Hijos de Maro (Entrega 27)

Por Enrique Pagella

Les presentamos la vigésimo séptima entrega de «Hijos de Maro». Enrique escribe como cosaco pero no por su adscripción a una tradición literaria  emparentada con el país de los cosacos sino a que no deja de escribir, lo hace con encono y entrega, al punto de noquearse y, en ese estado, comienza a urdir un nuevo capítulo de esta novela; lo que precede a esta escritura (es decir, esos cientos de hojas que le consumen la mayoría del día) son palabras  que al leerse generan la sensación de nunca haber leído algo. Pero el analfabetismo se olvida. Para leer alguna entrega anterior, basta con oprimir el número correspondiente: 26, 25, 24, 23, 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.

hijos de maro 27

Es verdad, las últimas tres o cuatro entregas tratan de una única noche, el 21 de diciembre del 2012. Y es que durante esa noche en la que nadie creía aquello que los medios vaticinaban casi con alegría, es decir, el fin del mundo, frente a nuestros ojos se desarrollaría el evento predicho por todas la culturas humanas, y nosotros, Oliverio, DS, Oliverito y su novia, el guardián Ibáñez y yo, seríamos los únicos espectadores.

Bebiendo champagne y brindando por todas las absurdidades habidas y por haber, hasta por el peronismo, continué con mi relato y ya sin interrupciones de ningún tipo pues los tenía a todos en mis manos.

Entonces les dije que a pesar de todo me encanta mirar History Channel pero no porque me gusten sus contenidos sino porque me parecen ejemplos perfectos del tipo de recursos que han empleado los medios para impedir la evolución o para destruir el raciocinio o intelecto o como deseen llamarlo, de los seres humanos. En especial me divierte la serie Alienígenas Ancestrales y me divierte porque yo como extraterrestre conozco la verdad, verdad de la que ya les he adelantado algunas partes, queridos y humanos lectores – también me divierte sobremanera escribir estas entregas que a nadie le mueven un pelo porque de las cuarenta personas, aproximadamente, que me leen, el cien por cien están convencidas de que Hijos de Maro es una ficción; cosa que me ocasiona uno de los más grandes placeres que me he dado en la vida, pues diciendo verdades que deberían no sólo cambiar el modo de contar la historia humana sino el modo de percibir la realidad, se me considera: 1) Un escritor de ficciones, un escritor no asumido pues le endilgo la autoría a EP; o 2), uno de los personajes de la novela, un personaje narrador; o 3), un viejo de mierda que está, como dicen los argentinos – me deleitan los argentinos -, al pedo: un viejo de mierda que está al pedo – dicho sea de paso otra vez: me simpatizan los argentinos, son absolutamente masoquistas, fascistas y anales. O sea, se me considera cualquier cosa menos un extraterrestre, creencia que me permite decir toda la verdad, casi sin consecuencias trágicas.

El poder envileció tanto a las masas que ya no considera peligroso a un timo que abre la boca, mucho menos a un humano; décadas atrás, el poder te destruía, a los timos simplemente los desactivaba y a los humanos primero los enloquecía y luego los ultimaba.

Philip K. Dick no ficcionó ni deliró, en verdad trabó contacto con lo que denominó VALISVast Active Living Intelligence System – Éstas son sus palabras:«Experimentaba una invasión de mi mente por una mente transcendentalmente racional, como si yo hubiese estado loco toda mi vida y de repente me hubiese vuelto cuerdo».

Dick fue el último humano que osó ver y contar la verdad, echándose encima a todos los servicios secretos de su país. Cabe señalar que para un humano ya es un impacto terrible acceder a la verdad, por lo general queda desequilibrado y debe, necesariamente, acudir a las drogas, al alcohol o al sexo violento; imagínense si al cuadro se le suma el acecho del FBI y la CIA, por ejemplo. Pero Dick era genial hasta en la desesperación. Cuando en 1955 recibió la visita de los dos agentes del FBI – unos viejos conocidos nuestros, esas pobres víctimas del Proyecto Arco Iris que siguen a Tara -, sintió que uno de ellos merecía conmiseración. Era un pobre hombre al que dejaban espiando sin disimulos, día y noche. Dick lo hizo pasar a su casa y le dio charla. Pronto advirtió que no comprendía nada y le brindó su amistad. Hasta le enseñó a conducir el Chevrolet 1954 de Kleo, su esposa. Es decir, Dick se apiadaba de un espía estúpido, mientras una voz en su mente, VALIS, aquella que escuchaba desde la adolescencia, no dejaba de susurrarle verdades, en lenguas y dialectos que jamás había estudiado y que, sin embargo, podía comprender. Esa voz le había explicado el principio de Arquímedes, gracias a lo cual pudo aprobar un examen imposible, y un par de décadas después, mientras estaba viendo un documental sobre las tortugas marinas, la voz le habló de un tal «Van Walloon, de los Estados Portugueses de América».

