Un encuentro con el artífice de la sexoficción (segunda entrega)

Hernán Hoyos escribió, desde fines de los cincuenta, más de cuarenta novelas. Hoy día las autoreedita y él mismo sale a dejar ejemplares en consignación en distintas librerías y quioscos del centro de Cali (Colombia).  Acá puede leerse la primera entrega.

La masturbación es el objetivo último y vergonzante de la pornografía coital; en los portales de internet aparece, a un costado, publicidad que dice, como un regaño: “Deja de masturbarte y ten sexo de verdad”; a la culpabilidad del consumidor del vídeo se sumará la potenciación de su soledad, acercándolo a un anacoreta. Porque el objetivo del pornógrafo apunta a la aprobación  sustentada en el placer solitario, es que  la etiqueta de pornógrafo adjudicada a  Hernán Hoyos  por su amigo José Pardo Llada apenas apareció “Crónicas sexuales”,  es un malentendido intencionado que sirvió para que la sociedad caleña de los sesenta comenzara a comprar el libro. Hoyos ha bautizado a su escritura con otro nombre:

-La llamé sexoficcion y creo que tengo derecho porque convertí los problemas sexuales en temas literarios. La sexualidad es el más importante de los instintos porque gracias a ella se perpetúa la especie. Si los hijos no se pudieran concebir por el acto sexual se acabaría la población humana.

A diferencia de los angelicales destellos de Henry  Miller o la crueldad de Apollinaire, Hoyos toma a la sexualidad como un objeto sometido a su visión casi científica, semejando la labor de un microhistoriador de la vida sexual o un notario que consigna los escarceos genitales de cientos de personas. Este propósito de testimoniar se consolidó a  sus 32 años, cuando decidió arrendar un apartamento en el que colocó una mesa grande con cuatro máquinas de escribir y, en cada una de ellas, urdía un libro diferente.

Fue en ese lugar donde sostuvo algunas reuniones con Sor Terrible, la mujer que habría de protagonizar una novela homónima basada en lo que ella le relató. La primera vez que se vieron Hernán trató de seducirla:

 -La hice sentar al lado mío. Yo no sabía que era lesbiana y le metí la mano. Cuando toqué el clítoris de ella, me di cuenta que era de este tamaño. -Hoyos estiró su dedo índice derecho para indicar las dimensiones- Era a la vez hombre y mujer. Era Sor Terrible. No me puedo arrepentir de eso porque fue un documento más.

Desde ese momento, Hernán trabó amistad con Sor Terrible aunque hace un par de años no ha sabido nada de ella. La última vez que se la encontró fue en unas cabinas telefónicas. Después de charlar un rato, ella le mostró la foto de una mujer de más de cincuenta años y de su hijo de dieciocho: Sor Terrible se acostaba con los dos.

La historia de esta mujer es escrita por Hoyos como una hagiografía truncada:

Cuando era niña quería ser santa.

Veía a las monjas en la calle e imaginaba que todas eran santas. Y quería ser como ellas.

A los diez años me internaron en un colegio de monjas

En el internado, la niña descubrió que le gustaban las mujeres y se enamoró de una de las madres que la cuidaban. A esto se sumó el gusto que la chiquilla sentía cuando se dejaba lamer su vagina por el vigilante del centro de instrucción educativa y religiosa. Es en ese lugar lleno de fervor divino es que nace a la vida terrenal la gran Sor Terrible.

El relevamiento de testimonios no se ha limitado a lo sexual. El último libro que ha reimpreso Hernán Hoyos (él siempre ha hecho ediciones propias, jamás ha sido cooptado por alguna editorial y afirma que eso ya no le importa y que si alguno de los grandes monstruos se le acercaran, él se negaría a entregar sus obras pues ya cumplió con el cometido de que lo leyeran) es sobre Joaquín de Caycedo y Cuero, cuyo apellido es de los más pronunciados en Cali: Caycedo es el nombre de la plaza principal de la ciudad. Según Hoyos, él  fue un adelantado pues se anticipó a los levantamientos independentistas de la entonces colonia española y lo fusilaron en Pasto, un reducto realista apostado en lo que hoy se conoce como el departamento de Nariño, en los límites con el Ecuador.

