Feria madre (sexta entrega)
Por Pedro Escobar Escárraga
Hoy les presentamos el sexto capítulos de la novela «Feria Madre», la novela escrita por Pedro Escobar Escárraga e ilustrada por Pedro Pablo Escobar Muñoz; ya Simónides se está acercando a la ciudad donde se realizará el evento mundial . Podemos percibir el cruce entre tecnologías visualizadas en el siglo XX para comprender la encarnación de utopías tecnológicas y el origen de pensamientos nacidos en la profundidad de las montañas. Si desean leer uno de los capítulos anteriores, sólo hay que oprimir el número corrspondiente: 1, 2, 3, 4, 5:
CAPITULO VI
DE LOS PROFETAS, LOS MILAGROS Y LA GRAN UNIDAD
En el horizonte sur se divisaba el dibujo de las cimas de las almenas coronando los muros de CIUDAD ESPERANZA. Y, frente a estas, el suelo tapizado de automotores de gentes que, llegando a la gran feria, dejaban sus carruajes afuera en cumplimiento de la prohibición de su presencia tras los muros.
Era un día radiante. Había gran movimiento en el campamento. Simónides se unió a los marchantes, había tristeza por la pronta separación y satisfacción por haber llegado al objeto de tan singular marcha. Habían caminado muchos kilómetros bajo la lluvia y bajo el sol, disfrutado frías y caldeadas auroras y atardeceres. Hoy era el día de la despedida y cada uno trataba de ocultar la tristeza y restarle calor a la alegría. Se preparó una gran cena donde se permitía la asistencia de otros viajeros. Gentes de muchas regiones se congregaron allí, el atuendo signaba su origen, o simplemente la lengua con que se expresaban.
De entre la abigarrada muchedumbre brotó un grupo de personas con un hombre al frente el cual sobresalía de entre los otros por su gran estatura, la adustez del rostro, cabellera larga y vestimenta impecable, con un collar suspendiendo una cruz de oro y un cordón grueso rodeando la cintura.
-Soy un predicador – dijo con voz fuerte acallando cualquier otra voz – y también profeta soy. Soy enviado por Dios a esta asamblea para haceros partícipes de la verdad, es una entrada al gran festín de sabiduría que hallaréis conmigo en la gran feria. No me perdáis de vista, mi mensaje es sublime pues contiene la palabra de Dios. Vengo a vosotros apara ahuyentar toda duda.
“A las gentes de la montaña predico una cosa y otra a las del valle. A las bestias hablo en el lenguaje de su especie. Otro es mi lenguaje para con el viento, otro para las fuentes de agua y otro para el hombre. A los niños doy dulces y pan ácimo a los mayores. Esto desconcierta a los murmuradores y a las gentes de buena voluntad esto es fuente de incertidumbre. Cada cual tiene su medida y modo de medir, es pues mi sentir hablar a cada cual según su medida y modo de medir, de otra manera mayor sería vuestra incertidumbre puesto que aun os falta espíritu de normatividad. Y a pesar de ello, solo os digo una verdad, y cada cual la ve con la lente de sus ojos, y cada uno tiene su propia lente. Pero la verdad prevalecerá y, sin duda alguna, resucitados al cielo irán los que saben leer las escrituras, oyen mi palabra y transitan por el camino del Señor y al infierno los que no, sobre esto no hay discusión.”
– ¡Aleluya! ¡Aleluya!- gritaron a una el grupo que le escoltaba, y cien voces más de otros que por primera vez escuchaban al predicador y se unían al “Aleluya” retumbante.
Muchas gentes quedaron sorprendidas y regocijadas con la perorata y el predicador, sonriendo con gesto victorioso, admirado de su osadía y sin comprender su prédica, pensaba: “Esto es grandioso, no entiendo qué dije y ellos parecen entenderlo con apenas escuchar. ¿Seré yo acaso un santo hasta hoy ignorado? ¿Un alma superior escogida por el Dios del universo de entre esta variada y multitudinaria muchedumbre? O solo un humilde hombre elegido de entre la humanidad por el gran Dios del cielo para alguna sublime misión que pronto en la feria conoceré ¡Aleluya!”.
Y confortado y regocijado en estas cavilaciones, caminaba impaciente de un extremo al otro del entarimado mientras, alrededor de este, un número grande de personas, incluso de entre los marchantes, introducían con fervor fajos de dinero en una bolsa que uno de los devotos del pastor, abierta les brindaba.
El predicador cesó su marcha. Dirigió la mirada al cielo, cruzó las manos sobre el pecho y un silencio prolongado creó expectativa en los congregados. La expectativa creció cuando un grupo de la grey del pastor izó a un hombre de complexión delgada, sentado en silla de paralítico, y lo posó en la tarima, diciendo el que parecía ser el líder:
-¡Pastor! He ahí a un paralítico de nacimiento, y estos certificados – tendiéndole unos papeles – dan fe de la verdad del hecho.
Otro seguidor subió gesticulando como un poseso y haciendo malabares con las manos, dirigidos a una dama de mediana edad que le seguía como hipnotizada, la cual, una vez en la tarima, se sentó en una silla al lado del paralítico.
-Señor – Dijo el que así gesticulaba – Traigo a su presencia a esta mujer sordomuda de nacimiento como lo atestiguan estas credenciales expedidas por el concejo médico, ella está aquí para que se cumpla la voluntad milagrosa de Dios a través de vuestras manos, ¡aleluya!
– ¡Aleluya!- contestó en coro la muchedumbre que esto presenciaba.