Dick se había interesado durante años en la teoría del «cerebro bicameral»; conocía los trabajos de Orstein (a quien le había escrito una carta), de Bogen, Sperry y Julian Jaynes. Este último sostenía en un polémico libro que el hombre arcaico era capaz de «oír voces» provenientes del lado derecho de su cerebro, y dialogar con «los dioses» cuando aún no se había establecido el predominio del hemisferio racional. Oliverio Zacarías, en su momento, barajó esta hipótesis en relación a EP, pero tanto Dick como el mismo Oliverio no tuvieron en cuenta una cuestión fundamental: si bien esta hipótesis puede explicar ciertos síntomas, como la paragnosis, la glosolalia y la onirofrenia, deja inexplicada la fuente de donde obtiene información el hemisferio derecho.

Para ese entonces, Dick estaba escribiendo The Man in the High Castle, y la ampliación del horizonte de los eventos que le provocó la escritura le posibilitó dar con la fuente de información del hemisferio derecho, porque especuló con que la voz pudiese provenir de un mundo paralelo.

No estaba equivocado. A mi modo de ver, la singularidad Dick, que terminó de configurarse en marzo-febrero de 1974 en su apoteótica crisis, resultaría idéntica a la de EP si no mediara una diferencia esencial: Lo que Dick experimentó despierto y, por decirlo fácil, de este lado, EP lo ha vivido dormido y, a partir de cierto momento, de aquel lado, de donde yo provengo, por decirlo, también, de una manera lo menos metafórica posible. La diferencia radica en un detalle vital, Dick era humano y EP es un híbrido.

Los dos humanos anteriores a Dick que dieron con la verdad fueron filósofos: Wittgenstein y Nietzsche.

Ludwig Wittgenstein nació, probablemente, en el seno de la familia más rica del mundo en su tiempo. Puede decirse que creció sin mayores preocupaciones, atestado de estímulos artísticos e intelectuales. Y puede decirse que tuvo una infancia soñada. Lo que no puede predicarse es que la vivencia de su adolescencia haya adquirido semejantes calidades. Pues apenas transitaba los quince años se topó con Adolf Hitler en el colegio. Desde el primer contacto, las energías colisionaron irremediablemente. Esta disputa no carecía de una precuela, puesAlois Hitler, el medio hermano mayor de Adolf, había trabajado varios meses en la mansión Wittgenstein, obligado por la pésima situación económica de la familia Hitler, abandonando dicha empleo a la muerte de su padre en 1903. El propio Adolf reemplazó a Alois en sus tareas alguna que otra vez y de esta manera conoció al pequeño magnate Ludwig, que, a decir verdad, se comportaba altaneramente, ignorando al enclenque Adolf, que al verlo pasar se quitaba respetuoso la gorra e inclinaba la cabeza mientras lo maldecía. Wittgenstein y el joven híbrido Adolf Hitler volvieron a encontrarse al año siguiente en la nacionalista escuela secundaria de la ciudad austríaca de Linz, la Realschule Bundesrealgymnasium Fadingerstrasse. Allí compartieron un curso anual, antes que Adolf debiera abandonar la escuela dada la creciente pobreza de su familia y su escaso rendimiento – si se visita la web de la escuela (http://www.fadi.at/index.php?n1=1&n2=6) verán que ya en el home se encargan de negar que Hitler y Wittgenstein hayan coincidido en sus aulas, muy torpemente por cierto, ya que les hubiese bastado con ignorarlo. Existe una foto fechada en 1904 en la que se los puede apreciar a ambos, junto con el resto de los alumnos y uno de sus profesores. Muchos creen que Ludwig era el cobarde niño judío al que se refiere Adolf Hitler en su obra «Mein Kamp» (Mi Lucha), teoría en disputa y que es absolutamente acertada. Hitler y Wittgenstein compartieron sólo un curso, entre 1904 y 1905, tiempo que le bastó al pobre Adolf para atemorizar al millonario Ludwig, primer judío al que odió y al que gustaba atormentar desplegando sus poderes de híbrido, tal cual lo hizo Jesús en su infancia. Lo sé porque si bien los timos no podemos viajar hacia el pasado, podemos soñarlo tal cual acaeció, y yo, queridos y humanos lectores, pude soñar una charla vital entre los niños austríacos. Ocurrió así:

