Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola

La sinfonía de la ansiedad

 

04/05/2024. Barranquilla, Colombia. La inoperancia de los gobernantes y la docilidad de la ciudadanía han permitido que Barranquilla se convierta en un experimento de «tortura blanca»[1]. Verán, vivo frente a un colegio religioso en el que utilizan megafonía durante la jornada escolar, es una situación insoportable que se suma a otros ruidos molestos provenientes de la calle, pero lo había sobrellevado con resignación hasta el 04/02/2024, noche en la montaron una vigilia que duró toda la noche, de las 21:00 a las 5:00, nueve horas soportando una grabación que repetía una invocación de ultratumba. «¿No les basta con creerse los amos y señores del barrio durante el día?, ¿ahora también van a torturarnos durante la noche?», me dije indignado a las 3:00. Desde entonces comencé a llevar una relación de los ruidos estridentes, para que el mundo exterior tenga una idea aproximada de cómo es vivir en «Killami».

 

De lunes a viernes

 

5:00. El sereno sin silbato; él chifla.

5:15. Los autobuses de la ruta comienzan a circular. Frente al edificio hay un reductor de velocidad, así que los frenos de aire dan inicio a la sinfonía de la ansiedad.

5:35. Los pájaros tropicales aburridos de la oscuridad rechiflan para que amanezca, o es el sereno en un estado alterado de consciencia —aún está por determinarse—.

6:15. Un par de perros falderos ladran agobiados por la incontinencia; suenan desesperados y medio asfixiados por las correas.

6:30. Bocinazos de todos los calibres. Los padres de familias afanan a sus hijos para que bajen de los vehículos y entren al colegio. Quizás tienen que regresar a desayunar a la carrera, o tal vez cuentan con echarse un mañanero antes de ir al trabajo. También es probable que teman la furia de sus patrones, o que amen sus cadenas.

6:45. Primera lavada de cerebro en el colegio religioso. Misa. Pero antes, prueba de sonido con el megáfono: «¡Buenos días!, ¡Buenos días, no los oigo!». Los adoctrinados responden al unísono, como becerros encaminándose al matadero: «¡Aleluya! ¡Hosanna en el cielo y en la Tierra!»

7:00. Palabras de la coordinadora de disciplina.

7:30. El escobero, a grito pelado: «¡Escooobas!». Sólo repite eso, alargando la «o».

8:00. Pasa el primer chatarrero con su carcacha humeante y sin SOAT, pero con megáfono. El que milagrosamente logró dormir hasta esta ahora será arrancado de sus sueños con un: «¡Se compra estufa, unidades quemadas, motores, licuadora, aire acondicionado viejo… se compra lavadora, ventana, colchones, computadores!».

8:30. Otro chatarrero. Arrastra las palabras, tiene voz ronca de fumandor: «Oye. Compro chatarra. Oye. Calentadores viejos, ventiladores, neveras. Oye. Compro hierro oxidado».

9:00—12:00. Los infantes del colegio van saliendo a las canchas según les correspondan sus descansos. Salen desaforados, al borde del paroxismo. Gritan como presos desahogándose a cielo abierto, como clamando piedad al redentor de tormentos que habita en las nubes, o eso les han dicho. En un intento infructuoso por aislarme del ruido tras puertas y ventanas, sus gritos llegan un poco distorsionados, como los lamentos de ánimas del purgatorio. La histeria tiende a volverse contagiosa, y la coordinadora de disciplina se ve obligada a usar el megáfono para encausar a las almas rebeldes.

10:00. Chatarrero con megáfono, este no vocaliza, habla con desgano. Todo parece una misma frase: «Comprochatarralicuadorasairesacosndionadosestufas».

11:00. Otro chatarrero con megáfono: «Te compro hierro, la reja “oxidá”, llanta, colchón, lo que tenga me lo llevo». Me pregunto si de verdad «compran» algo, y a qué precio lo pagan. O si es solo una estrategia comercial en la que ellos «hacen el favor» de llevarse lo que no necesitamos.