La búsqueda en los libros fue anterior al encuentro con los testimonios como materia primordial de sus novelas. A la inversa de lo que muchos escritores de estos días proclaman cuando afirman que son lectores de libros que escriben (para adscribirse a la celebrada postulación borgeana de la literatura), Hoyos dice valerse de la realidad que le circunda para urdir sus historias, lo cual lo convierte en un lector que no se limita a los libros sino que también lee a las personas:

El retorno de la monja Alférez la publiqué a los 19 años en el periódico del pacífico y salía todos los días un capítulo. No me pagaron ni cinco pero me daban cinco periódicos diarios. Cuando iba al depósito, el señor que lo manejaba, que era un  negro muy maduro, me decía: “Don Hernán, cuando no aparece su novela llaman los lectores para preguntar qué pasó”. Y años después, cuando yo comencé a escribir inspirándome en la vida que me rodeaba,  como esta era una novela de aventuras que se desarrollaba en el siglo XVII y  toda la inspiración era tomada de la literatura que había leído porque no había vivido, en un prurito exagerado de autocrítica, decidí destruir los originales y los recortes de la prensa que tenía. Ese libro se salvó porque, años después, una tía me llamó y me dijo: “Hernán,  yo tengo una novela tuya que apareció en el diario del pacífico y la tengo encuadernada”. Yo no sé cómo bendecir a esa tía porque ella fue la salvadora de esa novela, porque cuando cayó Rojas Pinilla en el 57, el pueblo destruyó las oficinas del diario del pacífico y todos los archivos del diario y mi novela se hubiera perdido, no sé cómo agradecerle a esta tía que ya está muerta hace muchos años.

También urdió sus primeros relatos a partir de algún dato bibliográfico hallado en los textos de historia. Las hermanas del coronel, inspirado en el general Tomás Cipriano de Mosquera, a quien le habían pegado un balazo en una batalla, destruyéndole la mandíbula y él se la hizo reemplazar en Europa por una de platino, con lo que su dicción fue especial y lo apodaron el mascachochas, fue el núcleo para empezar a relatar una historia que se despegó de esos datos:

-Con este cuento gané un premio de la editorial Movaroméxico en mil novecientos sesenta y pico; me lo publicaron y me dieron el primer premio, esa era una editorial especializada en novelas de aventuras y publicaba una revista en México que se llamaba “Aventura y misterio en castellano”. Y me publicaron dos cuentos más: “El extraño Nessim”, que era de la vida real y el otro cuento era “Intruso del más allá”… de “intruso….” no te puedo decir si fue inspirado en la vida real o no porque a lo largo de mi vida muchos hechos me han inspirado novelas y cuentos pero me queda muy difícil ya saber que parte fue imaginaria y cual no. Por ejemplo, hay un cuento de terror llamado “Mi compañero chino” en donde dos estudiantes de medicina, un colombiano y un chino, iban a una morgue de una ciudad, no me acuerdo si determiné la ciudad, iban a la morgue por las tardes a practicar con más eficacia su carrera de medicina; se habían vuelto amigos del guardián de la morgue que les sacaba los cadáveres. Entonces notaron que los cuerpos de mujeres bonitas, jóvenes y blancas, estaban tibios y se preguntaron por qué. Espiaron al guardián y descubrieron que él los calentaba para después violarlos. Eran muchachas muertas por asesinatos o accidentes que no los habían reclamado, entonces descubrieron lo que hacía este sujeto y en un acceso de hacer justicia, se le fueron encima al guardián de la morgue y lo golpearon pero él sacó un machete… no me acuerdo en qué termina el cuento pero los dos amigos salieron ilesos.

Los testimonios, como fuente de su escritura, llegaron a su escritorio cuando trabajaba en la redacción del periódico El País de Cali:

-Se aceró un hombre negro, bien vestido, se quitó el sombrero, de unos 50 o 52 años y me dijo : “Con permiso, joven, como usted va a ser un talento literario y tiene una capacidad muy grande para utilizar unos temas dramáticos; yo soy chocoano y le vengo a contar lo que pasó en Quibdó: llegó un norteamericano a Quibdó con una cantidad de dólares y pidió  hablar con el alcalde porque quería montar una empacadora de pescado, esa empacadora traería entradas y fuentes de trabajo, entonces el alcalde llamó a un amigo de él y le dieron cita al día siguiente.

