Feria Madre (cuarta entrega)

Por Pedro Pablo Escobar

Hoy hacemos entrega del cuarto capítulo de la novela «Feria madre» escrita por Pedro Pablo Escobar y con ilustraciones de Pedro Pablo Escobar Muñoz. Si desean leer alguna de las entregas anteriores, basta con oprimir en el número correspondiente: 1, 2, 3

Feria4

CAPITULO  IV.

DE LA LIBERTAD Y LA LIBERACION.

Transcurrían los días y la caravana que acompañaba a Simónides crecía. Algunos acompañantes encontraban estériles la marcha y la prédica, y la abandonaban para sumarse a una igualmente creciente procesión de vehículos en dirección a la ciudad de Feria Madre. Otros se apeaban de los vehículos para indagar sobre aquella extraña caravana de gentes a pie cargando en la espalda avituallamientos y enseres para la larga marcha, y al escuchar a Simónides, dejaban los vehículos al cuidado de algún propietario de posada en el camino y se unían a la caravana.

No siempre Simónides departía con las gentes. Tras encomendar a sus dos seguidores favoritos –Aristos y Tulcano, acompañantes desde el comienzo de la gran marcha – que las gentes no le importunasen, cerraba la tienda y se sumía en largos silencios, a veces de  días, o se alejaba por un tiempo solitario o acompañado por uno o ambos seguidores o por personas señaladas por él, retornando al atardecer, en la noche o al amanecer del siguiente día. En ocasiones, al regresar, gentes cansadas por la espera se alejaban continuando el viaje, unas a pie y otras en automotores. En ocasiones el campamento quedaba vacío y él continuaba imperturbable su camino, luego, adelante, se reencontraba con algunos que, anhelosos de su prédica, retardaban el paso o, simplemente, se detenían a su espera.

Una tarde se dirigió a las gentes que le rodeaban:

-Como no habéis sido mis invitados, acostumbro hablaros del tema que primero brote de mi boca. Pero Hoy podréis hacer la pregunta que queráis. Será mi decisión dar una respuesta correcta, errada, o aproximada, o callar en señal de que no poseo una respuesta o porque esa es mi voluntad, o porque debéis encontrarla por un camino diferente a la interpelación. Cualquiera sea el resultado, deberéis desmenuzarla una y otra vez, hasta obtener una que consideréis apropiada así no sea de vuestro agrado.

-Háblanos de libertad –  Solicitó uno.

Simónides dijo: -Así sea. El invasor os dio esclavitud física, y la religión esclavitud mental. Las armas os liberaron de la primera, la ciencia y la razón os liberarán de la segunda.

“Han existido tres clases de zánganos que es hora de extirpar para enriquecer vuestra libertad y vuestras arcas: Los vividores de la religión, de las armas y del gobernar. Hasta hoy habéis trabajado para ellos, es hora de sacudiros y trabajar para vosotros.

“Sed libres, solo libres podréis ver cara a cara la existencia, incluido dios, si acaso existe, y entonces sí podréis amarlo a él y sus criaturas como pregonáis en vuestros ritos, más no esperéis compensación: dios ni nadie necesitan de vuestro amor, solo tú lo necesitas.

“La ciencia ata a la realidad, la religión libera hacia la ilusión y abre el camino a la alucinación.

“Sometido a dos legislaciones, una regulando lo físico y otra lo mental, a veces en contradicción, perdiste toda esperanza de soberanía cuando el Belenita os privó de intento libertario al abandonaros a un  destino de doble servidumbre con eslogan cantado y ensalzado por todo tipo subyugante: “Dad a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”, creando así fortísimo doble lazo de servidumbre, más no indestructibles en el devenir. ¿Qué tenía el interlocutor que era del Cesar y qué de Dios? ¿Qué debía entregar a cada uno? 

“Dichosos aquellos que sin verme han creído en mí” decía el mismo, piedra angular de fe, espada filosa y ominosa para la razón.