12:30. El aguacatero se detiene frente a cada propiedad, es un servicio puerta a puerta para rematar lo que le queda en la palangana. El slogan va acompañado con un chiflido: «¡Aguacate! + chiflido». Repite el llamado frente a cada casa y edificio del barrio. Nota: en otro momento valdría la pena analizar esa manía tan barranquillera de chiflar a toda hora.

12:45. Chatarrero con megáfono hechizo, el altavoz es un parlante de radio, el micrófono es el auricular de un teléfono. Repite más o menos la misma letanía de los anteriores. Estática.

12:50. El jardinero con la podadora. No entiendo qué tanta vegetación puede cortar todos los días, pareciera que su jardín crecer a la velocidad de la selva de Jumanji.

13:05. En el colegio, partido de voleibol. Celebran cada pelotazo con júbilo.

13:20-15:00. El megáfono del colegio ataca de nuevo y de forma sostenida. Uno a uno nombran los estudiantes a medida que sus padres pasan a buscarlos. La consabida congestión vehicular vuelve a transformarse en una sintonía de bocinazos, no faltan los conductores desubicados que se meten en la fila de los padres de familia. Gritos, insultos. La regla de no hacer ruido a medio día —que se aplica dentro del edificio— sirve de poco cuando en la calle, y especialmente en el colegio, les vale huevo.

16:30. En la casa vecina sacan al antejardín un perro blanco de tamaño mediano, bronco y ronco, que le ladra hasta a su propia sombra. Ha pasado encerrado en el patio de la casa, o tal vez ha estado asomado en una ventana con vista la calle, esperando poder salir a liberar su frustración. Lo imagino emergiendo del foso como una fiera de boca espumosa, hambrienta de gladiadores.

16:45. El entrenador-metrónomo exhibe su habilidad con el silbato, pita rítmicamente para que los aspirantes a futbolista se enfoquen es esquivar los conos anaranjados.

17:15. Turno para el heladero y su campanilla. Es uno de los pocos sonidos que evocan algo agradable. Pero la fiera blanca no piensa igual, le ladra furiosamente al heladero, y cuando la campana se pierde en la distancia, el perro sigue ahí ladrando otro buen rato.

17:30-19:00. Circulación vehicular fluida, en el cruce de la esquina siempre hay una pelea a esta hora. Quieren llegar a la casa, dar por concluido otro día de mierda.

19:00. Alistan motores en el colegio para una misa rápida. En la batalla por el monopolio sobre vacío espiritual poco importa la tranquilidad de los vecinos, al final de cuentas cada hora de tortura les acerca más al control mental de la comunidad. El objetivo ahora es apretarle las tuercas a los padres y abuelos, así la reeducación es infalible, sin grietas por las que se pueda colar el progresismo, la diversidad o el pensamiento crítico. Prueban el megáfono con un: «Sonido, sí, uno, dos tres. Probando», pero entre líneas parecen decir: «Ay borreguitos suculentos, resígnense, no se resistan a nuestro poder, sométanse sin chistar, acaten nuestras arbitrarias imposiciones».

19:30. Motociclistas rebeldes. Atraviesan el barrio violando los límites acústicos, desquitándose así por tener que respetar los límites de velocidad. Son los «Harlistas» sin Harley, ellos instalan resonadores en sus motos.

20:00. Las alarmas de los carros estacionados comienzan a dar muestras de vida. No los están abriendo, son las almendras maduras que caen de los árboles. Los almendros son una valiosa fuente de sustento para la numerosa población de ardillas anaranjadas. Cada mañana los propietarios de los vehículos contarán los impactos de almendra, y renegarán ante los montículos de mierda de ardilla. Por lo menos no es de iguana, ese sí es un espectáculo grotesco.

21:30. El perro-fiera vuelve al foso. Por fin silencio.

22:00. A lo que desaparece el tráfico vehicular, los 4×4 y autobuses pasan de largo sobre los reductores de velocidad instalados frente al edificio, lo que produce un tableteo.