Luego un hombre entrado en años, de anteojos oscuros, en una mano asiendo un bastón de ciego y la otra tomada por un guía discípulo del pastor, ascendió al estrado y fue sentado por el devoto que hacía de lazarillo, en la tercera silla al lado de la sordomuda. Y dijo el devoto:
-¡Pastor! He ahí un ciego de nacimiento, y aquí el certificado médico de su congénito mal. Que todo sea para gloria del Señor, ¡Aleluya!- y las gentes en coro repitieron ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Simónides observaba en silencio y una sonrisa casi imperceptible se dibujaba en el rostro. El predicador comenzó a ejecutar una danza mágica con las manos, a veces las dirigía al firmamento como recibiendo algún efluvio, otras hacia los infelices de nacimiento como descargando en ellos el efluvio recibido, mientras sus labios se movían sin emitir sonido alguno. Luego cesó el ritual y exclamó, dirigiéndose al ciego:
-¡Tu leerás la palabra del Señor!
A la mujer:
-¡Tú oirás y pronunciarás la palabra del Señor! Y tú, – dirigiéndose al paralítico- transitarás por los senderos del Señor. Qué afortunados sois ¡Aleluya! ¡Aleluya!!”
Y el coro creciente respondió:
– ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Aristos miró asombrado a Simónides como diciendo: “Y ahora ¿qué? ¿No es contra natura lo que está por suceder? Haz algo y ¡pronto!” Simónides estaba atento, y dijo al oído de Aristos:
– Es cierto, el portento está por suceder. Pegado a la tarima, una vez construida, en la parte de abajo, sabiendo de este viejo y conocido sainete, Tulcano ha colocado una mecha conectando una docena de truenos de los usados en los cohetes chinos que echáis al aire en vuestros festejos. Vedlo allá agazapado y presto a encender la mecha, ¡Aleluya! ¡Aleluya!.
No bien terminada la frase, las explosiones consecutivas causaron pánico en la tarima cubierta de humo y un intenso olor de pólvora, sus ocupantes salieron en estampida, la sordomuda, tapados los oídos con las manos, huía pidiendo auxilio sin rumbo entre la multitud, el ciego lanzó lejos los anteojos para ver mejor el camino y corría tras la sordomuda y el paralítico, habiendo colocado la silla en sus hombros, corría detrás del ciego. El pastor desapareció como evaporado en el aire. Minutos después se vio al Pastor, a devotos y lisiados, trotando raudos hacia la entrada de la ciudad.
Dijo Simónides:
-Más milagrosa es la pólvora festiva que la enjundiosa prédica y oración de mil sabios y santos pastores. La verdad es universal elixir, con ella el mudo habla, el ciego ve, el sordo escucha y el paralítico camina. Habéis presenciado “el milagro del miedo”: En el sordomudo abre el oído y restaura la voz para que oyendo el rugir del peligro pida auxilio, en el ciego quita la venda para que, viendo, pueda tomar el camino de escape, y en el paralítico recupera la movilidad para la huida. Gran taumaturgo es una dosis de temor en el momento y lugar indicado, ¡aleluya!
Comieron y bebieron hasta agotar las provisiones depositadas en las mesas. Se escucharon voces en variadas lenguas agradeciendo el inesperado acogimiento, y despidiéndose con ademanes que una vez más hablaban de su origen.
Pasado el gran ruido de los saludos, del predicador y de los agradecimientos y las despedidas, retornó el silencio, un intenso y expectante silencio. Los marchantes que quedaron – muchos se fueron tras el predicador y otros a la distancia se alejaban solitarios hacia la ciudad – con Aristos y Tulcano al frente, miraban hacia Simónides esperando que algo dijera, y sucedió. Simónides habló:
– El hombre haya razón valedera y virtuosa en el comportamiento errático y así convierte sus yerros en aciertos, sus flaquezas en virtudes. Es una manera de ahogar el sentimiento de culpa que le ha tatuado el predicador, y así hacer más llevadero su estéril tránsito por la vida cubriendo su desnudez, que no soporta, con vestiduras de santo.
“Y si vais a cielos o infiernos, ¿con qué miembros y cuerpos disfrutaréis o sufriréis? ¡Con cuerpos resucitados! Ni encima unos en otros haciendo rascacielos que rasguen las más altas nubes, sería suficiente esta tierra para sustentar la humanidad pasada, la actual y la futura, al dar un paso pisarías el dedo del vecino, qué espantosa eternidad os espera. Y siendo que el cuerpo cambia a cada instante, ¿con el cuerpo de cual instante resucitarías? Y si ha habido trasplante de miembros ¿con cuales lo harías? Los teólogos os tienen respuesta: ayer el firmamento y el fondo de la tierra, hoy planos no físicos. A la par que las especies evolucionan estos teólogos. Planos no físicos para seres no físicos. Dichas y desdichas acensuadas son el plato del existir de estos extraños seres que han perdido todo vestigio humano. Vosotros de frente comprimida sí que sabéis sentir a dioses y demonios, y entender y compartir sus dominios.
“¿Profetas? Yo os enseñaré a hacer profetas. En su escuela de formación se oirá con frecuencia: – No digáis “el sol”, “la luna”, “júpiter” o “venus”, decid “El Astro”.
“No digáis “su color era blanco, negro, azul, rojo,…”, decid “tenía color”.
“No digáis “el tigre, el gato, el león, el perro,…”, decid “el animal”, y si queréis dramatismo cambiadlo por “la bestia”.
Y pon tragedia en tus palabras, no cosas buenas que son palabras de políticos, ni infiernos y paraísos que cosas de sacerdotes son.
Hablad de “donde nace el sol” o “donde el sol se pone” para ubicar un sitio de acontecimientos puesto que todo sitio de tu itinerario tiene un levante y un poniente. Sed políticos pero sin optimismo, sed predicadores pero sin dogma, sed diplomáticos pero atacad duro cuando tengas seguridad de la debilidad de tu oponente. Haced de lo obvio una tragedia y decidlo con el lenguaje del profeta y todo cuanto digas será profecía, y serás alabado y temido.
