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Feria madre (decimosexta entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

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En esta entrega Simónides será objeto de los juicios de los más poderosos miembros de la feria y ellos quieren quitarle las manos, los pies, el corazón, la lengua y las orejas. Acá puedes leer la entrega anterior

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CAPITULO XVI.

DE LA ACCIÓN Y REACCIÓN.

La desazón minaba el ambiente en el gran sínodo. El tiempo corría implacable hacia el límite de la duración de la feria, y el materializar la doctrina de una religión universal era humo apenas, y menos que humo si de armonizarla con el Artículo 77 se trataba. No había siquiera un principio unificado qué ofrecer. La unión esperada en cada templo entre las religiones derivadas de una madre común, en vez de armonía, acentuaba el sectarismo haciendo más improbable la unificación universal de credos. El Artículo 77 era una utopía, estaba más allá del esfuerzo humano, parecía una misión de dioses y para dioses. Esta desesperanza quizá fue una de las razones que llevó a los jerarcas a intuitivamente idear un enemigo común en la personalidad de Simónides, de alguna manera ello contribuiría a la unión aunque fuese irracional el método empleado. Ello o una hecatombe.  

Era costumbre que luego de finalizada la reunión del sínodo del día, por agotamiento del tiempo o por disposición del regente del evento o concilio como gustaban decirle a estas acaloradas reuniones, cuando era aconsejable hacerlo para evitar que desembocasen en reyertas, quedaban en deliberación los seis jerarcas de los templos, redactaban el texto con los acuerdos del día. Preparaban el temario para la siguiente sesión, y a veces intercambiaban impresiones sobre problemas encontrados en sus comunidades. Uno dijo:

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Feria madre (decimoquinta entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

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Este es un nuevo capítulo sobre la historia de Simónides, si deseas leer en la entrega anterior, acá puedes leerla:

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CAPITULO   XV.

DEL CONOCIMIENTO.

Reunido el gran sínodo, evitaba tratar el tema de la incertidumbre en la cristalización del objeto primordial de la feria. El espíritu del Artículo 77 se debilitaba, y en los últimos días poca o ninguna alusión se hacía de él. Tuvieron conocimiento de una empresa que además de vender servicios de religión, incluidos dogmas, rituales y asesores sacerdotales, también elaboraba todo ello según especificaciones puntuales del cliente con capacidad financiera suficiente, y esto era intolerable. Y se hacían comentarios en el sínodo de este talante: “¿Cómo hemos permitido que esta actividad proliferante de religión haya sucedido en desmedro de una de nuestras metas capitales que es la integración de credos?”. En consecuencia procedieron a cerrar tal empresa. La verdad, una vergüenza inconfesable era la causa de su mudez para tratar con honestidad y valor los temas para la integración y sin embargo sabían que sin ella no era posible avance alguno en la elaboración del nuevo credo. En su interior cada jerarca consideraba la suya como la suprema verdad e imposturas a las ajenas. Entonces dedicaban su esfuerzo a tratar temas como cuáles eran los enemigos de la religión. Conscientes que la enemistad de siglos y, algunas veces, de miles de años entre credos era el enemigo mayor, por la misma razón aducida antes no lo exponían abiertamente o al menos con sinceridad. Entonces posaban la causa del mal en los acontecimientos recientes que se antojaran contrarios a la armonía dogmática. Entre estos los teatros en parques públicos montados por el reducido número de incondicionales a Simónides y las intervenciones de este fustigándolos con sentencias que no aprobaban las tradiciones sacras en general, y contrariaban según ellos el santo espíritu que acompaña a todo buscador y servidor de Dios. Y como el mal ejemplo es camino fácil a seguir, habían surgido otros grupos teatrales y oradores callejeros convertidos en dudosos contradictores de los dogmas conocidos y en hirientes azotes para sus rectores. Siendo su potestad dictar normas para el correcto manejo de la feria en el espíritu de la ley que la instituía, sus decisiones eran analizadas por la jefatura de la gendarmería y hechas cumplir por ésta si en verdad estaban encaminadas con justeza a tal fin. Propusieron en consecuencia la prohibición de toda presentación teatral y de oradores en todo el ámbito de la ciudad, con excepción de los espacios autorizados del palacio de los templos y previa aceptación de un consejo de censura instituido al efecto por el sínodo. La jefatura de la gendarmería, tras un corto estudio, aceptó la propuesta en lo referente a presentaciones teatrales para reducir la justificación del sínodo cuando tuviesen que rendir cuentas, y negó la prohibición a la actuación pública de oradores por considerarla totalmente contraria a las libertades de hablar y oír cuando no eran motivación para romper el orden  público.