22:30 Primera ronda del sereno con silbato, quizás es uno distinto al chiflador que hace la ronda del amanecer. Comienza a asentarse tímidamente el silencio.

 

Los sábados

 

5:30. Autobuses y frenos de aire.

6:30. Ladran ansiosos los perros falderos con incontinencia.

7:00. Desde el parque cercano llegan gritos y pelotazos; partidos de microfútbol.

9:00. Fútbol en el colegio, es decir, pitidos y gritos. Ahora se suman los alaridos de padres y madres ordenando a sus hijos los movimientos que deben dar.

14:00. Actividades recreativas en el colegio, por supuesto, con altavoz. En las tarde de Karaoke prueban el sonido con el tema musical de La sirenita: «El mundo está muy mal/ la vida bajo el mar es mucho mejor que/ el mundo de allá arriba/ qué gran equivocación/ no ves que tu propio mundo/ no tiene comparación/ qué puede haber allá afuera/ que causa tal emoción/ bajo el mar, bajo el mar/ vives contenta siendo sirena/ eres feliz».

19:00-21:00. Misa con tendencias proselitistas, la vieja alianza entre sectas religiosas y partidos  políticos extremistas. «Hay que votar con la mano en el corazón […] no podemos permitir que corrompan las mentes de nuestra juventud». A continuación, el típico discurso «pro-vida» en la que todo feto humano es un ángel en potencia, y en el que los adultos capaces de toman sus propias decisiones son «rebeldes», «malvados», «revolucionarios». En esos casos puntuales son más «pro-muerte». Su lista negra es tan extensa como la Biblia; la Inquisición estaría orgullosa.

21:30. Las alarmas de los carros anuncian el ataque sobre los almendros, y bien, quizás son ratas, porque creo que las ardillas son diurnas.

22:00. El sereno en bicicleta con su silbato.

22:00-5:00. Malparidos en acción. Los 4×4 que no frenan ante los reductores de velocidad. Los que van con música a todo volumen. Los borrachos que pasan cantando, hablando a los gritos por celular o con su conciencia. Los parranderos caseros, que montan rumbas estridentes en sus patios de sus casas o en las azoteas de sus edificios. Los jugadores de dominó que instalan su mesa en el andén frente a su casa. Hijos de su gran…

 

Los domingos

 

7:30. Ladran los perros falderos que parecen a punto de explotar. Por piedad ya ni me molesto.

8:00. El perro-fiera es liberado del foso, procederá a ladrar a todo lo que se mueva.

9:00. Primer chatarrero. El perro-fiera le ladra con verdadera rabia, quizás porque lo derrocan en su puesto de ladrador-alfa.

9:05. El vecino «Harlista» saca su juguete, es una Shadow, pero a él le da igual. Cosas de la crisis de los cincuenta.

9:50. Segundo chatarrero. Es lucrativo el negocio, obvio, si no pagan el SOAT todo es ganancia.

10:00. «¡Se arreglaaan sillas mecedoras. Se arreglaaan!»

10:30. Tercer Chatarrero. Suena con estática, su estridencia se cuela por su propio micrófono.

11:30. Aguacatero: «Aguacate + chiflido».

12:00. Cuarto chatarrero. No se le entiende nada, arrastra las palabras como si aún llevara viva la rumba de anoche.

12:45. Quinto chatarrero. Habla despacio y la voz se le oye más clara, este no trasnocha.

 

En retrospectiva, lo increíble es que pagamos para vivir así.

[1] Si desea estudiar casos similares en los que se ha detectado esta forma de tortura psicológica, recomiendo comenzar leyendo el artículo «Desquiciados por el ruido» de Juana Viúdez, publicado en El País el 07/04/2014: «Los ruidos constantes pueden alterar por completo las vidas de quienes las padecen llegando incluso a sufrir secuelas que van más allá del insomnio. Un informe de la CIA lo incluía como método de tortura que no deja huella, pero que tiene devastadoras consecuencias mentales».

 

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