Un corto relato de Faulkner

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A medida de que los escritos se alejan de quien los perpetró, se transforman y reescriben aunque no se les cambie una coma. Basta con mencionarlos, fragmentarlos, aludirlos en una circunstancia concreta para que digan cosas insospechadas por el escribiente. Esta suerte también ha corrido para «Luz de Agosto», una novela de William Faulkner en la que encontramos este pequeño relato inmerso en el capítulo 6:

– ¡Mírame, Jezabel!- gritó

– Sssss… – dijo ella-. Sí. Tendrán que hacerlo cuando lo descubran…

Su mirada se apagó. Sus ojos la abandonaron para envolverla de nuevo. Cuando los miraba, la mujer creía verse a sí misma en llos, menos que nada, tan insiginificante como una briznilla flotando en el agua de un estanque. Después, los ojos se hicieron casi humanos. El hombre comenzó a mirarlo todo en aquella alcoba de mujer, como si nunca hubiera visto ninguna: habitación cerrada, cálida, con su desorden lleno de un olor rosa de mujer.

– Estiércol, inmundicias de mujer- dijo-. Ante la misma cara de Dios.

Tomado de «Luz de Agosto». P 127. Ed ABC, S.L.. Traducido por Enrique Sordo.

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