Ésta prohibición cayó como hielo fundido en los amigos de Simónides y otras agrupaciones que ponían en ello lo mejor de su esfuerzo creyendo que aportaban así su contribución al éxito de la feria y, a la vez, una forma de sustentación personal en ella. El grupo de LOS CINCO resolvió el problema de manutención, tomando en arriendo y por el resto de duración de la feria las instalaciones donde ofrecieran la cena de los peces. Simónides, que empezaba a sentir un gusto especial por tales espectáculos, sintió por minutos contrariedad, mas luego se repuso. Toda la ciudad estaba a su disposición para oír y disertar.

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Feria madre (decimotercera entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

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Hoy Simónides habrá de dirigirse a un grupo de personas que asisten a una comida. Si desean leer la anterior entrega, acá lo podrán hacer:

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CAPITULO  XIII.

DE LA VERDAD.

El sitio de la pesca se hallaba en un lugar apartado, bañado por el río en la porción boscosa de la ciudadela, rodeado de densa vegetación que en partes impedía la visión del cielo. Sus aguas lamían grandes rocas. Una acequia alimentaba la presa de la pesca. El sendero que a ella conducía estaba bordeado de floresta natural. Aves variadas no cesaban en sus trinos. El sendero terminaba en un  espacioso patio. A un costado había una enramada a manera de restaurante al aire, y al frente un pequeño lago creado por la acequia del riachuelo que corría ruidoso a unos cien pasos. Las gentes pagaban en una ventanilla el valor de la cena y recibían a cambio una caña de pescar y aprovisionamiento de carnada. Sobre rocas medianas demarcando la represa, había gentes con sus cañas tiradas al agua. Había paz. Simónides observaba con nostalgia la escena. En su corazón sentía que esto no sería duradero, había rumor de odios crecientes entre practicantes de credos, y aún de muertos no confirmados oficialmente a manos de guardias sinodales oponentes. Sin embargo, el ambiente aunque tenso era de calma exterior. Las personas sencillas eran lejanas a esta situación, el sueño de integración a través de una religión universal aun animaba a muchos corazones. Por un instante Simónides permitió que la tristeza punzara su corazón. Pronto volvió a su habitual serenidad. 

Cada cual tiraba el anzuelo con la caña. Al sacar al pez si no tenía un mensaje colgado tras las agallas era devuelto al agua y el pescador reiniciaba la pesca. Y sonreía triunfante cuando del pez colgaba un frasco conteniendo el mensaje. El pescador entregaba el pez a la cocina para la preparación de su cena y a cambio recibía una papeleta con un número, y luego, era libre de leer y meditar en el mensaje. Podría haber pescas venenosas o de peces que heridos intentarían atacar a su captor, así que un experto vigilaba la pesca para evitar eventos desgraciados. Había un letrero en medio de tan singular paraje: “El pez grande se traga al chico. El pez chico digiere al grande convertido en carroña. Es el ciclo de vida, ley de compensación  a través  de la permanencia. No siempre el pez hermoso contiene bello mensaje, podrá ser apetitosa su carne y amargo el mensaje, podrá ser su carne venenosa y entonces es necesario devolverlo al agua y reintentar la pesca. Debes sopesar la posibilidad de que el pez que ha mordido tu anzuelo, sea tu verdugo. Cuídate entonces, ten paciencia y se afortunado en la pesca de tu cena”.

Sobre otras rocas algunos comensales aguardando la cena, meditaban en el mensaje proveniente del pez, mientras escanciaban bebidas que tomaban libremente de una mesa dispuesta para ello. De vez en cuando una moza tras el mostrador gritaba un número y el poseedor del cartón con el número coincidente iba a ella y recibía una bandeja con el suculento fruto de su pesca ricamente aderezado con otras viandas, y ataviado con el tesoro gastronómico se retiraba hacia las mesas destinada para disfrutar la merienda. Unos y otros intercambiaban comentarios acerca de los mensajes pescados que muchas veces por coincidencia parecían estar relacionados con la inquietud capital del pescador, ocasionando el rumor de que eran testigos de una milagrosa pesca.