“Es un hábito de predicadores y profetas, antes de disertar sobre la grandeza, posar ante espejos de ampliación.
“El creyente ante la deidad es un lamedor a semejanza del perro, solo que el amo del perro es tangible y el otro un remedo de fantasma.
Un ruido proveniente del este acalló la voz de Simónides. Alrededor de un santón de cabeza rapada y túnica azafrán, rodeado de una creciente multitud, apoltronado en una silla ricamente cubierta, sobre una improvisada tarima, entrecerrados los ojos, vociferaba con una voz imperiosa, a veces atronadora, a veces suave:
-… Soy el juez que condena y soy el condenado, soy el verdugo y el hacha, la cabeza y el tronco del decapitado, soy el patíbulo y la muchedumbre vociferante. Soy la flor y el polen, y la abeja que lo disfruta; soy la miel y el paladar que la degusta; soy todo eso y más. Soy el huracán y la calma; soy el ayer, el hoy y el mañana; soy el sacrificador, el objeto del sacrificio y la víctima inmolada. En el festín soy anfitrión, convidados y viandas. ¿Qué no soy? No estoy en ningún tiempo, en ningún lugar, en ninguna situación, puesto que soy el tiempo, el sitio y la situación. Soy el viajero, el camino, la partida y la meta. ¿Que ha existido, existe o existirá que yo no sea? Soy la parte y el todo, el Alef (1) de lo mensurable y de lo no mensurable, del alfabeto soy de la A hasta la Z y cuanto con ellas pueda haber de palabras y oraciones, soy todas las notas de la escala y cuanta melodía pueda armarse con ellas, soy los tres colores primarios y cuanta pintura con ellos pueda construirse. Yo soy, mi voluntad es Ser, soy la matriz de los mundos y sus dioses, soy la realidad y la imaginación, la vigilia y el sueño, y soy el destructor de todos ellos. Soy el pecho de César y el puñal de Bruto. Soy la flecha, el cazador y la presa. Soy el verdor de la selva y el amarillo del desierto. Soy la sed y el agua que la sacia. Soy la esencia y la forma, sus relaciones y variantes. Soy la mansión de la realidad y la ilusión, y su habitante soy. En fin, soy todo y el resto. Soy la avispa, el aguijón, el veneno, el rostro de la víctima y su dolor, soy…
– Es un iluminado, es un ser superior, pues ¿qué hombre del común puede hablar, pensar o sentir así? Este santo lo comparte todo, ¿quién es él que me fascina? – Inquirió uno de los acompañantes de Simónides, y este respondió: -¿Recuerdas un árbol grande a cien yardas del campamento? Allá, donde un sencillo joven de la región extrajo miel para la cena, ve con Aristos, toma una bolsa y mete en ella el panal que cuelga en el costado opuesto al sendero y traédmela. Ya verás cómo se es uno y todo a la vez.
Al rato regresó el hombre y Aristos con una bolsa de donde salía el ruido típico de un panal en efervescencia. Lo tomó Simónides, lo blandió en el aire para multiplicar el impulso, y lo catapultó hacia la tarima del santón. La confusión fue indescriptible, unos y otros corrían en toda dirección tratando de librarse del aguijón apícola. El santo cubría el rostro con la enagua de su túnica descubriendo la región pudenda. Dijo Simónides:
-Ahora sí que es uno la avispa, el aguijón, el veneno, el rostro del santo y el dolor, ¡ahora sí que ellos son uno!- Y se alejaron satisfechos. En el camino justificó el parloteo del santo con sentencias como “son expresión de un mudo parlanchín en su disertación sobre el silencio y la quietud y la inquebrantable inercia”. Los seguidores quedaban admirados de su elocuencia sin comprenderla. Empero Simónides se sintió incómodo por lo sucedido al santón, y hubiera querido disculparse. Sentía que algo había de cierto en su prédica, mas no dilucidaba cuáles eran esas certezas. En verdad sentía un aguijón de avispa lacerándole el pecho. Y en su mente revoleteaban las ideas como mariposas sin tener donde posarse: “En el dolor y en el placer, en la ganancia y en la pérdida, eso que no cambia eres tú; en la vida y la muerte, eso que no muda eres tú ¿Qué es lo inmutable? ¿Qué eres tú?”
-Somos voluntad de ser – pareció oír una voz que salía de su interior y que a su vez brotaba de todo sitio.
Sumido en pensamientos de esa índole Simónides y tras él una ahora pequeña cantidad de gentes, llegaron a una encrucijada y detuvieron la marcha. El camino se abría en muchos senderos con dirección a todos los puntos cardinales con el destino escrito en tablas de madera a manera de flechas. Las murallas de la ciudad, ahora menos distante, se apreciaban con más detalle. Sintió la aproximación de la meta y la inminencia de lo desconocido. Era como estar próximos a la entrada de un vientre monstruoso sin saber qué iban a encontrar, y sin certeza de regreso. Sintió apagarse el fuego que ardía en su interior ante la perspectiva de traspasar la puerta. Miró el cielo y el sol le pareció menos brillante, recordó el sol que saludaba cuando despertaba en la gruta de la montaña por el bullicio alboreo, era un sol pleno de luz y vida en contraste con el que ahora veía amenazador encima de la ciudad, un sol escoltado por nubes oscuras. Se sintió anclado al suelo que pisaba, le asaltó la intención de volver atrás, el presagio no era bueno. “¡Basta de intimidaciones!”, dijo para sí, “¡Fuera de mí el espíritu de la pusilanimidad! Es el temor a lo ignorado el que así me invade, fuera contigo que así doblegas la fortaleza del viajero. Haré cenizas este miedo; será en minutos solo un incómodo recuerdo; no apagaré el entusiasmo de estas gentes con temores irracionales, pero es deber ser leal y en consecuencia al menos activar lo denominado “libre albedrío” y que cada cual elija una futura senda”.
