Premios Inquilino del infinito

Sánchez Merlano, el primer inquilino.
Aquilino Velasco, como inquilino del infinito, bordeó la mortalidad por algunas décadas; las suficientes para escribir delicias como Los espejismos de la oscuridad y sufrir como toda ausencia de vulgaridad. Siempre alejado de los conciliábulos literarios, patrocinados por editoriales transnacionales o las regentadas por sujetas y sujetos de prosapia intelectual, Aquilino se internó a vender sus libros en locales céntricos de Bogotá donde las empanadas tristes solían envejecer entre mostradores de vidrio.
El inquilino del infinito inoculó a través de sus volúmenes, muchos de ellos hundidos en los anaqueles de librerías no adscriptas a alguna cadena comercial e ignoradas en las listas hechas por bloggeros y periodistas culturales donde se refieren los locales comerciales que cumplan con visos posborgianos, los cementerios azules que se sospechan desde los pocos instantes por los que asoma la eternidad a echar un vistazo a los días de cualquier mortal. Alimentó, además, el deseo de garrapatear verbos de otros tantos escritores que, considerados como de poca monta o directamente ignorados, se han reunido a celebrar la primera edición del premio Inquilino/a del infinito.
Ocurrió el 28 de Enero de 2016.
Lugar: El tacón de la empanada; establecimiento comercial destinado a la diversión de los empleados de oficinas que salen, agotados y absortos en pensamientos alcohólicos, los viernes al despuntar la noche para olvidar sus nombres y llegar, entre tambaleos y susurros hechos de reproches a su propia vida, a dormir a la cama junto a su cónyuge sin que medie explicación alguna.
Hora: 17 en punto, justo cuando el cielo se convierte en las cenizas del niño que abruma a Bogotá y corrobora que el apocalipsis ocurre todos los días.