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Feria madre (duodécima entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

En esta entrega Simónides se refiere a los actos públicos donde se queman herejes y se deja a la voluntad de Dios el dilucidar quién cree y quién no mediante el asesinato masivo. Acá podrán leer la entrega anterior:

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CAPITULO  XII.

CRIMEN, CASTIGO, JUSTICIA Y LIBERTAD.

Las asambleas de los credos aumentaban el fervor de sus fieles y distanciaban a unos y otros en la elaboración del gran código universal. Así que unánimemente acordaron retomar las asambleas poli-religiosas, custodiadas por milicias de cada bando para evitar las agresiones. Mas estas eran cada vez más intransigentes y de carácter verbal ya que las tropas custodias evitaban que llegaran a la agresión física, y en los ojos de cada asambleísta brillaba un creciente anhelo de asesinar a sus contradictores. Este fenómeno era observado con complacencia por el jerarca coordinador del sínodo mayor quien en el fondo, bien oculto, creía que la promiscuidad de credos debilitaría la unión y conduciría a una mutua extinción.

Simónides recibió repetidas visitas de emisarios del Consejo Santo o Supremo Sínodo para participar en los debates y siempre las rechazó, agrandando la distancia con ellos e inspirando una creciente enemistad y animadversión hacia él. No volvieron a invitarle, pero no le olvidaban, y enviaban espías a seguir sus pasos y escuchar sus interlocuciones y aquellos regresaban una vez le escuchaban, con el espíritu inquieto y taciturno, a veces tristes, sin hallar la razón de esto.

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Feria madre (octava entrega)

Por Pedro Pablo Escobar Escárraga

Hoy les presentamos el octavo capítulo de «Feria Madre». Si desean leer algunas de las anteriores entregas, basta con oprimir en el número correspondiente: 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.

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CAPITULO  VIII

DE LA RELIGIÓN Y DE LA TEOLOGÍA

El cronograma de eventos de la feria dedicaba a cada capítulo religioso los primeros 21 días a exposición doctrinal y adoctrinamiento y conversión de practicantes de otros credos, y a reclutamiento entre las huestes de indecisos y ateos. Representantes de todas las creencias en conferencias exponían los aspectos que competían al hombre, a su individualidad y su interacción en la comunidad, buscando siempre una total compatibilidad con la ley civil, puesto que el objetivo final era ese: Reglas sacras y reglas laicas: una sola regla. Algunas veces se matizaban con la intervención de científicos o conocedores de ciencia y expertos en leyes y normatividad emanadas del comité central de la confederación de naciones, – claro está, practicantes del credo – para armonizar aspectos que doctrinalmente podrían diferir de la concepción científica oficial o de la legislación universal aceptada por los pueblos. Cada uno buscaba de esta manera inclinar la balanza a su doctrina llegado el momento de la normalización general con la esperanza de ceder nada o poco en la redacción  final del informe supremo. Simónides asistió a eventos de esta índole, más como testigo que como activo participante. Escuchaba y tomaba nota en su memoria. Al poco tiempo tuvo conciencia de la inutilidad del método. Las grietas entre credos no iban a sellarse, al contrario, peligrosamente aumentaban en número y profundidad. Una gran tristeza le invadió y desistió de continuar asistiendo a estas conferencias;  dedicó su tiempo a visitar eventos que rememoraban viejos mitos y buscaba participar en cuanto rito religioso hubiera así tuviese que mentir o asumir poses propias de los adeptos respectivos, pues si bien es cierto que serían de pública ejecución todos los ritos, así lo estipulaba la norma de la feria, descubrió que muchos eran apenas vulgar parodia de lo que en secreto se realizaba y él quería ir al fondo de la cosa religiosa. Vislumbró que muchos ritos jamás saldrían del secreto de los recintos a la luz pública y, en esos recintos inviolables por gentes del común, se gestaba la subyugación de estos. El juramento era común, la muerte y el crimen eran a veces accionar rutinario en la preservación del poder y el sigilo, y eran más rigurosos cuanto mayor era la severidad y abyección del rito y el riesgo de ser descubierto. Muchas veces no era solo el poder en sus vertientes de religión, política y economía, sino el sigilo de la práctica abierta a los más bajos instintos llevados a extremos antinaturales. Esto asqueó al espíritu justo y naturalista de Simónides y renunció a continuar con esta práctica. Decidió entonces pasar el tiempo asistiendo a reuniones públicas que se celebraban en cualquier parque o plaza sin previo aviso; bastaba un pequeño grupo de gentes, y alguien que tuviese algo que decir, eso sí, sobre el tema central de la feria: la cuestión religiosa. También era de su diversión pararse en las aceras y ver cómo desfilaban en raudos y engalanados carruajes, jerarcas de todos los credos, rumbo a concilios qué presidir o a dar ánimo con sus palabras y bendiciones a grupos de gentes incondicionales a su credo conscientes de que quizá esta era la única y última oportunidad de estar ante la presencia de su gran líder y recibir de él la tan ansiada bendición.  A veces asistía a los mercados de las magnas ciencias en la plaza heptagonal y pasaba horas numerosas frente a las vitrinas donde una abigarrada hueste de vendedores ofrecían libros conteniendo todas las fórmulas mágicas para hacer superhombres a los débiles de espíritu en el dominio de las “leyes que gobiernan los planos allende a los conocidos por los vulgares sentidos del hombre y a los que la inteligencia del hombre y su racionalidad no llegan”. También proporcionaban los elementos para los rituales cuando de estos se trataba y, en cuartos más al fondo, “en los cuartos de atrás”, por unos cuantos pesos podía ser iniciado en los misterios o tratado para el  pronto o distante logro de algún beneficio que la ciencia no podía brindar.  Uno de los productos de más demanda era “el porvenir”. Simónides sonrió al recordar los años en la aldea ancestral cuando descifraba los sueños del prójimo. “Eran buenos tiempos – se dijo -. Ahora hay algo pesado en el ambiente y me apena no saberlo, o tal vez sea el vértigo de la presencia de tanta gente creyendo en un mañana venturoso e incierto… ”.