-Amigos viajeros – dijo Simónides- , hemos transitado por el mismo camino, ahora se presentan muchos, y cada camino conduce a un destino diferente, analizad el fin de cada sendero, cual es el destino que buscáis y, en consecuencia, elegid el camino apropiado. Analizad de cada camino su destino y cuál destino buscáis. Y elegid el camino que a él conduzca y, si no existe ese camino, elegid el que te deje más cerca y será una bendición pues serán tu albedrío y voluntad los constructores del tramo faltante. ¡Honor a este viajero! Estamos ante la gran encrucijada y hemos de tomar la gran decisión ¿Cómo saber cuándo es la gran encrucijada y cual la mejor decisión? Cada bifurcación del camino es una encrucijada. Antes de tomar la decisión piensa cómo ella afectaría el resto de tu vida. Los últimos acontecimientos hablan de cosas que han de suceder en el seno de la feria, no retrocederé pues ella es mi destino desde cuando dejé la gruta. Es hora de separarnos, ya escogí el camino que he de seguir y es el que lleva a la gran feria, los electores de este camino podréis ir conmigo o separados y los que no, seguid el camino que os más convenga. Hay un estadio en el trasegar por la vida donde es preciso hacer una pausa, rememorar los caminos andados, la meta ansiada o la impuesta o aquella que el azar haya presentado, o simplemente vagabais por ahí, sin rumbo y sin conciencia de ello, caminabais solamente. Mas hoy, ante esta encrucijada, aprovechad un descanso, liberaos del fardo que traéis en vuestra espalda, liberad el espíritu de las ataduras, ved el sol, respirad este aire, sentid cómo la sangre fluye en las venas, cómo el ritmo del corazón se acompasa con el de los pulmones, cómo hacéis parte del ambiente que os rodea, como interactuáis con él y, en la paz que alcancéis, vislumbrad vuestro destino, sed consciente de ello y tomad el sendero que os lleve a él. Hoy es la despedida del camino andado y la hora de la crucial decisión en la encrucijada. Cualquier sendero que toméis os llevara a vuestro destino, bueno o malo, pero es vuestra elección, por eso sois grandes y aun en la adversidad tendréis el consuelo de vuestra decisión y un sentimiento de libertad. Amigos míos, adiós para aquellos que sigan un sendero diferente, hasta luego para aquellos que, tomando el mismo sendero de mi elección, no me acompañaren en el camino, mas este hasta luego bien puede ser un definitivo adiós más profundo que cualquier otra despedida.
Terminada así su intervención, con paso firme y mesurado se encaminó a la ciudadela sin mirar atrás, la frente alta y la mirada fija en el enorme arco de la entrada.
Detrás iba Tulcano. Su paso era lento, indeciso. De repente, dio media vuelta y se alejó renunciando irrevocablemente a compartir de la Feria Madre. Nunca más su destino se cruzaría con el de Simónides y la comitiva.
Una inmensa y heterogénea muchedumbre aguardaba frente al arco esperando la apertura de las puertas y la tan anhelada entrada a la ciudad y el inicio de la feria madre. Eran más de medio de millón de personas venidas de todos los puntos de la tierra, rebozaban esperanza en su corazón, todas esperaban ansiosas el logro de íntimos propósitos. La expectativa de estos largos siete años estaba por llegar a su término. Tendrían cien días para saciar la sed de su espíritu acumulada durante estos años. Serían testigos y, por qué no, también partícipes de la construcción del gran credo de la nueva era, inmortalizándose en la memoria futura de los pueblos.
Tras largas discusiones se acordó que el idioma oficial de la feria sería el español. Se estableció como moneda única y con validez solo dentro de la ciudadela y durante la feria el Peso Feria o PF y, en tal sentido, se establecieron oficinas de cambio a la entrada de la ciudad para trocar todo tipo de moneda por esta antes de entrar a la ciudad y por monedas corrientes al término de la feria. Esta nominación asumió pronto entre las gentes el simple nombre de Peso.
Se había instalado pabellones ante la gran entrada donde se verificaba la idoneidad de los aspirantes a participar o permanecer en la ciudad. Las normas capitales eran: Edad mínima 12 años y máxima 80. Si se superaba los 80 la persona pasaba a examen psicológico para dictaminar el grado de lucidez mental. Si no superaba el umbral era rechazado. Igualmente eran rechazados los enfermos terminales o con enfermedades infectocontagiosas en cualquier modalidad: respiración, contacto o transfusión. Tampoco eran aceptados sordos, mudos y ciegos. Mujeres prestadoras de servicio sexual, algunas con destino a la prostitución sagrada para algunos ritos ilustrativos de religiones muertas, debían presentar examen especial y poseer certificados de salud. Estas mujeres terminarían ejerciendo prostitución tradicional al ser proscrita de tales eventos la prostitución ritual o sagrada al ser catalogada por el Sínodo como “no cultural”. Todos los mayores de edad, sin importar género, debían presentar certificado judicial que les acreditase como exentos de condena penitenciaria pendiente. Se hacía un test psicológico atendido por computadora el cual consistía en una serie de preguntas algunas generales y otras según el género, edad, credo y actividad del aspirante entre otras. El dictamen del sistema era inapelable. Se exoneraban de este test a prelados autorizados por las autoridades religiosas registrados a tal fin en las bases de datos. Estos trámites duraban entre unos minutos a, máximo, cuatro horas en los casos que era necesario comprobar la existencia o no de alguna anomalía donde debían intervenir personal idóneo para calificar. Al conocer estas normas muchos visitantes abandonaban las filas, renunciando a participar de la gran feria. A los aceptados se les entregada un cartón plastificado de autorización de ingreso para cuando se abriera el gran portal de la ciudad y el cual contenía un chip con información de su portador.