En la reunión le preguntaron al extranjero cuánto dinero había traído. Él les precisó la suma y le pidieron que al otro día trajera todo el efectivo.

-Entonces los dos negros acordaron matar al míster y robarle los dólares. En la ruta, me contaba el negro, lo mataron, le quitaron los dólares y lo tiraron al río y quedaron los dos negros en el bote y siguieron en el río. Entonces uno de los dos mató al otro para quedarse con los dólares y lo tiro al rio y siguió en el bote que, después, naufragó.

Hoyos publicó esta historia en la revista Cromos cuando José Pardo Llada era su director en Bogotá. También apareció en la misma revista la historia del asesinato del jefe de control de cambios:

-Control de cambios  era una entidad pública que autorizaba la importación de cualquier producto. Esas autorizaciones tenían que ser pagadas, entonces, por algún problema que tuvo el director que, entre paréntesis, tenía amores homosexuales con un muchacho como de 20 o 22 años, lo asesinaron saliendo de la casa,  yo, con el prurito de ser exacto, entrevisté a los parientes del muerto y, con ese criterio de honestidad, yo dije: “estos relatos ya no son míos porque Pardo me los pagó a 400 pesos cada uno”. No los conservé, los destruí… ahora, para publicar, tengo que ir al archivo que tiene cromos en Bogotá eso era en 1960 o 61.

Hoyos, durante su trabajo en la prensa, también fue ampliador de los cables que repartía la United Press. Fue removido de este cargo en el diario “El País” pues, como solía hacerlo, salió el once de abril de 1951 de las instalaciones del periódico a las once de la noche y, pocos minutos después de su partida, llegó la primicia de que el presidente Truman había degradado al general Douglas Mac-Arthur. Como la noticia no apareció en el diario al día siguiente, Hoyos fue trasladado a las páginas sociales y tuvo que escribir sobre fiestas, matrimonios y demás reuniones hechas por la clase con pretensiones aristocráticas de Cali. Él no pudo rechazar el cambio y marcharse: necesitaba, como aún ocurre hoy, comer.

Mientras se le ve caminando, como un antiguo guerrero que lleva en sus espaldas los escombros de las últimas batallas para recordarlas, no se puede evitar recordar su concepción bélica de vivir:

-La vida es una lucha contra seis o siete enemigos: La mugre, el desorden, la ignorancia, las enfermedades, el anonimato, el hampa… van seis. Tú te levantas todos los días a bañarte y afeitarte y, si no arreglas tus papeles, se te vuelve eso un maremágnum y no encuentras la factura, el recibo, entonces contra el desorden es una lucha. Contra las enfermedades: la mayoría de la gente permanece enferma, cuando hablan en la televisión que la salud es un derecho creen que dan la clave para no enfermarse pero lo que anuncian son los medicamentos… yo a todos mis hijos los crié con mi dieta y nadie se enferma y, cuando he llamado a un médico, ha sido por un traumatismo. Cuando mi mujer tuvo los dos primeros hijos, llamaba al médico a la casa y él atendía el parto allí.

Los dos encuentros que sostuvimos fueron frente a la catedral de Cali, en la plaza Caycedo. El segundo día llegué unos minutos antes de la hora pactada, así que decidí ingresar al templo. Sus paredes estaban atiborradas de cuadros hundidos en la penumbra, con motivos que prometían el paraíso e insinuaban la mirada de las lejanas santidades que habitan la eternidad. De repente, sentí un llamado, volteé a mirar: Hernán Hoyos  estaba sentado en una de los bancos de madera donde los feligreses se sientan a escuchar al cura; miraba al frente pero no rezaba, esperaba la hora exacta para salir a mi encuentro porque él no cree en Dios y las iglesias sólo le sirven para pasar el rato. Eso es lo que él dice aunque, al verlo en la oscuridad, parecía como si alguno de esos personajes bíblicos que estaban en los cuadros se hubiese bajado a observar los últimos coitos del mundo.

FIN

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