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Feria madre (séptima entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

«Feria madre» llega a su séptima parada. Es una novela escrita por Pedro Pablo Escobar y con ilustraciones de Pedro Escobar Muñoz. Si desean leer alguna de las anteriores entregas, opriman en el número correspondiente: 6, 5, 4, 3, 2, 1:

 

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CAPITULO  VII.

INAUGURACIÓN DE FERIA MADRE.

Hacia el centro y dominando la ciudad, se alzaba imponente el palacio de los templos. Era una construcción magnífica. El primer plano constaba de tres ovoides circunscritos coincidentes en uno de sus ejes. Del ovoide central se alzaba, majestuosa, una torre de ocho niveles ascendentes de menor a mayor como un zigurat invertido. Cada nivel del zigurat era a su vez un ovoide coincidiendo en uno de sus ejes. El ovoide externo consistía en un mural con figuras talladas en piedra y artísticamente pintadas, alusivas a los eventos más grandiosos de cada uno de los grupos  religiosos residentes en el palacio. Tenía un gran pórtico central que comunicaba con el primer nivel de la torre, o área de distribución, la cual, además de tener el acceso a cada templo, comunicaba con los jardines laterales de aquellos, y poseía siete ascensores, uno por templo, para acceder al nivel asignado a eventos y actividades no rituales relacionados con la administración del credo, y el exclusivo al gran sínodo al cual también se podía llegar por los ascensores de los templos pulsando el botón “GS” – Gran Sínodo -. Los templos estaban separados lateralmente por hermosos jardines y fuentes. Estratégicamente ubicados había asientos y escaños finos de madera, concreto y metal para descanso de visitantes, clérigos y devotos, y se extendían desde el ovoide circunscrito como intermedio hasta la torre. Un inmenso faro remataba la torre y sus haces de luz bañaban intermitentemente durante la noche el lomo de los edificios, prados y plazuelas, haciendo juegos de luces con los alumbrados de los edificios, avenidas y parques. Encima del faro, suspendida en el cielo, sostenida por un ingenio de magnetismo, una magnífica esfera giraba perpetuamente irradiando luces simulando un  pulsar.

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Feria madre (quinta entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

Ya hemos llegado a la quinta semana de «Feria Madre», la novela escrita por Pedro Pablo Escobar y con ilustraciones hechas por Pedro Pablo Escobar Muñoz. Para leer alguna de las anteriores entregas, basta con oprimir el número correspondiente: 1, 2, 3, 4.

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CAPITULO V.