CAPITULO VI.
DE LOS PROFETAS, LOS MILAGROS Y LA GRAN UNIDAD.
En el horizonte sur se divisaba el dibujo de las cimas de las almenas coronando los muros de CIUDAD ESPERANZA. Y, frente a estas, el suelo tapizado de automotores de gentes que, llegando a la gran feria, dejaban sus carruajes afuera en cumplimiento de la prohibición de su presencia tras los muros.
Era un día radiante. Había gran movimiento en el campamento. Simónides se unió a los marchantes, había tristeza por la pronta separación y satisfacción por haber llegado al objeto de tan singular marcha. Habían caminado muchos kilómetros bajo la lluvia y bajo el sol, disfrutado frías y caldeadas auroras y atardeceres. Hoy era el día de la despedida y cada uno trataba de ocultar la tristeza y restarle calor a la alegría. Se preparó una gran cena donde se permitía la asistencia de otros viajeros. Gentes de muchas regiones se congregaron allí, el atuendo signaba su origen, o simplemente la lengua con que se expresaban.
De entre la abigarrada muchedumbre brotó un grupo de personas con un hombre al frente el cual sobresalía de entre los otros por su gran estatura, la adustez del rostro, cabellera larga y vestimenta impecable, con un collar suspendiendo una cruz de oro y un cordón grueso rodeando la cintura.
-Soy un predicador – dijo con voz fuerte acallando cualquier otra voz – y también profeta soy. Soy enviado por Dios a esta asamblea para haceros partícipes de la verdad, es una entrada al gran festín de sabiduría que hallaréis conmigo en la gran feria. No me perdáis de vista, mi mensaje es sublime pues contiene la palabra de Dios. Vengo a vosotros apara ahuyentar toda duda.
“A las gentes de la montaña predico una cosa y otra a las del valle. A las bestias hablo en el lenguaje de su especie. Otro es mi lenguaje para con el viento, otro para las fuentes de agua y otro para el hombre. A los niños doy dulces y pan ácimo a los mayores. Esto desconcierta a los murmuradores y a las gentes de buena voluntad esto es fuente de incertidumbre. Cada cual tiene su medida y modo de medir, es pues mi sentir hablar a cada cual según su medida y modo de medir, de otra manera mayor sería vuestra incertidumbre puesto que aun os falta espíritu de normatividad. Y a pesar de ello, solo os digo una verdad, y cada cual la ve con la lente de sus ojos, y cada uno tiene su propia lente. Pero la verdad prevalecerá y, sin duda alguna, resucitados al cielo irán los que saben leer las escrituras, oyen mi palabra y transitan por el camino del Señor y al infierno los que no, sobre esto no hay discusión.”
– ¡Aleluya! ¡Aleluya!- gritaron a una el grupo que le escoltaba, y cien voces más de otros que por primera vez escuchaban al predicador y se unían al “Aleluya” retumbante.
Muchas gentes quedaron sorprendidas y regocijadas con la perorata y el predicador, sonriendo con gesto victorioso, admirado de su osadía y sin comprender su prédica, pensaba: “Esto es grandioso, no entiendo qué dije y ellos parecen entenderlo con apenas escuchar. ¿Seré yo acaso un santo hasta hoy ignorado? ¿Un alma superior escogida por el Dios del universo de entre esta variada y multitudinaria muchedumbre? O solo un humilde hombre elegido de entre la humanidad por el gran Dios del cielo para alguna sublime misión que pronto en la feria conoceré ¡Aleluya!”.
Y confortado y regocijado en estas cavilaciones, caminaba impaciente de un extremo al otro del entarimado mientras, alrededor de este, un número grande de personas, incluso de entre los marchantes, introducían con fervor fajos de dinero en una bolsa que uno de los devotos del pastor, abierta les brindaba.
El predicador cesó su marcha. Dirigió la mirada al cielo, cruzó las manos sobre el pecho y un silencio prolongado creó expectativa en los congregados. La expectativa creció cuando un grupo de la grey del pastor izó a un hombre de complexión delgada, sentado en silla de paralítico, y lo posó en la tarima, diciendo el que parecía ser el líder:
-¡Pastor! He ahí a un paralítico de nacimiento, y estos certificados – tendiéndole unos papeles – dan fe de la verdad del hecho.
Otro seguidor subió gesticulando como un poseso y haciendo malabares con las manos, dirigidos a una dama de mediana edad que le seguía como hipnotizada, la cual, una vez en la tarima, se sentó en una silla al lado del paralítico.
-Señor – Dijo el que así gesticulaba – Traigo a su presencia a esta mujer sordomuda de nacimiento como lo atestiguan estas credenciales expedidas por el concejo médico, ella está aquí para que se cumpla la voluntad milagrosa de Dios a través de vuestras manos, ¡aleluya!
– ¡Aleluya!- contestó en coro la muchedumbre que esto presenciaba.
Luego un hombre entrado en años, de anteojos oscuros, en una mano asiendo un bastón de ciego y la otra tomada por un guía discípulo del pastor, ascendió al estrado y fue sentado por el devoto que hacía de lazarillo, en la tercera silla al lado de la sordomuda. Y dijo el devoto:
-¡Pastor! He ahí un ciego de nacimiento, y aquí el certificado médico de su congénito mal. Que todo sea para gloria del Señor, ¡Aleluya!- y las gentes en coro repitieron ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Simónides observaba en silencio y una sonrisa casi imperceptible se dibujaba en el rostro. El predicador comenzó a ejecutar una danza mágica con las manos, a veces las dirigía al firmamento como recibiendo algún efluvio, otras hacia los infelices de nacimiento como descargando en ellos el efluvio recibido, mientras sus labios se movían sin emitir sonido alguno. Luego cesó el ritual y exclamó, dirigiéndose al ciego:
-¡Tu leerás la palabra del Señor!
