -en el deporte de alto rendimiento se envejece muy rápido-, si bien no convierte en humilde a un soberbio, hace perdonable su juvenil soberbia. A Cavendish ya muy pocos le pueden profesar la antipatía de hace una década; así como lejanos son aquellos días en que los muchachos solían aferrarse a la insolencia de Peter Sagan: quién iba a creer, en 2013, que ni Froome, ni Sagan ni Cavendish terminarían endosados a la belleza que solo otorga un hundimiento semejante al de los bisoños.

Fedorov no es uno de los nombres que aparecen en casual coloquio ciclista; es como ese humano delineado en la respuesta de un sacerdote católico ante la andanada existencialista de un catedrático que proclamaba la caída del hombre para así ganar los aplausos de sus estudiantes más jóvenes: ¿acaso alguna vez estuvo en las alturas para considerarse caído? Hoy ha ocupado el último puesto en la etapa.

El penúltimo de la clasificación general -su compañero de equipo Gianni Moscon- le aventaja en seis minutos y cuarenta y dos segundos: una distancia más amplia que la que hay entre el líder (Vingegaard) y Pello Bialbo, el ciclista ubicado en la casilla catorce.

Fedorov no es un emperador; es dulce, resignado, enrojecido por el sol que le esputa el verano en la cara. Quizá Cavendish gane mañana o en París. De ser así, aflorarán las hipérboles y homenajes para una generación ciclista que parece no querer retirarse a tiempo, reflejando nuestro propio deseo de postergar la muerte, aunque ello nos cueste la demencia o la pérdida de control de esfínteres.

Si gana Cavendish, Fedorov sonreirá, se aliviará y ya no irradiará la  belleza del que va de último. Pero esa es una hipótesis; hoy puede ver directo a los ojos a Vingegaard o Pogacar: son dos críos ensalzados en una lucha que a él le resulta pueril.

 

El cortador de césped o el cybermisticismo (película)

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Esta historia fue lanzada en 1992, cuando la «realidad virtual» aún era extraña e internet no era imaginado por la gran mayoría de los humanos, ya describe lo que vendría a ser, muchos años después, la realidad aumentada; es una versión noventera de lo que ocurre en nuestra época, como si alguien hubiese viajado desde esos años y viera nuestro mundo. Sin embargo, «El cortador de césped» no se agota en su carácter profético- quizá eso termina siendo lo menos importante- sino que se extiende a partir de una conjunción entre el misticismo de raigambre cristiana, el uso de fármacos y las nuevas tecnologías informáticas, desembocando en la desmaterialización de los cuerpos. Esta película, protagonizada por Pierce Brosnan y Jeff Fahey y dirigida y escrita por Brett Leonard, será objeto de culto y, a medida que pasen los años, presenciaremos el renacimiento de un viejo trabajo cinematográfico como ya ha ocurrido con Blade Runner y será uno de los hitos de lo que habrá de llamarse cybermisticismo; además, tiene el mismo nombre de un relato de Stephen King sin esté relacionada  con el escrito del autor norteamericano, lo que provocó su molestia pues habían adquirido los derechos de su historia. Disfruten de esta gran historia llena de efectos especiales que, a quienes estuvimos vivos en los noventa, nos dejarán un sabor de nostalgia futura:

El sueño germano-paraguayo

El sueño del dominio ario ha regresado. Ya en el siglo XIX, Bernhard Forster, el cuñado de Friedrich Nietzsche, fundó en el Paraguay Nueva Germania, un proyecto fallido que desembocó en el suicidio de su artíficie. En el siglo XX un filisteo llamado Adolf Hitler se encumbró e hizo temblar a Europa pero su proyecto culminó en otro suicidio. Ahora, una vez más en el Paraguay, el dr Enrique Von Lucken- rastro del sueño de Forster o de los niños del Brasil- se candidatizó como diputado en las internas del hegemónico partido Colorado pero fracasó. ¿Se suicidará? ¿Retornará con más fuerza a las próximas justas electorales? A continuación les presentamos la publicidad del dr Enrique hecha por Peter Aponte Mar, su Goebbels, donde aparecen señoras que acicalan gallos, prostitutas que huyen de las cámaras y fulgura el siguiente enunciado proselitista que resume su plataforma ideológica: » Derechos humanos tienen que valer, solamente, para humanos derechos y correctos».