Decálogo para la ciberguerra
«Este es un universo de guerra. Guerra todo el tiempo. Esta es su naturaleza. Pueden existir otros universos basados en toda suerte de principios, pero el nuestro parece estar basado en guerra y juegos.»
William S. Burroughs
El experto en seguridad informática y linguística rusa, Kenneth Geerz ha escrito en su blog de InternetEvolution, un post titulado El Arte de la ciberguerra en el que insiste en la importancia que tienen autores como Sun Tzu para entender nuevos escenarios de conflicto como Internet y, sin embargo, resalta la dificultad para incorporar a la estrategia militar nuevos aspectos revolucionarios que aparecen en la red.
Estos diez aspectos fundamentalmente revolucionarios de la ciberguerra respecto a la doctrina militar tradicional son:
1. El internet es un ambiente artificial que puede ser modelado en parte a favor de los requisitos de seguridad nacional.
2. La deslumbrante proliferación de tecnología y herramientas para hackers vuelve imposible familiarizarse con todas ellas.
3. La proximidad de los adversarios es determinada por la conectividad y el ancho de banda, no por la geografía terrestre.
4. Las actualizaciones de software y las reconfiguraciones de red cambian impredesciblemente y sin advertencia el espacio de la ciberbatalla.
5. Contrario a nuestro entendimiento histórico de la guerra, el ciberconflicto favorece al atacante.
6. Los ciberataques son lo suficientemente flexibles como para ser efectivos en propaganda, espionaje y destrucción de infraestructura crítica.
7. La dificultad de atribuir un ciberataque con certeza disminuye la credibilidad de disuasión, prosecución y retaliación.
8. La naturaleza «reservada» del ciberconflicto significa que una batalla decisiva puede darse y solo los participantes directos puedan estar enterados de ella .
9. La falta de experticia y evidencia puede hacer de una victoria una derrota, y una pérdida en la batalla, una elevada promesa de objetivo.
10. Existen pocas inhibiciones morales en la ciberguerra, porque se relacionan primordialmamente con el uso y abuso de la información y código computacional. Hasta ahora, el sufrimiento humano es poco percibido.
El paisaje envanecido de las nueva generación de la ciberguerra.
Adiós SOPA y PIPA. Como recientemente lo declaró Cory Doctorow, la guerra del copyright fue solo el inicio. Y no solo nos despediremos de la nefasta avanzada de los proyectos de ley que pretendieron matar el Internet tal y como lo conocimos, sino que también nos despedimos de una tecnología que hizo de nuestra experiencia de navegación una cultura, la tecnología P2P, representada principalmente por Megaupload.
La pesquisa judicial hacia los empleados de Megaupload más allá de afectar a los presuntos perjudicados por piratería, empresas que demostraron su gran influencia política-económica en el congreso, perjudicó una práctica cultural alternativa que posibilitaba la transmisión de contenidos sin necesidad de la intermediación de la industria. Artistas de todo el mundo expresaron su voz de rechazo ante la medida, entre ellos Patricio Dalgo del Ecuador, quien en su página de facebook comentó: «yo subía mi producción para libre descarga alli, esto es una mierda… me cago en los derechos de autor, sus autores, sus propietarios, sus beneficiarios, sus monopolizadores, sus acólitos, su censura, su pago por ver, por escuchar, por hablar, por compartir.»
Las voces de rechazo no pasaron desapercibidas, el siguiente gráfico demuestra dramáticamente el cambio de postura de los miembros del Congreso de USA respecto los proyectos SOPA y PIPA, con diferencia de un solo día, antes y después del gran «apagón» o «black-out» de muchas de las poderosas compañías de la red en protesta a estas reformas:
Tomado de: Graphic Sociology.
Esta fue una semana bastante movida en términos del mainstream en cuanto se jugó el futuro de la red y se demostró la posibilidad real de acción de Internet para hacer derrocar una propuesta del congreso o permitirla. Razón por la cual, empresas con una ética poco transparente y unas políticas de privacidad cuestionables, como Facebook o Google, posaron con tiernas muecas de rebeldía y resistencia contra SOPA y PIPA; más coherente fue el CEO de Twitter, quien declaró que el apagón de Wikipedia le resultaba «tonto».
Un día después del famoso apagón, cuando se cerró definitivamente Megaupload, el grupo de hackers conocido como Anonymus emprendió una agresiva campaña para cerrar páginas oficiales de USA, como empresas pro-SOPA; luego siguieron los ataques a otras compañías como Sony, Visa, Mastercard, Monsanto, y las página gubernamentales de Francia y Polonia. Ese jueves se presentaron fallas operativas en Latinoamérica que impidieron el ingreso por la red a páginas como Facebook, Twitter, Yahoo y Hotmail. Las teorías de conspiración no se hicieron esperar, pero la versión oficial fue que se trató de una falla técnica de Telefónica en en la red de su proveedor internacional de Internet (TIWS).
Y sin embargo, la ciberguerra no acaba ahí, tal vez porque no empieza ahí; o citando a Marcel Duchamp «No hay solución porque no hay problema»; precisamente porque el hecho de que se haya caído la propuesta de SOPA y PIPA no quiere decir que el futuro de la red no esté en riesgo o que la censura y la regulación coercitiva por parte de los gobiernos poderosos esté dando marcha atrás. Es bueno no engañarnos con paliativos ni cuentos de hadas con silicona.
Si para algo sirvió toda esta zapatiesta de SOPA y PIPA fue para cubrir hábilmente la batalla que empieza a abrirse camino a pasos de bebé con elefantiasis en Oriente Medio. Los hackers Sauditas roban las contraseñas de las tarjetas de crédito de los Israelitas, y estos no temerán responder, aún más cuando estos sugieren que las contraseñas robadas son en realidad de ciudadanos norteamericanos.
Este es el paisaje envanecido de la nueva generación de la ciberguerra. Nuestra libertad no está en riesgo, puesto que la libertad no es algo que nosotros poseamos per-se, o un derecho que el gobierno nos regale. La libertad no se puede reducir a proclamas y consignas románticas, sino que existe a medida que se ejerce.
A veces un escritor se rebaja, harto de soledad, dejando que su voz se mezcle con la multitud. Que grite con los suyos si quiere -mientras pueda-, si lo hace por cansancio, por asco de sí mismo, sólo hay veneno en él, pero les comunica ese veneno a los demás: ¡miedo a la libertad! ¡necesidad de servidumbre! Su verdadera tarea es la opuesta: cuando revela a la soledad de todos una parte intangible que nadie someterá nunca. A su esencia le corresponde un sólo fin político: el escritor no puede sino comprometerse en la lucha por la libertad anunciando esa parte libre de nosotros mismos que no pueden definir fórmulas, sino solamente la emoción y la poesía de obras desgarradoras. Incluso más que luchar por ella, debe ejercer la libertad, encarnar por lo menos la libertad en lo que dice. A menudo también su libertad lo destruye: es lo que lo hace más fuerte.
(Bataille, Georges. ¿Es útil la literatura? Combat, 12-XI-1944, artículo de La literatura como lujo, Cátedra, 1993.)