A la mujer:
-¡Tú oirás y pronunciarás la palabra del Señor! Y tú, – dirigiéndose al paralítico- transitarás por los senderos del Señor. Qué afortunados sois ¡Aleluya! ¡Aleluya!!”
Y el coro creciente respondió:
– ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Aristos miró asombrado a Simónides como diciendo: “Y ahora ¿qué? ¿No es contra natura lo que está por suceder? Haz algo y ¡pronto!” Simónides estaba atento, y dijo al oído de Aristos:
– Es cierto, el portento está por suceder. Pegado a la tarima, una vez construida, en la parte de abajo, sabiendo de este viejo y conocido sainete, Tulcano ha colocado una mecha conectando una docena de truenos de los usados en los cohetes chinos que echáis al aire en vuestros festejos. Vedlo allá agazapado y presto a encender la mecha, ¡Aleluya! ¡Aleluya!.
No bien terminada la frase, las explosiones consecutivas causaron pánico en la tarima cubierta de humo y un intenso olor de pólvora, sus ocupantes salieron en estampida, la sordomuda, tapados los oídos con las manos, huía pidiendo auxilio sin rumbo entre la multitud, el ciego lanzó lejos los anteojos para ver mejor el camino y corría tras la sordomuda y el paralítico, habiendo colocado la silla en sus hombros, corría detrás del ciego. El pastor desapareció como evaporado en el aire. Minutos después se vio al Pastor, a devotos y lisiados, trotando raudos hacia la entrada de la ciudad.
Dijo Simónides:
-Más milagrosa es la pólvora festiva que la enjundiosa prédica y oración de mil sabios y santos pastores. La verdad es universal elixir, con ella el mudo habla, el ciego ve, el sordo escucha y el paralítico camina. Habéis presenciado “el milagro del miedo”: En el sordomudo abre el oído y restaura la voz para que oyendo el rugir del peligro pida auxilio, en el ciego quita la venda para que, viendo, pueda tomar el camino de escape, y en el paralítico recupera la movilidad para la huida. Gran taumaturgo es una dosis de temor en el momento y lugar indicado, ¡aleluya!
Comieron y bebieron hasta agotar las provisiones depositadas en las mesas. Se escucharon voces en variadas lenguas agradeciendo el inesperado acogimiento, y despidiéndose con ademanes que una vez más hablaban de su origen.
Pasado el gran ruido de los saludos, del predicador y de los agradecimientos y las despedidas, retornó el silencio, un intenso y expectante silencio. Los marchantes que quedaron – muchos se fueron tras el predicador y otros a la distancia se alejaban solitarios hacia la ciudad – con Aristos y Tulcano al frente, miraban hacia Simónides esperando que algo dijera, y sucedió. Simónides habló:
– El hombre haya razón valedera y virtuosa en el comportamiento errático y así convierte sus yerros en aciertos, sus flaquezas en virtudes. Es una manera de ahogar el sentimiento de culpa que le ha tatuado el predicador, y así hacer más llevadero su estéril tránsito por la vida cubriendo su desnudez, que no soporta, con vestiduras de santo.
“Y si vais a cielos o infiernos, ¿con qué miembros y cuerpos disfrutaréis o sufriréis? ¡Con cuerpos resucitados! Ni encima unos en otros haciendo rascacielos que rasguen las más altas nubes, sería suficiente esta tierra para sustentar la humanidad pasada, la actual y la futura, al dar un paso pisarías el dedo del vecino, qué espantosa eternidad os espera. Y siendo que el cuerpo cambia a cada instante, ¿con el cuerpo de cual instante resucitarías? Y si ha habido trasplante de miembros ¿con cuales lo harías? Los teólogos os tienen respuesta: ayer el firmamento y el fondo de la tierra, hoy planos no físicos. A la par que las especies evolucionan estos teólogos. Planos no físicos para seres no físicos. Dichas y desdichas acensuadas son el plato del existir de estos extraños seres que han perdido todo vestigio humano. Vosotros de frente comprimida sí que sabéis sentir a dioses y demonios, y entender y compartir sus dominios.
“¿Profetas? Yo os enseñaré a hacer profetas. En su escuela de formación se oirá con frecuencia: – No digáis “el sol”, “la luna”, “júpiter” o “venus”, decid “El Astro”.
“No digáis “su color era blanco, negro, azul, rojo,…”, decid “tenía color”.
“No digáis “el tigre, el gato, el león, el perro,…”, decid “el animal”, y si queréis dramatismo cambiadlo por “la bestia”.
Y pon tragedia en tus palabras, no cosas buenas que son palabras de políticos, ni infiernos y paraísos que cosas de sacerdotes son.
Hablad de “donde nace el sol” o “donde el sol se pone” para ubicar un sitio de acontecimientos puesto que todo sitio de tu itinerario tiene un levante y un poniente. Sed políticos pero sin optimismo, sed predicadores pero sin dogma, sed diplomáticos pero atacad duro cuando tengas seguridad de la debilidad de tu oponente. Haced de lo obvio una tragedia y decidlo con el lenguaje del profeta y todo cuanto digas será profecía, y serás alabado y temido.
“Es un hábito de predicadores y profetas, antes de disertar sobre la grandeza, posar ante espejos de ampliación.
“El creyente ante la deidad es un lamedor a semejanza del perro, solo que el amo del perro es tangible y el otro un remedo de fantasma.