LA PASIÓN  Y LA SUPREMA TENTACIÓN

Cada día, en las primeras horas, se organizaban grupos de trabajo para  aprovisionamiento de agua, alistamiento de estufas, preparación de alimentos, selección del menú del día según disponibilidad en  inventario de provisiones, consecución de vituallas en el pueblo más cercano o con agricultores del vecindario que les visitaban ofreciendo sus productos; otros estaban a cargo de recolectar y administrar los recursos financieros de la marcha y coordinar la logística. Aristos y Tulcano servían de mediadores entre los viajeros y Simónides, y vigilaban para que este no fuese asediado o visitado sin su consentimiento.

La marcha, aunque lenta, se aproximaba a su término. Simónides quería llegar solitario. Sentíase  incómodo en la multitud, los años en la gruta le habían dado un temperamento que no permitía compañía numerosa por tiempos largos. Así que se volvió rutina el que hiciera presencia a su auditorio una hora en la mañana y otra al atardecer, reiterando que él no era maestro de nadie y por tanto nadie tendría por qué abrogarse el apelativo de ser su discípulo. Iban a la gran feria y esta marcha era una aventura independiente a cada cual, y el que marcharan en grupo era apenas una coincidencia y comodidad para llegar a la feria grande.

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Feria Madre (cuarta entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

Hoy hacemos entrega del cuarto capítulo de la novela «Feria madre» escrita por Pedro Pablo Escobar y con ilustraciones de Pedro Pablo Escobar Muñoz. Si desean leer alguna de las entregas anteriores, basta con oprimir en el número correspondiente: 1, 2, 3

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CAPITULO  IV.

DE LA LIBERTAD Y LA LIBERACION.

Transcurrían los días y la caravana que acompañaba a Simónides crecía. Algunos acompañantes encontraban estériles la marcha y la prédica, y la abandonaban para sumarse a una igualmente creciente procesión de vehículos en dirección a la ciudad de Feria Madre. Otros se apeaban de los vehículos para indagar sobre aquella extraña caravana de gentes a pie cargando en la espalda avituallamientos y enseres para la larga marcha, y al escuchar a Simónides, dejaban los vehículos al cuidado de algún propietario de posada en el camino y se unían a la caravana.

No siempre Simónides departía con las gentes. Tras encomendar a sus dos seguidores favoritos –Aristos y Tulcano, acompañantes desde el comienzo de la gran marcha – que las gentes no le importunasen, cerraba la tienda y se sumía en largos silencios, a veces de  días, o se alejaba por un tiempo solitario o acompañado por uno o ambos seguidores o por personas señaladas por él, retornando al atardecer, en la noche o al amanecer del siguiente día. En ocasiones, al regresar, gentes cansadas por la espera se alejaban continuando el viaje, unas a pie y otras en automotores. En ocasiones el campamento quedaba vacío y él continuaba imperturbable su camino, luego, adelante, se reencontraba con algunos que, anhelosos de su prédica, retardaban el paso o, simplemente, se detenían a su espera.

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Feria Madre (segunda entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

Como lo anunciamos la semana anterior, iremos presentándoles, todos los domingos, la novela «Feria Madre» escrita por Pedro Pablo Escobar con ilustraciones de Pedro Pablo Escobar Muñoz(Acá pueden leer la primera entrega).

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CAPITULO  II.

 

Del origen del hombre y las cosas

 