“La ciencia y la razón, tienen la misión libertadora al proveer con sus frutos al gran dispensario terrenal del que cada cual tomará según su necesidad”

 Tras un corto silencio continuó: -Ha estado la ambición inherente en toda sujeción y toda liberación. Disfrazada con mil caras: el ansia del bien ajeno, el poder, la satisfacción, y demás facetas, hacen difícil discernir esta tan variada mezcla, hasta hoy motor del quehacer humano. Es sabiduría enriquecer el gran dispensario con los elementos correctos de esta mezcla, es sabiduría distinguir los elementos correctos.

“La abeja que conquiste la individualidad ha ganado su desdicha. Y si a esto agrega la ilusión de libertad otorgada por la racionalidad, ha culminado su tragedia y ya nunca jamás retornará a la plácida vida de colmena. Es bizarro que la vida de libertad es vida de colmena.

“Oíd esta historia:  

“En un camino que conduce a la alta y remota montaña iba de regreso a la aldea un anciano indígena con su báculo, distintivo de autoridad sobre ciertos elementos. Fue detenido por un grupo de sujetos que vagaban en busca de ventura y, al ver el báculo, reconocieron que se trataba de alguien con autoridad y a sus mentes acudió el recuerdo de una leyenda que hablaba de un tesoro celosamente guardado por los aborígenes residentes de esos parajes y, poseídos de ambición le. increparon: “Por todos es sabido que tu pueblo tiene guardado un gran tesoro. Por tu porte y bastón debes ser jefe o algo parecido. Dinos anciano donde tu gente esconde el tesoro”  “¿El tesoro?”, replicó el anciano, “Somos gentes de paz y no poseemos tal cosa”. “Con que no sabéis del asunto”, repostó el que parecía líder, “vamos a cortarte uno a uno tus dedos y, cuando acabemos con ellos, continuaremos con las muñecas… por última vez pregunto, ¿Dónde está el tesoro?”. El anciano al ver la decisión de los pillos blandiendo puñales, dijo: “Serán piedras verdes lo que queréis decir”. “Sí, eso mismo”, replicó el líder, llévanos pronto allí, no quieras unirte en el momento a tus antepasados”. El anciano los guió hasta una cueva; el tesoro escondido semejaba ser esmeraldas a las cuales accedieron y llenaron bolsillos y manos, y salieron gozosos y, llegados al anciano a quien habían maniatado, le desataron y se alejaron veloces y felices arrojándole el báculo. El anciano sonrió diciendo sentenciosamente: “Las cosas son según lugar y tiempo y como las veáis… en la cueva esmeraldas, en la profundidad diamantes, y ¡rocas en vuestros bolcillo!” A lo lejos, sentados los aventureros, vaciados los bolsillos para realizar la repartición, vieron abatidos que eran simples piedras como las demás del camino y airados las arrojaron a la vera. Volvieron sobre sus pasos y, allegados al anciano, le asieron y con rabia y ansia asesinas, le espetaron: “Buena nos has dado, mendaz y marrullero viejo bribón ¡Vas a pagar caro!”, y él calmado les dijo: “Mirad las rocas que sacasteis de la cueva, ¿acaso no son verdes?” Se esculcaron inútilmente en los bolsillos, y, por último, uno, sacando un pedazo minúsculo que pegado había quedado en el fondo de uno de sus bolsillos arrojándolo con ira a los pies del anciano, le gritó: “¡He ahí tu piedra verde!” y sorprendidos vieron que era una esmeralda, y sin decir palabra volvieron afanosos hacia el sitio donde habían arrojado el tesoro. El anciano se internó en el bosque temiendo el regreso brutal de aquellos y así evadir un reencuentro peligroso pensando: “¿No son la esmeralda y la roca la misma cosa?  La diferencia está en la imagen cambiante por el prisma del deseo”. La cuadrilla al no encontrar rastro alguno de esmeraldas en el camino, volvieron a la cueva mas no la hallaron y, saturados de ira, prestos estaban para reiniciar la búsqueda del anciano y asesinarle, y entonces el líder dijo: “La noche se acerca, y la aldea más cercana dista aun un par de horas. Que no nos coja la luna en estos parajes salvajes. El anciano ha sido una ilusión; las piedras, el tesoro y la cueva han sido espejismo, alejémonos de estos parajes encantados y dirijámonos a un sitio que para nosotros sea más real”, y se alejaron con paso largo y rápido.  El deseo que nace de la pasión irracional ata los sentidos y anula la libertad. Solo se es libre con una mente lúcida. Los ojos del deseo irracional ven mil cosas donde solo hay una. Él transforma lo estático en continua metamorfosis. Liberaos de este tipo de deseo y estaréis próximos a la realidad. Difícil por cierto es querer ser libres, y más difícil aun serlo. La percepción  de la realidad esta aunada a la de libertad. Alcanzada una es lograda la otra. ¡Vítores y gloria a aquellos que lo logren! Este deseo nacido de la pasión es enemigo de la libertad,  sin pasión es su gran aliado. Mas la carencia de deseo no es sinónimo de inactividad, y mucho menos de libertad, concilia ambos y serás sabio”.     