Un ruido proveniente del este acalló la voz de Simónides. Alrededor de un santón de cabeza rapada y túnica azafrán, rodeado de una creciente multitud, apoltronado en una silla ricamente cubierta, sobre una improvisada tarima, entrecerrados los ojos, vociferaba con una voz imperiosa, a veces atronadora, a veces suave:
-… Soy el juez que condena y soy el condenado, soy el verdugo y el hacha, la cabeza y el tronco del decapitado, soy el patíbulo y la muchedumbre vociferante. Soy la flor y el polen, y la abeja que lo disfruta; soy la miel y el paladar que la degusta; soy todo eso y más. Soy el huracán y la calma; soy el ayer, el hoy y el mañana; soy el sacrificador, el objeto del sacrificio y la víctima inmolada. En el festín soy anfitrión, convidados y viandas. ¿Qué no soy? No estoy en ningún tiempo, en ningún lugar, en ninguna situación, puesto que soy el tiempo, el sitio y la situación. Soy el viajero, el camino, la partida y la meta. ¿Que ha existido, existe o existirá que yo no sea? Soy la parte y el todo, el Alef (1) de lo mensurable y de lo no mensurable, del alfabeto soy de la A hasta la Z y cuanto con ellas pueda haber de palabras y oraciones, soy todas las notas de la escala y cuanta melodía pueda armarse con ellas, soy los tres colores primarios y cuanta pintura con ellos pueda construirse. Yo soy, mi voluntad es Ser, soy la matriz de los mundos y sus dioses, soy la realidad y la imaginación, la vigilia y el sueño, y soy el destructor de todos ellos. Soy el pecho de César y el puñal de Bruto. Soy la flecha, el cazador y la presa. Soy el verdor de la selva y el amarillo del desierto. Soy la sed y el agua que la sacia. Soy la esencia y la forma, sus relaciones y variantes. Soy la mansión de la realidad y la ilusión, y su habitante soy. En fin, soy todo y el resto. Soy la avispa, el aguijón, el veneno, el rostro de la víctima y su dolor, soy…
– Es un iluminado, es un ser superior, pues ¿qué hombre del común puede hablar, pensar o sentir así? Este santo lo comparte todo, ¿quién es él que me fascina? – Inquirió uno de los acompañantes de Simónides, y este respondió: -¿Recuerdas un árbol grande a cien yardas del campamento? Allá, donde un sencillo joven de la región extrajo miel para la cena, ve con Aristos, toma una bolsa y mete en ella el panal que cuelga en el costado opuesto al sendero y traédmela. Ya verás cómo se es uno y todo a la vez.
Al rato regresó el hombre y Aristos con una bolsa de donde salía el ruido típico de un panal en efervescencia. Lo tomó Simónides, lo blandió en el aire para multiplicar el impulso, y lo catapultó hacia la tarima del santón. La confusión fue indescriptible, unos y otros corrían en toda dirección tratando de librarse del aguijón apícola. El santo cubría el rostro con la enagua de su túnica descubriendo la región pudenda. Dijo Simónides:
-Ahora sí que es uno la avispa, el aguijón, el veneno, el rostro del santo y el dolor, ¡ahora sí que ellos son uno!- Y se alejaron satisfechos. En el camino justificó el parloteo del santo con sentencias como “son expresión de un mudo parlanchín en su disertación sobre el silencio y la quietud y la inquebrantable inercia”. Los seguidores quedaban admirados de su elocuencia sin comprenderla. Empero Simónides se sintió incómodo por lo sucedido al santón, y hubiera querido disculparse. Sentía que algo había de cierto en su prédica, mas no dilucidaba cuáles eran esas certezas. En verdad sentía un aguijón de avispa lacerándole el pecho. Y en su mente revoleteaban las ideas como mariposas sin tener donde posarse: “En el dolor y en el placer, en la ganancia y en la pérdida, eso que no cambia eres tú; en la vida y la muerte, eso que no muda eres tú ¿Qué es lo inmutable? ¿Qué eres tú?”
-Somos voluntad de ser – pareció oír una voz que salía de su interior y que a su vez brotaba de todo sitio.
Sumido en pensamientos de esa índole Simónides y tras él una ahora pequeña cantidad de gentes, llegaron a una encrucijada y detuvieron la marcha. El camino se abría en muchos senderos con dirección a todos los puntos cardinales con el destino escrito en tablas de madera a manera de flechas. Las murallas de la ciudad, ahora menos distante, se apreciaban con más detalle. Sintió la aproximación de la meta y la inminencia de lo desconocido. Era como estar próximos a la entrada de un vientre monstruoso sin saber qué iban a encontrar, y sin certeza de regreso. Sintió apagarse el fuego que ardía en su interior ante la perspectiva de traspasar la puerta. Miró el cielo y el sol le pareció menos brillante, recordó el sol que saludaba cuando despertaba en la gruta de la montaña por el bullicio alboreo, era un sol pleno de luz y vida en contraste con el que ahora veía amenazador encima de la ciudad, un sol escoltado por nubes oscuras. Se sintió anclado al suelo que pisaba, le asaltó la intención de volver atrás, el presagio no era bueno. “¡Basta de intimidaciones!”, dijo para sí, “¡Fuera de mí el espíritu de la pusilanimidad! Es el temor a lo ignorado el que así me invade, fuera contigo que así doblegas la fortaleza del viajero. Haré cenizas este miedo; será en minutos solo un incómodo recuerdo; no apagaré el entusiasmo de estas gentes con temores irracionales, pero es deber ser leal y en consecuencia al menos activar lo denominado “libre albedrío” y que cada cual elija una futura senda”.