Ludwig camina por el viejo Callejón de Piedra sobre el que se erige Bundesrealgymnasium Linz. Tiene quince años y viste como un pequeño príncipe; ha logrado burlar a sus preceptores y acaba de franquear la puerta del establecimiento. Quiere huir lo más lejos posible. Ya es lo suficientemente lúcido como para advertir la epidemia de violencia nacionalista que se incuba en el establecimiento. No le importa en absoluto ser judío, lo que le duele en el alma es tener que disimularlo para no sufrir el embate de sus compañeros y de sus profesores. Su padre, uno de los hombres más ricos del mundo, podría no sólo comprar su tranquilidad sino también el colegio entero, pero él odia la fortuna de su padre y calla. Ni una palabra en su casa del acoso diario que padece.

Y ya no soporta más, y está decidido a huir de todo. Trota por la vereda angosta sin rumbo pero con un objetivo, alejarse del colegio. Adolf lo persigue; acaba de salir por la puerta principal y lo divisa con expresión placentera.

Adolf (Con voz chillona, estridente): ¡Hey marica! ¡Detente!

Ludwig detiene su carrera, la voz le ha helado la sangre; sabe muy bien quién es su dueño. Adolf le da alcance.

Adolf: Maldito sorete afeminado ¿Adónde crees que vas?

Ludwig (Inseguro, con voz trémula): No te lo diré, no tengo que darte explicaciones.

Adolf (Poniendo los brazos en jarra y apretujando los hombros contra el cuello, rojo de ira): Aquí sí tendrás que darme explicaciones, judío burgués, no estamos en tu mansión, aquí no tengo que inclinar la cabeza para que me ignores, aquí ni mi hermano Alois ni yo tenemos que limpiar tu mierda.

Ludwig: En mi casa siempre los hemos tratado bien, han tenido trabajo y comida…

Adolf (Furioso): ¡Trabajo, comida y el peor de los desprecios! ¡La putas de tus hermanas, Helene y Hermine, se mofaban de mí cada vez que reemplazaba a Alois!

Ludwig: No debes tomarlas en serio.

Adolf (Iracundo): ¿Sabés cómo me llamaban? ¿Sabés cómo me decían?

Ludwig no contesta. Sabe pero no contesta; siente que no tiene ninguna relación con el asunto. Adolf hace una pausa esperando la respuesta y luego estalla elevando los brazos crispados hacia el cielo.

Adolf: ¡Me llamaban «el muerto de hambre culo roto»!

Ludwig (Perdiendo la paciencia): Yo no soy responsable de las conductas de mis hermanas, ellas son independientes de mi voluntad.

Adolf: ¡Voluntad! ¡Tú no sabes lo que es la voluntad!¡Yo te mostraré lo que es la voluntad!

Adolf se toma la cabeza con la manos y empieza a sudar; la venas de la frente se le hinchan y el pelo se le desordena bajo la frenética presión de sus manos. Ludwig lo observa atemorizado, pues supone que le dará un ataque de nervios o algo por el estilo. Pero antes de que Ludwig pudiera huir, Adolf se quita las manos de la cabeza y grita «¡Cáete!». Ludwig entonces cae hacia atrás dando tres vueltas sobre la vereda, antes de desplomarse como un muñeco sobre la calle. Adolf con una sonrisa enloquecida se le va encima y le pone las rodillas en el pecho.

Adolf (En voz baja): Esto es voluntad, pedazo de mierda engreída. Esta es la voluntad que limpiará el Imperio Alemán de judíos como tú y tus hermanas. Te lo aviso, de ahora en adelante quiero que cada vez que nos crucemos, te quites tu graciosa gorrita e inclines la cabeza.