En algún momento, en un estado mezcla de ensueño y vigilia donde se funden los planos de la conciencia y la inconsciencia, el mundo del lago parecía tener vida y ser uno con lo circundante. Figuras imprecisas parecían ser plantas, luego bestias, imitaciones humanas, bosquejo de estrellas; venían de las sombras y a las sombras volvían ante cualquier ápice de luz. De penumbra se condensaban en penumbra. Los débiles rayos de la luna formas les daban como sombras en materialización. Se reflejaban en la laguna y parecían danzar en comunión con los juncos, aves, reptiles y peces, formando un todo vibrante moviéndose al ritmo de un tam-tam cada vez más intenso para luego descender a las fronteras del silencio y luego arraizar, y así indefinidamente. “Es la danza de la vida” parecían repicar los lagartos hambrientos ante el enjambre de ranas e insectos, “Es la danza de la muerte” parecían decir las ranas y los insectos en boca de los lagartos, “Es la danza de la vida y la muerte” parecía decir la luna como testigo en la altura y reflejada en el espejo del lago. Fantasmagóricas rondas de luciérnagas y torbellinos de agua brotando del lago, se materializaban en formas aladas de murciélagos, ángeles, buitres, cartas de amor y muerte, suspendidas por la briza acariciante, translúcidas a los rayos de la luna llena rojiza. Un millón de formas, sonidos y colores, el raudo cambio y la total metamorfosis, eran reminiscencia de dioses idos, cuna de todo ser viviente, sepulcro de todo ser marchito. ¡La infinita conmoción! ¡El infinito orden! Luego, el tam-tam fue disminuyendo, el silencio reemplazaba la algarabía, renacía la realidad. Los fantasmas regresaron a la nada. La danza frenética de la imaginaria ronda volvía a la inexistencia. Desapareció el festín de las sombras condensadas en la noche. Con la aurora huyeron los fantasmas hacia el al ámbito de las irrealidades. Un impulso irresistible le izó del naranjo donde estaba guarecido y como un viento huracanado de fuerza colosal, le depositó en un claro de la laguna. Sintió de nuevo el vacío, un inenarrable vacío. Y de pronto sucedió lo impensable: las aguas se arremolinaban a su alrededor en un juego de exquisitos colores, su mente comenzó a expandirse en toda dirección, y cascadas de agua se alzaban de la superficie brillante de la laguna y se vertían en su mente hasta rebozar. Parecía que el lago había abandonado su natural cauce  y llenado su mente. Ya no había vacío. El conocimiento, la razón de las cosas, la respuesta a todo interrogante, parecían haberle invadido. Pero todo era impreciso y nuboso. Ahí estaban las respuestas, mas ¿cómo traerlas a la superficie? No había aun salido del arrobamiento cuando un viento igual de impetuoso, le izó por el aire y lo trajo de regreso al sitial bajo el naranjo. Fueron estas sus primeras percepciones y pensamientos al despertar. Debilitadas huellas de tan singular ensueño. Somnoliento bajo el naranjo a la vera del frondoso sendero, en tierra ajena aunque no extraña – nada hay de extraño para el viajero -, recobra la lucidez, y como por encanto se puso de pie.  

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Feria Madre (Novela por entregas)

Por Pedro Pablo Escobar

Desde hoy, todos los domingos, habremos de presentarles un capítulo de una novela por entregas escrita por Pedro Pablo Escobar llamada «Feria Madre» e ilustrada por Pedro Pablo Escobar Muñoz. Esperamos que la disfruten y la sigan semanalmente:

 

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CAPITULO  I.

LIBERACIÓN DE LA SUPREMA PESANTEZ.

El caracol, con movimiento apenas perceptible, se deslizaba en la pared del baño adyacente al jardín de atrás. El ermitaño le vio con sorpresa y dijo en su pensamiento: “Por primera vez encuentro un animalito de su clase en este rincón del mundo y en estación de verano; que aparezca así de repente, es en verdad extraño. Anda a la deriva sin meta alguna o quizá  el calor le ha traído a refugiarse en lugar fresco, hagámosle pues cómoda la estancia a mi querido inocente visitante”. Salió. Regresó con unas hojas frescas de lechuga y las colocó al alcance del pequeño gasterópodo en la base del ventanal de la pared. Olvidado el suceso continuó la rutina diaria: preparar el frugal desayuno, regar el huerto, ordeñar dos cabras, y visitar la gruta atrás de la cabaña, donde disfrutaba la paz que suelen inspirar las soledades pétreas. Era la gruta estancia de su predilección, sitio de lectura y meditación, siendo la cabaña el puente con el mundo exterior.

Pasaban los días y el animalito parecía amoldado a la nueva morada, parsimoniosamente se trasladaba de un sitio a otro en la verticalidad de la pared sin intentar salir. Pensando que este no era el ambiente natural del caracol, Simónides – nombre del ermitaño- le asió con delicadeza y lo depositó entre las hortalizas del huerto. Semanas después, el ermitaño, sorprendido, vio al caracol en la misma pared del baño, próximo al ventanal por donde había penetrado. Y entonces, haciendo conjeturas y tratando de hallar una explicación al extraño comportamiento del animal, concluyó:  “Trata de advertirme de un acontecimiento por suceder, es como si algo ansiado desde hace tiempos esté próximo a su concreción. Aunque en verdad difícil es saber si se trata del mismo animalito, y más difícil aún saber cuál es el suceso tan anhelado”. Pintó una porción de la concha del caracol con laca para madera, esperó que secara y luego tomando al animalito lo depositó en la parte más apartada del huerto, y se dirigió a la gruta bajo un impulso incontenible de encontrar respuesta al tumulto de interrogantes que invadían su mente luego de abandonar al caracol.

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