En diciendo esto, vieron venir a un campesino, se deducía por su vestimenta y la tez curtida por el sol, trayendo un jamelgo cargado con un recipiente en cada lado del lomo atados a la enjalma.

-A tiempo llegas – dijo Simónides- es tarde y estas gentes están poseídas por el hambre y la sed. Dinos cuánto valen las viandas que traes pues seguro que ellas son tu cargamento.

Es cierto lo que dice – replicó el hombre- Temprano os vi reunirse como enjambre en el paraje que ocupáis, escuché el principio de vuestro parlamento y deduje que iría para largo, así que regresé a la parcela y con mi mujer preparamos comida y bebida para vosotros. En cuanto al precio, es una compensación por su presencia y prédica.” 

“A propósito – inquirió en son de broma uno de los presentes – ¿Se puede ser libre con el estómago vacío?

-¿Cómo pretendes ser libre con las tripas vacías?  En lo que a mí respecta pretendo ser libre con  las tripas llenas. No concibo separadas las dos situaciones – replicó Simónides.

Después de saciadas la sed y el hambre de sí y de su séquito, dijo al hombre dador de la comida y bebida, extendiendo la mano sobre él a manera de bendición:

– Por el resto de tu vida no faltará pan en tu plato ni bebida en tu vaso.

 El visitante se alejó presuroso y feliz quizás por la obra hecha, quizás por la promesa de Simónides con una muchedumbre por testigo. Aristos que estaba atento a cuanto sucedía interpeló:

-¿Cómo es que prometiste esas dádivas? Cuando su garganta seca esté por la sed y su estómago encogido por el hambre, sentirá ira contra tú y tu promesa. Gran riesgo  corres de ser tomado por mentiroso. 

– Descuida Aritos – respondió- , ¿No viste acaso que el rostro y manos del visitante eran de trabajador? –

 Sí – respondió Aristos, satisfecho, mas al rato caviló: -¿Cómo son el rostro y manos de un  trabajador?

-No hay libertad total. – continuo Simónides como si no hubiese habido interrupción por la agradable y oportuna visita del generoso hombre de campo –  No hay felicidad total. Para ti no hay extremos, los extremos son indefinibles e inalcanzables en vuestro actual estado. Buscad la aproximación y sed felices en ella.

“Cuando hayáis agotado el gozo de vuestra existencia terrenal, cuando hartados estéis de los goces y sufrimientos de la especie, quizá la oscuridad huirá del interior. Os esperan días de liberación con nuevos goces y nuevas tristezas, que sentirás con renovado corazón ser renacido de las cenizas de tu oscuridad pasada”

Una añoranza de la ancestral gruta le causó punzante tristeza, y dijo para sí: “La libertad total es una ilusión y una quimera el hombre libre. Sin embargo, deben ser búsqueda permanente del hombre actual”.