Ludwig, enfurecido, no puede hablar. Tiene la certeza de que cualquier palabra resultará inútil. Entonces es su propio cuerpo quien lo sorprende. Su puño derecho, raudo y fuerte, vuela y se estrella contra la boca de Adolf que se derrumba escupiendo sangre.

Ludwig (Poniéndose de pie): Eres un inhumano culo roto….

Adolf vuelve la cabeza desde el piso, exhibiendo una sonrisa sanguinolenta.

Adolf (Con la voz de un poseso): Así es amigo Ludwig, no soy muy humano que digamos. Escucha un consejo que te servirá para toda la vida: De lo que no se puede hablar, lo mejor es callar.

Oliverio, DS, Oliverito y su novia reaccionaron a mi súbito silencio como si se recuperasen de una alucinación. Todos de una u otra manera se desperezaron y cambiaron las posiciones pero ninguno pronunció palabra alguna. Seguían en mis manos.

-Queridos amigos, adorables mentirosos, la Segunda Guerra Mundial comenzó aquella mañana de 1904. Las fuerzas que colisionaron nacieron cuando Ludwig y Adolf se declararon la guerra. Ambos, apenas confrontaron entre sí, padecieron lo que padecen muchos personajes de Borges. Vislumbraron con claridad sus destinos. No en vano Ludwig combatió como voluntario del ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial y redactó, en las trincheras, su Tractatus. Se entrenaba para la Segunda Guerra Mundial, pues sabía que dominar la lógica metafísica del combate le permitiría vencer a Hitler en un terreno que por híbrido no dominaba. Es por ello también que, al regresar de la guerra, renunció a la fortuna heredada de su padre en favor de sus dos hermanas.

El Tractatus no es un libro de lógica, tampoco de filosofía. El Tractatus es alta tecnología metafísica para quienes puedan subir la escalera y luego arrojarla. Ese libro cifra las leyes del devenir sin decir una sola palabra sobre el asunto, en consecuencia, quien alcanza dicho innominado conocimiento puede predecir el futuro; en verdad no lo predice sino que lo deduce. En suma, Wittgenstein sabía que Hitler, durante la Segunda Guerra Mundial, secuestraría a sus hermanas y que sólo las liberaría vivas a cambio de la inmensa fortuna familiar. A Ludwig no le dolió en absoluto entregarle a Adolf el equivalente a mil setecientos kilos de oro, por el contrario, Ludwig se deleitó al ceder una fortuna a la que ya había renunciado, toda vez que, al mismo tiempo, descifraba para la KGB el código secreto de la máquina alemana de cifrado de mensajes, Enigma, proeza intelectual que permitió alcanzar las victorias en el Frente Oriental, la liberación del los campos de concentración y, finalmente, derrotar al ejército nazi.

Wittgenstein supo ser feliz y aunque parezca un dislate, Hitler también, pues junto a su estado mayor conjunto en las sombras (el verdadero), plantó la escena del suicidio para los soviéticos y luego negoció con los yanquis: la sorprendente tecnología nazi, incluidos sus poderes de híbrido, más científicos entrenados, a cambio de una plácida vida en el sueño americano, en San Diego, donde murió hace cuatro años, en el 2009, a la edad de 120 años. Eso es lo que viven los híbridos.

A la luz de la verdad ya no resultan tan enigmáticas estas palabras acerca de Adolf, que Ludwig escribió 1945: «Racionalmente no es posible tener ira contra Hitler, mucho menos contra Dios».

Aquí hice un nuevo silencio y aproveché para ponerme de pie y estirar un poco las piernas. Por eso di unos pasos hasta colocarme bien a la vera de la ruta. Oliverio me había seguido y ya estaba a mi lado.

– ¿Así que Hitler vivió 120 años? Casi lo mismo que mi abuela.

– Tu abuela era un híbrido, estoy ciento por ciento seguro de ello.

Oliverio se hundió en un silencio tan oscuro como los extremos de la ruta. No sin esfuerzo pudo hacerme una pregunta más.

– ¿Crees que tengo sangre de timo?

– En segunda generación, mucho más débil, pero sí, seguro que eres un híbrido suave, no te preocupes, no te pasará nada, ustedes la pasan mejor.

 

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0 Responses to “Hijos de Maro (Entrega 27)”

  1. dasolana@gmail.com says :

    PRIMIGENIA, GLORIOSA, HUMILDE… ÚNICA PAGELLA!!!

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