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Diluvio de diamantes

-ANO. Quibdó. “Ahora sí se acabó todo, hijueputa”, espetó. “¿Quién es hijueputa?”, le preguntó el corresponsal de ANO; “Todo es muy hijueputa: El río, las nubes y lo que hay más allá de ellas, las montañas, el agua, los dientes de los que se ríen y los labios apretados de los que lloran, mejor dicho, todo, absolutamente todo es hijueputa, nada en especial y todo es hijueputa”. El aturdido periodista ignora si fue alguien o algo el que pronunció esa perorata. De lo que sí puede dar fe es que el enunciado atravesó el aire apenas culminó la lluvia de diamantes azules que azotó a Quibdó, la capital del departamento del Chocó en la costa pacífica colombiana.
Muy pocos sobrevivieron al embate de ¿la naturaleza?, ¿los ángeles?, ¿Dios, enlutado y amorosamente iracundo porque en esa costa Pacífica se suele matar a mucha gente? Los diamantes con forma de dagas cayeron en horas de la noche; atravesaron los techos de las casas, los pechos de quienes dormían boca arriba, las espaldas de los que aferraban sus bocas babeadas de sueño contra las almohadas, los costados de quienes dormían de lado del corazón y morían por una puñalada sideral como Jesucristo.
Los pocos sobrevivientes aún no saben si fue una pesadilla la que los despertó del sueño o el sueño de una pesadilla. Apenas mermó del diluvio, salieron al malecón de Quibdó, a ese que da al río Atrato, y vieron cómo quedó empapado de cadáveres de peces y demás animales extraños que murieron clavados por las puñaladas diamantinas, flotando hasta desaparecer en el horizonte y desembocar en el océano.
Todas las cosas afirmaron que todo era muy hijueputa sin necesidad de haberlo dicho.