Y entró en silencio, apenas descansó unos instantes, cuando otro interpeló: -Háblenos del propósito de la existencia, muchas veces nos invade el sentimiento de vagar en la sombra así sea medio día, a veces caminamos sin saber el fin del camino, a veces… en fin, ¿cuál es el propósito?

Simónides dijo:

-El propósito del individuo es la especie. El propósito de la especie no es la suma de propósitos de los individuos componentes. Su propósito es desconocido por estos y en consecuencia por mí. Si asumimos a la especie como un individuo, su propósito, intentémoslo, sería la conservación de la vida universal, y el propósito de esta sería… no lo comprendo por ahora – concluyó bajando la vista con humildad.

 Y continuó:

-El propósito del ser vivo es la permanencia de la especie. Su comportamiento es la tendencia en la realización del propósito. La tendencia y el propósito son el camino y la meta.

– Hace poco hablabais de la libertad y del deseo. Hemos oído por bocas orientales del deseo y el sufrimiento. Ahora pues tenemos tres objetos relacionados: libertad, deseo y sufrimiento. Esta trilogía confunde mi mente. Por favor, pon orden en ello – rogó el que así interpelaba a Simónides.

Simónides dijo: La causa del sufrimiento es el deseo, infirió el gran asceta partiendo del Sansara[i] como realidad única. ¿Cuál entonces la inferencia de felicidad? ¿No es esta la íntima y suprema y constante búsqueda del hombre? Si esto es realidad, la causa del sufrimiento es el deseo insatisfecho, la ambición irrealizable; y si esto es cierto, la felicidad radica en la satisfacción del deseo y en la permanente satisfacción de estos, así que un sendero válido a la felicidad es el deseo realizable y la capacidad de tener siempre uno presente. Mas también es causa de sufrimiento el no aceptar la realidad que la implacable naturaleza brinda; pues bien, si no podéis domarla, aceptadla con resignación y si no deriváis dicha en ello que tampoco motive congoja en tu corazón. Dentro del innúmero de situaciones de dicha la más común y preferida es la sensualidad complacida. ¡Gloria a Baco! Veneno para los predicadores de la tristeza y la fatalidad, y sin embargo en sus solitarias cavilaciones a veces les inunda una chispa de sensualidad, momento ínfimo y suficiente para hacerles sentir así sea un momento que la naturaleza aunque apagada por el rezo y el flagelo, aun emerge del rescoldo conservador de la existencia.

Queriendo dar por terminada la intervención, a manera de epilogo dijo:

-Hay palabra sobrante en mi parlamento, más el faltante es casi la totalidad. Mi corazón y mente están a reventar, mas solo una ínfima porción, casi imperceptible, fluye al exterior, y esa única y a veces obscura porción es suficiente para alimentar esta mi locuacidad que algunos tildan de sabiduría. Husmead en vuestro fondo, extraed de allí la respuesta a tus preguntas, usad recelosamente un cedazo para cernir y separar la arena brillante de la obscura, el fondo bien puede estar pletórico de oro fino, o mezclado con escoria vulgar, o lleno de inmundicia. Ármate de valor y buscad y aceptad el fruto de tu incursión. Sé cauto y generoso si encontráis oro, ecuánimes para discernir si halláis metal y escoria, y si únicamente escoria halláis, entonces sin valor que enriquezca tu vida, o te resignas a la soledad donde cultivar ese interior, volviéndote alquimista, o haces ostentación del oro ajeno mostrándolo como extraídos de tus minas vacías de riqueza y de inmundicia repletas, o simplemente olvidas sellando la puerta de tus minas y vagas por el mundo buscando inútilmente afuera lo que está en tu interior.

– Por hoy basta – dijo a Aristos y, como en otras veces, le encomendó procurar que no le importunasen por el resto del día y la noche. Instó a descansar, pues larga sería la caminata del día siguiente.

 

 


[i] Ciclo sin fin de nacimientos y muertes, al cual Buda encuentra solución en su iluminación.

 

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