-Amigos viajeros – dijo Simónides- , hemos transitado por el mismo camino, ahora se presentan muchos, y cada camino conduce a un destino diferente, analizad el fin de cada sendero, cual es el destino que buscáis y, en consecuencia, elegid el camino apropiado. Analizad de cada camino su destino y cuál destino buscáis. Y elegid el camino que a él conduzca y, si no existe ese camino, elegid el que te deje más cerca y será una bendición pues serán tu albedrío y voluntad los constructores del tramo faltante. ¡Honor a este viajero! Estamos ante la gran encrucijada y hemos de tomar la gran decisión ¿Cómo saber cuándo es la gran encrucijada y cual la mejor decisión? Cada bifurcación del camino es una encrucijada. Antes de tomar la decisión piensa cómo ella afectaría el resto de tu vida. Los últimos acontecimientos hablan de cosas que han de suceder en el seno de la feria, no retrocederé pues ella es mi destino desde cuando dejé la gruta. Es hora de separarnos, ya escogí el camino que he de seguir y es el que lleva a la gran feria, los electores de este camino podréis ir conmigo o separados y los que no, seguid el camino que os más convenga. Hay un estadio en el trasegar por la vida donde es preciso hacer una pausa, rememorar los caminos andados, la meta ansiada o la impuesta o aquella que el azar haya presentado, o simplemente vagabais por ahí, sin rumbo y sin conciencia de ello, caminabais solamente. Mas hoy, ante esta encrucijada, aprovechad un descanso, liberaos del fardo que traéis en vuestra espalda, liberad el espíritu de las ataduras, ved el sol, respirad este aire, sentid cómo la sangre fluye en las venas, cómo el ritmo del corazón se acompasa con el de los pulmones, cómo hacéis parte del ambiente que os rodea, como interactuáis con él y, en la paz que alcancéis, vislumbrad vuestro destino, sed consciente de ello y tomad el sendero que os lleve a él. Hoy es la despedida del camino andado y la hora de la crucial decisión en la encrucijada. Cualquier sendero que toméis os llevara a vuestro destino, bueno o malo, pero es vuestra elección, por eso sois grandes y aun en la adversidad tendréis el consuelo de vuestra decisión y un sentimiento de libertad. Amigos míos, adiós para aquellos que sigan un sendero diferente, hasta luego para aquellos que, tomando el mismo sendero de mi elección, no me acompañaren en el camino, mas este hasta luego bien puede ser un definitivo adiós más profundo que cualquier otra despedida.
Terminada así su intervención, con paso firme y mesurado se encaminó a la ciudadela sin mirar atrás, la frente alta y la mirada fija en el enorme arco de la entrada.
Detrás iba Tulcano. Su paso era lento, indeciso. De repente, dio media vuelta y se alejó renunciando irrevocablemente a compartir de la Feria Madre. Nunca más su destino se cruzaría con el de Simónides y la comitiva.
Una inmensa y heterogénea muchedumbre aguardaba frente al arco esperando la apertura de las puertas y la tan anhelada entrada a la ciudad y el inicio de la feria madre. Eran más de medio de millón de personas venidas de todos los puntos de la tierra, rebozaban esperanza en su corazón, todas esperaban ansiosas el logro de íntimos propósitos. La expectativa de estos largos siete años estaba por llegar a su término. Tendrían cien días para saciar la sed de su espíritu acumulada durante estos años. Serían testigos y, por qué no, también partícipes de la construcción del gran credo de la nueva era, inmortalizándose en la memoria futura de los pueblos.
Tras largas discusiones se acordó que el idioma oficial de la feria sería el español. Se estableció como moneda única y con validez solo dentro de la ciudadela y durante la feria el Peso Feria o PF y, en tal sentido, se establecieron oficinas de cambio a la entrada de la ciudad para trocar todo tipo de moneda por esta antes de entrar a la ciudad y por monedas corrientes al término de la feria. Esta nominación asumió pronto entre las gentes el simple nombre de Peso.
Se había instalado pabellones ante la gran entrada donde se verificaba la idoneidad de los aspirantes a participar o permanecer en la ciudad. Las normas capitales eran: Edad mínima 12 años y máxima 80. Si se superaba los 80 la persona pasaba a examen psicológico para dictaminar el grado de lucidez mental. Si no superaba el umbral era rechazado. Igualmente eran rechazados los enfermos terminales o con enfermedades infectocontagiosas en cualquier modalidad: respiración, contacto o transfusión. Tampoco eran aceptados sordos, mudos y ciegos. Mujeres prestadoras de servicio sexual, algunas con destino a la prostitución sagrada para algunos ritos ilustrativos de religiones muertas, debían presentar examen especial y poseer certificados de salud. Estas mujeres terminarían ejerciendo prostitución tradicional al ser proscrita de tales eventos la prostitución ritual o sagrada al ser catalogada por el Sínodo como “no cultural”. Todos los mayores de edad, sin importar género, debían presentar certificado judicial que les acreditase como exentos de condena penitenciaria pendiente. Se hacía un test psicológico atendido por computadora el cual consistía en una serie de preguntas algunas generales y otras según el género, edad, credo y actividad del aspirante entre otras. El dictamen del sistema era inapelable. Se exoneraban de este test a prelados autorizados por las autoridades religiosas registrados a tal fin en las bases de datos. Estos trámites duraban entre unos minutos a, máximo, cuatro horas en los casos que era necesario comprobar la existencia o no de alguna anomalía donde debían intervenir personal idóneo para calificar. Al conocer estas normas muchos visitantes abandonaban las filas, renunciando a participar de la gran feria. A los aceptados se les entregada un cartón plastificado de autorización de ingreso para cuando se abriera el gran portal de la ciudad y el cual contenía un chip con información de su portador.
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Tags: Feria Madre, Novela por entregas, Pedro Escobar Escárraga, Pedro Pablo Escobar Muñoz
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