Misterios de lo oculto: literatura, drogas y llano, con Umberto Amaya Luzardo

Umberto Amaya Luzardo nació San Lorenzo Arauquita en 1945 y murió en Kamasia, un planeta reemplazó la c por K como lo hacen los indios, en el año 2099. su única frustración fue no llegar al año 2100.

 

el ayatollah llanero y el loro de luto

el ayatollah llanero y el loro de luto

 

En el segundo capítulo de «Misterios de lo oculto» se conversó delicioso con Umberto Amaya Luzardo aprovechando la ocasión del lanzamiento del libro «Somos Antología. Nuevo Cuento llanero» (Informes para la venta acá mismo en milinviernos).

La obra de Amaya consta, a saber, de estos volúmenes:

Primer libro publicado julio de 1997,

Crónicas Araucanas 2000
Pancho Cuevas
Ficciones de Llano y Selva
Voces Indias
Me Falta Uno
El hijo de Lina Luzardo
Encaramado en las nubes.
Y aparece en más de 30 antologías.

 

Un comentario sobre El Relato de Pancho Cuevas, por María Adelaida Velosa (sobrina del famoso cantautor boyacense: Jorge Velosa).

 

 

Un relato para ayudarles a recordar a los ancianos llaneros quienes son.
Se llega a un momento de la vida en que las palabras tienen la fuerza del viento para despertar la brasa que reposa en la memoria, para encender la hoguera del recuerdo, para alumbrar lo que en esencia somos.
Así son las palabras de Umberto Amaya en su relato de Pancho Cuevas, una candelada chispeante, que brilla en los ojos de los ancianos que las escuchan.
Recuerdo la atención plena que, los ancianos de un Hogar de Aguazul, prestaban al escuchar de mi voz las vivencias de Pancho Cuevas, un personaje mayor que ellos.
A veces, no había mucho que hacer en las mañanas, así que los pensamientos se desplazaban al estómago, apurando la sensación de hambre y empujando los pies cansados hacia el comedor, aunque todavía no fuera la hora del almuerzo, pero cuando me veían con el libro azul de Umberto Amaya era como si una pella de chimó les calmara el hambre, la sed, el cansancio. Era como un terrón de panela para los caballos después de la faena. Y se deleitaban con el relato, sus ojos apagados se iban encendiendo poco a poco, las sonrisas desdentadas se explayaban como el mañoco en el caldo y cada uno era Pancho Cuevas, cabalgando por la sabana, trabajando con él, de hato en hato, patroneando la canoa, escuchando la voz suave y musical de una mujer que evocaba los graznidos del garcero al atardecer. Cada uno volvía a florecer como la llanura después de las lluvias, gracias al aguacero de palabras que Umberto sabe dirigir como un ordeñador de nubes.

María Adelaida Velosa

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